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Domingo, 16 de marzo de 2003

Hombre al borde de un ataque de nervios

Después de Boogie Nights y Magnolia, que lo encumbraron en el ranking del cine independiente norteamericano, Paul Thomas Anderson estrena Embriagado de amor, una comedia kafkiana que despelleja vivo el género romántico y repatria a Adam Sandler de la colonia de bobos a la que parecía condenado. Todo sobre el film que no ganará ningún Oscar.

 Por Rodrigo Fresán

Empieza así, así empieza: Barry Egan está sentado frente a su escritorio, en lo que parece un galpón vacío. Barry Egan lleva un traje azul bastante espantoso. Barry Egan mantiene una agotadora conversación telefónica con un representante de una firma de productos alimenticios (puddings) en la que le pregunta una y otra vez por una oferta promocional de la marca donde se canjean etiquetas de envases por millas aéreas. Barry Egan ha descubierto algo raro: si compra miles de esos puddings que cuestan 95 centavos de dólares –por un error de marketing de la compañía o por el optimismo de pensar que no puede haber alguien tan obsesivo como Barry Egan en el mundo–, recibirá una recompensa infinitamente superior al poco dinero invertido: más de un millón de millas aéreas. Ya nunca tendrá que comprarse un pasaje: podrá pasarse el resto de su vida en el aire. El hecho de que Barry Egan no acostumbre viajar y mucho menos subirse a aviones no importa demasiado. Barry Egan parece feliz, se pone de pie y sale a la calle, un callejón que va a dar a una de esas horribles esquinas de uno de los tantos horribles suburbios de la horrible ciudad de Los Angeles. Si no me falla la memoria, lleva una taza con café en la mano y da sorbitos pequeños y cautelosos. Sí, creo que sí. Barry Egan camina hasta la avenida y contempla cómo uno de esos vehículos todo terreno con doble tracción da un vuelco espectacular y se estrella en uno de los extremos de la avenida, fuera de cuadro. Ruido a cristales rotos y a metal retorciéndose. Barry Egan observa la escena con la boca abierta. De pronto llega una camioneta y se detiene junto a él, se abre una puerta, un individuo a quien nunca le vemos el rostro baja del vehículo y deposita en la vereda, junto a Barry Egan, un armonio, uno de esos pianos portátiles que funcionan con un fuelle. El hombre sube a la camioneta, cierra la puerta, arranca, acelera, desaparece. Barry Egan se queda muy quieto junto al armonio. Amanece.
Y esto es sólo el principio de Embriagado de amor, tercera película de Paul Thomas Anderson.
Y todavía quedan algo así como 85 minutos de Embriagado de amor.
Y uno ya tiene los nervios –todos y cada uno de los nervios– completa, total y absolutamente de punta.

LA PELíCULA
“Nada es más importante que esta película...”, dijo días atrás el joven director de cine norteamericano Paul Thomas Anderson, a partir de ahora P.T. Lo gracioso es que lo dijo con el mismo acento y dicción de Colin Powell a la hora de justificar un próximo ataque a Irak. P.T. dice eso y, claro, risitas nerviosas luego de haber visto una película enervante. Porque a Embriagado de amor se le pueden endilgar varias definiciones: es la comedia que habría escrito Kafka de haber sido contratado por los grandes estudios de Hollywood, un musical clásico de la MGM, con Astaire & Rogers pero sin números musicales, un film dogma nada dogmático, una remake de Barton Fink que no tiene nada que ver con Barton Fink. Y demasiados adjetivos: extrema, menor, magistral, caprichosa, desconcertante, rara, imprevisible. Pero enervante es el que mejor le queda. P.T. va todavía más lejos: “Hice esta película para asustarme a mí mismo. Pocas cosas asustan más que una love story”.
Todo, absolutamente todo, es enervante en Embriagado de amor: la trama (que narra la historia de un tipo a punto de enloquecer desde hace años, moviéndose entre la absoluta docilidad y los arranques de furia casi asesina, entre la timidez extrema y una desinhibición que le permite bailar por los pasillos de un supermercado); la fotografía (que muestra a una feísima Los Angeles por dentro y por fuera, combinándola con paisajes dignos de fotografía de Andreas Gursky y un Hawai cliché y kitsch); la dirección de arte (que incluye inserts de bandas de colores –obra de Jeremy Blake, diseñador de la portada del último álbum de Beck, Sea Changes– para anticipar los “estados de ánimo” del protagonista); la canción (aquella chirriante “He Needs Me” compuesta por Nilsson que Shelley Duvall le cantaba a Robin Williams en la desafortunada Popeye de Robert Altman); la música de Jon Brion (atmósferas percusivas, hawaianas, muzak con guiños a Randy Newman, Brian Wilson, Van Dyke Parks y los Beatles de Rubber Soul y Revolver). Y, por supuesto, el personaje...

EL PERSONAJE ...
que, ya se dijo, se llama Barry Egan y, no se dijo todavía pero lo digo ahora, está interpretado por Adam Sandler. ¿Y hay algo más enervante que Adam Sandler besándose (uno de los besos más lindos de la historia del cine) con Emily Watson (que a mí me pone muy nervioso) en una película de amor? Una película de amor que incluye –entre muchas otras cosas– las burlas de siete hermanas monstruosas, una paliza de cuatro hermanos mormones, el acoso extorsivo de una operadora de hot-line, la mirada estoica de Luis Guzmán (a quien deberían darle ya mismo el Oscar al Mejor Luis Guzmán), la frase “A veces no me gusto a mí mismo, ¿puedes ayudarme?” susurrada a un cuñado dentista para después romper en llanto, los gritos de Philip Seymour Hoffman en el rol de un siniestro vendedor de colchones y un nutrido reparto –incluidas las siete hermanas monstruosas y los cuatro hermanos mormones– compuesto por novatos que se ponen por primera y última vez frente a una cámara de cine. Y Adam Sandler.
P.T. creó a Barry Egan para que lo interpretara nada más y nada menos que Adam Sandler (P.T. suele escribir sus guiones con los actores que quiere ya en su cabeza; P.T. odia las sesiones de casting y es famoso por parar personas en la calle y preguntarles si quieren aparecer en una película en papeles de reparto). Así que, cuando se supo de Embriagado de amor, la pregunta del millón fue: ¿por qué y para que quería P.T. a alguien como Adam Sandler?
Ya saben: los muchos fanáticos de Adam Sandler aseguran que es el nuevo Jerry Lewis, mientras que los no menos numerosos detractores de Adam Sandler no tienen la menor duda de que es el nuevo Jerry Lewis. Aunque con polaridades diametralmente opuestas, unos y otros se apoyan para estar de acuerdo en algo: la sublime idiotez de películas un tanto inasibles como El cantante de bodas (promotora de la figura del antihéroe pero, atención, del antihéroe mediocre), Little Nicky (donde Sandler es el hijo tonto del diablo), The Water Boy (que deconstruye en clave freak la comedia estudiantil americana para convertirla en algo todavía más imbécil), Un papá genial (las desventuras de un soltero al que le encajan un chico, ya saben...), Mr. Deeds (o la reformulación de la mística de Frank Capra, sólo que sin mística) y, próximamente, en Anger Management, la última víctima de Jack Nicholson. Y aun así Adam Sandler tiene algo.
Como tantos otros, Adam Sandler (Brooklyn, 1966) surgió del legendario programa de televisión “Saturday Night Live”, donde no hace mucho lo vi cantando una cancioncita, “Mi suéter color naranja”, que podría ser un clásico de Jonathan Richman. Adam Sandler se parece mucho a Richman: esa voz de nariz llena de mocos, ese aire infantil o, si se prefiere, de Peter Pan lobotomizado... En cualquier caso, todo lo que hace Adam Sandler tiene éxito y P.T., que es fan de Adam Sandler, lo llamó para que hiciera de Barry Egan en Embriagado de amor. Y Adam Sandler dijo que sí y, sí, hay una extraña lógica en que Sandler sea Egan, y hay una lógica todavía más extraña en el hecho de que, en una escena donde Barry Egan le da un puñetazo a una pared, las heridas sangrantes en sus nudillos deletreen la palabra LOVE, como en La noche del cazador. Todo esto para decir que Embriagado de amor –como suele ocurrir en las películas de P.T.– termina imponiendo su propia lógica.
A propósito: el personaje de Barry Egan está basado en una persona real. Lo de las etiquetas de los envases de pudding y todo eso es cierto. P.T. cuenta que supo de él por una noticia en el diario y que se le ocurrió la idea para la película y que terminó conociéndolo y que “es un tipo normal, un ingeniero civil que vive en California y compró 12.150 puddings marca Healthy Choice por 3 mil dólares y lo primero que hizo al validar su millón y fracción de millas aéreas fue volar a Suiza para comprarse un Volvo. Los Volvos en Suiza son 500 dólares más baratos que en Estados Unidos”.
Sean sinceros: ¿no los pone nerviosos leer esta nota? Porque lo cierto es que a mí me pone nervioso escribirla y –por si no se dieron cuenta– la estoy escribiendo de la forma más nerviosa que pueden aguantar mis nervios. Ésa es la idea. Ésa era la idea, supongo.

EL DIRECTOR
“Gané el premio al mejor director en Cannes 2002 por Embriagado de amor, pero dudo que me nominen para algún Oscar... Para esta vuelta, de hecho, no me han nominado. Supongo que todavía tienen que darle algún otro a Ronnie Howard por Una mente brillante, ja... No sé, a mí siempre me nominan para Mejor Guión; así que me pongo mi smoking y voy, y me paso tres horas y media sentado ahí y pierdo y me enojo un poco y después me tomo unas cuantas copas y recupero mi natural buen humor y hasta la próxima”, explica P.T., que se parece tanto pero tanto al cantante británico Robbie Williams.
P.T. nació el 1º de enero de 1970 en California y es hijo del nervioso Ernie Anderson, mejor conocido como Ghoulardi, anfitrión de culto estilo Vampiria a la hora de presentar películas clase Z en las terroríficas trasnoches televisivas de los años sesenta en Cleveland. Pero más loco que Vampiria: Ghoulardi –que llegó a tener el 56 por ciento de la audiencia local, muy por encima del 38 por ciento de Johnny Carson– interrumpía las películas parándose frente a la pantalla, haciendo volar autitos de juguete con petardos, gritándole a los actores... Ghoulardi murió en 1997 y Ghoulardi Productions –la productora cinematográfica de P.T.– honra su memoria.
Poco y nada se sabe de la prehistoria de P.T., salvo que fue expulsado de varios colegios, que sólo asistió dos días a la New York University Film School y que se dio cuenta de que la verdadera educación estaba en el fino arte de ver cine (especialmente buen porno) y de dar vueltas por ahí. Consiguió trabajo en filmaciones y en sets de televisión de concursos para niños más o menos genios. Filmó un cortometraje –Cigarettes and Coffee– que se proyectó en el Festival Sundance de 1993 y llamó la atención de las personas indicadas. De ahí salió el impulso para filmar en 1995 Hard Eight –a la que P.T. suele referirse también como Sydney: un largometraje duro y seco sobre el mundo de los jugadores de poker protagonizado por dos de sus actores –Philip Baker Hall y John C. Reilly– más Gwyneth Paltrow y Samuel L. Jackson. Y, por supuesto, Philip Seymour Hoffman. Le fue muy bien en Cannes, y la revista Film Comment lo consideró el director de cine más promisorio de 1997. Dicho y hecho, y ahí nomás la segunda película de P.T. lo consagró en todas partes. Boogie Nights –o cómo ser Scorsese sin ser Scorsese– narró las desventuras de una “familia” de dedicados artistas de la industria porno como si fuera una saga casi dickensiana. Ganó premios, muchos. Lo nominaron para muchos otros que no ganó, pero no importa. En algún momento se puso de novio con la nerviosísima cantante Fiona Apple y le filmó varios clips. En el invierno de 1999 floreció Magnolia –otro film coral, inspirado en las canciones de Aimée Mann y moldeado a la sombra de Robert Altman, de la que se escapa rápidamente–, que terminó de consagrarlo como una especie de wunderkind estilo Orson Welles. Con un par de pequeñas diferencias: que P.T. entregaba las películas más o menos dentro de los plazos establecidos y –lo que es más importante– que sus películas hacían dinero. Y por el mismo precio se las arreglaba para reinventar actores como Burt Reynolds, Tom Cruise y Adam Sandler. Y ahora Embriagado de amor. Nunca se sabe cuál será el siguiente paso de P.T. Hay rumores sobre una especie de continuación de Boogie Nights centrada en el personaje de Rollergirl (Heather Graham). Hayrumores de una adaptación de A Heartbreaking Work of Staggering Genius, best-seller autobiográfico de Dave Eggers, con Tom Cruise como protagonista. Hay rumores de “algo” con Robert De Niro. Hay rumores. Y hay nervios: Embriagado de amor fue el primer fracaso económico certificado de P.T. en Estados Unidos. Y a P.T. no le preocupa. ¿Qué le preocupa a P.T.? Fácil: no haber conseguido ese millón extra para poder filmar una secuencia musical a la Busby Berkeley con la rana de los Muppets cantando mientras miles y miles de batracios descienden en caída libre desde los cielos de California.

EL PRODUCTO
“Es tan sencillo esto del cine: una cámara, celuloide, micrófono, cosas que entran y cosas que salen”, explica P.T. Oírlo es una cosa, pero verlo es otra. En los DVD de Boogie Nights y Magnolia, por ejemplo. En los extras documentales y los making off, P.T. no deja de moverse y hablar; se sienta y se para y los que lo conocen están convencidos de que “su organismo genera una forma de cocaína natural que le corre por las venas”. Ver al nervioso P.T. pone nervioso; tal vez por eso declare que Embriagado de amor es su film “más autobiográfico”. Puede ser.
Yo salí de verla sin estar seguro de nada, volví a entrar y me encantó. Tal vez sea una obra maestra. Aun así, aquí van algunas preguntas pertinentes para el camino de regreso a casa.
Uno. ¿Por qué será que lo mejor del nuevo cine norteamericano descansa sobre dos tipos que se llaman Anderson, cuyas películas, aunque de estéticas muy distintas, lucen cierta simetría argumental? Pensarlo un poco. P.T. Anderson y Wes Anderson. Los dos tienen actores “de cabecera” como los hermanos Wilson o Philip Seymour Hoffman. Y coincidencias varias. Los ambientes delictivos de Hard Eight y Bottle Rocket. El outsider en busca de un hogar de Boogie Nights y Rushmore. Los vastos frescos con personajes cruzados en busca de amor de Magnolia y The Royal Tenembaums. Queda esperar con qué responderá –consciente o inconscientemente– Wes Anderson a Embriagado de amor.
Dos. ¿Dejarán de enviarle pizzas a Robert Altman? En una entrevista reciente, P.T. cuenta que luego de que el veterano director de cine hiciera unos cuantos comentarios contra Bush y su administración, Oliver North llamó a las masas desde su patriotero programa en la Fox para que castigaran al apátrida y difundió el teléfono y la dirección del director de M.A.S.H. y Nashville para que “ustedes le digan lo que piensan sobre su persona”. Hubo amenazas de muerte, insultos, etc., pero lo que más le molestó a Altman fue que le mandaran decenas de pizzas que nunca había pedido. Ahora que lo pienso, aquí hay una muy buena idea para la próxima película de P.T.
Tres. ¿Embriagado de amor tiene un final feliz? P.T. insiste en que Barry Egan y Lena (Emily Watson) serán por siempre felices y comerán perdices. Pero no hay que olvidar que una de las cosas más románticas que le dice Lena a Barry es que quiere comerle los pómulos y chuparle los ojos. A lo que Barry, emocionado, responde: “Miro tu cara y es tan hermosa que me gustaría reventarla a golpes de martillo”. Ah, el amor. Y acaso lo más importante de todo.
Cuatro. ¿Qué es ese extraño producto –¿caramelos?, ¿jabón en polvo?– que vende Barry Egan en su galpón de un suburbio de Los Angeles?
¿Están nerviosos?
Sí, ¿no?

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