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Domingo, 14 de noviembre de 2010

ENTREVISTAS > TOTó LA MOMPOSINA ANTES DE CANTAR EN BA

Yo no vengo a decir un discurso

El mundo la conoció cuando García Márquez la llevó con él a la entrega del Nobel. Desde entonces, fichada por Peter Gabriel, es la figura de la música costera colombiana más reconocida en el mundo. Pura pero no cándida, internacional pero local, formada tanto en La Sorbona como en cuatro generaciones de músicos, este mes despliega ese inmenso universo musical en Buenos Aires.

 Por Mariano del Mazo

Cultor de la desmesura y la mitificación, alguna vez Gabriel García Márquez dijo que hubiera tirado toda su obra a la basura a cambio de escribir una canción como “Pedro Navaja”. Sin embargo, cuando ganó el Nobel en 1982 no lo llamó a Rubén Blades, ni siquiera pidió poner esa canción de fondo. Para la ceremonia de entrega García Márquez llamó a la señora Sonia Bazanta Vides, la sacó de su isla del río Magdalena y la colocó en el escenario de Oslo, como si se tratara de una abducción intercontinental. Sonia fue más Totó que nunca y despachó una ametralladora de cumbias y guarachas que dejó trémulos a los escandinavos y con la sospecha de que esa morena había llegado directamente desde Macondo para poner en 3D el realismo mágico de la estrella de la velada. Pero no: Totó la Momposina pertenecía a un realismo ramplón más que mágico: vivía entonces rodeada de familiares, ganándose el peso como podía, con un marido médico y tres hijos. Apenas conocía a García Márquez de un par de veces en Barranquilla. “Es gracioso. Muchos creen que inspiré en algo a Gabo. No es así. Sí es cierto que el departamento de Magdalena tiene cosas de Aracataca.” Eso sí: después de aquel glorioso día de Oslo su fama no paró de crecer en Europa y su figura levó, sí, como un personaje de Cien años de soledad.

Colombia es un país singular en su riqueza: el folklore brota de todos lados, básicamente de seis vertientes definidas por la geografía: las islas, la costa del Atlántico, la costa del Pacífico, los Llanos, los Andes y la Amazonia. No todas tuvieron el mismo desarrollo: las islas son negras con influencia inglesa; las costas, negras con influencia española; los Llanos y los Andes, indígenas con rasgos hispanos, y la Amazonia, totalmente indígena. La costa atlántica a su vez se divide en la música de la propia costa y la sabanera (de donde viene el vallenato). Totó la Momposina es la gran cantora costeña, junto a matronas como Petrona Martínez, Martina Camargo, la recientemente fallecida Etelvina Maldonado y Estefanía Caicedo. Gracias a aquella noche noruega (y a que la andaba pispeando Peter Gabriel, quien, velocísimo, la fichó luego para su sello Real World), la Momposina es la más famosa en el exterior. Y la más curiosa e inquieta: investigadora de los ritmos de su país (“me dicen que me meta con el Caribe, con no sé qué..., ¿para qué?, si en Colombia tengo para entretenerme con los 250 ritmos y tonalidades afrocolombianas”), estudió en el Conservatorio de la Universidad Nacional y ya en Europa aprovechó para cursar Historia del Arte y de la Música en La Sorbona, de París. “Me apasionan las músicas de los pueblos, la identidad... No soy académica, lo mío es más empírico. Creo que en mi país no se valora la identidad. En Colombia si uno no gana un Grammy no existe.”

A punto de cumplir 70 y luego de haber editado un nuevo disco, La bodega, de haber grabado una canción con Calle 13 y de haber ganado un premio por su versión de la cumbia “El pescador” con la Filarmónica de Bogotá, Totó dice que está cansada: “Me la paso viajando, es la verdad. Vivo en varios lugares a la vez: me compré algo en Bogotá, una oficina en Cartagena..., pero cuando puedo vivo con mi familia en la isla de Magdalena. Allí no necesito hotel, tengo decenas de casas donde dormir. Me atormenta el trajín. Me gusta Europa, su cariño conmigo, la cultura, pero más me gusta coser, hacer tortas, leer. No me quejo, adoro lo que hago, pero debo cuidarme y saber parar. La voz no deja de ser algo físico que hay que proteger”.

Uno de esos viajes la trajo este año a la Argentina, para los festejos del Bicentenario. “Qué maravillla fue aquello... Había un millón de personas, ¿o exagero? Argentina siempre fue un referente cultural para toda América latina. Tuve el placer de conocer a Cristina en la Casa Rosada. Y a su marido...” Hace una pausa. “Lo que decía: hay que saber parar, aflojar con las tensiones, el cuerpo no aguanta.”

A años luz de la aspereza rural de Petrona Martínez, que este invierno pasó con sus tambores por La Trastienda, la voz de Totó la Momposina se escucha como la de una mujer sofisticada pero sin impostación. Digamos, naturalmente delicada y elegante. Tiene comentarios cargados de misticismo y opiniones diplomáticas que, bien leídas, definen un pensamiento musical ortodoxo. Ocurre cuando se le pregunta por la cumbia electrónica de grupos como Bomba Estéreo o por la cumbia villera criolla. “Los jóvenes siempre buscan sonidos. Lo eléctrico o lo electrónico son inventos sonoros. Y está bien si no se pierde de vista la identidad. El sonido por el sonido mismo no me va.”

¿Y la cumbia villera? ¿La escuchó?

–Sí, me la han hecho escuchar. Cada país de América latina ha hecho una adaptación de la cumbia que le llegaba, que es la cumbia más comercial. Nosotros llevamos por el mundo la cumbia tradicional, que es bien diferente. Cada uno tiene su beat.

¿Pero qué le pareció?

–¿La cumbia villera? Extraña.

Totó dice que, para ella, es complicado reproducir la riqueza de la música colombiana en otros lares. “Somos un país de dos costas, estamos todos mezclados, los esclavos eran africanos y también indígenas, tenemos 360 etnias, 60 lenguas... El éxito mundial de la cumbia tiene que ver con eso. Es un ritmo amoroso en el que confluyen las dos razas esclavas. El sentido de la cumbia apunta a la unión y al encuentro. Además, es una música dulce.”

Las palabras se amontonan y pueden llegar a marear al más experto de los musicólogos: la gaita, el porro, la chalupa (“para la chalupa, nadie como Petrona”, dirá), el sexteto, el bullerengue, el mapalé, el son palenquero. Totó hace todo eso, y más. Se la puede escuchar en los dos discos que se consiguen en Buenos Aires: Carmelina y Pacantó. Pero ella quiere hablar del Hombre con mayúsculas, del equilibrio, de la verdad. Es más, dicen que en su banda está prohibido fumar y beber. “El hombre se ha vuelto muy materialista, se ha olvidado de los valores espirituales. Yo estoy en la búsqueda de la verdad, la mentira me afecta físicamente. Hay mucha mala fe en el ambiente. Y mucho individualismo. Un hombre solo no puede hacer nada”, dice, se la escucha creíble, hasta candorosa y uno se imagina el rostro que habrá puesto la buena y pura de Totó cuando le hicieron escuchar las joyitas de la cumbia villera del sur del sur.


Totó la Momposina se presenta el 23 y 24 de noviembre en La Trastienda, precedida de la actuación del dúo de folk electrónico Lulacruza.

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