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Domingo, 21 de noviembre de 2010

DESPEDIDAS > ADIóS A DINO DE LAURENTIIS

El último magnate

Difícil no encontrar entre las películas favoritas de alguien alguna producida por Dino de Laurentiis. Visionario de la posguerra, primer magnate del cine europeo, convertido en ciudadano norteamericano, se fundió y renació como nadie. Y produjo de todo y con todos: de spaghetti westerns a Fellini y de De Sica a Ridley Scott. La semana pasada murió a los 91 años, después de una vida financiando delirios propios y ajenos.

 Por Alfredo Garcia

“Si el film es un fracaso, el único responsable soy yo. Si el film es un éxito, entonces el mérito es del director, los guionistas, el elenco, el músico, el escenógrafo y la script girl... Todos, menos el productor. Así son las cosas, no tiene sentido quejarse.” Dino de Laurentiis

Para Fellini, La strada o Las noches de Cabiria no se rodaron gracias a la producción de De Laurentiis sino “a pesar de él”.

No tiene sentido quejarse... Quiéralo o no, De Laurentiis, casi más que ningún otro, fue el productor de alguna de nuestras películas favoritas. Ya sea La strada, Barbarella, Terciopelo azul, Serpico, La guerra y la paz, El tirador, o alguna de sus otras 160 producciones, incluyendo maravillosos placeres culposos como La Biblia de John Huston, la remake de King Kong con Jessica Lange, la saga de El vengador anónimo con Charles Bronson, las dos de Conan que lanzaron al monosilábico Arnold Schwarzenegger, delirios blaxploitation como Mandingo de Richard Fleischer, y bestialismos setentistas como Orca, la ballena asesina de John Frankenheimer o El búfalo blanco de J. Lee Thompson.

Difícil encontrar un fan de megabodrios abismales como la secuela imposible King Kong Lives –con Linda Hamilton reemplazando a Jessica Lange–, El rey de los gitanos o la catastrófica Hurricane de 1979.

Productor de películas memorables de cineastas como Rossellini, Fellini, De Sica, Ingmar Bergman, Milos Forman, Sidney Lumet, David Lynch, King Vidor, Don Siegel, Edward Dmytryk, Richard Fleischer, Roger Vadim, David Cronenberg, Ridley Scott o Sam Raimi. Con casi tantos fracasos como éxitos de taquilla, al final Dino siguió el ejemplo de la cita con la que empieza su producción Conan el bárbaro: “Lo que no te mata, te fortalece”. Y llegó a los 91 sin jubilarse, sobreviviendo alegremente los altibajos del show business.

Justamente John Milius, el director del primer Conan, acusó a De Laurentiis de “hacer muchas películas, algunas buenas, algunas malas, todas sobreproducidas”.

A lo largo de más de medio siglo de carrera, muchos directores apoyaron esta tesis, olvidando que muchas de las mejores y más personales producciones de De Laurentiis no son precisamente extravagancias épicas: basta mencionar Una vida difícil, de Dino Risi, con un Alberto Sordi de antología, igual que en otra joya memorable, la comedia bélica que enfrenta a Sordi con David Niven: Su mejor enemigo (I due nemici) dirigida por Guy Hamilton. Como en los tiempos de Arroz amargo (1949, Giuseppe De Santis), no interesa mucho el director: son auténticos De Laurentiis en estado puro.

Igual que otro clásico bélico que podría definirse como la quintaescencia del espíritu De Laurentiis: en Bajo diez banderas (Sotto dieci bandiere, Dulio Coletti, 1961), un supuesto barco mercante se dedicaba a cambiar su nacionalidad para hundir embarcaciones aliadas, según una historia verídica que enfrentaba a Van Heflin y Charles Laughton en un tenso juego del gato y el ratón en alta mar.

Entendiendo que la teoría del auteur no suele aplicarse a magnates del show business europeo, de todos modos no se puede evitar la comparación entre el buque corsario de Bajo diez banderas y la habilidad que caracterizó a Agostino “Dino” de Laurentiis, visionario que supo aprovechar los subsidios del gobierno italiano de la posguerra, convocando a talentos hollywoodenses para películas cada vez más cosmopolitas, llegando al extremo de aprovechar docenas de miles de extras gratuitos del ejército soviético en Waterloo (de Sergei Bondarchuk) o de llevar las fronteras del western spaghetti hasta las lejanas praderas yugoslavas para rarezas como The Deserter.

Lo irónico del caso de Waterloo es que tanto el cineasta ruso como el productor italiano habían brillado previamente en sendas adaptaciones de La guerra y la paz de Tolstoi. Justamente la producción con el sello De Laurentiis de 1956 (Henry Fonda, Audrey Hepburn y dirección de King Vidor) marcó uno de los momentos culminantes de la curiosa mudanza de Tinseltown al Viejo Continente. De Laurentiis fue uno de los primeros ejemplos de magnates europeos de la industria del cine al estilo Goldwyn o Thalberg (precisamente Dino recibió el Oscar honorario que lleva ese apellido), al punto que no demoró mucho en fundar su propio estudio, el legendario Dinocittà, donde John Huston filmó el maravilloso film épico-religioso de culto –por algún motivo raramente exhibido en TV abierta o en cable– The Bible, con indescriptibles secuencias dedicadas a Sodoma y Gomorra y una de las primeras imágenes de desnudos frontales masculinos y femeninos que hayan superado la censura (llámese Adán y Eva).

Entre las locuras excéntricas del caprichoso Dino está la pérdida del proyecto La dolce vita ante la negativa de Fellini de aceptar a Paul Newman en el papel de Mastroianni. La Biblia supuestamente era un proyecto para el nada épico Robert Bresson (de hecho, la versión de Huston ni llega a la mitad del Antiguo Testamento) y en la catastrófica Waterloo, la escena más importante con Rod Steiger interpretando a Napoleón quedó trunca porque, en un rapto de ahorro desesperado, el productor le pidió al cameraman... ¡que no ponga un rollo entero de material virgen en la cámara! Y cuando decidió producir el primer gran peplum con Kirk Douglas, Ulises, anunció que el director sería el mismísimo pionero del expresionismo alemán, Georg Wilhem Pabst.

En la era psicodélica, De Laurentiis se atrevió a adaptar dos de los comics más sexies y transgresores de todos los tiempos. Barbarella –con Jane Fonda, frívola y sexy como nunca– recibió pésimas críticas: según Renata Adler del New York Times, Vadim “desnuda a la actriz como un chef orgulloso y solemne, y pronto todo el film degenera en un extraño tipo de caos”.

Diabolik de Mario Bava, firme candidato a mejor versión fílmica de una historieta contracultural de todos los tiempos, una de las producciones más personales y cuidadas de De Laurentiis, fue totalmente incomprendida fuera de Italia (el New York Times directamente le dedicó un párrafo explicando que el cronista se había quedado dormido en el cine). En el obituario de Dino de Laurentiis publicado en el mismo diario la semana pasada, sin embargo, explicaron que en la actualidad son estas películas las que han resistido mejor el paso del tiempo.

Fuera como fuese, los subsidios estatales se iban acabando, y el mismo Bava, técnico esencial para el éxito del complejo rodaje del Ulises con Kirk Douglas y a cargo de Mario Camerini (1955), se burló de los excesos de De Laurentiis al ofrecerle más de 3 millones para Diabolik, una película que el padre del giallo filmó por un tercio de ese presupuesto. El extravagante productor era incapaz en el momento de ofrecerle ese dinero, de sospechar su inminente bancarrota.

Pronto, Dino perdió su Dinocittà, se mudó a Nueva York y en breve convertía a Al Pacino en Serpico (icono de los ‘70, serie de televisión incluida). Entre los hit & miss posteriores pueden mencionarse a Dune y Blue Velvet de Lynch, el King Kong ultraberreta y setentista –peor aún, luego vino King Kong Lives!– y también films de culto gloriosos como Evil Dead 2 Army of Darkness (El ejército de las tinieblas) de Sam Raimi, financiados justo en el clímax de la bancarrota de DEG Corporation (De Laurentiis Entertainment Group).

Las relaciones del productor con escritores como Thomas Harris (Manhunter, Red Dragon, Hannibal) o Stephen King (que incluso debutó como director a sus órdenes en la abismal Maximun Overdrive) fueron ases en la manga del ya para entonces flamante ciudadano estadounidense.

De Laurentiis renació una y otra vez de sus cenizas, y siguió con sus caprichos: cuando Kurt Russell le explicó que no podía aceptar el protagónico del thriller de Jonathan Mostow Sin rastro (Breakdown) debido a que ya venía de trabajar en dos producciones situadas en locaciones distantes de su hogar, Dino diseñó un sistema demente para trasladar cada día de rodaje al actor con su familia en helicóptero y jet privado, de casa al trabajo y del trabajo a casa.

Un hombre de producción no acepta un no. Salvo que Jonathan Demme se niegue a dirigir la secuela de El silencio de los inocentes. Al final, De Laurentiis aceptó la situación, con la siguiente declaración: “Si se muere el Papa, eligen otro Papa”.

Agostino de Laurentiis nació el 8 de agosto de 1919 en Torre Annunziata, norte de Nápoles. “En mi pueblo no había nada que hacer, salvo ir al cine y soñar con poder ser parte de ese mundo”, dijo. Hijo de un fabricante de pastas, Dino se convirtió en el vendedor regional de la empresa familiar, aprovechando sus viajes para ofrecerse en cualquier tipo de faena relacionada con el cine, desde extra hasta utilero. A los 22 produjo su primera película, L’amore canta. En 1949 se consagró como productor de Arroz amargo, y casi inmediatamente se divorció de su primera esposa para casarse con la protagonista del film, Silvana Mangano.

Si bien Dino nunca dejó de ocuparse de sus películas, el negocio familiar hace tiempo pasó a manos de su hija, Raffaella de Laurentiis.

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