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Domingo, 30 de marzo de 2003

GABE HUDSON: TRAS LA HUELLA DE KURT VONNEGUT Y TIM O’BRIEN.

Hola a las armas

Dos ex marines de la primera guerra del Golfo acaban de publicar sendos libros donde revelan con una calidad literaria asombrosa las miserias del riñón militar.

 Por Rodrigo Fresán

 

Hubo una época en que los escritores norteamericanos iban a la guerra para convertirse en soldados. A partir de Vietnam –la contienda más nutritivamente ficticia de todas– los soldados vuelven de la guerra para convertirse en escritores. De eso se hablaba unas semanas atrás en Radar/Libros. De eso y de que la novelística belicosa moderna del Gran País del Norte se apoya en dos grandes libros sobre la Segunda Guerra Mundial escritos con los modales alucinados de dos ficciones que ya apestan inequívocamente a napalm: Catch-22, de Joseph Heller y Matadero-5, de Kurt Vonnegut.
Gabe Hudson –un texano ex marine de puntería mortífera con su rifle– no combatió en la primera parte de la Guerra del Golfo. Se alistó a finales del ‘92 (“Pero recibí una especie de condecoración por ser parte del ejército en tiempos de guerra, lo que parece indicar que para los altos mandos el asunto no había terminado todavía”, ironiza), y acabó escribiendo un libro con varios cuentos y una nouvelle sobre los efectos residuales de lo que define como “la Primera Guerra Virtual”.
Estimado Señor Bush –próximo a ser editado en nuestro país por Emecé; en inglés se tituló Dear Mr. President y fue publicado por Knopf en agosto del 2002– es uno de los pocos libros de ficción que generó el capricho de Bush Sr. en 1991. El único otro libro que conozco sobre aquella guerra –que es esta guerra de estos días– es la novela The Aardvark is Ready for War, de James W. Blinn, otro ex marine (que en este caso sí fue y volvió de Irak) y es igualmente delirante y satírico y gracioso. No sé si son buenas o malas noticias, pero parece que ya no se puede escribir en serio sobre la guerra.
Los personajes de Hudson –quien debutó con fanfarrias triunfales en uno de esos números de The New Yorker dedicados a las jóvenes promesa– son veteranos enloquecidos por su pasado tan próximo, mutantes por efecto de armas bacteriológicas que deciden escribirle a su presidente para contarle las buenas nuevas, desesperados espectadores de las falacias de la CNN o náufragos en la arena de un búnker tomado por chimpancés. Algo así como una cruza entre el epifánico Las cosas que llevaban, de Tim O’Brien, con el entrópico CivilWarland in Bad Decline, de George Saunders, y el nihilista El club de la pelea, de Chuck Palahniuk.
Más allá de su innegable valor literario –la pirotecnia monologuística de Hudson por momentos recuerda al torrente verbal de otras ficciones veteranas como las de Barry Hannah, Lee K. Abbott y Thom Jones–, Estimado Sr. Bush estuvo rodeado por un interesante escándalo. A la hora del lanzamiento del libro, Hudson aseguró que había enviado un ejemplar a Bush Jr. y que éste le había respondido con membrete oficial y acusándolo de “apátrida” y “ridículo” y “nada más que mala prosa”. Luego, Hudson explicó en una entrevista que su site, misteriosamente o no tanto, no dejaba de caerse de la red y que en las presentaciones de su libro aparecían, al fondo y a la derecha, “en la sección de libros infantiles, unos tipos con aspecto de pertenecer al FBI”. A continuación el inevitable bombardeo publicitario y, sorpresa, comunicado de la oficina de prensa del destinatario en el despacho oval asegurando que nunca se recibió tal libro y, mucho menos, se envió carta alguna. Entonces Gabe Hudson confesó: no había recibido condena alguna de Bush Jr. –todas las citas de la misiva eran puro invento– y ni siquiera le había hecho llegar su libro. La excusa/coartada de Hudson en cuanto a que “no hice otra cosa que utilizar la misma técnica que aprendí del presidente al verlo una y otra vez comunicar información a la prensa sin verificarla” puede funcionar como maniobra satírica pero deja un sabor amargo en el paladar. Siguiente paso: Gabe Hudson organizó un concurso llamado “Escriba una carta al presidente” a través de la revista McSweeney’s dirigida por Dave Eggers, otro ficcionalizador de la realidad de cuidado. Y enseguida aparecieron noticias falsas en cuanto a que Hudson había muerto en un accidente deauto. Todo parece indicar que Hudson es un tipo que se divierte mucho. “Hi Ho”, diría Vonnegut y si hay algo verdaderamente extraño en este asunto es que a ningún genio del marketing de Knopf se le haya ocurrido, de verdad, enviar un ejemplar del libro a la Casa Blanca por las dudas, para ver si ocurría algo.
Además de George W. Bush, Gabe Hudson –quien se encuentra trabajando en una novela sobre el tema de la inmigración en el tercer milenio– señala a su madre como lectora ideal pero “me he resignado al hecho de que jamás leerá lo que yo escribo; creo que está asustada de descubrir quién es realmente su hijo; y no puedo decir que la culpe por ello: mejor así”.
Queda preguntarse cuántos nuevos escritores norteamericanos están naciendo y combatiendo en las arenas de Basora mientras escribo estas palabras. Un humilde deseo: Que esta guerra dure menos que aquella otra y que produzca muchas más novelas. Después de todo, este Bush es tanto más divertido que aquel otro, y el sonido de un teclado de computadora a toda velocidad se parece tanto al tartamudeo de una ametralladora.

El general Schwarzkopf recuerda sus humildes inicios

POR GABE HUDSON

Creía que estaba muerto, pero en realidad acababa de nacer, de salir a la intensa luz a través de las poderosas paredes de la vagina de mamá. Yo fui uno de esos “niños azules” (1), lo que implica que tuve que pasarme mis dos primeros meses de vida metido en una incubadora. Mis padres venían cada día al hospital y me miraban con los rostros llenos de esperanza, y nos comunicábamos por turnos; yo agitaba los brazos y movía los deditos, y ellos me señalaban y sonreían. Yo les repetía que las cosas no podían seguir de aquella manera toda la vida, y que quería que me enterraran ya. Les repetía que no volvieran si no era con un coche fúnebre.
–A ver si nos movemos un poco –les decía.
Aquello era cuando tenía el corazón del tamaño de una pasa. Podrías haber cogido mi corazón y haberlo puesto en un paquete de pasas y nadie se habría dado cuenta. Podrías haber metido el paquete de pasas en la cartera de tu hijo, con el resto de comida, y nadie se habría dado cuenta. Y tu hijo podría haberle tirado mi corazón a una niña de la que estuviera enamorado y haberle sacado un ojo sin querer, de modo que la niña habría crecido y habría obtenido el cinturón negro de karate, y así en el mundo habría habido un poquito menos de amor de la cuenta porque por la noche, una mujer solitaria y tuerta, experta en karate, se habría dedicado a patrullar las calles; y nadie se habría dado cuenta.

(1) Así se denomina a los recién nacidos que presentan una enfermedad cardíaca congénita conocida como tetralogía de Fallot, cuya característica principal es la coloración azulada de la piel (cianosis).

Este cuento forma parte de Estimado Sr. Bush, la colección de siete relatos y una nouvelle publicado por Gabe Hudson.

 

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