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Domingo, 5 de diciembre de 2010

PERSONAJES > RACHEL WEISZ, BELLEZA E INTELIGENCIA: ¿DEMASIADO PARA HOLLYWOOD?

Vení, Rachel

 Por Mariano Kairuz

Su apellido, insiste, cansada de que todos en Hollywood lo digan mal, se pronuncia “vais”, como Vice. Es decir: como vicio.

Alguna vez pensó en ponerse Rachel Vyce a modo de nombre artístico, para no tener que seguir haciendo la aclaración. Pero reculó: hubiera sido, dice, muy de actriz porno.

Y si suena raro pensar en Rachel Weisz como un vicio, debería alcanzar con recordar lo adictos que nos habíamos vuelto a ella y lo mucho que la extrañamos en La Momia 3, cuando fue suplantada por María Bello en las botas de la aventurera Evelyn Carnahan, que tan bien había llenado en las dos películas anteriores. Que no se malinterprete: la bella Bello tiene millones de fans y no faltan razones para que así sea, pero algo –un balance entre arrojo y serenidad maternal, que Rachel transmitía con tanta naturalidad– se había perdido.

Si todavía Rachel Vyce sigue sonando un poco improbable, quizá se deba a que durante años su belleza –capturada en infinitas sesiones fotográficas para revistas de circulación planetaria– ha librado una tranquila batalla con su aura de intérprete de mujeres especialmente sensibles e inteligentes. Como si para Hollywood ambas cosas no pudieran ir juntas en el cine, Rachel está condenada a encarnar la inteligencia. Ya hace diez años, cuando tenía apenas 30, se quejaba: “Estoy aburrida de hacer chicas inteligentes. No me molestaría interpretar un par de chicas lindas y huecas”.

El punto más alto de esa batalla a la que la sometió el cine lo alcanzó en Agora, la película del español Alejandro Amenábar en la que interpreta a su protagonista absoluta, Hipatia, la filósofa de Alejandría que pudo –o no, no es mucho lo que se sabe de ella, como tampoco se sabe si sus facciones eran armónicas como las de Rachel– haber descubierto que la Tierra gira elípticamente alrededor del Sol, y que murió lapidada en parte por ser una mujer, pensante e influyente, en una sociedad patriarcal. Para la película, su consagración a la ciencia y el conocimiento la llevó a dejar de lado toda pasión amorosa y sexual. En la que acaso sea la escena más potente de Agora, Hipatia le entrega un pañuelo manchado con su sangre menstrual al alumno que le declaró públicamente su amor. Símbolo de su imperfecta humanidad, tan lejos de los dioses y los astros, o algo así, le dice. Pero hay un morbo ligeramente calentón en todo el asunto.

Mucho antes, al principio de su carrera, el primero que pensó en ella como una fuerza erótica fue justamente ese calentón profesional que es Bernardo Bertolucci, y le dio una breve participación en Belleza robada, la película que descubrió a Liv Tyler. (Atención a los onanistas que quieran ver un raro desnudo de la señorita Vicio: ésta es la película. Es muy buena y vale la pena verla entera, aunque varias escenas están disponibles en YouTube.) Enseguida, justo después, hace década y media, caía en su primera superproducción hollywoodense, un artefacto de aventuras olvidable y olvidado (Reacción en cadena, con Keanu Reeves) y empezaba a convertirse en la única cosa destellante (como la rubia platinada e inesperadamente peligrosa de Divinas criaturas) de una larga lista de películas nada memorables. Pronto se fue consolidando como la chica que pone la cuota de sensatez y sentimiento que falta en los otros personajes; para caso testigo, su pareja junto al inmaduro Hugh Grant de Un gran chico, adaptación de la novela de Nick Hornby y una de sus mejores películas. Ese karma de chica seria se habrá debido un poco a que nunca dejó de ser del todo una inglesa en Norteamérica, y ella lo fomentó a su manera, renegando de la industria, de la fama, de Los Angeles (en favor de la cosmopolita Nueva York), asegurando que su personaje favorito, de todos los que hizo, es Blanche DuBois, a quien interpretó con éxito el año pasado en el West End londinense. Y eso que en rigor no tiene un pelo de inglesa: nació en la isla pero es primera generación, hija de un inventor húngaro y una psicoanalista vienesa que llegaron a Gran Bretaña escapando del Holocausto.

Tras el Oscar por El jardinero fiel (otro destello en una película opaca) participó de experimentos nobles pero fallidos: aportando un (para ella) inusual golpe de excentricidad como la dañada princesita de The Brothers Bloom, o como la madre quebrada de Desde mi cielo, complicada adaptación de la novela de Alice Sebold. Para su pareja de muchos años, Darren Aronofsky, filmó su papel más extraño y arriesgado en ese mamarracho new age que fue The Fountain.

Pero ahora –que al parecer es chica Bond: su nuevo novio es Daniel Craig– la esperan varios personajes de alto perfil, y al menos dos famosos y polémicos: Jackie Onassis y Hedy Lamarr, la estrella que hizo uno de los primeros desnudos frontales del cine. Hay un morbo ligeramente (y no tan ligeramente) calentón en ambos asuntos, y en especial en el de hacer de la viuda de JFK. Suena prometedor. Capaz que es hora de ir reconsiderando lo de su apellido porno.

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