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Domingo, 26 de diciembre de 2010

MúSICA > WILLIE NILE SIGUE RODANDO

El tipo del eterno retorno

Empezó su carrera en 1980, y desde entonces viene resumiendo en su música la esencia del rock más clásico, que le hace guiños al vintage y siempre está al borde del clisé. Pero el genio de Willie Nile es precisamente eso: mantenerse en una línea tan honesta y creíble que, a pesar de estar al límite, nunca cae en el lugar común. Y cuando lo hace, nos devuelve a los diecisiete y a las ganas de cantar y acompañar sus estribillos perfectos con tres cervezas y un whisky y, por qué no, una cerveza más.

 Por Rodrigo Fresán

Hace unos meses, en un backstage de Nueva York, le pregunté a Graham Parker cómo era posible que, luego de tantos años, él no estuviese mucho más arriba de lo que ya estaba. El hombre sonrió, enarcó una ceja, y gruñó: “No comeback”. A lo que se refería Parker es a que nunca se había ido, que no había tenido accidente o adicción o bajón de calidad, que todos sus discos eran, por lo menos, buenísimos. Y que, por lo tanto, nunca disfrutó de ese arco dramático que tanto les gusta a la prensa y a los ejecutivos de discográfica a la hora de la arqueología-pop: el hallazgo de un extraviado, el nuevo ascenso de un ángel caído. Muchos pasaron por allí. Pero tampoco es que eso sea garantía de nada. Warren Zevon –que se cayó y se levantó varias veces– tuvo que morirse para triunfar en serio. Willie Nile –como Steve Forbert, otro genio más o menos escondido con quien Nile tiene tanto en común– no llegó a tanto. Pero apareció y desapareció varias veces y ahí sigue, lejos de los radares top, pero adorado por sus fans y, además, sacando álbumes siempre excelentes.

Y aquí viene otro: The Innocent Ones.

UNA GUITARRA Y si hay fotos que dicen más de mil palabras, entonces hay portadas de CD que dicen más que docenas de canciones. Es el caso de la de The Innocent Ones. Mírenla y casi óiganla. Y hay que ser muy ingenuamente inocente para salir así pasados los sesenta. O auténticamente curtido. Pose de guitarra invisible frente al espejo del baño (y la puerta cerrada con llave, claro).

El caso de Willie Nile (nacido Robert Anthony Noonan, en 1947, en Buffalo, N. Y.) combina, me parece, ambas polaridades. El candor y la experiencia. Madura juvenilia y un hombre con alias de río largo y famoso por sus fuentes y un navegante de esos que creen en el rock and roll como fuerza espiritual y modo de vida. Y de ahí esas posturas a lo largo de siete álbumes de estudio, tres en vivo, y un mini LP: chaqueta de cuero, colgado a una guitarra, suspendido en el punto más alto del salto, caminando por callejones nocturnos iluminado por la punta de un cigarrillo, etc. Modelo Vintage-Cliché. Y toda esa imaginería de lugares comunes trasladándose, también, a sus letras y música que combinan destellos de Bob Dylan, The Rolling Stones, Bruce Springsteen, Paul Westerberg, Keith Richards, The Clash, Buddy Holly, Ryan y Bryan Adams y ese coraje inequívocamente Willie Nile que le permite desgranar sin pudor ni escrúpulos versos como los de “One Guitar”. Primer single y segundo track de The Innocent Ones donde Nile se arriesga a cantar algo con lo que más de uno sería expulsado del escenario a golpe de rocas y tomates. Lean y escuchen y tiemblen: “Soy un soldado marchando en ningún ejército / No tengo pistola que disparar / Pero lo que tengo es una guitarra / Tengo esta guitarra”. Da un poco de vergüenza ajena, ¿no? Sobre todo si se lo recita sobre una melodía poppy. Pero no. Y ahí está el verdadero genio de Nile en ésta y en tantas de sus canciones dotadas de estribillos perfectos para acompañar con tres cervezas y un whisky y una cerveza más, ya que estamos. De pronto todo suena tan honesto y creíble e indiscutible y, sí, uno vuelve a sentirse –-volver a los diecisiete– como cuando se compró el primer disco de Willie Nile y escuchó, por primera vez, una gran canción llamada “Vagabond Moon”.

NO PUEDO QUEDARME EN CASA El primer disco de Willie Nile se tituló Willie Nile (1980) y al año siguiente fue Golden Down y todos estaban de acuerdo en que el hombre era el nombre a seguir. La etiqueta de “Nuevo Dylan”, por supuesto. Pero, también, aportando ingredientes propios para leyenda personal. Familia musical (su padre tocó el piano para Mr. Bojangles y Eddie Cantor) y ganas de vivir en eso y de eso en incursiones adolescentes a la Manhattan de los ’70 donde el histórico Folk City se fundía con el a punto de mito CBGB y una neumonía que lo deja tirado hasta que graba y debuta y todos lo quieren sumar a su fiestita. The Who lo invita a girar con ellos y The Rolling Stones, dicen, le plagian su “She’s So Cold”. Alguien lo define como “Un The Clash de un solo hombre” y problemas legales y a desaparecer de las disquerías para vivir a base de tocar en bares. Y volver a los lugares de siempre con Places I’ve Never Been en 1991. Y volver a esfumarse (la prehistoria de Nile fue reeditada no hace mucho como Willie Nile: The Arista Columbia Recordings 1980-1991, reuniendo en un doble CD sus tres primeros títulos) luego del hit europeo en maxisingle Hard Times In America. Y así hasta 1999 con el reconsagratorio Beautiful Wreck of the World (la canción/título es uno de sus característicos himnos-irish pub para que el público aúlle jarra en mano; a destacar también la puesta en marcha con la iracunda y desesperada “You Gotta Be a Buddha (In a Place Like This)” y la elegía para Jeff Buckley que es “On the Road to Calvary”) y donde le hacen buena compañía nombres del calibre de Richard Thompson, Loudon Wainwright III, Roger McGuinn, y miembros de The Roches. Y adiós de nuevo, que tengo unas cositas que hacer. Y el 2006 es el año del que para muchos es su obra maestra: Streets of New York donde –acompañado por su hermano de sangre y coescritor Frankie Lee y Jakob Dylan y buena parte de sus Wallflowers– se incluyen clásicos instantáneos como la autobiográfica y delicada “Back Home”, la melancólica y dolorosa “On Some Rainy Day”, la marchosa “The Day I Saw Bo Didley in Washington Square” y la explosiva “Cell Phones Ringing (In the Pockets of the Dead)”, dedicada a los muertos en los trenes de Madrid en el 2004 (Willie Nile es adorado en España) y vuelve a utilizar uno de sus recursos líricos favoritos: la enumeración dylaniana de freaks ajenos y de nombres propios à la “Desolation Row” rematando cada estrofa con uno de sus chorus certeros como, sí, su guitarra nos disparara a quemarropa la más pegadiza de las balas.

LOS INOCENTES Desde entonces –toquemos madera, festejable seguidilla– Willie Nile sigue entre nosotros. Sacó el imprescindible para conocerlo en acción CD/DVD Live From the Streets of New York (2008) y esa suerte de secuela que es House of a Thousand Guitars (2009). Y, ahora, los 39 minutos y once canciones de The Innocent Ones –¿habemus trilogía?– donde la receta es la misma porque el pastel sale siempre bien. Y no lo digo yo: lo dicen el ya mencionado Graham Parker, Ringo Starr, Bruce Springsteen (quien a cada rato lo invita a unirse a la E Street Band; Little Steven ha declarado que “Willie es tan bueno que no puedo creer que no sea de New Jersey”), Chrissie Hynde, Pete Townshend, Elvis Costello, Jim Jarmusch, Lucinda Williams, Lou Reed. Y, otra vez, lo mismo de siempre y qué suerte que así sea y a escuchar una y otra vez “Singin’ Bell” abriéndolo todo con guitarras en llamas, “Hear You Breathe” (pura y dura New Wave), “Song For You” (a sacar y encender los encendedores brazo en alto), la maliciosa y zumbona “Rich and Broken”, la muy Replacements “Sideways Beautiful”, y el cierre con la soleada “Far Green Hills” donde se promete que “Si los recuerdos fueran dinero me gastaría hasta el último penique pensando en ella”. Resumiendo todo el asunto, Nile afirma: “Es un disco con canciones sobre los golpeados, los sin esperanza, los fuera de la ley, los inocentes. Pero quería algo alegre y optimista. Quería disparar sobre el arco del Pesar y decirle ‘Ah, no. No tan rápido. Todavía no’. Es un mundo injusto, pero podemos hacer que sea mejor”. Y, sí, Nile vuelve a tropezar con el lugar común. Pero no sólo no cae en ellos sino que, además, los llena hasta los bordes a su manera y se aleja dando saltos, pegado a una guitarra, hasta el próximo retorno.

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