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Domingo, 16 de enero de 2011

TELEVISIóN > THE BIG C Y BREAKING BAD: EL CáNCER LLEGA A LA TV

El año del cangrejo

Hoy se estrena en Argentina The Big C, protagonizada por Laura Linney sobre una mujer con cáncer terminal, que sobrelleva la metástasis con un humor brutal y gran intensidad vital. La serie viene a sumarse a Breaking Bad, protagonizada por un hombre afectado de cáncer de pulmón que, ante la desesperación económica, se decide a dirigir un laboratorio de metaanfetaminas en un trailer. Y, de a poco, cada vez más series dejan de lado el tabú, se animan a nombrar a la enfermedad y ponen al cáncer en primer plano.

 Por Violeta Gorodischer

A esta altura, hablar de las metáforas como mecanismo de defensa ante ciertas enfermedades es casi un cliché. Eso sí: entender la dificultad (el miedo) de nombrarlas, no anula la vigencia de la práctica. Como si enfermarse fuera algo obsceno, de mal augurio. ¿De qué otra forma se explica el eufemismo inglés “The C word” para referirse al aterrador universo de los tumores? Por suerte, los años no pasan en vano: las mismas generaciones que crecieron a la sombra del tabú se animan a re-significarlo. Es que de pronto, y como quien no quiere la cosa, el cáncer irrumpió en el prime time de Estados Unidos. De pronto, varias series decidieron sacarlo del closet para acercarlo a los brazos de la cultura popular. No casualmente, el último grito de la temporada se llama The Big C (el título original era The C Word, pero el parecido con la popular The L World hizo que alguien cambiara de idea). ¿El argumento? Una comedia dramática sobre las vicisitudes de Cathy Jamison, una mujer que, en plena crisis de los 40, descubre que tiene un melanoma avanzado y cambia su vida en un ciento por ciento. Por otro lado, Breaking Bad cierra con éxito su tercer ciclo: cada capítulo hace foco en la odisea de Walter White, un taciturno profesor de química acorralado por un cáncer de pulmón, que decide fabricar cristales de meta-anfetamina para solventar a su familia. La escalada de decadencia moral es difícil de cuestionar dadas las circunstancias, sabrán entender. Entre una y otra serie, surgieron opinólogos a favor y en contra e incluso hubo nominaciones al Emmy y al Globo de Oro para ambas (hoy, sin ir más lejos, se decide si The Big C es la ganadora de este último premio). La cosa no empezó ayer. Más de una fémina sabe que en la recta final de Sex & The City, Samantha se enferma de cáncer de mama y hace quimioterapia (todo muy cuidadito, claro: las aplicaciones no se muestran, los zapatos de Manolo Blanik siguen presentes y su tragedia gira en torno a la pérdida del deseo sexual). También puede verse a una estudiante de arquitectura batallando contra un linfoma, durante la segunda temporada de In Treatment, con Gabriel Byrne. El relato no es fácil de digerir, pero ¿qué mejor que escucharlo en el cálido consultorio de un psicólogo? Y quién podría olvidar el surrealismo neo-futurista de los episodios de XFiles, en los que un mutante come-tumores descubre que Dana Scully es portadora de uno, develándonos la terrible intriga (de todas formas, la tecnología extraterrestre logra salvarla). Todos válidos como intentos de acercamiento al tema, sin duda. Aunque hasta ahora, ninguno había puesto el cáncer sobre el tapete con todo lo que hay que poner.

The Big C y Breaking Bad, en cambio, se sumergen en el asunto sin anestesia. El tabú se desplaza y el miedo ya no es la muerte, ni siquiera el doloroso proceso de la enfermedad. Lo que aterroriza a Cathy y a Walter es la idea de contarlo a sus familiares y romper la burbuja de una vez y para siempre. Lo que gira alrededor de sus historias es la tensión entre decir y no decir, y la fantasía, frecuente, de que si no hablamos de algo podemos quitarle existencia. Los médicos, las circunstancias y el propio avance de la trama los irán llevando a tomar la decisión del blanqueo (no hace falta aclarar que la revolución en las dinámicas familiares es el otro pilar que sostiene los guiones). En el medio, lo que se muestra es el cáncer y sus consecuencias a nivel individual. Es decir: la desinhibición absoluta ante la inminencia del fin. Al enterarse de que nada garantiza la cura dado el nivel del melanoma, por ejemplo, Cathy se resiste a los tratamientos y encara el proceso con su joven médico confidente. Su humor es tan certero como sombrío: “¿Sos virgen de muerte?”, le pregunta cuando el otro confiesa que es su primera vez. Así, la mojigata rubia estructurada (dicho sea de paso, aplausos para Laura Linney, la actriz de The Truman Show y Río Místico) comienza a actuar por impulso. A un lado el “deber ser”: un día echa al marido de su casa por verlo mear el jardín, después hace un pozo en el patio para construir una pileta, invade impunemente la vida de su hijo adolescente, se acuesta con el pintor de la escuela en la que da clases, prueba el éxtasis con él sin cuidarse ni siquiera de los vecinos... No hay más síntomas externos que una mancha en la piel, y luego un bultito de carne en la cola (descubierto por el pintor) como signo visible de la metástasis. Sin embargo, la puntería retórica con que Cathy aborda el tema llega a eso tan difícil de conseguir que hemos dado en llamar “verdad narrativa”. Tal vez tenga que ver el hecho de que, en el equipo de la serie, hay dos guionistas que sobrevivieron al cáncer y uno cuya esposa padece la enfermedad. Sólo quien haya pasado por eso puede comprender la íntima idea del castigo (“les pasa a todos los pacientes, pero la única respuesta cierta tiene que ver con los genes y el entorno”, explica el médico). Sólo alguien que sabe de qué se trata puede animarse a la incorrección política y reírse de las máximas del pensamiento positivo, de la búsqueda de salvación en terapias alternativas, de la urgencia por vivir desesperada, locamente, los últimos minutos del final countdown. Algo parecido le ocurre a Walter. Sólo que a diferencia de Cathy, él nos encara desde el vamos con un close up de su deterioro físico: mientras arma laboratorios ambulantes junto a un ex alumno y es perseguido por la DEA y los narcos de Nuevo México, lo vemos toser, vomitar sangre, desmayarse, quedarse pelado, bajar de peso, exhibir manchas en la piel. Todo eso que, se supone, debería padecerse desde las blancas camas de los hospitales. Vince Gilligan, autor de la serie, declaró en Vanity Fair que su idea no era contar la vida de un paciente terminal sino que imaginó a un personaje en una casa rodante, listo para enfrentarse a quien fuera. Quería volver realidad la imagen de un laboratorio de meta-anfetaminas, con el desierto y las montañas como telón de fondo. “Luego tuve que inventar una razón para que ese hombre tomara semejante riesgo”, explicó Gilligan. Lo importante era ver a Walter queriendo vivir mucho, tal vez demasiado, en un tiempo bastante corto. Eso que pasó y seguirá pasando, aun cuando la excelencia oncológica haga remitir el tumor y estire los capítulos. En el caso de Cathy, no vamos a adelantar nada más, ya que hoy se estrena la primera temporada en Argentina. Tal vez lo mejor sea detenernos en una frase, dicha por ella en el comienzo de esta historia, que resume su postura y lo que vendrá después: “Lo único que me alivia es saber que todos nos vamos a morir”.

Algo que, dentro o fuera de la pantalla, deberíamos empezar a tener en cuenta.

Desde hoy, The Big C se emite los domingos a las 21 por HBO. Breaking Bad se emite los martes a las 21 por AXN.

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