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Domingo, 13 de marzo de 2011

DANZA > EL REGRESO DE KRAPP

Bailaré hasta morir (y después también)

El desenfado y la contundencia de su debut en 2001 los convirtieron en una revelación y los llevaron de gira por Estados Unidos. En los años siguientes, consolidaron una estética que mezclaba climas y estilos, frenetismo y serenidad, y se ganaron un lugar propio dentro de la danza contemporánea argentina. Ahora, después de un tiempo en el que cada uno de sus integrantes trabajó por las suyas, Krapp vuelve a juntarse con su heterodoxia, curiosidad y audacia para subir la muerte, la danza y una embarazada al mismo escenario.

 Por Mercedes Halfon

Un espectador es convocado por un técnico para decir ante el micrófono de pie que está al borde del escenario unas palabras que se le dictan por auriculares. Titubea pero va. Escucha y dice: “Buenas noches, señoras y señores. Voy a hablar en primera persona. Yo también soy público. Público que habla a otro público”. Así arranca A donde van los muertos (lado b), la nueva y esperada creación del grupo de danza teatro Krapp, después de algunos años de ausencia y proyectos individuales. Como esas exitosas y agobiadas bandas de rock que se “toman un tiempo”, los Krapp, actores, bailarines, músicos, los heterogéneos e incomparables, hacía tiempo que estaban en uno de esos períodos. Luciana Acuña dirigió La bahía de San Francisco, Luis Biasotto hizo lo propio con Bajo, feo y de madera (una pieza olvidada), Edgardo Castro protagonizó el filme Castro de Alejo Moguillansky y así. Pero nadie creía que después del lugar en que se instalaron en la escena de la danza contemporánea a partir de Mendiolaza, pudieran dejar su trabajo conjunto. No sólo que no pudieron sino que no quisieron. Y volvieron con esta pieza que retoma allí donde lo habían dejado en Olympica, pero con algunos añitos más de experiencia y canas encima.

Cuando se les pregunta a los directores si consideran que se trata de una obra de danza, responden “Quizás”. Sucede que en ésta más que en ninguna de las piezas anteriores, desafían prácticamente todas las convenciones de su disciplina. Todo empieza con un espectador hablando a los espectadores, sigue con entrevistas en una pantalla gigante, luego ellos cinco se sientan alrededor de una mesa y hacen algo que parece un programa de radio de personas que no se escuchan entre sí. Luego vendrán dúos de danza y de música que parecen competencias de inutilidad, y por último, las coreografías en las que participan todos, los técnicos también. Coreografías que en realidad ni siquiera son verdaderas coreografías. Son algo así como juegos. La excusa para el movimiento del cuerpo en escena es esa: jugar de un modo apenas reglado, sin intenciones estéticas.

Y lo más raro de todo, tal vez el tema con el que debería haber empezado la nota, es que se trata de una obra sobre la muerte. Es lo que dice su título y lo que construyen sus desarticuladas escenas. Preguntas acerca de a dónde van las personas cuando parten de este mundo, qué sucede con su espíritu, su voz, su cuerpo, de qué manera imaginamos eso para nosotros. Pero a pesar de que el tema sea ese, el resultado no es una solemne reflexión sobre el valor de la vida, ni una trágica puesta en escena sobre el dolor de partir. Nada que ver. Krapp juega con los motivos y las preguntas más básicas del ser humano. Luciana Acuña explica: “En esta obra la reflexión sobre la danza nos lleva a un lugar de mucha inocencia, de mucha ingenuidad e incluso ignorancia. Elegimos pensar la danza con el mismo abismo que aparece cuando pensamos en la muerte. La búsqueda del lenguaje fue pensado para bailar como una persona que nunca experimentó en su cuerpo técnica de danza alguna. Toda la obra intenta de algún modo transmitir una sensación de fragilidad, de inocencia, de debilidad y mostrarnos sin recursos ante un hecho extremadamente extraño”. En este sentido uno de los elementos más desconcertantes de la obra es que de las siete personas que aparecen en escena –los cinco Krapp y los dos técnicos que participan activamente– hay sólo una chica y está embarazada. Cuentan que cuando empezaron a armar la obra la panza aún no se notaba, e incluso cuando hicieron las funciones de Work in Progress en el Festival B. A. Danza Contemporánea decidieron ocultarlo. Pero hoy, con cinco meses de embarazo, Luciana Acuña ya no puede disimular más. La incorporación de la variable panza en una obra de danza es sumamente inquietante. Si bien no hay movimientos bruscos –justo ellos, que se caracterizaron por un estilo de alto impacto en las coreografías– ver moverse a una embarazada, ser levantada en algunos pases, produce un cierto plus de atracción. Más aún cuando eso tan chiquito que crece se contrapone con la temática de la obra de un modo radical.

Uno de los momentos más hermosos de A donde van los muertos ocurre cuando dos de los bailarines-actores forman con sus cuerpos un caballo. Es un caballo muy de mentira que se desarma todo el tiempo, pero se deja cabalgar y se mueve con la gracia de los animales nobles. Jugar al caballo maltrecho en su simplicidad infantil deja en claro el espíritu de la obra. Ante la muerte, todos somos chicos.

A donde van los muertos (lado B)
En Espacio Callejón, Humahuaca 3759.
Miércoles a las 21.
Entradas: $ 45.

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