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Domingo, 20 de marzo de 2011

Lo que sé

 Por Charlie Sheen

En su monólogo, Jay Leno decía que yo me llamaba mí mismo La Máquina. Yo nunca me llamé así. Ese era un sobrenombre que me dieron mis amigos en los viejos tiempos, porque cuando ellos ya estaban listos para irse a casa o a la sala de emergencias, yo era siempre el último en pie, insistiendo en seguir con la fiesta.

La frase “pagar por sexo es en realidad pagarles por irse cuando ya terminaste” se la robé a Cary Grant. Creo en ella hasta cierto punto, pero también tiene que ver con evitarme la molestia de tener que salir con alguien, pasar el tiempo, pasar a buscar, llevar a casa, blablablá. Todas las mentiras y los engaños. Prometer que vas a llamar y no llamar.

En una época yo no creía que fuera como los demás. Me sentía único. Pero nunca me desperté en la cama de mi vecino. Nunca estrellé mi auto contra algún inocente. Nunca disparé mi arma en un shopping lleno de gente. No me arrestaron en la autopista con una pistola y heroína. No subí un arma de fuego a un avión. Heidi Fleiss no mandaba menores de edad a mi rancho. Seguro, cometí un montón excesos. Pero si se presta atención al corazón de lo que hice, a los cimientos de lo que estaba buscando, ¿quién carajo no lo hubiera hecho? Todos los tipos que me critican lo hubieran hecho, pero probablemente se hubieran muerto, porque no tienen la constitución con la que he sido maldecido. El mayor daño que hice me lo infligí a mí y a alguna gente que quedó atrapada en el maremoto. Lo más grave que hice fue mi sobredosis. Pero incluso entonces no me encerré con otros tres tipos que se dieron de más conmigo. No, uno se da su sobredosis solo.

Sobre aquella vez, cuando terminé en el hospital Los Robles... Me había aburrido de fumar y aspirar. Un amigo mío que es una especie de adicto a la jeringa, se había olvidado una en casa. Estaba cerrada y sin usar, y pensé en inyectarme algo de cocaína. Nunca lo había hecho antes y estaba solo. Cargué la jeringa y me di. Y no pasó nada. Pensé: esto es una mierda, y me di un poco más. Entonces me subió todo de golpe. Mis piernas se apagaron. Desaparecieron, no podía caminar. Traté de bajar las escaleras para tomar algo de vodka y tratar de bajar todo, pero no pude. Estaba aterrado. Pensé, OK, voy a ir. Finalmente conseguí dar unos pequeños pasos escaleras abajo, muy despacio. Me llevó 20 minutos, parecieron 20 días. Llamé a mi guardaespaldas y le dije: Tenemos que llamar al 911. En la ambulancia me dieron una gran inyección de algo para bajarme, y me quedé dormido. Ese fue el momento en que el paramédico llamó a la prensa y me vendió como un pedazo de pan.

Nunca dejé de funcionar sexualmente por las drogas, ése era mi problema. La cocaína era un afrodisíaco, no un factor de cancelación. Tenía algo de maldición. Todo el mundo me decía: ¿Qué querés decir, que te tomaste 8 gramos de coca y tuviste sexo toda la noche? Y yo contestaba: Sí, ¿qué? ¿vos no?

Sí, es cierto que estuve con cinco mujeres al mismo tiempo. Pero pasó una sola vez. Había terminado la noche y todos se habían ido. Quedábamos estas cinco chicas y yo, y yo dije, bueno, yo estoy dispuesto si ustedes quieren. Y ellas dijeron, sí, claro. Era un desafío. Estuve con una por vez, con las otras cuatro mirando. Era un poco incómodo, de hecho. Creo que les dije: ¿no pueden mirar para otro lado hasta que sea su turno? No lo recomiendo. No hay hombre suficiente para abarcar cinco juntas.

Marcaría el límite en dos. Pero incluso con dos, siempre hay alguien que se pone celoso. Incluso si es idea de ella, una siempre sale enojada. Algo pasa y te pasás el resto de la noche disculpándote por algo que ellas iniciaron. Muchas veces estás con tu novia estable y ella invita a una amiga, se toman un par de tragos y te dicen: Ey, ¿qué te parece? Antes de darte cuenta, ya estás adentro. Y entonces le prestás más atención a una o a la otra y hay problemas. Dos mujeres es una gran fantasía masculina que se ve mucho mejor en los papeles que en la realidad.

En una época me gustaba salir con rockeros porque aportaban algo diferente. Uno de mis mejores recuerdos es la vez en que Slash, de los Guns n’ Roses, me sentó en su casa y me dijo: “Tenés que rescatarte”. Sabés que fuiste demasiado lejos cuando es Slash el que te lo dice. Llevábamos cuatro días de fiesta, pero igual lo escuché porque una parte de mí estaba diciendo: Esto no es tan divertido como yo esperaba que lo fuera.

¿De dónde viene mi apetito de autodestrucción? De pasar mucho tiempo queriendo cosas que no podía tener, como mujeres, dinero y acceso. De los 10 a los 16 vi a otra gente satisfacer esos apetitos; y yo no quería acompañarlos en su viaje sino ser el dueño del auto.

El grupo con el que andaba -el Brat Pack, los amigos de mi hermano Emilio, los de El primer año del resto de nuestras vidas y El club de los cinco-, a todos les había ido ya bastante bien cuando yo todavía estaba yendo a audiciones y peleándola, y no estaba consiguiendo nada en verdad. Me cansé de que las chicas acudieran a mí para llegar a ellos. Quería ser aceptado, amado, respetado.

La fama te da una sensación de poder. Mi error fue creer que sabría instantáneamente cómo manejarla.

Cuando somos chicos no nos enseñan cómo lidiar con el éxito. Nos enseñan cómo lidiar con el fracaso: si no te va bien, probá de nuevo. Pero ¿y si te va bien de entrada?

Pasé de firmar contratos multimillonarios y cogerme Playmates a estar sin trabajo y cogiéndome a una prostituta mexicana con cinco meses de embarazo y cicatrices de una cesárea en un bar de Nogales. No voy a contar esa historia, pero cuando pasás de un extremo al otro tenés que hacer una pausa y preguntarte qué pasó en el medio.

Mi madre mantenía a la familia unida mientras viajábamos por el mundo viviendo en habitaciones de hotel y viendo cómo papá hacía películas. A él le doy crédito por mantener su matrimonio y a sus hijos intactos. Nos sacaba de la escuela, pero la escuela va y viene. La familia es para siempre.

¿Qué es una infancia normal? No éramos ricos, éramos bastante clase media. Mi padre sobrevivía de trabajo en trabajo, al hacerse cargo de tantos parientes, no podía ahorrar mucho. A veces nos mudábamos a una casa nueva por unos meses, sin muebles, solo bolsas de dormir. Pero ni siquiera eso me parecía anormal. Mis padres atravesaron una fase nudista, una vegetariana. Cosas que no te llaman la atención hasta que vas a la escuela y la valijita del almuerzo de los otros chicos están llenas de cosas con marcas, nada de mierda saludable. Pero siempre había gurúes de algún tipo, gente avanzada en algún tipo de religión o yoga o política. Siempre había gente interesante en casa.

Mi padre nunca nos ayudó a Emilio o a mí a conseguir trabajo y nosotros nunca se lo pedimos tampoco.

Yo me arreglé a mí mismo. Hay que decidir hacerlo, y no es tan complicado. Es encauzar el poder de tu mente.

Si gasto mucho, échenle la culpa al estudio. Sabían a quién le pagaban esa cifra. De todos modos, no me compré un avión.

Los estudios no te contratan, aunque vos te cogiste a las mismas putas que ellos y fuiste el que puso la cara. Sin embargo, te llevan a un costado en una fiesta y te dicen que sos su héroe por las cosas que hacés.

Mi padre me dio un consejo bastante malo: sé siempre honesto, y lo hice. Me pregunta por qué soy tan honesto con la prensa. Supongo que porque soy honesto en todo los otros lugares. La mayoría de mis cosas parecen mentiras, pero todas mis historias son verdaderas, y ése es el problema.

Ahora estoy bajo los efectos de una droga. Se llama Charlie Sheen. No está disponible para ustedes porque si la prueban se morirán.

Tengo magia y poesía en la punta de mis dedos, la mayoría del tiempo, y eso incluye las siestas.

Las declaraciones de Sheen están tomadas de las mejores y las más recientes entrevistas que dio a esa prensa con la que cultiva una honestidad brutal.

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