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Domingo, 18 de septiembre de 2011

DANZA > LA MUERTE SEGúN EL GRUPO KRAPP

La última cinta de Krapp

Hace más de diez años que son un éxito, los cinco siguen juntos y en cada puesta buscan algo nuevo. Como si fuera poco, entre obra y obra cada uno se dedica a otros proyectos y esas experiencias se suman en la siguiente reunión del grupo. Capaces de mezclar las disciplinas y herramientas más disímiles, de abordar con seriedad y humor al mismo tiempo sus temas, y de fusionarlo todo en un estilo único, el Grupo Krapp es una rara avis de los escenarios argentinos. Y ahora, en un díptico y con diez artistas contemporáneos como invitados, suben la muerte a escena.

 Por Ale Cosin

Que un grupo independiente, dedicado a la danza contemporánea, se mantenga unido durante diez años y siga estrenando con enorme éxito, es todo un logro. Pero que además no se repita a sí mismo hasta el hartazgo ni se duerma regocijado en los laureles, es algo digno de observar con cuidado.

Sobre la vieja e infructuosa discusión alrededor de qué es o no danza, el grupo Krapp no parece tener disquisición alguna. Simplemente hacen lo que les interesa hacer, de la manera en la que les gusta, tomándose el tiempo necesario y sin temor a probar diferentes caminos de creación, asumiendo y celebrando el riesgo. Hay al menos tres características que los definen desde sus inicios y los recortan sobre el paisaje de las artes escénicas actuales en la Argentina.

Una de estas marcas es la conformación híbrida del grupo –la misma desde sus comienzos: Luciana Acuña, psicóloga, bailarina; Luis Biasotto, actor, bailarín; Fernando Tur y Gabriel Almendros, actores, músicos; y Edgardo Castro, artista plástico, actor–, que les ha permitido ensayar alrededor de cada idea en equipo y tener un código propio fuera de los dictámenes de cada lenguaje en particular. Si bien el rol de Acuña y Biasotto es el de dirigir el material volcado en cada sesión, las puestas en escena tienen componentes palpables de cada integrante, al mismo tiempo que respetan a ultranza los aportes de los demás artistas colaboradores –iluminadores, escenógrafos, videastas, etc.

Por otro lado, suelen separarse al término de la temporada de cada obra y probar ejercicios individuales, o tener proyectos paralelos. Y vuelven renovados con la experiencia al grupo. Luis Biasotto ha realizado coreografías para puestas de Mauricio Kartun o Muscari, y montó sus propias obras (Octubre, Bajo, feo y de madera). Luciana Acuña actuó para Mariana Chaud, asesoró en el movimiento en escena a Javier Daulte y a Lola Arias; y creó también sus obras junto a Fabián Gandini y Alberto Ajaka (La Bahía de San Francisco, B). Fernando Tur se lanzó a dirigir 124 y a actuar en Corazón Idiota de Ana Frenkel y Carlos Casella. Gabriel Almendros se dedica exclusivamente a la música por fuera de Krapp, incluso en trabajos con artistas visuales de vanguardia. Y Edgardo Castro es hoy uno de los actores estrella de la exitosa Amar, de Alejandro Catalán. Todo este bagaje no lo olvidan pretendiendo empezar de cero junto al grupo, sino que es el engranaje de la maduración conjunta.

La hibridez garantiza, en este caso, la heterogeneidad; y es el empuje para que las influencias de mandatos o estéticas de moda se desdibujen, se deformen.

Otra característica importante que destaca la trayectoria Krapp es que antes de cada obra sacan al ruedo un trabajo en proceso o una prueba redondeada; la foguean frente al público y aprovechan la devolución para terminar de darle forma. Además les sirve como estrategia de difusión, casi como un trailer en vivo.

En cuanto a la estética, su estilo, han pasado desde una fisicalidad furiosa, anárquica en relación a las técnicas de danza y a la búsqueda de la belleza hasta un cuestionamiento severo acerca de la función del movimiento en escena. Lo que no ha variado es su construcción dramática a partir de la danza, es decir, a partir de la abstracción o, mejor aún: de estructuras narrativas a-lógicas. Siempre se reconoce en su dramaturgia elementos narrativos y anecdóticos, personajes, estados de ánimo contradictorios, situaciones de quiebre, una historicidad muchas veces autobiográfica. Pero, huelgan las continuidades, las conexiones temporo-espaciales, los desarrollos psicológicos y las explicaciones lineales. Sin embargo, se encargan de tener una comunicación fluida con el público logrando que tanto sus seguidores como quienes se acercan por primera vez salgan motivados. Tal vez porque en cada trabajo despliegan diferentes capas de discurso, con humor, con ironía, sin superficialidad, con contingencia cultural.

Hace poco estrenaron Adonde van los muertos (Lado A) en el Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino (Tacec), una suerte de “precuela” de Adonde van los muertos (Lado B), obra del año pasado que están por reestrenar en el FIBA.

Estas últimas creaciones son quizá las que más han puesto a prueba a sus fans, puesto que prácticamente no hay despliegue dancístico. Existen elementos coreográficos, incluso secuencias con mucho ritmo. Pero no hay nada que recuerde a sus ultraexitosas Mendiolaza u Olympica. Sin embargo, para sus antiguos espectadores es ver plasmado la maduración del grupo. Y para quienes recién los conocen, Adonde van los muertos en sus dos versiones es un trabajo que creativamente da cuenta de los nuevos lenguajes escénicos, especie de retícula que une el teatro, la danza, el cine, la música.

Adonde van los muertos es tal vez una gran obra épica posmoderna, que quedó encallada conscientemente en la imposibilidad de abarcar de manera unívoca el tema de la muerte. Sobre esta imposibilidad y sobre la variedad de lecturas acerca del tema, se desarrollan las dos versiones.

En la primera cronológicamente hablando, Lado B, los autores se concentraron en sus propias dudas entre metafísicas y físicas: ¿qué es la muerte?, ¿cómo podemos hablar nosotros de ella?; y eso dio lugar a escenas de prueba, escenas en las que el valor está puesto en la paradoja. Es sensible y es profundamente crítica; es demencial y minimalista. La puesta recurre a elementos narrativos complementarios como el video y la música en vivo; y también introduce en el mismo espacio a todos los realizadores, desde los integrantes del grupo a los del equipo artístico: iluminador, sonidista y videasta. Asimismo, parte del público es invitado a escena.

Para Lado A, recurrieron a diez artistas contemporáneos entre coreógrafos, dramaturgos y cineastas para preguntarles “¿Cómo representaría usted la muerte en escena?” (los consultados son Lola Arias, François Chaignaud, Fabiana Capriotti, Fabián Gandini, Stefan Kaegi, Federico León, Mariano Llinás, Mariano Pensotti, Rafael Spregelburd y Diana Szeinblum). Con sus respuestas, presentadas en video durante el desarrollo del montaje –usan un tamaño natural muy efectista–, ensayaron diferentes interpretaciones siendo más fieles a sí mismos que a los encuestados. El resultado es una serie desopilante de escenas e imágenes emotivas en las que los cinco integrantes exponen el cuerpo y la voz, y echan mano a recursos tan heterogéneos como los antiguos grabadores de periodista –para hacer oír una respiración que se apaga o para darle presencia a los últimos textos del Quijote–; o también múltiples cámaras de circuito cerrado en un vertiginoso videoclip en vivo, al estilo dark wave de los ‘80.

Ambas versiones están unidas por un humor inclasificable, pero que podría describirse con una contradicción: ridiculez muy seria. Ponen de cabeza un asunto tremendo y lo sacuden, todo con absoluta seriedad. Pero no son payasos: es la percepción del espectador la que, intentando ordenar lo que tiene enfrente, descubre la falla. Así, por ejemplo, en Lado B un robot media entre el grupo y la madre de uno de ellos, fallecida tiempo atrás, casi como un modo de terapia paranormal. O en Lado A, un “elefante” bailarín explicará por qué no pudieron llevar a cabo una propuesta, a pesar de que les encantaba. Nada de esto es nuevo, ya en Mendiolaza unas lisiadas bailaban con sus arneses, y en Olympica se hablaba de la vejez paupérrima de los deportistas.

Krapp tiene el poder de convertir algo muy ridículo en algo serio. Y viceversa.


Adonde van los muertos (Lado B), desde el domingo 18 de septiembre, todos los domingos de octubre y noviembre a las 20.30, Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Para el FIBA, en la misma sala, el martes 27 de septiembre a las 14.00 y a las 21.00.

Adonde van los muertos (Lado A) desde el sábado 1º de octubre, todos los sábados de octubre y noviembre a las 20.30, en La Carpintería (Jean Jaurès 858).

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