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Domingo, 23 de octubre de 2011

MúSICA > FEDERICO GHAZAROSSIAN, DE LOS VISITANTES A ACORAZADO POTEMKIN

En aguas profundas

Comenzó a tocar en la escena del under de los años ’80, con una de las bandas clásicas de esa era: Don Cornelio y La Zona. Después de pasar por Los Visitantes y Me Darás Mil Hijos, el bajista Federico Ghazarossian colgó su instrumento y se dedicó a tocar el contrabajo en orquestas de tango, decepcionado con el rock. Pero ahora volvió a la electricidad y a la escena con su trío Acorazado Potemkin, que gracias a shows asombrosos y un excelente primer disco, Mugre, es uno de los grandes nombres del potente under porteño ’00.

 Por Juan Andrade

Venía de tocar el bajo eléctrico con bandas emblemáticas como Don Cornelio y La Zona y Los Visitantes, pero en uno de esos momentos que se suelen definir como “bisagra”, Federico Ghazarossian mandó el instrumento que le había dado notoriedad directo al estuche. Y ahí lo dejó, durmiendo una larga siesta de la que recién despertó con el desembarco de Acorazado Potemkin. “Lo tenía colgado desde hacía ocho años. Me invitaban a tocar y siempre esquivaba el tema”. Lo que hizo entonces fue cambiar las cuatro cuerdas conocidas por las exigencias propias del hermano mayor de la familia, el contrabajo. “Cuando terminaron los ’90, quedé medio quemado con Los Visitantes, peleado con el rock. Y me encerré a estudiar el contrabajo.” No sólo repasaba una y otra vez las grabaciones de los contrabajistas de las orquestas de tango, jazz y música clásica. “Durante el ’99 y el 2000, fui todos los viernes a escuchar a la Sinfónica Nacional. Y también iba a ver tango en vivo.”

¿Y para qué sirvió todo ese aprendizaje?

–Entre 2008 y 2009, hice más de 80 shows con una orquesta en el Piazzolla Tango, haciendo reemplazos. Y fue como jugar en la Primera A. Me tiraron las partituras y me encerré a estudiar. El primer día fue un parto: no paraba de transpirar. Cuando enganché la onda, había momentos que me sentía en la gloria. Los tipos no ensayan. El director dice un-dó-tré-cuá y hay que salir. Había tres o cuatro parejas de baile, un cantante masculino y otra femenina. Un lugar para 120 personas, lleno. Cena-show para turistas, con la entrada a 100 dólares. Y eran 25 temas al hilo. Terminás uno, tirás la partitura y empezás el otro. No parás.

Un error debe costar caro.

–No, los tangueros te rompen las bolas en la entrada y en la salida. En el medio podés hacer cualquiera. Pero si entraste mal, al final te llama el director: “M’hijo, venga para acá. ¿Qué le pasó en la entrada de ‘Nostalgia’?”.

Federico alcanzó la mayoría de edad tocando en Don Cornelio y la Zona, en el under de los ’80, un período a menudo mitificado que en su memoria aparece como una aventura sin fin. “Con la vuelta de la democracia apareció gente que movilizó las cosas. Y si ibas para Palermo te encontrabas a Luca Prodan en el Zero Bar. Fui a muchos shows de Sumo, ahí o a la Esquina del Sol. Era una apertura a todo lo nuevo: con muy poco se hacía mucho. Las bandas como Don Cornelio salíamos a tocar con cualquier equipo, y por ahí antes subía alguien a hacer un numerito de teatro atrevido.”

¿Cómo viviste los ’90, en comparación?

–En los ’90 la cosa se puso menos idealista. Además, después de los primeros años, estaba como en otro lado, con mis mambos. Trabajaba de otra cosa, diez horas por día. Y estaba en medio de una vorágine. Tomé la decisión de no trabajar más con horario fijo en el ’99, para dedicarme a la música. Y un año después, dejé la cocaína. Andaba como con una muda de ropa. Y estudiaba contrabajo todo el día.

El instrumento también funcionó como nexo entre dos etapas de su carrera. En un ciclo de Los Visitantes en La Boca, los fundadores de Me Darás Mil Hijos lo escucharon tocar el contrabajo en seis temas y lo invitaron a sumarse a una formación todavía en pañales. Hoy la banda sigue en actividad, pero con algunos cambios. “Llegamos a ser doce o trece en vivo, ensayar era un quilombo. Ahora volvimos a los orígenes, al quinteto de sonido guitarrero. Mil Hijos era una banda que iba camino de la separación. Llegar hasta donde llegamos nos costó un montón.”

Si existiera algo similar a la ley de la gravedad rockera, entonces podríamos decir que esa fuerza inevitable atrajo a Ghazarossian nuevamente hacia el bajo eléctrico. Pero los hechos suelen ser menos metafóricos que azarosos: hace dos años y medio, Juan Pablo Fernández se estaba recuperando de un accidente en la mano. Por entonces el cantante y guitarrista, hermano del líder de Me Darás Mil Hijos, era un flamante ex Pequeña Orquesta Reincidentes. Ghazarossian lo encontró en ese estado y le propuso: “Juntémonos, así por lo menos calentamos los dedos”. A los dos o tres meses ya contaban con material suficiente como para ponerse manos a la obra. Sumaron como baterista a Luciano Esaín, de Valle de Muñecas y Motorama. “Cuando vino Luciano, no me daban los dedos para el contrabajo. Un día llevé el bajo eléctrico de casualidad y empezamos a tocar. Fue a partir de ahí que volví a usarlo”, recuerda. Ese fue el origen del trío que, una vez que estuvo listo para zarpar, fue bautizado en honor al clásico de Eisenstein. Acorazado Potemkin se inscribe de algún modo en esa línea difusa pero persistente de triángulos musicales inspirados e inspiradores, que alumbraron la escena subterránea más o menos reciente desde los ángulos más diversos, de San Martín Vampire a Flopa Manza Minimal, pasando por Entre Ríos. Tres músicos con experiencia, capacidad y personalidad como para generar un cuerpo de canciones que rompan moldes y abran huellas.

“De la mezcla salen cosas buenas. Hay gente que dice que Juan tiene un estilo tanguero. Yo meto unas escalas que también pueden sonar tangueras. Luciano toca con una onda medio rockabilly. Lo que hacemos está cerca del rock, pero también tiene una impronta punk. Las letras de Juan cuentan unas historias... nos sorprendíamos mientras las grabábamos.” Un ejemplo: ese mix de marchita militar e himno religioso titulado “Los muertos”, que reza: “Todos tienen algo que envidiarle a los muertos/ No trabajan, no se cansan, no les duele más la panza/ No se olvidan, ni lastiman, y no tienen que ordenar”.

Mugre, el disco, condensa, sintetiza y destila el torrente energético que Acorazado Potemkin suele desplegar en sus recitales. “Tocamos bastante en vivo, y eso fue buenísimo. En el primer disco de Los Visitantes, Salud universal, la mayoría de los temas tenían dos años de sonar en bares de mala muerte y salas de ensayo. Cuando lo grabamos, la banda tenía un groove tremendo. Acá pasa lo mismo”.

¿Qué tienen los graves para vos?

–Para mí son la sangre, el motor de la vida. Es lo interno, lo que no se ve, lo que te impulsa, lo que te mueve. Por eso en las bandas no se reconoce a los bajistas. Porque están atrás. La base es irreconocible. Todo el mundo conoce al cantante o al guitarrista: a la mayoría le gusta la melodía. Pero la selección del ’86 también ganó el Mundial de México por tener un buen equipo. Maradona era un genio, pero había una ecuación y una conciencia colectiva para que la cosa funcionara bien: dependía de todos, no sólo de él. Con una banda es lo mismo: podés tener a un buen 10 o a un buen arquero, pero el resultado siempre depende del equipo.


El viernes 28 de octubre en el Zaguán Sur, Moreno 2320, junto a Crema del Cielo y Manifiesto. El disco Mugre se puede descargar gratis en www.acorazadopotemkin.com.ar

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Imagen: Nora Lezano
 
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