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Domingo, 30 de octubre de 2011

Harrison Four

Noviembre viene beatle: el 7 y 8 en el Luna Park, Ringo Starr toca por primera vez en la Argentina; y como el 29 se cumplen 10 años de la muerte de George Harrison, ya empieza a circular Living in the Material World, el increíble documental de tres horas y media que Martin Scorsese hizo sobre él, con testimonios de amigos, mujeres y gurúes, declaraciones inesperadas de aquel triángulo amoroso con Patti Boyd y Eric Clapton, y un material de archivo que el mismo Harrison recopiló a lo largo de su vida.

 Por Sergio Marchi

Desde el afiche de promoción se podía adivinar que el enfoque que Martin Scorsese le iba a aplicar a su documental sobre George Harrison no iba a ser convencional: un George con rostro de 1965 emergiendo sobre un mar azul. Se nota que es un fotomontaje, una construcción, pero también es toda una señal que provoca desconcierto. ¿Es un hombre que, efectivamente, emerge? ¿Es alguien que logra mantenerse a flote en un mar de contradicciones? ¿O es un hombre que espera ser devorado por las aguas? Por lo pronto, es un George de veintidós, con cara de beatle, que en tan acuático entorno pierde el aura beatlesca y legendaria. Es un joven más, que serenamente acepta el fluir de la vida dentro y fuera de él. Lo que lo hace absolutamente diferente.

Living in the Material World es el nombre del excelente documental de Martin Scorsese, que fue estrenado por la señal HBO en los primeros días de octubre durante dos noches consecutivas: se trata de un especial para televisión de tres horas y media. Pero también es el título del segundo álbum de estudio de George Harrison, editado en 1973, y quizás el que mejor expresa la propia contradicción del personaje: un hombre espiritual atrapado en el mundo de la materia, sin ser inmune a ella. Tal vez por haber logrado reflejar eso, el documental de Scorsese sea magnífico, aunque no parece haber sido diseñado para la cómoda y musical narración de una historia de vida. Living in the Material World busca la honestidad brutal sin redondear las puntas siquiera desde su propia estética: la música no se funde graciosamente en otro sonido, sino que en ocasiones las canciones parecen haber sido sometidas a una mutilación, mientras que las imágenes se cortan abruptamente. Eso no deja de generar un efecto disruptivo, como un ligero toque de incomodidad para mantener los sentidos alerta.

Más que por la historia, aunque la cuenta cronológicamente, Scorsese parece fascinado por el personaje que George representa: un ser extraño, un irreverente rey de pelo largo que podría arrojar su corona cualquier día a la laguna de su inmensa mansión de Friar Park y armar una fiesta para celebrarlo. Es otro director de cine el que desde el arranque descifra la misma clave: Terry Gilliam, uno de los componentes del grupo de comedia Monty Python, de quienes George fue fan, amigo y financista: “Ese es George, con cáncer, sabiendo que su vida es muy limitada, que va y se compra una casa en Suiza para evitar pagarle al fisco. ¡Y ése es el hombre que escribió la canción ‘Taxman’! Aun en la hora final, él estaba determinado a cagar al recaudador de impuestos. Ese es George: gracia y humor, y una rara mezcla de enojo y amargura ante ciertas cosas de la vida”. Terry Gilliam lo define muerto de risa ante la ironía del asunto; la cámara corta, y pasa a un circunspecto Ray Cooper, un percusionista muy amigo de George y famoso a nivel mundial, que siempre es un cascabel de alegría sobre el escenario. No aquí, confesando ante la lente que le es muy difícil poder hablar acerca de Harrison. “Todavía es muy doloroso”, afirma sin levantar la cabeza y apagando un sollozo con una profunda respiración.

Ambos testimonios son apenas la punta de un iceberg capaz de destruir veinte Titanic en formación; sin exagerar, Martin Scorsese se proveyó del armamento más pesado para contar una historia ciertamente compleja con una dificultad extra: que ha sido contada millones de veces. Consciente de ese punto, el director elige un camino nuevo, como si le pareciera mejor horadar una montaña que seguir el camino principal o aventurarse por el atajo que transitan las mulas. En ese sentido, Scorsese acierta, porque logra que una historia tan transitada desde diferentes ópticas parezca nueva, siendo al mismo tiempo fiel a lo que esa historia fue en verdad. Scorsese busca destilar al Harrison más auténtico que pueda lograr, cosa que según la viuda de George, Olivia Arias Harrison (un personaje oculto y, hasta este trabajo, poco exprimido), alcanza con excelencia. Living in the Material World no es la historia del George beatle, ni la del hombre místico o el ser humano huraño y contradictorio. No; es todas esas historias y una más: la de un amigo que se fue y al que todos extrañan de distintas maneras pero con idéntico y profundo sentimiento. Ese es el sentimiento que parece permanecer en todos.

UN PIBE GALLITO

Un documental sobre una estrella de rock puede convertirse con suma facilidad en una trampa perfecta en forma de biopic escandalosa. También podría correr la mala suerte de convertirse en una historia novelada con Sarmiento cortándose los pelos de la nariz, o San Martín desahogando su esfínter en la cordillera de los Andes: la búsqueda de la humanización de un mito lleva a esas distorsiones. George Harrison se salva de un tratamiento semejante no sólo por Scorsese (que elige estacionarse en el formato documental), sino porque el propio George, ese hombre tan elusivo y firme cancerbero de su privacidad, eligió documentar toda su vida desde temprana edad. Como si hubiera querido tener control de su propia Anthology, aun antes de que The Beatles concluyeran su ciclo vital. Las filmadoras eran un chiche tecnológico de la época como hoy lo es una tableta digital, y George siempre fue una persona muy ordenada que guardó todo, tal como una vez le dijo a un policía: “Guardo las medias en el cajón de las medias y las drogas en el cajón de las drogas”. Ouizás hasta haya intuido que Olivia iba a darle un buen destino a todo eso. Y ella tuvo confianza ciega en Scorsese y por eso habló como nunca antes, determinada a revelar aun aspectos que no favorecerían al mito (sugiere algunas infidelidades), pero que le harían justicia a su humanidad. Scorsese contó con ese tesoro como materia prima y después la elaboró con mano maestra, agregándole su propia investigación. Y todo eso sin golpear bajo el cinturón.

Living in the Material World no deja de ser una biografía formal y cronológica, pero evita repetir relatos anteriores desde lo visual y, sobre todo, desde lo narrativo. “Era un pibe gallito, con un gran corte de pelo”, arranca Paul McCartney. “George era muy blanco y negro”, completa Ringo Starr subrayando la naturaleza amorosa de George, sin olvidar su estado de permanente fastidio. Ninguno de estos dos entrevistados, que evidentemente son de máxima importancia y que han sido interrogados muchas veces, ni tampoco los demás (una larga lista que va desde el amigo krishna de George, Mukunda, hasta Jackie Stewart, el corredor de Fórmula 1) parecen tener el casete puesto, lo que es un mérito para el equipo: todos parecen hacer un esfuerzo en la evocación de las características de George que más lo hayan impactado. Por ejemplo; en un acto de honestidad histórica, Paul McCartney reconoce el aporte de George a una canción suya: si bien McCartney llevó el tema terminado, es ese riff de Harrison el que le da vida a “And I love her”. “Si te ponés a pensar –dice Paul–, eso es el tema. Lo hizo en el estudio, porque sabía los acordes y entendió que hacía falta un riff. Yo no lo escribí.” Es probable que de estar vivo George repitiera las palabras que dijo cuando leyó unas declaraciones de Paul durante los ’80, en las que manifestaba su deseo de componer con él: “Se acordó tarde”. “And I love her” es una de las tantas canciones de Lennon-McCartney que se vieron beneficiadas por el talento de George, sin que éste recibiera el crédito correspondiente.

Hay testimonios muy interesantes, como el de Klaus Voorman, el estudiante alemán que “los descubre” en Hamburgo en 1960, quien se transformó en un amigo de George de toda la vida y que provee claridad y detalle. Es él quien da paso a uno de los grandes momentos del documental, que son las imágenes de la gira “Dark Horse”, que George emprende en 1974 y que contrastan con la soltura con que presidió el monumental Concert for Bangladesh sólo tres años atrás. Voorman es quien habla del consumo de cocaína por parte de George, que aparece sumamente agitado sobre el escenario, portando un jardinero de jean sobre una remera amarilla acompañado por una ronquera que intenta superar con un mejunje recomendado, entre otros, por Eric Clapton. “George era una persona muy extrema –diagnostica Voorman–, tanto en el consumo de cocaína como en el propósito de su meditación.” Vale aclarar que el exceso tóxico de Harrison sólo se produjo en algunos momentos de su carrera como solista, y en situaciones puntuales en las que se veía sobrepasado por el stress. Ringo Starr es quien recuerda haber estado encerrado con el resto de The Beatles en un baño de hotel. “Estábamos en el Plaza de New York, teníamos un piso entero para nosotros y nos encerramos en el baño para charlar un poco y escapar de la increíble presión a nuestro alrededor.”

Existen dos personajes que se salen del marco por mera presencia: el Maharishi Mahesh Yogi, rescatado del archivo, y Phil Spector, poco antes de ser puesto tras los barrotes de la prisión tras el asesinato de una mujer en su mansión. El Maharishi no sólo tiene el pelo más largo que cualquier beatle o estrella de rock del momento, sino que su voz parece la de un personaje menor de Star Wars, y su risa es francamente desconcertante, como si hubiera fumado helio. Phil Spector, en cambio, luce severamente medicado y con una peluca de tonalidad casi naranja se asemeja a un personaje fronterizo. Sin embargo, prueba tener una memoria absolutamente fotográfica y cuenta con nitidez y precisión el estado del campamento beatle en los momentos finales, y el despegue de George como artista. “El vivía a través de su espiritualidad y uno lo sabía –precisa Spector–; te sentías espiritual de solo estar a su lado. Hasta hacía que te gustaran esos krishnas, que por momentos podían ser tu más grande dolor de cabeza, corriendo por ahí con sus túnicas, sus cabezas afeitadas, con la cara toda blanca, apareciendo de la nada por el estudio, como si brillaran (...) George tenía, literalmente, cientos de canciones; era interminable. Y cada una era mejor que la otra. El tenía toda esta emoción ya construida cuando me mostró estas canciones, que creo que no se las había enseñado a nadie, salvo a Patti.” Ese material se transformó en el triple All things must pass, la obra maestra que lo definió como solista.

El cambio de década que convierte a los ‘60 en los ‘70 es de inmensa importancia en la vida de George Harrison, más allá de lo musical, porque su matrimonio es puesto a prueba por las circunstancias. Scorsese reconoce, quizá desde el comienzo, que el triángulo amoroso entre George, su esposa Patti Boyd y su amigo Eric Clapton podría constituir la trama de un film en sí mismo, y que por su intensidad hasta podría devorarse el documental. El director aborda el drama con mano firme y deja que cada uno de los involucrados haga su descargo, pero lo acota para que no desborde. La franqueza de Clapton es demoledora, así como los pormenores que provee Patti Boyd parecen muy controlados, ya que provienen de la lectura de su propio libro Wonderful tonight, intercalada con una de las más bellas canciones de su primer marido: “Isn’t it a pity?”. Más adelante, el propio George abordará el tema en una conferencia de prensa, restándole importancia al asunto. “Prefiero que esté con un amigo antes que con un vagabundo”, comentó pragmáticamente. “George se comportó como una suerte de caballero”, concluye Clapton en el sentido medieval del término.

BEATLE YOGA ELVIS

La acumulación de imágenes que Martin Scorsese y su equipo hicieron a lo largo de los cinco años que llevó la realización de Living in the Material World permite que el documental supere con holgura el desafío de explicar, una vez más, un hecho ineludible: la beatlemanía. Podría haber minimizado el hecho de que George Harrison fue uno de los miembros del grupo más popular de todos los tiempos, y dedicarse a la búsqueda del hombre espiritual, pero Scorsese es un verdadero fan de la música y pone ese conocimiento al servicio de la historia. Los estudiosos se verán gratamente sorprendidos por un buen número de imágenes jamás vistas, e incluso por el rescate de fragmentos no utilizados en Anthology. Algunos de ellos logran un objetivo encubierto: mostrar la fragilidad que rodeaba a The Beatles. Se ve claramente lo inestable de los escenarios, la potencia devastadora de las fans, y la debilidad de la seguridad que no logra impedir que algunos fanáticos masculinos se suban al escenario, sin malas intenciones, pero tal y cual demostrará la historia con el asesinato de John Lennon en 1980, con potencialidad de causar daño.

A George se lo ve emerger en el mar de la creación con una hosca canción de amor titulada “Don’t bother me”, que figuró en With The Beatles, segundo LP del cuarteto. Explicará que sólo es un intento y creará mejores con el tiempo, pero sorprende su propio testimonio acerca de la influencia de la música hindú, que lo lleva a recuperar su propio lugar como músico pop. En verdad, se trata de una concatenación de acontecimientos que comienza con la ingesta de LSD –el relato de Harrison tomado de un archivo de televisión es hilarante–, que lo conduce a sospechar que hay algo más que la realidad tal cual la percibimos (un pensamiento de la época muy en boga por Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley), y su deseo de profundizar en todo lo religioso. Pero en la búsqueda descubre, orientado por Ravi Shankar, que tiene que seguir un camino musical con raíz. Y que la suya está en “Heartbreak hotel”, de Elvis Presley, y no en la música hindú, dándose cuenta además de que jamás alcanzará en ese terreno la excelencia que sí podía lograr en el terreno de la música pop. De eso se desprende la explicación de la evolución del sonido de la guitarra de Harrison.

Living in the Material World puede tener fallas, como el darle excesivo tiempo a la relación de George con la industria cinematográfica (una desviación profesional, si se quiere) o la casi completa supresión de su carrera discográfica como solista, salvo en el tramo de los Travelling Wilburys, donde Tom Petty cuenta cómo Harrison le enseñó a tocar el ukelele. Hay terrenos que el documental no explora o elige omitir, y algunos que decide no explotar a fondo. Pero toda narración se basa en ese tipo de decisiones. Tres horas y media de documental podrán ser excesivas para un espectador que desee datos duros o drama y acción. No es ése el trabajo de Scorsese. Pero para los amantes del rock en general, y sobre todo para los beatlemaníacos, será una delicia. Quizás el mejor logro de Living in the Material World sea el milagro de un nuevo George que aparece en las aguas de su contradictorio mar. Es un beatle para nada silencioso, lleno de impulsos contrapuestos, de un humor corrosivo y con una clara vocación de no padecer gratuitamente a los tontos. Un inmenso amigo de sus amigos que un buen día enfermó y entristeció a todos. Menos a él: buena parte de su vida la dedicó a ensayar su número para el momento en que enfrentaría a la muerte. Y Scorsese, a través de Olivia, cuenta en el final el resultado de ese show que lo llevó hacia algún otro mundo.

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