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Domingo, 18 de mayo de 2003

MúSICA

La vuelta al hogar

Con cuarenta años recién cumplidos, una incursión cinematográfica que levantó polvaredas
y una notoria ruptura sentimental a cuestas,
Fito Páez saca un disco nuevo –Naturaleza sangre–, se reconcilia con algunos básicos rockeros y demuestra cómo volver a las fuentes puede ser también zarpar hacia lo desconocido.

Por Claudio Zeiger
“Volver”, “vuelta”, “mañana”, “vuelvo nuevo” son algunos de los leitmotivs que salpican prácticamente a las catorce canciones que conforman el último disco de Fito Páez. Páez, el regreso sería la consigna. Las preguntas: de dónde viene, y adónde regresa.
Páez viene de Vidas privadas, la película que dirigió, y de sus múltiples efectos: polémicas, crisis económica para su productora Circo Beat, etc.; Páez viene de la separación de su larga pareja con Cecilia Roth. Son cosas que sucedieron hace ya un año, pero en rigor son el último Páez público. A la segunda pregunta (¿adónde regresa Páez?), la respuesta está en Naturaleza sangre, tanto en sus letras como en la música.
Páez regresa al rock nacional, un lugar del que –convengamos– nunca se fue del todo. Pero lo cierto es que este disco es algo más que una confirmación de su lugar de pertenencia. Se podría argumentar que la pertenencia de Páez es más amplia –es la música popular argentina–, pero su tradición indudable es el rock. Y como reza el slogan de una radio, este último disco de Páez es “puro rock nacional”, de punta a punta: un repaso del rock en castellano de mil nueve ochenta y pico en adelante. Este énfasis rockero no es conceptual, más allá de que tenga subrayados muy concretos. Por acumulación de canciones simples, energizantes, directas y –dato no menor– optimistas, Páez hizo un disco de puro rock nacional mostrando claramente sus raíces, abrevando en la tradición y apuntalando la identidad de su propio lugar: uno de los más prolíficos solistas/compositores de la música local de los 80/90.
Naturaleza sangre lo tiene a Páez como protagonista, pero de un modo mucho menos autorreferencial, por ejemplo, que Abre. El rosarino simplificó las herramientas y aguzó la emoción. Ahora transmite tranquilidad y fuerza, un poco de comodidad y otro poco de resignación; tiene el espíritu del tango pero no su melancolía, y hasta un poco de rabia pero como en sordina. Ésa parece ser la apuesta condensada en el mismo título. Naturaleza sangre: dos palabras que militan en la vereda opuesta a cualquier idea de artificio.
Los gestos distan mucho de ser ampulosos. No es el resumen de un segmento de carrera (cuando podría haberlo sido: se cumplen veinte años de aquel pionero Del 63) sino un modo más, uno entre otros posibles, de plantarse en el presente. Como dice en la última estrofa de la primera canción (“Nuevo”): “Nueva es esta casa, es nueva para mí/tampoco es tan nuevo vivir ya sin ti/ de nuevo aquí en el barrio y los muchachos me ven/ vuelvo nuevo y empiezo otra vez”.
La casa está en San Telmo, casi donde se termina San Telmo, a metros del Parque Lezama: ese “San Telmo sin ti” (como dice en “139 Lexotans”, quizás el único tema oscuro del disco, el más parecido a un intento de exorcismo) donde transcurre su vida desde hace un año.

La vida es un cambalache
Páez ha sido bastante transparente a la hora de hablar de sí mismo en sus canciones, una poética confesional que había anunciado tempranamente con aquella impactante declaración de Yo vengo a ofrecer mi corazón. Ahora, no bien arranca el disco, afirma: “Vuelvo nuevo a tocar rock and roll”. Y es el propio Páez el primero en plantear los posibles sentidos que se ocultan detrás de esas palabritas claves –rock nacional–, palabritas-código que ya no son tan clave ni tan código como antaño. Páez dirá entonces que para él, rock significa más una actitud que una adhesión a géneros musicales, como un aire de familia que lo anuda directamente con Charly y Spinetta (los dos participan en el disco) y más indirectamente con Calamaro y Cerati. Y, desde luego, con él mismo.
Páez regresa al rock nacional pero se ha corrido de varios lugares incómodos –como el del rock star– que le valieron críticas y peleas con otros sectores más crudos de la interna del rubro. Son historia vieja pero palpitante, es cierto. Páez dice que no ha provocado esas disputas, pero admite haber intervenido en ellas. Y todavía tiene opiniones sobre “la interna del rock”. En otro orden de cosas, el músico se sorprende de que su separación haya sido pasto de programas de chimentos. “¿En serio salía por televisión?”, pregunta. Sí, en serio. Y todavía sigue saliendo: en “Los profesionales de siempre”, el programa de Viviana Canosa, anunciaron que iban a pasar los temas del disco dedicados a su ex con “todas las claves secretas”. Aunque a Páez le sorprenda, tiene que admitir que forma o formó parte de la farándula vernácula. “Yo te soy franco: cuando hago un disco no sé exactamente lo que hice, al menos hasta que pasa un tiempo. Fui haciendo esas canciones. Pero no te voy a negar que hay en el medio una situación personal fuerte que es de público conocimiento, y sería una pavada no hablar sobre eso. El disco está teñido por la separación. Es difícil separar las cosas, porque yo no soy un profesional. No me siento un profesional. Yo no digo ‘ahora soy letrista y pianista’ y ‘ahora terminé y vivo mi vida personal’. Mi vida es un cambalache de todo, un disparate, y el material con el que trabajás es lo que te está pasando. Estaba leyendo un reportaje a Lennon, el último que le hicieron en la Rolling Stone, y el periodista le pregunta por qué no contaba historias de otros y Lennon contestó que no las conocía, y por lo tanto hablaba de lo que le pasaba a él”.
Luego agrega algunas claves más específicas que hicieron al trabajo sobre este conjunto de canciones. “En Naturaleza sangre hay algo que hace mucho tiempo no hacía: tomar la estructura de un cuarteto y hacerlo caminar en la grabación, con los recursos que te dan la guitarra, el bajo, la batería y el piano”, dice. “Probablemente lo de ‘volver al rock’ es volver a una actitud, no a un género. El disco se terminó hace muy pocos días, y tuve la sensación, al escucharlo, de haber recuperado algo muy mío. Me siento en un espacio de libertad enorme, y quizá también tenga una manera más desprolija de armar el día a día. Es el paso del tiempo, que te va dando una perspectiva. Las cosas llevan su tiempo. Cuando hice ‘La casa desaparecida’ hubo como una especie de polémica sobre si estaba tratando de hacer un resumen de la Argentina, de la historia del país. Yo eso no lo sé: lo que sé es que tardé 37 años en escribir esa canción larga, concentrada, porque antes no habría podido hacerla. Deben ser los años.”
¿Los tuyos?
–Y sí, ahora estoy en los cuarenta. Cayeron, pero cayeron bien. Ya no tengo los dilemas musicales que tenía hace unos años, cuando estaba muy preocupado por el tema de la armonización. Ahora una canción camina o no camina. Es otro momento en la vida: al pan pan y al vino vino. Dos guitarras, bajo y batería. ¿Funciona? Bien, no hay que hacer más nada, es lo que pide la canción en ese momento. No hay mensajes en los discos: hay puro deseo de expresar algo y cada vez con menos idea de lo que se trata. Yo creo que las canciones hablan solas. Lo digo sin pudor. Tuve épocas de estudio, de cómo construir un arreglo, de pruebas más obsesivas, pero con el tiempo me estoy volviendo más salvaje en la manera de hacer las cosas: no corrijo, y confío en lo que me da placer.
¿Te siguen importando las internas
del rock?
–Es un tema para una larga charla. En una letra digo “Vuelvo de nuevo a tocar rock and roll”. Te repito: una actitud más que un género estético. Y las polémicas de la interna tampoco las generé yo, si bien hablé. Me parecía que el rock tenía que expandirse, como todo, y que había claros ejemplos de vanguardia en el rock en castellano que datan de treinta o más años atrás, como en los casos de Luis Alberto o Charly. Y me parece que después se había pauperizado mucho, como que no se había capitalizado. Pero no hay que ser policía musical.
Da la impresión de que los famosos son los que ya llevan muchos años en el rock. Aunque están, no se “singularizan” ni solistas ni bandas nuevas.
–Sí, y en general están como ligados a fenómenos sociales. Supongo que es lo que pasa en el país. A lo mejor tanto borrón llevó a eso. Y quizá fenómenos que están ligados más a lo social que a la música también son como expresiones legítimas de una época. Cuentan algo. Pero me da lasensación de que faltan autores, autores de canciones. Están Coqui Bernardes en Rosario, Gonzalo Aloras, Lito García, Francisco Bochatón, pero hablando en general la sensación que me da es que la escena del rock quedó un poquito ingenua respecto de todo lo que va sucediendo en el mundo y en el país. Como anclada en una forma muy sencilla de explicar conflictos muy complejos, muchas veces tocándose con cierta militancia de izquierda. Siempre hay un enemigo claro: nunca el enemigo está en casa, no hay autocrítica, yo soy bueno y el otro es malo. Se ha transformado en una especie de fuerza moral que no aporta nada.
El rock tampoco parece poder seguir sosteniendo la actitud ingenua: “es sólo rock and roll pero me gusta”.
–Yo arranco con Charly, Spinetta y Lennon: no hay mucho espacio para la ingenuidad, ni musical ni de la otra. Yo digo: ensúciense un poco las manos, vean el lado canalla de las cosas. Tampoco es una pelea. Creo que es un fenómeno. Pero yo también tengo mi terrenito en el rock y lo quiero defender. Y esto que voy a decir lo digo sin ninguna melancolía: ni Yendo de la cama al living ni Clics modernos, dos discos de los ‘80, han sido superados. Charly puso las cosas tan altas y difíciles como se las puso Piazzolla a los tangueros. Es curioso que discos de hace veinticinco años sigan siendo el futuro.
Veinte años no es nada
Se podría seguir buscando los trazos autobiográficos en las canciones, a condición de volver a advertir que no se trata de marcas enfáticas. Al contrario: son canciones talladas con suavidad, envueltas en un optimismo reflexivo. Hay una sabiduría tenue (“Un hombre se hace fuerte cuando se decepciona”) y autocrítica (“Voy de los castillos a los callejones/ si algo aprendí/ es que no me creo ni mis emociones”). Y hay, en suma, un círculo que se cierra –los veinte años de historia– para abrir otros. Al fin y al cabo, ser “del 63” significa la entrada en la madurez de un artista que durante muchos años se deslumbró con distintas aperturas –la música, el cine, la literatura– y que tenía 20 años cuando el país entraba en la democracia. Si bien hoy, cuando la democracia es lo que es, nadie puede sensatamente sostener un optimismo desbordado, Páez tampoco parece jugar al eterno nihilista. Artista masivo al fin, puede descreer de las canciones con mensaje pero no ignorar el peso de las palabras en las canciones. Aunque el término pueda sonar muy ajeno –cuando no hostil– al universo rockero, Naturaleza sangre tiene mucho de responsabilidad. Así que cuando ya en la despedida pasamos a hablar del inevitable segmento político social, Fito Páez vuelve a mostrarse tranquilo pero no elusivo.
–Hay que hacerse cargo de uno y del lugar donde uno vive. Y después, si miro la historia, veo que siempre ha habido momentos de florecimiento, o de supuesto florecimiento. Hay que decirlo: para mucha gente, la época de la plata dulce fue un período de florecimiento. Y terminó mal. No sé si por incapacidad nuestra, por no involucrarnos en la vida política, todo queda en manos de las grandes maquinarias electorales. Y eso nos lleva a la decepción. Hasta ahora no ha habido ejemplos de no decepción; salvo, quizá, ciertos momento del peronismo, ¿no? Pero saliéndome de la historia con mayúsculas: ¡yo tengo un niño! Quiero hacer algo para que las cosas estén bien y quiero mostrárselo. No tengo un optimismo ingenuo. Y quiero que se pueda hablar en serio. Como pasó con Vidas privadas: yo me he encontrado con gente, jerarcas de la industria, que me decían: ¿Te parece tocar este tema? ¿Por qué no sacás el tema del incesto? Hay una máquina que no quiere hablar de eso. En algún momento voy a tratar de escribir algo sobre eso: la maquinaria del olvido. Es algo que camina lento, con paso sordo, pero camina. El otro día lo vi a López Murphy en la tele diciendo que acá había habido una guerra. ¡Un tipo que ha ganado en capital con un montón de votos! Acá lo que hubo fueron treinta mil muertos, y más allá del debate estético me gustaría simplemente mostrarle a mi hijo y decirle ¿ves? acá pasó esto y esta sociedad reaccionó de estaforma. Para que pueda verlo, y para que no tenga que cargar con la mochila de haber tirado la basura bajo la alfombra.

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