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Domingo, 18 de diciembre de 2011

FOTOGRAFíA > LOS RETRATOS DE LUCILA QUIETO CON HIJOS DE DESAPARECIDOS Y SUS PADRES

Reencuentros

Cuando lo hizo para ella, fue una liberación después de años, décadas de atormentarse por no tener una foto con su padre desaparecido. Cuando puso con mucho humor un cartel en la casa de HIJOS en el que se ofrecía a “hacerte la foto con tus padres”, no sabía que convocaría a tantos hijos que querían valerse de su técnica de proyección para encontrarse o reencontrarse en una imagen con las personas de quienes vienen y con los que les fue negado crecer. Durante una década, ese trabajo circuló detonando admiración, emociones y ensayos, pero nunca había podido convertirse en libro. Ahora, la edición de Arqueología de la memoria (Ed. Casa Nova) llega a sumarse a muchos otros actos de justicia

 Por Mariana Enriquez

Lucila Quieto tenía una necesidad, casi una obsesión: tener una foto con su papá. Y eso era imposible porque Carlos Alberto Quieto está desaparecido desde agosto de 1976 y el secuestro se produjo cuando Lucila aún no había nacido, cuando su madre estaba embarazada de cinco meses. Durante años hizo collages, cortaba fotos propias y de su padre, de su madre, armaba escenas, armaba monstruos. Pero no lograba formar esa foto que le había sido arrebatada. Hasta que a los 25 años, cuando participaba de HIJOS y cursaba en la Escuela de Fotografía, tuvo una idea para presentar en la entrega de un trabajo importante. Se reunió con amigos y compañeros de HIJOS, en la casa de uno de ellos, Mariano; todos, además, hacían un taller de fotografía en la agrupación. En esa casa del barrio de Constitución había un proyector muy chico con una lámpara también muy pequeña. Reprodujo en diapositivas las fotos de su padre y las proyectó, muy grandes, sobre la pared. Y se metió, de prepo, en la foto. “Al colarse entre ese proyector y la pared, el efecto fue prodigioso”, escribe Ana Longoni en el prólogo de Arqueología de la ausencia, el ensayo fotográfico de Lucila que acaba de editarse en forma de libro por la editorial Casa Nova. “Cuando la piel se evidencia y se vuelve por un instante pantalla o soporte para que esas imágenes de otro tiempo se hagan cuerpo, ocurre el encuentro. Se produjo una imagen que los contenía por primera vez a los dos.”

Nëstor Antonio Meza Niella era militante de la Resistencia Peronista y uno de los fundadores de Descamisados –que luego derivó en Montoneros–. Fue secuestrado en 1979 y continúa desaparecido. Walter, su hijo, y el resto de la familia, hermanos y madre fueron secuestrados y llevados al campo de concentración que funconaba en Campo de Mayo. A los nueve días fueron liberados.

Poco después, una amiga vio ese encuentro proyectado y quiso tener el propio. Lucila, con cierta inconsciencia, le dijo dale, vamos, las hacemos. Como un chiste pegó un aviso sobre “hacerte la foto con tus padres” en la casa de HIJOS de la calle Venezuela. Y el trabajo empezó a crecer. “Yo les decía que sí a todos los que me las pedían”, cuenta. “Algunos traían diez fotos, otros apenas una, otros doscientas. Yo hacía las reproducciones de todo lo que me trajeran. Estuve trabajando dos años, entre 1999 y 2001, una época muy fuerte no sólo por la crisis sino porque estábamos muy lejos de los juicios, de cualquier tipo de reparación.” Las fotos que traían eran distintas, eran distintas las historias, y lo que queda cada uno quería. “Algunos querían aparecer abrazados. Otros mirando a sus padres. Me pedían ‘quiero estar metida adentro del auto con ellos’. Muchos integrados a las fiestas, sobre todo porque muchas de las fotos que tenían eran de reuniones. Verónica, por ejemplo, quería aparecer en una foto del casamiento de sus padres; pero no quería que saliera una pareja que también estaba en el retrato. Yo la convencí de que los dejara, que no los borrara: ella no sabía quiénes eran, ¿y si estaban desaparecidos? ¿Y si la podían ayudar a encontrar a su hermano o su hermana, que todavía se encuentra apropiado? Ahí quedaron, en la foto con su familia, esos dos desconocidos. Con Marta (Dillon) nos divertimos mucho y además ocurría la sorpresa impresionante del enorme parecido con su mamá. Algunos estaban más compungidos que otros. Uno solo de mis amigos no quiso hacerlo cuando le proyecté las fotos de su madre, muy joven, hermosísima. Se angustió cuando la vio grande en la pared y no pudo. Y otro amigo, Walter, tenía solamente una foto carnet que apenas se veía. Su padre era grande, más de cuarenta años, cuando desapareció. Walter también estuvo secuestrado. Con él tuve que trabajar diferente: yo sacaba dos rollos por cada historia pero no sabía cómo hacer esa producción con apenas una foto carnet. Empecé a buscar en revistas de la época, Descamisados, Montoneros, La causa peronista, y encontré fotos en las que suponía que él o su padre podían haber estado. Por ejemplo, una de una movilización a Plaza de Mayo con un árbol lleno de pibitos; me imaginé que uno de ellos podía ser Walter y lo fotografié con esa imagen. Y también con una foto de mi tío, Roberto Quieto: se habían conocido, vivieron juntos en Córdoba. Mi tío también está desaparecido.”

Marta Taboada era abogada y militante política. Fue secuestrada en su casa de la localidad de Moreno, junto a varios compañeros de su agrupación, en presencia de sus hijos. Marta, su hija, es periodista y escritora. Tiene una hija llamada Naná.

El libro Arqueología de la ausencia tardó mucho en llegar. Más de diez años. Mientras tanto, el trabajo circulaba, conmovía, merecía cataratas de textos teóricos, se mostraba. Sin embargo, permanecía sin soporte, inasible. Pasaron muchas cosas, cuenta Lucía, y habla de un personaje que apareció por aquellos años, Renzo, un italiano, que se ofreció como mecenas y acabó siendo un ladrón. “El me daba plata para los materiales, me dejaba unos 100 euros y yo compraba y trabajaba. Pero después creyó que el trabajo le pertenecía. Me pidió los negativos para hacer una muestra en Italia, la armó, editó un libro, lo vendió y con ese dinero financiaba el alquiler de la casa de HIJOS acá. Me mandó ejemplares del libro, también a los fotografiados... En fin, se apropió del trabajo. Tuve que poner abogados para recuperarlo. Me devolvía parte de los negativos y mentía, aseguraba que me había dado la totalidad. Amenazó con quemar las fotos. ¡Eran las fotos de los padres desaparecidos de mis amigos! Yo me estresé, me enfermé, fue espantoso. Eso me generó un gran rechazo. Y durante mucho tiempo le tuve fobia al trabajo. Una verdadera fobia. No quería saber nada con estas fotos. Finalmente recuperé los negativos y decidí dejar las copias en el Museo de Arte y Memoria de La Plata para que ellos las distribuyeran. Me desentendí.”

Luis María Gemetro tenía una veterinaria, era docente en la universidad y militante. Fue secuestrado y luego asesinado por la dictadura militar. Florencia tiene 25 años, estudia sociología y también escribe.

Desde que terminó Arqueología de la memoria en 2001, Lucila Quieto no volvió a sacar fotos. No de esta manera, no en un ensayo. Sigue trabajando, y mucho, pero con producciones plásticas, collages, transfers, fotocopias: la fotografía ya no, o mejor dicho, aún no. Está contenta porque el libro le permite al trabajo otra vida, otra vuelta: tuvo que mirar fotos una vez más, tuvo que volver a elegir, tuvo que reconciliarse. Todavía hay hijos de desaparecidos que se le acercan y le piden la foto familiar, y ella les dice que sí, hagámosla, pero la verdad es que no volvió a hacer una sola imagen más. “La verdad es que prefiero que se adueñen del recurso y se hagan sus propias fotos. El recurso no es mío. Siempre quise compartirlo: que sea nuestro álbum familiar. Hace poco Pepi Dillon, una compañera que canta y toca en el grupo Tumbamores, se hizo unas con su familia, en color, usando la proyección. Y eran fotos hermosas. Son fotos familiares con consistencia política. Y es buenísimo que cada uno se las construya y construya su propia historia.”


Los textos que acompañan a estas fotos fueron escritos entre 1999 y 2001 en el mismo momento que fueron tomadas las fotos de este ensayo.

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Alberto Evaristo Comas tenía 31 años. Fue asesinado junto a otras 29 personas en la llamada Masacre de Fátima el 20 de agosto de 1976. Lucía vive en Buenos Aires.
 
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