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Domingo, 26 de febrero de 2012

Detrás de las paredes

El jueves pasado se estrenó en el cine una extraordinaria adaptación de El topo, la novela de John Le Carré. El domingo que viene, se estrena en televisión Homeland, la nueva serie de los creadores de 24. Las dos comparten el oficio de sus protagonistas: la de ser agentes de inteligencia cazadores de topos. Una ambientada en la Londres de la Guerra Fría, la otra en la Washington después de las guerras de Medio Oriente, son dos complementos perfectos para sumergirse en el imbrincado laberinto de la paranoia en un mundo en guerra.

 Por Martín Pérez

Una estalla, el otro espera. Una se roba cada escena, el otro es la escena. Carrie Matheson está antes y es como Casandra: se desespera por anticipar lo cree que va a suceder, y aún más porque nadie parece creerle. Smiley viene después y es como el tiempo: imagina qué es lo que pasó, y lentamente va tirando de ese hilo que llevará todo hacia él. “Carrie es peligrosamente brillante, apasionada y también compulsivamente miope. Y es la narradora poco confiable por excelencia. Me gusta mi dama loca”, dice la actriz Claire Danes presentando a su personaje. “Aun cuando reconoce el oscuro, poco ético y desagradable aspecto de lo que hace, George tiene un profundo sentido moral. Y también melancolía y tristeza. No es un accidente que se llame Smiley”, asegura Gary Oldman hablando de George Smiley, cuyo apellido se podría traducir del inglés como “sonriente”.

Carrie y Smiley parecen complementarios. Policía bueno y policía malo. Pero no. Carrie protagoniza la serie Homeland, ganadora de dos Globo de Oro (mejor serie dramática y mejor actriz, por Danes), y que el mes que viene comenzará a exhibirse por FX. Smiley es el eje alrededor del cual orbita la recién estrenada El topo, joya atípica dentro del descerebrado cine de estudios contemporáneo, admirable adaptación del libro de John Le Carré, nominada a tres de los premios Oscar que se entregarán esta noche (mejor guión adaptado, mejor actor por Gary Oldman y mejor banda sonora). Sin embargo, si en algo son complementarios Carrie y Smiley, es para encarnar los dos extremos posibles de su oficio. Porque ambos forman parte del servicio secreto de sus países, buscando descubrir y anticiparse a los movimientos del enemigo. Y tanto Carrie como Smiley se han convertido –por la fuerza de sus circunstancias– en cazadores de topos.

Apenas publicada la que es unánimemente considerada su mejor novela junto con El espía que llegó del frío, Le Carré se preocupó por aclarar que los neologismos que utilizaban sus personajes –como la referencia a los agentes de acción como cazadores de cabelleras, por ejemplo– eran de invención propia, cualquier parecido con el lenguaje real era mera coincidencia. Pero el término “topo” era genuino. “Según tengo entendido lo usaba la KGB para denominar a un doble agente que fue reclutado en su tierna edad.” Tanto Homeland como esta adaptación de Le Carré se centran en esa búsqueda de un topo.

La paranoia entendida como furia intelectual, en el caso de Carrie. O como una triste forma de tener razón, en el caso de Smiley.

EL ANTI BOND

Un agente parte en misión secreta a territorio enemigo. Debe reunirse con un informante que revelará un dato indispensable para el servicio secreto de su país. Pero su misión fracasa estrepitosamente, y el resultado es el relevo de la cúpula del servicio secreto. Sin embargo, las más altas autoridades terminarán sospechando que el problema no estaba allí arriba, sino un poco más abajo. Y ahí es donde aparece nuestro protagonista, para repasar todo lo sucedido, buscando encontrar ese problema. Y todo parece indicar que se trata de un doble agente, de un traidor. De un topo.

Ese es el punto de partida de la adaptación de la novela de Le Carré, dirigida por el sueco Tomas Alfredsson, que confirma con esta película el admirable trabajo que había hecho con Let the right one in (2008), su particular versión de las películas de vampiros que lo catapultó a la fama internacional. “Llevaba veinte años dirigiendo obras de teatro y películas para cine y televisión antes de Let the right one in”, confesó Alfredsson, a quien el éxito le llegó a los 43 años. “No fue algo inspirador. Más bien me paralizó”. Recién pudo reaccionar cuando alguien le comentó que habían comprado los derechos de El topo. “Recordé ese mundo de hombres solitarios y vacíos en ambientes callados, haciendo cosas extrañas. Y pensé: eso puede ser lo mío.”

Lo que hace Alfredsson con El topo –y con la inestimable ayuda de todo su equipo, particularmente los guionistas y el director de fotografía, el mismo de Dejame entrar– es, antes que nada, subrayar la clave detrás de las obras de Le Carré, el carácter de anti-Bond que tuvieron en su época, subvirtiendo la idea de lo que es ser un agente secreto. Si cualquier espectador desearía ser 007, nadie querría vivir la vida de los melancólicos y solitarios agentes de Le Carré. Seres casi femeninos, según Anderson, en contraste con los macho alfa de la Segunda Guerra. Le Carré explicó así la clave del éxito de la novela: el mundo que describe tiene muchos puntos en común con la vida cotidiana. “Su mundo de espías es una metáfora del mundo en que vivimos –dijo–, en el que nos engañamos, inventamos pequeñas historias, actuamos nuestras vidas en vez de vivirlas.”

“Recuerdo que la novela empieza con uno de los protagonistas llegando a una escuela, un hombre quebrado, que entabla amistad con un chico solitario”, dice Alfredsson. “Siempre me pareció un comienzo inusual para una novela de espionaje. Pero me di cuenta de que ahí yacía la clave para adaptarla: no iba a ser una película sobre la política del poder, sino sobre seres humanos y las víctimas de esa guerra”. Para el actor John Hurt, que encarna a Control, el jefe del servicio secreto despedido, Alfredsson como director fue una elección más que inteligente: “Al seleccionar alguien que no es británico, permitió que su mirada sobre la novela fuese más objetiva. Como hizo John Schlesinger con Nueva York en Midnight Cowboy”. Para Gary Oldman, por su parte, una película como El topo es algo que le da esperanza, porque no insulta su inteligencia. “Parece que hoy en día para la industria los espectadores son tontos y los que miran la televisión son inteligentes. Como si pudiesen seguir una compleja trama televisiva sin ningún problema, pero hubiera que estupidizarlo todo para la gente que va al cine. Por eso esta película es algo refrescante. Se lo dije a Tomas cuando pude verla completa por primera vez: es como mirar una lámpara de lava.”

LA VIDA DESPUES DE 24

Una agente es la única en escuchar la última confesión de un condenado a muerte, quien revela que han logrado que un soldado mantenido prisionero se pase a su bando. Recuerda esa información justo cuando la agencia para la que trabaja, la CIA, celebra haber rescatado a un marine norteamericano prisionero en Irak durante siete años, y el país se prepara para recibirlo como un héroe nacional. Pero ante la imposibilidad de convencer a ningún colega de sus sospechas, la agente decide perseguir a este posible doble-agente por sus propios medios.

Así empieza Homeland, la serie que idearon los guionistas y productores Alex Gansa y Howard Gordon, que trabajaron juntos primero en Expedientes X y luego en 24. A pesar de ser la adaptación de una serie israelí, Hatufim (traducible como Prisionero de Guerra), Gansa y Gordon terminaron agregándole un ingrediente clave: “La original es una trama del tipo Rip Van Winkle, una gran historia trágica y emotiva sobre dos prisioneros de guerra retornando a casa. Nuestra versión, en cambio, es un thriller psicológico sobre la guerra contra el terror. Entre comillas, claro”.

Si El topo es la otra cara de la moneda de Bond o Bourne, Homeland aparece como una especie de respuesta a 24. “Como guionistas, Alex y yo quisimos buscar en Carrie lo opuesto a Jack Bauer: una mujer más joven, más talentosa pero también más quebrada, y por lo tanto más vulnerable”, explica Gordon. Pero también la respuesta es conceptual: para él y Gansa, 24 fue una respuesta visceral al ataque a las Torres Gemelas. “Homeland sucede una década más tarde, después de dos guerras de méritos cuestionables y con Osama Bin Laden abatido. Estamos en otro mundo, donde no está tan claro quiénes son los malos y quiénes los buenos”.

Uno de los orgullos de sus autores es que durante los doce capítulos, Carrie jamás esgrimió un arma. Su trabajo es esencialmente cerebral. “Es como un perro de presa”, asegura su coprotagonista, el británico Damian Lewis, que encarna al marine que regresa a casa. “Puede oler un rastro y, aunque aún no lo entienda, no podrá evitar seguirlo hasta el final.” A pesar de su origen británico, Lewis ya había encarnado a un marine en la serie Band of Brothers, y aseguró antes de la gala de los Globos de Oro –donde también estuvo nominado como mejor actor– que Homeland critica al gobierno tanto como a los terroristas: “Una de las cosas más interesantes de la serie es que desafía a su público. Desafía sus nociones de lo que es un héroe, y de lo que es o no correcto”.

Pero el máximo desafío de Homeland, en realidad, es no sólo mantener el interés con una premisa aparentemente limitada –la de si el supuesto héroe es o no un traidor–, sino ir doblando su apuesta semana a semana. Voyeurismo, melodrama familiar, subtramas de espionaje; pero sobre todo hundiendo a la heroína en las mismas aguas de ambigüedad que su antagonista, ya que desde el primer capítulo se revela su bipolaridad. “Así que la pregunta de cada capítulo no sólo gira sobre la traición, sino también sobre la veracidad de sus sospechas”, explican sus creadores. Así, durante toda la inquietante primera temporada crearon un antagonista con el que el espectador pudiera simpatizar –una virtud que atribuyen al trabajo de Lewis– y cuyas motivaciones, incluso ante la peor de las opciones posibles, el público estuviese en condiciones de entender. De hecho, el final de la temporada ha resultado admirable –aun con retruécanos claramente motivados por la obligación de la continuidad–, al punto de ser por sí sola una increíble y poderosa metáfora de la actualidad norteamericana.

LOS CAZADORES DE TOPOS

Si ver la adaptación de El topo es como estar ante una lámpara de lava, Homeland se aprovecha de la ventaja de no tener avisos en el cable para construir un ritmo que sus creadores definen como un trance o un hechizo. En ambos casos, semejante logro es fruto de una convicción tanto estética como narrativa. “En el cine de hoy, al público se le da de comer en la boca con monólogos explicativos, cuando es mucho más interesante presentar un diálogo y dejar que saque sus propias conclusiones”, aclara Alfredsson. “La clave es dejar caer información y luego crear el espacio necesario para que la audiencia mastique y trague lo que acaba de aprender. Es importante que el diálogo sea también con el espectador.” Lo mismo hacen los creadores de Homeland, aunque en su caso, ese espacio es para que el espectador repase lo que cree saber, dude, y empiece a pensar en otras opciones.

La otra clave para alcanzar ese estado lámpara o trance son, obviamente, los actores. Tanto Alfredsson como Gansa y Gordon aseguran no poder imaginar sus obras sin ellos. De hecho, los autores de Homeland escribieron el personaje de Carrie Matheson con Claire Danes en la cabeza, que no había vuelto a hacer una serie televisiva desde sus adolescentes comienzos con Es mi vida (1994). “Creíamos que ésta era su oportunidad de hacer algo diferente. Ni interés romántico ni mejor amiga, sino una mujer real, inteligente y de carne y hueso. Por eso cuando escribimos el piloto, la protagonista se llamaba Claire, aún cuando no sabíamos si ella iba a querer hacerlo.”

Por su parte, tratándose de un film con muchos personajes, Alfredsson explica que eligió actores conocidos –El topo es prácticamente un catálogo de los mejores actores masculinos británicos del momento– para que el público los pudiese recordar fácilmente. Pero Gary Oldman es único. “Había que encontrar un actor que pudiese representar el aburrimiento sin ser aburrido. Y es necesario mucho coraje y experiencia para tomar la decisión de quedarse quieto y no hacer casi nada –explica–. Es una extraña ecuación, pero cuanto menos ofrece más interesado estás. Esa es la anti-fuerza de un personaje como Smiley.”

Para Gary Oldman, el protagónico de El topo hizo mucho por su presión sanguínea. “En mi carrera he encarnado muchos personajes que se queman antes de contar hasta tres, son rock. Pero George para mí es jazz. Uno va trabajando lentamente hasta llegar al solo.” Alfredsson siempre recuerda una escena que terminó fuera de la película, en la que un Smiley expulsado del servicio secreto, con demasiado tiempo libre y nada que hacer, se fríe un huevo en su casa, vestido con la bata de su mujer, que lo ha abandonado. “Era una toma larga, en la que no pasaba nada, simplemente un hombre solo friendo un huevo. Y dejamos que lo friese entero, como unos tres minutos. Cuando dije corten, Gary se puso mis auriculares y pidió ver la toma en el monitor. Y entonces murmuró: Pensar que yo solía ser Sid Vicious.”


El topo puede verse en los cines desde el jueves pasado.
Homeland empieza el domingo 4 a las 22 hs por el canal FX.

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Gary Oldman como George Smiley, sentado en la sala central del Circus, como llama Le Carré en sus novelas al MI6
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