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Domingo, 26 de febrero de 2012

ENTREVISTAS > GLORIA CARRá: DE BLANCA PALOMITA A LA CAMA EN ESCENA

Gloria en las alturas

Para muchos es una de esas caras que vieron nacer y crecer en el corazón de la industria televisiva: desde Señorita maestra hasta Verano del ’98, pasando por La banda del Golden Rocket y Aprender a volar. Pero, desde hace poco más de una década, Gloria Carrá abrió un carril más silencioso en su carrera: empezó a trabajar en el teatro off, se convirtió en una actriz recurrente en las obras de Javier Daulte, con interpretaciones notables, e incursionó en el cine ultraindependiente. Ahora, tras la miniserie Perfidia, El cuarto de al lado la encuentra bajo las órdenes de Helena Tritek, semidesnuda en la cama, junto a su marido y con un consolador. A continuación, ella misma repasa su largo e inesperado camino.

 Por Agustina Muñoz

Gloria Carrá trabaja en la televisión desde que tiene diez años. Es decir, es de esas personas con el extraño destino de no haber tenido que elegir su profesión en su vida adulta: de muy chica ya ganaba plata con eso que los otros decían que sabía hacer. “Nunca tuve que buscar trabajo, recién hace unos años me di cuenta de que me había acostumbrado a que siempre me llamaran, era natural que me ofrecieran personajes todo el tiempo”, dice la actriz que formó parte de leyendas de la televisión argentina como Señorita maestra, Socorro quinto año, Aprender a volar y La banda del Golden Rocket. Pero Gloria pudo hacer lo que sólo algunos niños precoces logran: tomar distancia y agarrar las riendas de esa carrera que le había sido dada y parecía fluir sola sin ningún timón, de canal en canal, de galán en galán, de heroína a villana, y así.

El año pasado actuó en 4d óptico, la última obra que Javier Daulte dirigió con texto propio, y participó también en Los únicos, Televisión por la inclusión y en la interesante miniserie de Juan Laplace, Perfidia. Para los que no la vieron: se puede ver en Internet y vale la pena. Fue una de las series seleccionadas el año pasado por los concursos del Incaa. En ocho capítulos de estética un poco noir, un poco lúgubre y a la vez con cierta ironía sobre lo que es tener dinero a los treinta y pico en esta ciudad (casa grande, niños, bares cool, ropa canchera, irritante autosuficiencia). Con un ritmo narrativo nada ansioso y diálogos ingeniosos e inteligentes como pocas veces se ven en la tele argentina, cuenta la historia de un tipo (Juan Gil Navarro) que vuelve después de haber vivido diez años en Europa en los que enviudó, pasó hambre, fue perseguido y finalmente hizo varios millones. A su regreso se junta con su grupo de amigos de la secundaria, del que forma parte el personaje de Antonio Birabent –casado con Carrá, padres y dueños de una casa tipo country–, que está en bancarrota sin que su mujer lo sepa. Entre los dos se embarcan en un negocio turbio que termina pésimo. Ahí, Gloria Carrá es una mujer inteligente, que pinta cuadros en su casa como hobby y tiene –eso es algo que ella sabe mostrar muy bien desde el capítulo uno– un volcán adentro. El ritmo de la serie le permitió armar un personaje sutil, hecho de pequeños detalles, con misterio y astucia; ya sabíamos que la cara de Carrá puede dar tanto para chica buena como para chica mala, según cuánto y cómo sonría, según qué haga con los ojos celestes y cómo use esa voz medio afónica. Pero acá transita el medio, el peligroso medio que inquieta mucho más y se parece, por momentos, a Nicole Kidman en películas como The Rabbit Hole. Este año, Carrá estrenó El cuarto de al lado, dirigida por la talentosa y singular Helena Tritek y escrita por Sara Ruhl, joven estrella de la nueva dramaturgia norteamericana. Gloria Carrá está en uno de los mejores momentos de su carrera: experimentada, tranquila y chispita a la vez, dos veces madre, casada con un lindo, eligiendo cuándo entrar y cuándo salir del centro de las miradas y los eventos de moda. Si quiere, puede ser más o menos grunge, más o menos “actriz de tele”, más o menos rara. Tiene esa capacidad ella: puede ser una mujer demente o una niña frágil. Y después de tantos años sorprende cuando se la ve actuando en teatro: es una buena actriz. Se la podrían haber comido los teleteatros y no; se podría haber vuelto demasiado quisquillosa, y no; toma riesgos y no parece estar haciendo las cosas de taquito sino más bien aprendiendo con la avidez de alguien que sigue construyendo su oficio.

“Me siento en un momento privilegiado y creo que lo que me trajo hasta acá fueron mis elecciones y mi curiosidad. Mucho de lo que es hoy mi carrera se lo debo a Javier (Daulte). Lo conocí cuando fui a ver su obra Gore; nunca me había pasado algo así con una obra de teatro, me pareció una locura. Así que le dije que quería empezar a estudiar con él.” Era el año 2000 y Carrá empezó a ir a las clases de Daulte mientras trabajaba ni más ni menos que en Verano del ’98 y tenía más de veinte años de actuación a cuestas. De ese tipo de apuestas se fue armando la imprevista carrera de una actriz de la tele que se dio cuenta de que había mucho más por hacer que besar al galán de turno.

Después de ser su alumna durante un tiempo, Carrá y Daulte hicieron juntos la exquisita obra Bésame mucho en la que la famosa y popular Gloria Carrá compartía escenario con otros once actores menos conocidos con personajes más importantes o iguales al de ella. “Javier pensó que tal vez no iba a querer, que me iba a parecer muy chico lo que tenía que hacer, pero yo acepté enseguida, fascinada. Ese riesgo marcó mi carrera; todo depende de uno, esas elecciones me llevaron hasta acá. Confié mucho en Javier. En ¿Estás ahí? (la segunda obra que hicieron juntos y que fue un suceso que duró cuatro temporadas) hacía un monólogo y dos personajes (una mujer se metía en el cuerpo de la otra). En un ensayo, miré a mi alrededor y todo era un delirio; en un momento pensé: esto es cualquier cosa. Y todos pensábamos lo mismo, no se sabía adónde íbamos y ya llevábamos ocho meses de ensayos. Con Javier es tirarse a la pileta. El sabe lo que quiere y lo sabe pedir; y si uno responde, es un goce.” Así se daba ese encuentro que la convertiría en la actriz fetiche de uno de los dramaturgos que cambió radicalmente el teatro independiente de los ’90 con obras como La escala humana (co-escrita y dirigida con Alejandro Tantanian y Rafael Spregelburd). Con ¿Estás ahí? muchos se sacaron el prejuicio que suele rodear a las actrices de la tele (que si son lindas, siempre hacen de lindas, con suerte de prostituta o de mujer asesina, pero siempre de linda, aun cuando hagan de locas) y vieron que Carrá era una buena actriz, capaz de subirse a esos tour de force que son las obras de Daulte. Porque las obras de Daulte suelen ser un laberinto narrativo en el que la trama imposible llega siempre a buen puerto, con elementos de ciencia ficción mezclados con historias de amor en las que los actores deben actuar como si hicieran deporte, con los músculos calientes para estallar de un segundo al otro, llorar al siguiente y decir un monólogo a toda velocidad. Y en ese maratón, Carrá parece verse feliz, pidiéndole más, más, más, a ese director del que, dice, se siente “familia” y que la debe conocer tanto o más que un esposo. Otras actrices dejan pasar esas oportunidades o aceptan y salen al poco tiempo despavoridas, por miedo, coquetería, comodidad o quién sabe qué otras cosas. Pero, evidentemente, hay algo –“una necesidad”, dice ella– que la fue llevando a buscar cosas nuevas, como cuando en 2006 participó en la independentísima película UPA!, dirigida entre otros por Santiago Giralt, en la que hacía una parodia de ella misma.

“Me pasó muchas veces de dudar de mi vocación; algunas veces cuando estaba haciendo algo que no me gustaba mucho, o incluso algún momento que pensé que ya no me pasaba, que ya no se producía magia entre esto que hago y yo.” Y es que eso que ella hace fueron muchas veces malos programas que eligió solamente como trabajo. “Yo amo la tele; incluso en algunas cosas que no estaban tan buenas yo trataba de comprometerme. Yo soy actriz, a mí me gusta actuar. Si me gusta el guión y estoy bien acompañada, estoy feliz. En el oficio del actor, si hacés el trabajo a conciencia, estés donde estés, algo de ese compromiso se va a ver.” Muchos actores crean su savoir faire así, con poco prejuicio, entrando a programas que otros actores más exigentes descartarían; y eso, si hay olfato y talento, puede resultar un entrenamiento feroz. La actuación como trabajo, algo que Carrá, Vena e incluso Suar –todos ex de La banda del Golden Rocket– aprendieron desde jóvenes, sin bohemia ni arte en mayúscula: trabajo. Claro que, si falta, puede resultar desolador: “Antes me preocupaba más; esta profesión tiene algo de estar o no estar, y en esos momentos pensás: ¿y si me voy a Córdoba y hago dulces? Muchas veces me pasó eso por la cabeza, pero no hay caso, soy esto que hago, es algo que tengo desde siempre y no me puedo hacer la tonta. Y con el tiempo descubrí que están buenos esos momentos en los que desaparecés un poco”.

En 2007, mientras hacía La felicidad –también de Daulte–, se enamoró de su compañero de elenco, Luciano Cáceres, en ese momento actor reconocido del off y director de carrera vertiginosa, hace poco actor estrella de El elegido y de la inminente Los graduados. Son lo que se dice “una pareja de actores”, de esas que hacen notas juntos, que se sacan fotos a los besos y comparten escenario y camarín. El año pasado trabajaron juntos en 4d óptico y hoy hacen de una pareja del siglo XIX en El cuarto de al lado en la que terminan semidesnudos mostrando sus cuerpos esbeltos y haciendo un guiño a los espectadores que imaginan cómo será la vida privada de esos dos que después de cada función vuelven juntos en auto al hogar en el que crían a dos niñas. “Desde que estoy con Luciano tengo más libertad para elegir mis trabajos; yo siempre laburé de esto y nunca me sobró la plata, hacía muchas cosas porque tenía que hacerlas. Nunca pude ahorrar como para poder elegir con verdadera libertad; ahora que Luciano también trabaja me siento más respaldada.” En la obra, el personaje de Cáceres es un médico que inventó el consolador para curar la histeria en hombres y mujeres, y parece no advertir que su mujer, a la que ignora por completo, sufre lo mismo que aquellos pacientes que trata. “Esta obra me encanta y me gusta mucho mi personaje: ella es muy alegre, curiosa, y es la que logra que su marido se desarme y tengan un encuentro íntimo y real al final de la obra. Yo no conocía a Helena Tritek, es una persona mágica, positiva, súper amorosa y cuidadosa. Comparto con ella que al laburo hay que ponerle amor, si no, eso sólo es algo más que uno hace. Para mí actuar es jugar; yo ahora juego que soy de 1890. Eso pienso antes de salir al escenario: me meto en este mundo a jugar.”

Su próximo proyecto será un espectáculo de canciones con Antonio Birabent, con el que coincidió en Perfidia después de algunos años sin trabajar juntos. “Siempre tuvimos muy buena onda y ahora queremos armar algo juntos. Antonio nunca hizo teatro y yo quiero cantar desde hace mucho tiempo, así que le propuse a Javier Daulte que nos dirija. Todos estamos innovando, Javier con la música, Antonio con el teatro y yo cantando.” Dice que este proyecto forma parte de un nuevo modo de pensar las cosas, que recién hace unos años siente la energía para llevar a cabo sus propios proyectos. “Tengo muy presente la muerte últimamente, mal y bien. Entonces pienso que si tenés algo que hacer, lo hacés y listo, ¿qué es eso que te aterra? Si te sale mal, te sale mal, ¿qué puede pasar?”

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Imagen: Nora Lezano
 
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