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Domingo, 18 de marzo de 2012

A aquellos hombres tristes

Cineasta venerado por continuadores como Alex de la Iglesia y finalmente reconocido en toda su dimensión en su España natal como un autor –y no sólo como un exitoso director de comedia negra–, José Luis Berlanga fue quien desnudó con humor, pesimismo e inteligencia el corazón de su país durante la dictadura de Franco, en un cine que, apenas camuflado en el costumbrismo, agita en su seno la crítica más despiadada. Desde el jueves, diez de sus películas fundamentales se verán en copias restauradas en la Sala Lugones.

 Por  Paula Vazquez Prieto

Una oportunidad como pocas se presenta en estos días a quienes no pudieron visitar el Festival de Mar del Plata el pasado noviembre. La obra casi completa de Luis García Berlanga, uno de los cineastas españoles más influyentes del siglo XX, se dará nuevamente a pleno, en copias en 35 mm restauradas por el ICAA (Instituto de Cine y de Artes Audiovisuales) a cargo del Ministerio de Cultura de España, en la Sala Lugones del Complejo Teatral San Martín. Una serie de películas que desnudan el alma de uno de los rebeldes incorregibles de los años duros del franquismo, eterno pesimista con pinceladas de sarcasmo que retrató sin condescendencia la vida española de su época. Para muchos, su popularidad fue pecado imperdonable y, tildado de comediógrafo costumbrista sin audacias estéticas, fue relegado frente a coterráneos como Luis Buñuel, que edificaron su legado en el exilio.

La fascinación por el estruendo de los fuegos de artificio se remonta a su infancia en Valencia, donde nació en 1921, en una familia burguesa. Estudió con los jesuitas, anduvo de paso por la Facultad de Filosofía y Letras y finalmente recaló en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, donde conocería a su amigo y compañero de aventuras Juan Antonio Bardem, con quien codirigió su ópera prima Esa pareja feliz en 1953. Pero unos años antes, la estela militar haría escala en su vida al enrolarse en la División Azul (unidad militar de voluntarios que combatió en territorio de la URSS junto al ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial) para evitar represalias políticas contra su padre por su pasado como diputado republicano. Locuaz y ameno en sus entrevistas públicas, dijo de aquel breve paso por las filas azules: “Nunca disparé un tiro; jamás maté a nadie. Para ingresar en la División tuvimos que pagarles a un médico oculista y a su hermana, que era quien recibía los pagos. La guerra es una complicación de la vida”.

En el corazón de la España de Franco, quien dijo que el mayor problema de Berlanga “no era que fuera comunista, sino que fuera un mal español”, donde cualquier disidencia era susceptible de castigo, Berlanga subvirtió con ingenio y humor las limitaciones impuestas por los censores, haciendo estallar al público en carcajadas en las mismas narices de sus detractores. Oscuro y desafiante, su estilo se hizo más mordaz con los años, en consonancia con la hostilidad del régimen, y un marcado escepticismo recorre el último período de su filmografía. “Lo que hay en mis películas es pesimismo. Aunque he tenido la suerte de haber sabido cubrirlo con una crema dulce para que parezca un sainete cómico”, dijo en alguna tertulia.

Siente un pobre a su mesa

Señalado como uno de los renovadores del cine español por la crítica extranjera, una de las tres B (Bardem-Buñuel-Berlanga), el cine de Berlanga fue, desde sus comienzos, una reivindicación del costumbrismo, de notable autoría española y alimento suculento de la tradición artística iberoamericana. Ya su primera incursión en la dirección en compañía de Bardem, comunista ortodoxo que manejaba el dinero que el Partido Comunista español destinaba al cine, Esa pareja feliz cuenta la historia de un joven matrimonio al que la situación económica va deteriorando lentamente. Un aparente golpe de suerte les promete cumplir sus sueños de vida mundana y les enseña los valores de la vida humilde y honrada de los pobres. Aparentemente conformista, los dos B clausuran su historia de amor con planos de una Madrid plagada de mendigos y un creciente sinsabor se asoma en el retrato sutil de una sociedad amparada en el autoengaño y la hipocresía. Ese mismo 1953 nacería Bienvenido Mr. Marshall, una sátira feroz a la ayuda americana para la reconstrucción europea y un cachetazo eficaz a la patética celebración hispana del modo de vida propuesto por sus generosos benefactores. Una aldea española espera con ansias la visita de los enviados americanos y, para impresionarlos, recrea el imaginario tradicional que se había popularizado por entonces sobre España, casi como una tarjeta postal en movimiento, con andaluzas en andas, toros y otras españoladas.

El corazon negro de un pais ingrato

Si bien ya tenía en su haber méritos suficientes, el apogeo de su arte llegaría en los ’60. En colaboración con Rafael Azcona como guionista llegaría la brillante Plácido, rodada en Barcelona, inspirada en una campaña franquista que apelaba a la caridad cristiana en plena noche navideña bajo el lema: “¡Siente un pobre a su mesa!”. Plácido pone al desnudo la buena conciencia burguesa de la clase acomodada y bienpensante española, en un retrato devastador apenas camuflado en una narrativa costumbrista que agita en su seno la crítica más despiadada. “Creo que ha sido el tiempo más fructífero de mi cine. Rafael y yo tuvimos el mejor sistema de trabajo, o sea ninguno”, decía en clara alusión a la euforia de entonces por el Método en la interpretación y la creciente preocupación por la perfección técnica que inquietaba a Europa.

Un muchacho más o menos republicano, con tendencias anarquistas y amistades falangistas, como le divertía que lo llamaran, Berlanga fue amado por sus incondicionales seguidores. Tras su muerte en 2010, Alex de la Iglesia escribió: “Berlanga metió un puño en mi corazón y lo arrancó de cuajo, mientras, con la otra mano, me hacía burla. Berlanga y Buñuel son el alma de un país que trata a sus genios de ‘peculiares’, el corazón sangriento y negro de un país ingrato que nunca aprenderá a amar a sus hijos lo suficiente, a devolverles con reconocimiento el valor incalculable de su aportación artística. Berlanga supo amar y odiar, y reír y rodar, con la fuerza asombrosa de un hombre libre, pese a la dictadura, a la intransigencia y a la supuesta inteligencia de algunos. Berlanga se encuentra en el Olimpo de los grandes, no de España, sino del mundo entero. La mejor película que se ha rodado nunca, El verdugo, define los límites del discurso acerca de la condición humana”.

El verdugo fue una reflexión en palabras mayores sobre la labor de quien termina con la vida humana como un trabajo de oficina, y lleva la carga en sus espaldas para el resto de sus días. Con el genial José Isbert como el viejo verdugo y la actuación de Nino Manfredi como el yerno que debe heredar su peculiar oficio, Berlanga envuelve una profunda tragedia existencial en los brazos de una genial comedia, ácida y disparatada.

Incluso luego de la dictadura, su sentido del humor no tuvo límites, profanaba lo recóndito de la mentalidad puritana y conservadora de una España todavía bajo el corsé franquista con una sinceridad tan cruel como necesaria. Su rechazo a toda actitud dogmática o pedagógica lo alejó ideológicamente de su amigo José Luis Bardem, quien tenía un claro compromiso político con el PC, y defendió su ideario independiente de todo partido, como único estandarte de su libertad. Incómodo para muchos, inclasificable para otros, “peculiar” para los desatentos y distraídos, Berlanga fue único en su tiempo, solitario en su legado y entrañable en el recuerdo.


El ciclo Luis García Berlanga: España Negra, Sonrisa Cáustica, compuesto por diez films en copias nuevas, se proyectará del jueves 22 de marzo al martes 3 de abril en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Programación completa en: www.teatrosanmartin.com.ar

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Una escena de El verdugo (1963), con Nino Manfredi y José Isbert
 
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