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Domingo, 1 de abril de 2012

MúSICA > EL DISCO QUE KEITH JARRETT GRABó EN BRASIL (Y NO EN EL COLóN)

Echale la culpa a Río

Durante años se esperó la presentación de Keith Jarrett en el Teatro Colón, pero cuando finalmente se presentó, en abril del año pasado, nada fue como lo esperado y Jarrett se peleó con el piano. Pero, tres días antes, había ofrecido en Brasil uno de los mejores discos de su carrera, un satori planeado en el que sublimó su relación con la música afrolatina. Después de eso, sólo quedaba la decepción. Eso le tocó a Buenos Aires, pero ahora llega “Río”, el disco grabado aquella irrepetible noche carioca.

 Por Diego Fischerman

Nunca se estuvo tan cerca. Apenas a una vocal y una diéresis de distancia. La Scala de Milán, la Opera de París, entre otras grandes salas en las que Jarrett había grabado sus megalomaníacas –y muchas veces geniales– improvisaciones al piano, permitían esperarlo. Si el gran mojón en cuanto a popularidad había sido aquella grabación del concierto del 24 de enero de 1975, que el mundo conoció como Köln Concert, más de uno esperaba el momento en que la serie se rubricara con el Colón Concert.

Llegó el momento, el martes 12 de abril de 2011, pero no pudo ser. El pianista, más allá de algunos momentos memorables, tuvo en esa ocasión una de sus clásicas descompensaciones psicóticas y se dedicó a pelearse con el piano –que antes que él habían tocado sin problemas Martha Argerich, Daniel Barenboim y Andras Schiff– y con algunas fotos tomadas desde algún celular, real o imaginario, situado en las localidades altas. Los que estuvieron esa noche supieron de inmediato que el anhelado Colón Concert no existiría.

Pero eso no fue todo. Porque sí hubo un disco grabado en esa gira, exactamente tres días antes de la presentación en el Colón, en el Teatro Municipal de Río de Janeiro: “Bellamente estructurado, jazzy, serio, dulce, suelto, cálido, económico, energético, pasional y conectado con la cultura brasileña de un modo único. El sonido de la sala era excelente y además hubo una audiencia entusiasta”, explicaba Jarrett como para rubricar su afrenta a la argentinidad. No sólo confrontaba con el Colón y su público sino, para peor, con Charly García, desmintiendo para siempre aquello de que la alegría no es solo brasileña. El álbum doble, que en Buenos Aires acaba de distribuir Zival’s, se llama Rio y ni siquiera deja como consuelo el sabor de lo fallido. Jarrett lo considera uno de los mejores de su carrera y tiene razón.

Más allá de lo buenos que puedan resultar el piano y la sala carioca, y de lo insoportable que pueda ser un argentino con un celular cerca de su mano (lo que, en realidad, está lejos de ser un atributo exclusivo de estas latitudes) es improbable que sólo hubiera “demasiados juguetes” (así llamó Jarrett, durante el concierto, a los apartitos de marras) en el Colón y que en la sala brasileña no hubiera ni uno. Más bien parece tratarse de una mera cuestión de distribución estadística. A Buenos Aires le tocó, como a los parisinos de la Salle Pleyel en 2006 o a los italianos del Festival de Umbria del año siguiente, presenciar uno de sus shows de intolerancia que, por otra parte, aparecen calcados uno del otro. Una crónica de la actuación parisina, publicada en el blog de la disquería porteña Minton’s (minton-s.blogspot.com), relata: “Después de hacer un apasionado pedido al público para que dejara de toser, Jarrett se fue de la sala en la primera mitad, negándose primero a continuar, aunque luego regresó al escenario para terminar esa parte del concierto y también la segunda (...) En 2008, durante la primera mitad de otro concierto parisino, Jarrett se quejó ante el público de la calidad del piano que le habían dado, yéndose del escenario para hacerles oír sus protestas al personal del teatro. Siguió un largo intervalo en el que el piano fue reemplazado”. El affaire italiano fue aún más violento. En ese caso la actuación era del trío de Jarrett con Gary Peacock en contrabajo y Jack De Johnette en batería, y el enojo del pianista tuvo como pretexto (o literal disparador) a los fotógrafos. “No hablo italiano, así que si alguien habla inglés, díganles a esos pelotudos con cámaras que apaguen sus putos aparatos ya mismo. ¡Ya mismo! No quiero más fotos, ni tampoco esa luz roja que hay ahí. Si vemos una sola luz más, me reservo el derecho (y creo que para ustedes es un privilegio poder escucharnos), pero digo que me reservo el privilegio, al igual que Jack y Gary, de dejar de tocar para irnos de esta ciudad de mierda.”

En realidad, la mala actuación argentina y el buen concierto brasileño (con el excelente álbum resultante) están relacionados. Una de las pistas la da el diseño de la tapa. Si el sello ECM se caracteriza por las oscuridades y las brumas nórdicas, recurriendo habitualmente al blanco y negro o a las tonalidades de grises o azules pizarra, en este caso las letras RIO aparecen contra un solar amarillo y rojo. Más que el propio Brasil hubo una idea de ese país y de sus culturas que penetra en los materiales musicales de Jarrett. El pianista ya había decidido de antemano que el de Brasil sería un gran concierto, podría decirse. Y un gran concierto impregnado, además, por su idea de Brasil. Jarrett sabía que tendría allí una actuación luminosa, solar, y todo sería entonces cálido, allí donde habitualmente reinaba la frialdad. De hecho, al terminar su presentación, esa misma noche, Jarrett llamó a Manfred Eicher (el fundador y director de ECM) para decirle que había realizado una de las mejores actuaciones de su vida. El concierto de Río puede verse casi como la contracara exacta del registrado en el Carnegie Hall en 2005. Extrovertido y hasta explosivo, frecuentemente virado hacia el lirismo más extremo y, también, hacia una atonalidad libre à la free jazz de los setentas, en Rio Jarrett circula, además, por ritmos que, si no son brasileños, se aproximan, en todo caso, a una idealización de lo afrolatino. Y, hay que decirlo, el encuentro entre Jarrett y ese mundo en principio ajeno –como el de Bizet con la España imaginaria de la Carmen de Merimée–, resulta formidable. Jarrett, al fin y al cabo alguien con graves problemas de personalidad, se inventó un satori brasileño, lo actuó, lo creyó y lo grabó. Después, sólo podría haber amargura y decepción. Por desgracia, eso sucedió en Buenos Aires. Por suerte, si es cierto que la alegría es sólo brasileña, en la Argentina todavía puede ser escuchada en disco. Y en este caso vale la pena.

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