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Domingo, 8 de junio de 2003

TERRITORIOS

Bailando sobre los escombros

La imposibilidad casi absoluta de acceder a los libros importados (y a varios nacionales) vuelve a poner al descubierto un fenómeno aún más sorprendente que la concurrencia masiva a la Feria del Libro: el ecléctico, democrático e inesperado mundo de la oferta en las librerías de la avenida Corrientes.

POR CLAUDIO ZEIGER

Entre diversas postales de la crisis, restos mezclados con otros restos de antiguos esplendores (pizzerías, bares, restaurantes, cines, aquí y allá algunas empalizadas que ocultan interiores que ya ni recuerdo), las librerías de la calle Corrientes se mantienen en pie. Quizás no habría que agregar mucho más. Ésta es la noticia y punto. Ahí están –siguen estando– Fausto, Losada, Hernández, Premier, con su amable atención de siempre, la buena presentación de los libros repartidos en mesas coherentes u originales y el clima agradable para mirar, hojear y olfatear. Los libros están carísimos, pero siempre es un gusto pasar por allí.
Pero ahora vamos a hablar de otro mundo de libros, un universo más caótico e impredecible que se abre como un surco en el asfalto: las numerosas librerías de saldos y ofertas, con sus grandes mesas abarrotadas. Es el reino de la diversidad, pero no sólo de materiales diferentes, de igual o pareja calidad; es la diversidad de lo alto, lo bajo y lo más o menos. Es la convivencia de la revista antigua con el último autor argentino saldado (“todo bicho que camina...”); de Flaubert y la guía de gimnasia para el fin de semana; de los grandes romances de la historia argentina y la considerable biblioteca de La Nación. Y todo más o menos a 5 pesos. Ahí, en esas enormes mesas donde mucha gente diariamente revuelve, mira, va y viene, busca a veces algo concreto y otras veces se deja arrastrar por la más absoluta heterodoxia, uno toma conciencia de muchas cosas.
Por citar diez (número redondo): 1) De cuántos libros escribió Félix Luna solo o en colaboración, amén de todas las colecciones de biografías de próceres o semipróceres que llevan su nombre como faro. 2) De que cada vez más (¡oh! madurez) uno se siente atraído por los libros de tapas duras (que estén en buen estado, eso sí) y los libros de historia argentina, sutil corrimiento de la ficción al ensayo (ejem, sospechosa de irreversible Seriedad). 3) De que estas librerías son como todo en la vida; lo que deslumbra puede llegar a saturar. 4) De que lo más recomendable, si usted quiere convertirse en un buscador de libros eficaz, es ser metódico. Hay que armarse dos o tres rutas variadas y recorrerlas de vez en cuando, dando tiempo para la renovación del stock. 5) De que está lleno de turistas de países hermanos comprando libros a lo loco. 6) De la pasión de los españoles por hacer ediciones anotadas, encomiables y agotadoras por igual. 7) De que hay libros y autores (piadoso manto de silencio) que jamás se van a vender así los regalen. 8) De que las mejores librerías de saldo no necesariamente son las más grandes. 9) De que Nietzsche es pasión de multitudes. 10) De que los mesas son como capas geológicas: la novedad rutilante de hoy es el hallazgo arqueológico del mañana.
En algunas librerías (ruta Avenida de Mayo, paseo de por sí crepuscular, con cierto aire de tertulia patria venida a menos) se encuentran numerosos libros de otros tiempos, tiempos inverosímiles. Son las bibliotecas enteras vendidas por sus dueños. Allí están, completas e incompletas, las joyas de la abuela, los volúmenes de los estantes vaciados de la casona recién rematada o vendida a bajo costo. Y no hace falta pensar en émulos de Victoria Ocampo, aunque pensar así le agregue glamour a la decadencia; no hace falta que esos libros hayan sido de la oligarquía o de la aristocracia cultivada. Es bien sabido que merced a la gran crisis económica, el año pasado debe haber supuesto una formidable liquidación de bibliotecas familiares o personales de estratos medios con necesidades más apremiantes que la cultura.
Hace poco me compré un volumen de rojas tapas duras de los Retratos de Mansilla; había al menos treinta libros de esa colección de la editorial Jackson, obviamente provenientes de un mismo lugar. Mansilla, Sarmiento, Alberdi, el general Paz, entre otros. En otro lugar encontré una excelente edición de Altaya de Dublineses de James Joyce, tímidamente solitaria entre muchos volúmenes de poco digerible literatura española; por aquí ypor allá la excelente colección de Eudeba “Genio y Figura” (nadie en sus cabales puede perderse a tan bajo costo Genio y figura de Victoria Ocampo de Blas Matamoro); o la correspondencia de San Martín y Tomás Guido, o un Moby Dick o La isla del tesoro o El 45 (el mejor Félix Luna), etcétera, etcétera. Lo cierto es que viene a corroborar lo que le escuché decir a la gran profesora de literatura María Teresa Gramuglio: uno puede hacerse una buena biblioteca con poca plata... a condición de tomarse el trabajo de dar vueltas, rebuscar, ser perseverante, incluso actuar por ensayo y error cuando no se puede ir tan a lo seguro.
Por si estas líneas suenan excesivamente personales (al fin y al cabo uno termina encontrando lo que busca, pero ya sabe más o menos lo que busca), se pueden agregar otras imágenes del buscador de libros: aquel que tiene que satisfacer una necesidad más imperiosa que leer clásicos o libros de una Historia tan enrevesada como la argentina; aquel que busca un volumen de artesanías porque es artesano, libros de computación o lo que fuera; recibirá a cambio lo que hay, pero que es algo frente a la imposibilidad absoluta (tan absoluta como cuando se habla del Mal Absoluto) del libro importado.
¿Qué cultura saldrá de este cambalache de las mesas de Corrientes, Callao, Avenida de Mayo, turistas y potenciales escritores, estudiantes y oficinistas a la salida del trabajo? Mezcla de crisis y resurrección, será cualquier cosa pero sobre todo un interesante desafío para los que saben que ciertas coordenadas de la cultura argentina están definitivamente en el pasado y, por más que las quisiéramos resucitar, no volverán a darse.
Siempre existe la posibilidad de refugiarse en la melancolía y continuar el llanto eterno por aquel paraíso perdido hecho de traducciones, revistas literarias y discusiones en los cafés. O si no, sobre ruinas más recientes, sobre fracasos más recientes, se puede empezar a creer que una cultura democrática y barata, anárquica y heterodoxa, se irá abriendo lugar de un modo u otro, entre las piedras. No son ruinas circulares sino más bien ruinas por las que todavía vale la pena circular.

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