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Domingo, 29 de abril de 2012

MúSICA > MERRILL GARBUS, RESPONSABLE DE ESA FELICIDAD LLAMADA TUNE-YARDS

La soNrIsA mUSiCaL

Empezó más grande en medio de la industria de la precocidad, pero a los 30 años enseguida ocupó el lugar que se merece: el de una compositora que hizo de sus influencias africanas algo honesto, alegre y generoso, capaz de hablar de su país y de su amor en un mismo verso, dueña de una frescura que hace nido en su sonrisa y de una libertad mental que hace de su proyecto algo que no para de sumar adeptos, músicos y canciones. Y esta semana, lo trae a Buenos Aires.

 Por Micaela Ortelli

Dice Merrill Garbus, la mujer detrás del proyecto Tune Yards, que las canciones ya están hechas y esperan en jardines musicales a ser recogidas. Los músicos después se ocupan de “afinarlas y esculpirlas un poco”, pero eso no los convierte en sus dueños. La música, en todo caso, es de todos. Cuando se dio cuenta de eso dejó de sentir culpa por valerse de sus influencias africanas y empezó a convertirse en lo que es: una cantante honesta, generosa y expresiva como pocas hoy en día. Tune Yards normalmente es tUnE-yArDs, como lo escribió en su momento en MySpace para destacarse entre las miles de bandas allí cargadas. “Viste que no soy sólo una chica con un ukelele; tenés que apretar shift para tipear mi nombre”, se ríe ella, pero algo de eso hay. La fusión de lo contemporáneo del sampleo y el loop, y lo tradicional de la percusión y el ukelele crean un sonido así, provocador, versátil, irregular: en mayúsculas y minúsculas. Sumarle a eso la voz enorme de Garbus –que no, no es sólo una chica con un ukelele– y el resultado no puede ser mucho menos que genial. Por eso la etapa lo-fi de Tune Yards (la de los temas grabados con un dictáfono y editados en el Audacity) duró poco, porque el proyecto pide cancha, busca trascender; y para eso hay que hacer mucho ruido.

Básicamente hay dos cosas que diferencian a Garbus –que nació en Co-nnecticut y vivió en muchos lugares– de la mayoría de los músicos surgidos en los últimos años. En primer lugar, la edad: entre tanto multiinstrumentista precoz dando vuelta, ella aparece con su primer disco Bird Brains (o BiRd-BrAiNs), de 2009, recién a los treinta, después de un recorrido por otras artes, viajes y una formación musical medio a los tumbos. Y forzando un tanto la cosa, la segunda diferencia puede tener que ver con lo mismo, con que haya vivido más: a Garbus no le sienta salir del paso (del paso fundamental que implica involucrarse, o al menos, estar informado) levantando el banderín blanco de la apoliticidad (actitud posmo si las hay). Eso tampoco la vuelve una sermonera, ni siquiera una cantante de protesta; pero sí alguien atenta y sensible a lo que pasa en su país y en el mundo, lo que ya es decir algo. Sus reproches son sutiles pero contundentes: “Dulce tierra de la libertad, ¿cómo es que no puedo ver mi futuro entre tus brazos?”, se pregunta, irónica, en “My country”; y no acusa a los cuatro vientos si es más efectivo hacerlo a través de una historia de amor, como en “Doorstep”: “No me digas que la policía estuvo bien, porque le disparó a mi amor cuando cruzaba mi umbral”.

La entrega de Garbus es total y evidente, en las letras, la energía de las canciones y la fortaleza que transmite al cantar; pero sobre todo –y esto es curioso–, en la sonrisa: Merrill Garbus tiene una sonrisa que recibe, agradece, participa. Con Tune Yards, además, terminó de enterrar a la chica triste y autocompasiva que fue alguna vez y dejó por fin al cuerpo hacer lo suyo. Porque había estudiado teatro pero hasta el momento sólo se había enfrentado al público como titiritera. Hasta que un día compuso un musical infantil en el ukelele y, cuando tuvo que representarlo, se dio cuenta de que había disfrutado mucho más haciendo las canciones. Y como uno puede hacerse el desentendido ante la mayoría de las cosas en la vida pero no ante lo que sacude de verdad, a ella no le quedó otra que colgar los títeres y cambiar de vida. De ese trabajo (y del que le siguió porque después fue niñera), tomó lo mejor –la frescura, curiosidad e inocencia de los chicos– y lo plasmó en su música y sus videos (en más de uno aparece ella en su exacta réplica mini).

Dedicarse a la música no sólo la obligaba a exponerse como no lo había hecho antes –como el teatro de títeres nunca le había exigido–, sino también a reconocer qué música la inspiraba y movilizaba para poder reinventarla y crear la propia. Había estudiado swahili en la universidad y vivido una temporada en Mombasa y Nairobi. El viaje, claro, fue musicalmente revelador (desde Brian Eno, pasando por Damon Albarn, hasta los súper actuales Vampire Weekend pueden dar cuenta de algo similar). Entonces se le presentó la disyuntiva, porque sentía que importando esos sonidos se estaba apropiando de una cultura que no era la de ella, que de alguna manera estaba usando a Africa para hacer plata. Pero al mismo tiempo, ¿cómo deshacerse de las influencias si, una vez incorporadas, funcionan solas? Difícil sería creerle a Merrill Garbus si cantara con menos devoción, o si su música tuviera menos ritmo, menos sangre. Por eso la música de Tune Yards no pudo quedarse encerrada en una habitación, porque es música que necesita respirar y espacio para moverse. Y principalmente, es música que necesita de otros. Así, a la gira en presentación del segundo álbum, Whokill (o w h o k i l l), de 2011, se incorporaron un bajista (Nate Brenner, que también colaboró en la composición de algunos temas) y dos saxofonistas. Es que cada vez son más los participantes y el sonido tiene que expandirse, llegar más lejos, a nuevos jardines.


Tune Yards toca por primera vez en Argentina, este jueves 3 de mayo, en Niceto (Niceto Vega 5510). Entradas: $120.

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