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Domingo, 29 de abril de 2012

TEATRO > TRES OBRAS TEATRALES EN LAS QUE DESDE LA FICCIóN SE ACARICIA UNA HIPóTESIS DE REALIDAD.

Los mundos posibles

 Por Mercedes Halfon

La futura intimidad: 2040, de Elisa Carricajo

El futuro llegó, hace rato. En realidad al teatro porteño llegó hace un par de años, cuando Elisa Carricajo estrenó en el Ciclo Operas primas del Rojas, 2035, una obra que –además de ser su primer trabajo– transcurría precisamente en esa fecha. La directora avanzó cinco años en el tiempo (de la ficción) y acaba de estrenar 2040. Ambas historias no tienen más relación entre sí que el ánimo un poco extraño al teatro de explorar las vicisitudes de esa entelequia llamada futuro.

2040 nos sitúa en el interior de un hogar. Es raro, tiene artefactos cuya función desconocemos, pero estamos en un living. Una madre (Mónica Raiola) y una hija (Paula Acuña) discuten y esperan la llegada de un tercero (Julián Tello) al que la madre insiste en llamar “tu alumno”, para que la hija corrija diciendo que se trata de algo así como “un ser en busca de su propio camino”.

La obra nos engaña. El futuro que muestra 2040 no es la distopía tecnológica a la que nos acostumbraron la literatura y el cine. Porque así como esas ficciones se dedicaron a imaginar sociedades posibles, esta obra imagina intimidades. Nada que ver con lo social. Lo que del futuro nos muestra 2040 es un lienzo enrarecido donde plasmar problemas humanos que, como dice la directora, ahora son “imposibles, pero no impensables”.

Al ritmo de las canciones de Chico Buarque, Roberto Carlos, Elis Regina y más brasileños, una anacronía justificada por la ficción, los tres personajes se enfrentan. Los embargan, digamos, distintos dilemas referidos al cuerpo. La madre está obsesionada por no envejecer, locura que la época avala y permite llevar a un extremo delirante. La hija y el muchacho están en un viaje diferente y hasta diríamos opuesto. Los dos fueron parte de un extraño grupo de investigación del que se abrieron y ahora hacen sus propias prácticas. Radicalizados en una suerte de filosofía del cuerpo, practican ejercicios de yoga y conversan en una jerga que suena new age, suena metafísica, suena ridícula y muchas veces suena cierta.

Todo este mundo enrarecido se presta para que los tres actores construyan registros actorales preciosamente singulares y que no le deben nada al naturalismo. Maúllan, se mueven como borrachos, hacen pasos de baile geométricos y extrañísimos, a la vez que muy concentrados conversan, reflexionan, recuerdan –en el caso de la madre– su disipada juventud. “El futuro es una nave que intentamos pilotear”, canta Toquinho en el cierre de 2040. Porque tal vez, lo más crucial de lo que tenga que venir no ocurra en el campo de las relaciones sociales, sino de las personales, en el lugar más recóndito de nuestra casa, en nuestro propio cuerpo.

Sábados 20.30, El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Entrada: $50


Una coda a La Strada de Fellini: Para qué vamos a hablar de guerra, de Román Podolsky

Partiendo de ese amor que ciertos personajes de ficción han generado en el imaginario colectivo y también de la pregunta acerca de qué hicieron después de que los dejamos, transcurre Para qué vamos a hablar de la guerra. Se trata de una posible coda a La Strada de Federico Fellini. Aquí la vemos a Gelsomina viviendo una vida no muy reposada, pero ciertamente alegre con el loco –el funambulista– que la perseguía en la recordada película. Tiene un número en el que adivina si lloverá, si la tierra será fértil o yerma y demás fenómenos de la naturaleza. A Zampanó hace años que no lo ve, después de que una mañana se levantara y se diera cuenta de que él se había marchado con las cadenas, la moto y todo. Pero nada más nombrarlo, Zampanó reaparece. La pequeña paz de los cirqueros débiles será interrumpida por la llegada del hercúleo personaje que ya no lo es tanto: está viejo y sin poderes en los bíceps. Pero vuelve para llevársela.

La obra está inspirada en la adaptación teatral de Tullio Pinelli y Bernardino Zapponi, sobre el tema y el guión de La Strada de Fellini, Pinelli y Ennio Flaiano. Los actores hacen los honores a sus personajes, que de tan recordados podrían volverse un peso difícil de llevar. Malena Figó hace el mismo papel que Giulietta Massina, dulce, ingenua, tal vez demasiado, pero llena de esa gracia que la vuelve luminosa. Zampanó es su perfecto reverso y en el cuerpo de Nacho Vavassori da un resquemor parecido al de Anthony Quinn, aunque algo ablandado por el tiempo. Claudio Da Passano crea a un ser endeble y bipolar que balancea el trío.

Román Podolsky concibió esta historia, en la que Gelsomina, Zampanó y el loco vuelven a la arena del circo para dar una última pelea. El circo ya no será igual después de su encuentro.

Domingos a las 18 en La Carpintería Teatro, Jean Jaures 858. Localidades: $50.


La cita o una imaginada última noche de Rodolfo Walsh

Autoproclamada apócrifa y libertaria, esta puesta lleva a escena una supuesta última noche de Rodolfo Walsh, antes de la tristemente célebre cita que terminó con su vida. Se nos plantea una fusión de horizontes: el de la historia verdadera, que conocemos y que no podemos obviar, y el que la autora y directora, Aldana Cal, decide imaginar para estos personajes. Más aún cuando el protagonista, Walsh, es representado por un actor que guarda un parecido físico con el escritor, por lo menos en cuanto a su caracterización externa. En lo interno las cosas cobran otro vuelo: el Walsh de La cita, es “El irlandés”, un amante de la naturaleza que hacha, hombrea bolsas de arena, cava pozos en la tierra. El está, también, escondido en alguna clase de –metafórico– pozo.

Su mujer lo insta a que se ponga un bigote falso para salir de su escondite y él se niega diciendo que no quiere ponerse ese “pelo muerto”. La muerte y la naturaleza tienen mucho valor en los pocos elementos que circulan en la historia. Ese bigote, la preocupación por la fertilidad del suelo, la tenebrosa y creciente presencia de las hormigas que amenazan llevárselo todo.

La aparición de un editor que le reclama textos y también dinero nos da la pauta de que este Irlandés tiene bastante que ver con la literatura. Sin embargo, a lo largo de la pieza sólo lo veremos empezar a golpetear su máquina de escribir, para luego hacer un bollito con la hoja.

Sin la preocupación de referirse a datos documentales de esa noche, la obra avanza hacia un final “cantado”. Algunos motivos y las potentes actuaciones de Mariano Speratti, Irene Goldszer y Rubén Sabadini nos acercan una imagen del escritor que, más que ser falsa o verdadera, da cuenta de eso verdadero que Rodolfo Walsh sigue y seguirá generando.

Los jueves a las 21, en ElKafka, Lambaré 866. Entrada: $50.

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