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Domingo, 29 de abril de 2012

Siga esa línea

Dibujando cuatro meses juntos en un mismo papel para después volver a trabajar en soledad con el fantasma del otro, Viviana Blanco e Ignacio Valdez reconstruyen territorios donde recuperar lo perdido y los restos diurnos de lo que se ve con los ojos bien abiertos.

 Por Veronica Gomez

“Díganme, señores, ¿cuál es el compás presente por todas partes y ocupado en dibujar el fango, tal como lo está en trazar la ruta de los astros en los cielos, esa raya variada y regular en sus giros?”, interpelaba Delacroix desde sus Fragmentos metafísicos, esos escritos apasionados y sesudos que nos sacuden de tal manera, una manera casi alucinógena, que nos abren los ojos a un universo hecho casi enteramente de líneas. La escala es amplísima y los orígenes diversos: desde las estrías que dibuja un hilito de agua en la arena –tan parecidas a las rayas que adornan la piel de un tigre– hasta el trazado abismal de las constelaciones. Para Delacroix, esa pulsión dibujística era puro tumulto que no excluía el detalle y que hacía de la observación exhaustiva una experiencia metafísica. La pregunta fue lanzada por el artista francés el 16 de septiembre de 1849 en el bosque de Champrosay. Casi dos siglos después sigue teniendo el mismo vigor y no hay que ir a ningún bosque remoto para tener la experiencia, basta visitar la muestra donde Viviana Blanco e Ignacio Valdez se encuentran para dar testimonio, cada uno a su ritmo y hurgando en su costal y en el ajeno, del acto de dibujar.

Es una muestra hecha de a dos y en el ambiente repercute el encuentro sin que las pistas se visualicen directamente en los dibujos seleccionados. Se preguntarán ustedes cómo darse cuenta entonces del trabajo mancomunado del dúo. La manera más directa es hojear el fanzine que acompaña la muestra, ideado por Martín Sandoval y diseñado por Sofía Durrié y que, en este feliz caso, escapa a los parámetros medio anodinos de producción de catálogo. El librito está pensado como narración fragmentaria y amorosa de un proceso donde el trabajo de dos artistas dialoga con intensidad y placer. Ahí se remontan los rastros del encuentro: frases espontáneas, sentencias abruptas que se arrepienten un poquito, imágenes de los talleres abiertos a la sana promiscuidad, resabios de conversaciones en un restaurante chino, botella de vino mediante... velocidad y reposo. Urgencia y emergencia. Y los textos de Lux Lindner que aportan el grado apetecible de insolencia y ficción. Durante cuatro meses Blanco y Valdez trabajaron juntos, dibujando en el mismo papel gigante, jugando de local o visitante en cada taller. Después se llevaron la experiencia colectiva a la intimidad para producir en soledad sus obras individuales con todo lo incorporado. Y cada tanto, y para no extrañarse, uno iba a chusmear lo que andaba haciendo el otro. “Fue muy lindo el proceso espejado... te ves reflejado en el hacer del otro y tu hacer se te revela como algo nuevo”, cuenta Viviana. “Durante este proceso hemos procurado abrir la escucha. Uno a veces cree que la función del arte es decir, pero quizá la función del arte sea esencialmente escuchar”, agrega Ignacio.

Valdez

Hace un tiempo que Viviana Blanco viene haciendo del uso de la línea un apostolado. Su obsesión por ocupar el espacio acumulando líneas de carbonilla no la lleva a quedar capturada ahí, repitiendo el gesto como una condena, sino que la repetición casi infinita, ajustada a grandes contornos, le permite evidenciar la trama íntima de los paisajes extrañados, los paisajes soñados, los territorios donde es posible recuperar lo perdido aunque las cosas regresen a nosotros revistiendo un estado de somnolencia. El homenaje a su gata Sabina, que la acompañó durante 14 años, mudanza tras mudanza, es un delicioso dibujo donde podemos reconocer a la propia artista acostada en el confortable lomo del felino, agigantado por su memoria emotiva. El color, que venía apareciendo con cautela en obras anteriores, ahora es asumido con valentía. Así es como los pavos reales no ocultan su ser multicolor y la serpiente hace la digestión en sutiles tonos del marrón. Y el color irrumpe, pero no furioso, sino que aparece como la transpiración natural de la epidermis de las cosas. El paisaje ostenta lagunas y las lagunas se transforman en pozos. Flotar en aguas opacas o caer en el agujero a lo Alicia. Cualquiera de las opciones nos transporta a dimensiones no del todo desconocidas, algo que habremos vivido en algún tiempo mítico, un tiempo fuera del tiempo. Un déjà-vu de vidas pasadas.

Negro, blanco, rojo indio, gris y azul metalizado. Estos son los colores de la carne que Ignacio Valdez pone al asador, y podríamos asegurar que no escatima ni materia ni energía. Hay en su dibujo fuerzas centrífugas y fuerzas centrípetas. Y cúmulos ignífugos y estallidos. Como una especie de médium que alberga, por un rato prudente –sino se rompería en mil pedazos– las fuerzas de la naturaleza, no las sutiles, sino las catastróficas y exultantes, Valdez se hace recipiente para luego vaciar las turbulencias. Y elige para hacerlo un soporte frágil: el papel. ¿Acaso es un ensayo sobre la resistencia de los materiales? ¿Una alquimia expresionista? ¿Cuánto peso y cuánto impacto soportará el papel todavía? Da la impresión de que estos papeles, baqueteados pero en pie, fueron estremecidos lo suficiente como para que confiesen sus secretos, aunque los secretos no sean inteligibles y terminen arrojando más caos en la noche. Frente a los dibujos de Valdez podríamos recordar a Alberto Greco, tirando sus telas casi vacías en el balcón para que la intemperie haga su trabajo. Pinturas hechas con la violencia lenta del tiempo. Sin embargo, Valdez no parece querer compartir la autoría con los avatares climáticos. La lucha es cuerpo a cuerpo y la acción humana es indispensable. El papel es un rival estoico que ofrecerá la otra mejilla innumerables veces hasta que el artista caiga agotado de cansancio. Y tal vez, cuando eso suceda, los sueños de Ignacio serán restos diurnos de aquello que ha contemplado despierto intensamente: constelaciones habitadas por gatos gigantes, capullos que esconden espías y serpientes ensimismadas escapadas de los dibujos de su compañera de muestra.

Valdez-Blanco
Viviana Blanco e Ignacio Valdez
Hasta el 8 de mayo
Palatina
Arroyo 821. CABA
www.galeríapalatina.com.ar

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