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Domingo, 1 de julio de 2012

DESPEDIDAS > MURIó NORA EPHRON (1931-2012), LA MEJOR DIRECTORA DE LAS úLTIMAS DéCADAS

El difícil arte de amar

Hollywood tiene pocas directoras, pero incluso sumando a los hombres, hay pocos capaces de escribir y dirigir con la sensibilidad romántica de Nora Ephron en sus mejores momentos. Sólo con su guión de Cuando Harry conoció a Sally ya se habría ganado un lugar en la historia del cine. Pero después de Sintonía de amor y un bajón del que parecía recuperada con la notable Julie & Julia, Nora Ephron murió la semana pasada a los 71 años, dejando una historia de best-sellers, matrimonios, guiones, divorcios, películas, desastres y el sueño dorado de volver al gran cine clásico de los ’40 en el que bailan el amor y la gracia para sobrevivir a él.

 Por Mariano Kairuz

Fue en 1979: Nora Ephron estaba casada aún con Carl Bernstein, uno de los dos periodistas del Watergate, el segundo de sus maridos y padre de sus dos hijos –Jacob, de un año de edad, y Max, del que todavía estaba embarazada–, pero el matrimonio ya se encontraba en escandaloso proceso de separación y divorcio. Ella había descubierto que él la engañaba con la esposa del embajador británico. El diplomático la llamó y le dijo: “Deberíamos encontrarnos”. “Así es”, coincidió ella, y arreglaron una reunión en un restaurante chino de Connecticut, lejos de donde pudiera seguirlos la prensa. Al verse en la entrada del local, los cornudos públicos se abrazaron, lloriqueando, y ella, con su panza, le dijo: “Peter, ¿no es horrible?”. A lo que el político respondió, algo teatral e incomprensiblemente: “Sí, sencillamente horrible. ¿Qué le está pasando a este país?”. “Sin dejar de llorar”, contó Ephron años más tarde al recordar aquel episodio, “cuando dijo eso pensé: esto es graciosísimo. Sabía que algún día podría escribir sobre ello”.

Dos años más tarde publicaba una novela que (apenas) ficcionalizaba todo el desastre matrimonial, de adulterio, decepción y divorcio. El libro fue un best-seller llamado Heartburn, y no mucho después fue una película dirigida por Mike Nichols, con Jack Nicholson como Bernstein, Meryl Streep como Ephron, y guión de la propia novelista. La película, que acá se conoció como El difícil arte de amar, fue un éxito enorme y hoy es un pequeño clásico de la comedia dramática de los ’80. Bernstein amenazó con demandar legalmente a su ex, pero se lo desaconsejaron, y se echó atrás.

“El asunto es que, aunque yo estuviera loca de atar, esto es lo que hacés si sos un escritor”, explicó Ephron. “Para eso está tu vida: para alimentar al animal.”

Esa había sido, después de todo, la lección número uno que les impartieron desde su infancia a Nora y sus tres hermanas menores –todas guionistas y/o escritoras– sus padres, una pareja de libretistas del Hollywood de los ’40, ’50 y ’60, Phoebe y Henry Ephron: “Todo es copia”. La vida real como fuente principal y casi exclusiva de grandes ideas para una buena ficción. “Tomá nota”, se dice que le dijo Phoebe a su primogénita hasta su lecho de muerte. Y sus propios padres le habían dado una prueba contundente de cómo se ponía en funcionamiento esta “máxima creativa”, al utilizar las cartas que Nora les mandaba desde la universidad para mujeres Welleslley, en Massachusetts, como base para el guión de la comedia Llevátela, es mía (1963), de Henry Koster. Ahí estaba todo, y Nora pudo comprobar cómo su propia vida y sus ocurrencias podían convertirse en una película de Sandra Dee y James Stewart cuando todavía era una estrella.

Así que Nora tomó nota.

IMITACION DE LA VIDA(CON FINAL FELIZ)

Y ahora que Nora Ephron (Nueva York, 1931-2012) murió, el martes pasado, a unos 71 años de edad que parecían muchos menos, y como efecto de una leucemia que mantuvo oculta desde hace seis años, queda una filmografía con altibajos y la sensación de que aún podría haber sido mayor y que aquello que quedó trunco se encaminaba hacia un cierre a la altura de sus mayores éxitos. Acaso bastante más que una filmografía, porque Nora vivió varias vidas: si fue una guionista y directora internacionalmente reconocida, en Estados Unidos antes había sido una exitosa periodista y aguda y divertida ensayista (sus notas y columnas fueron recopiladas en varios libros, como Wallflower at the Orgy y Crazy Salad) en el New York Post, Esquire y The New Yorker, y en los últimos años se había convertido en una entusiasta bloggera en el sitio de su amiga Ariana Huffington, y también en dramaturga. Pero su fama mundial se debió a sus películas, y no sólo a las que realizó como directora. Sus padres la habían criado, a ella y a sus hermanas, para que fueran escritoras, y durante su infancia y parte de su adolescencia, decía Ephron, la vida en la casa familiar parecía una sitcom. Después las cosas se pusieron más complicadas, en parte debido a los problemas laborales de sus padres, que devinieron en la ruina matrimonial. Se volvieron alcohólicos, y su madre murió de una cirrosis, aunque Nora y sus hermanas siempre tuvieron fuertes sospechas de que su padre le dio el tiro de gracia suministrándole una sobredosis de pastillas para dormir. Toda esta desdicha que oscurece varios años de su biografía familiar no limitó ni intimidó a Nora, quien en todo caso se preguntó, siguiendo la enseñanza de su madre, de qué modo y cuándo podría utilizar todo este material en una comedia, o un drama, o lo que fuera.

Sus primeras experiencias en el cine no fueron autobiográficas pero sí estuvieron basadas en historias reales. Su debut absoluto fue una misión casi delirante: corregir nada menos que al legendario William Goldman, cuyo guión para Todos los hombres del presidente no satisfacía a los autores del libro, Bernstein y Bob Woodward. La versión “arreglada” por Ephron y su entonces marido no fue usada por el director Alan Pakula, pero la experiencia le sirvió de aprendizaje. Poco tiempo después, Nora guionó (junto a Alice Arlen) la historia de Karen Silkwood, activista antinuclear, que se convirtió en un éxito bajo la dirección de Mike Nichols (Silkwood, 1983), dejó varias escenas indelebles (como la de la brutal ducha antirradiaciones a la que es sometida la protagonista), y le valió la primera de sus tres nominaciones al Oscar, así como la amistad de Meryl Streep, que se extendió por casi tres décadas, hasta la extraordinaria Julie & Julia.

El pico de su carrera llegó en 1989 con Cuando Harry conoció a Sally, que dirigió Rob Reiner y para la que, si bien no hay nada ni necesaria ni evidentemente autobiográfico, está claro que Nora Ephron tomó muchas notas: vale la pena reverla una y otra vez porque los brillantes e iluminadores chispazos de cada una de sus escenas y de sus diálogos no se agotan nunca. Cuando Harry conoció a Sally se convirtió en la gran épica romántica de su tiempo, un ensayo repleto de ideas sobre el amor, el desamor y la amistad entre hombres y mujeres (o su imposibilidad, según el personaje de Billy Crystal), y también encarnó inmediatamente en el corazón de un conjunto de obras de distintos autores, cineastas y actores con diversas y cruzadas vinculaciones entre sí, y unidos principalmente por un profundo amor por el cine clásico norteamericano. Durante unos años, entre fines de los ’80 y principios de los ’90, este grupo de artistas y escritores (Rob Reiner y su esposa, la también directora Penny Marshall, el hermano de ésta, Garry “Mujer bonita” Marshall, y actores como Billy Crystal, Tom Hanks, y brevemente la nueva novia de América, Meg Ryan, entre otros) pareció revitalizar la comedia y el drama de Hollywood con un ojo puesto en los años dorados, los ’40 y ’50, del sistema de estudios. Películas como Quisiera ser grande, Un equipo muy especial, El cómico de la familia abrieron una esperanza. Cuando el libreto de Ephron filmado por Reiner citaba Casablanca no estaba recurriendo a un referente de autoridad fácil, gratuito y ready made, para validarse en un súper clásico, sino que constituía un eje argumental de la relación de pareja, al poner a Harry y Sally a discutir ideas esenciales sobre el romanticismo y el heroísmo sobre las que pueden sentarse las bases de una convivencia y hasta definirse el espíritu de una época. Cuatro años después, en Sintonía de amor (Sleepless in Seattle, 1993), escrita y también dirigida por ella, Ephron propuso una relectura moderna de la historia de amantes desencontrados que narraba Algo para recordar (Cary Grant y Deborah Kerr, 1957) y, apoyada en dos de las actores más populares de su momento, Hanks y Ryan, probó ser perfectamente funcional para un público contemporáneo que parecía desdeñar el cine “viejo”.

Ephron había empezado a dirigir, tras su experiencia en los sets de películas que había escrito, como un paso siguiente muy natural porque, alegaba, habiendo tan pocas directoras mujeres en la industria y tan pocos directores hombres dispuestos a entender a los personajes femeninos de los guiones –que eran su fuerte–, se imaginaba que contaba con alguna ventaja comparativa. A lo largo de veinte años filmó otras películas menos vistas y bastante menos buenas que Sintonía de amor y Julie & Julia: su debut, Esta es mi vida (de 1992, relato de las vicisitudes de una comediante de stand up y madre soltera interpretada por Julie Kavner) fue un film pequeño pero valioso que pasó bastante desapercibido y que acá se vio directamente en cable y vhs. Las poco recordadas y en general no muy recordables Línea de locos (con Steve Martin), Michael, tan solo un ángel (con John Travolta como un ángel caído, borracho y mujeriego) y Números de suerte sólo podían decepcionar, viniendo de la autora de Cuando Harry... y Sintonía de amor, pero el verdadero quiebre en su filmografía, y hasta cierto punto en el optimista renacimiento de la comedia clasicista, ocurrió con Tienes un e-mail, su remake –como guionista y directora– de un film de Ernst Lubitsch, El bazar de las sorpresas, nuevamente con Tom Hanks y Meg Ryan. Toda la sensibilidad que había exhibido en sus películas anteriores sucumbía al cinismo de los ’90 en la historia absurda del romance entre el propietario de una megacadena de librerías y la dueña de una pequeña librería independiente. Con un realismo casi impropio de una comedia que al principio podía tener como horizonte el cine de Capra, la corporación se llevaba puesta a la pequeña independiente, pero eso no impedía el happy ending entre ambos. Así de abrupto era el final, el de la película y en buena medida el de este movimiento de renovación que a partir de entonces pasó a parecer un espejismo.

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Basta con ver varios de los últimos cachivaches de Rob Reiner (alguna vez uno de los mejores de su generación), los bofes de Garry Marshall (o preguntarse por la ausencia de su hermana) o enumerar los traspiés de Hanks (¿El código da Vinci?) y Meg Ryan para sentir toda aquella efervescencia como algo lejano y muy pasajero. Sin embargo, Ephron dio auténticas señales de vida con sus últimas dos películas, bastante recientes. A pesar de sus defectos, su versión de Hechizada (2005) con Nicole Kidman fue una apuesta rara e interesante, que probablemente fracasó porque no alcanzó a satisfacer al público cautivo del marketing de lo retro y el revival (de la sitcom protagonizada por Elizabeth Montghomery en los ’60), y en su lugar hizo un juego de ficción dentro de la ficción y fantasía fuera de la fantasía demasiado intrincado. Sus mayores detractores entre la crítica estadounidense dijeron que Ephron se había volcado a filmar menos historias que “truquitos argumentales”.

Lo que es indiscutible es que Julie & Julia, su adaptación del libro-blog del ama de casa aspirante a periodista que se propuso el desafío de cocinar cada una de las recetas del libro de la chef y divulgadora Julia Child (una leyenda de la televisión y la cultura popular norteamericanas afín a la que Doña Petrona fue por acá) devolvió al cine –y a unos de los temas favoritos de sus años como periodista: la comida– la energía, el humor y la sensibilidad que la cineasta casi accidental que había debutado tras las cámaras a los 50 años parecía haber perdido.

La razón por la que uno podía esperar con ganas su próxima película es que estaba claro que Nora Ephron se había recuperado de sus fracasos con la misma determinación y la filosofía que la acompañó toda su vida. Convertida en emblema de la (rara)-mujer-con-algún-poder-en Hollywood, decía cosas algo incorrectas como que “hoy sencillamente no puedo tolerar todos esos interminables paneles de debate sobre la mujer en el cine. Simplemente hacelo. Si no conseguís que filmen este guión, escribí otra cosa”. Todo estaba ya en las notas que tomó durante su infancia, en las rigurosas lecciones de supervivencia de sus padres. “Podías estar deshaciéndote en lágrimas que te decían: algún día esto va a ser gracioso. Decirle a un chico que está deshecho que hay una historia en esto que le está ocurriendo puede ser extraño, incluso sonarte contraintuitivo como madre, pero eso es lo que nos decían, y a veces creo que es una suerte que aprendimos a hacerlo, porque somos buenas en esto, porque no somos más que gente salvajemente superficial. Esto es lo que somos, pero nunca nos victimizamos. Sencillamente lo superamos, seguimos adelante.”

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