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Domingo, 29 de julio de 2012

CINE > EL CAMINO DEL VINO: FICCIóN, DOCUMENTAL Y MáS

EL JUEGO DE LA COPA

La idea era simple: contar la historia de un sommelier de las bodegas más exquisitas que pierde el don. Pero a partir de que el sommelier Charlie Arturaola aceptara actuar de sí mismo en el papel principal, empezaron a sumarse muchos de los peces gordos del negocio haciendo también de sí mismos, y lo que iba a ser una comedia ligera terminó disolviendo todas las fronteras y convirtiendo El camino del vino en una película extraña y sentimental sobre los versos, las fortunas y el verdadero trabajo en una de las prácticas más antiguas (y hoy redituables) del mundo.

 Por Mariano Kairuz

Al principio es un chiste, una fantasía destinada a agotarse en un rato, tan parecido al del director que pierde la vista en La mirada de los otros (Hollywood Ending), de Woody Allen, que la referencia se vuelve inevitable: esta vendría a ser la película del sommelier que pierde el paladar. El sommelier es Charlie Arturaola, y no es un actor, sino un sommelier de verdad, con reputación y mucho trabajo internacional. Bueno, hay que aclarar: no es un intérprete profesional, aunque la verdad es que tiene mucho de actor. Nacido en Montevideo hace 51 años, y radicado actualmente en Miami tras trabajar de manera itinerante durante un par de décadas, Arturaola es lo que podría decirse un actor nato, y eso parece haber tenido mucho que ver con la especialidad en la que se ha afianzado como personaje muy requerido. Hay algo de su capacidad para el chamuyo que irrumpe en escena apenas arranca El camino del vino, la película de Nicolás Carreras que se estrena el próximo jueves. Y esa elocuencia no irrumpe en cualquier lugar, sino en medio de una edición del Masters of Food and Wine, en Mendoza. Allí lo encontramos hablando de cosas tales como “una estructura con carácter y personalidad que termina en una elegancia única que nos lleva a una gran armonía del paladar”.

Carácter, personalidad, elegancia, único, armonía. Puro, elegante chamuyo. Y de eso trata la película en esencia, más que de aquel breve chiste inicial del sommelier-que-perdió-el-gusto-y-el-olfato: de ese palabrerío en el que, a lo largo de los años, se pierde el profesional que debe adecuarse a los aires de sofisticación que requiere una industria millonaria y en pleno auge como la del vino, olvidando en parte al sincero amante del vino, el chico que, como dice el propio Arturaola en la película, nació bajo una parra.

“La premisa surgió en una reunión regada en vino, como son todas nuestras reuniones, acá en la productora Cactus”, cuenta Nicolás Carreras, a días del estreno de la que fue su opera prima como director, un año y medio después de llevarse el premio de la crítica internacional en el Festival de Mar del Plata y de su exitoso paso por las secciones de cine culinario de los festivales de Berlín y San Sebastián. “Estaba con nosotros el documentalista alemán Christoph Behl, y un amigo mendocino, Ramiro Navarro, y tirando ideas copa tras copa se nos ocurrió empezar algo que tuviera que ver con esta fantasía de que el vino te conecta con algunas de tus cosas más verdaderas, más intensas. Navarro, que había trabajado con Arturaola es quien nos convence de que es un personaje, que tenemos que hacer la película con él. Ese año fuimos a filmarlo en una edición del Masters of Food and Wine. Christoph quería que hiciéramos un documental de seguimiento, pero fue en medio de ese mundo tan grandilocuente y glamoroso y viendo la soltura de Charlie, que nos surge, con un poco de maldad, plantearnos qué pasaría si un tipo como él mañana pierde el paladar y ya no siente un carajo: ¿Qué hace? ¿Miente? ¿Le creen? Toda esa gente que se toma en serio su asesoría, ¿le seguiría creyendo? La ficción entró entonces como una herramienta para interpelar el mundo del vino.”

Una vez planteado el punto de partida, el problema de Charlie, éste viendo que ni siquiera su propia mujer (Pandora Anwyl, su esposa y socia de negocios en la vida real) le da importancia a su padecimiento, y que los médicos le dicen que no hay ninguna razón neurológica ni fisiológica para lo que le pasa, emprende el sinuoso camino del vino. Con su amigo, el chef Donato De Santis –que aparece, muy graciosamente, como un dandy: una vez cocinando, otra haciendo fierros, otra recibiendo masajes– y un consejo del enólogo Michel Rolland (conocido por muchos a partir del documental Mondovino), sale a recorrer las bodegas de Mendoza en busca de “la mejor botella de vino” que se pueda probar. Esto da pie a varias grandes escenas: por ejemplo, una en la que Arturaola, como un nene, se roba un Norton del ’36 y es atrapado en el acto por el propio presidente de la compañía; otra donde Susana Balbo –dueña de la bodega Dominios del Plata, en una actuación que parece divertirla mostrándose como personaje duro y mujer ríspida de la industria– le espeta lo que muchos viñateros acaso querrían decirles a los críticos de vinos: que hablan demasiado de algo que conocen poco. Que no conocen realmente el proceso de producción del vino. Y entonces lo manda con sus empleados a sudar unos días en la viña.

“Nuestro primer problema”, cuenta Carreras –que les adjudica más de la mitad del crédito por su film a su hermano gemelo Sebastián, montajista, y a su asistente de dirección, Mauricio Albornoz– “era convencer a Charlie de meterse en este personaje, ya que él vive de esto. Pero Charlie es un temerario, y creo que sólo por el afán de hacer una película, algo distinto, irracionalmente dijo que sí. Ahí empezó otro plan que era estructurar esta ficción en la que la mayoría de los personajes sería la gente de este mundo actuando de sí misma. Y lo que más me sorprendió de este procedimiento es que ese mal chiste inicial, ese catalizador, va arrojando luz sobre la desconexión de Charlie con sus raíces y sus sentimientos, y nos llevaba cada vez más hacia el documental, hacia un nivel de verdad que hubiera sido muy difícil de escribir en un guión de ficción”.

En una secuencia al final del día de trabajo en los viñedos, Charlie se sienta a la mesa con Balbo y le dice que finalmente aprendió sobre “la pasión de la gente que trabaja el terruño”; entonces presentimos el resurgir de su encantador talento para el chamuyo. “En ese punto nos burlamos un poco de la profesión del sommelier”, dice Carreras, “que vive de una sofisticación que hay que sostener a toda costa, montada sobre imágenes que construye el especialista para los demás. Mostramos esto, como mostramos un poco los palacios en los que filmamos, que permite cuestionar un poco la riqueza de esta industria. A la mayoría de la gente que participó le pareció divertido hacer esto y se acomodaron a las reglas de juego. Rolland, que es quien le recomienda encontrar el mejor vino, termina equivocándose, porque aparece su negativo, que es un personaje, el barbeta del candombe, el tipo que le dice a Charlie: ‘No busques más el mejor vino; el vino, el paladar sos vos, boludo, tu familia, tus raíces’, que es todo lo contrario de lo que venía haciendo, eso de buscar los vinos más caros del mundo. Y ésa es mi idea del vino. Este es un mundo que no conocemos de adentro, pero los que hicimos la película somos todos tomadores de vino, nos encanta, y no sabemos degustar pero lo hacemos, y yo siento que degustar es inevitablemente un viaje al pasado. Eso nos reconecta con la historia de este tipo que tiene que estar viajando todo el tiempo al pasado en un contexto que no lo deja ser el Carlitos que era en Uruguay hace 40 años, donde tiene que ser el Charlie fancy, elegante, políglota, que nunca se siente mal, que tiene cortada toda esa cosa nostálgica, llorona rioplatense”. Esto llevó a la parte final de la película, que es el reencuentro de Charlie con su familia. Una comida con vino de mesa común que forma parte del relato y permite cerrar su parábola sobre la pérdida de la identidad. “Creo –dice Carreras– que uno en definitiva es eso: uno es el pasado.”


Además de estrenarse en salas comerciales el jueves próximo, El camino del vino también se exhibirá en una serie de funciones especiales en un circuito alternativo relacionado con el vino y la gastronomía. La agenda de estas proyecciones es la siguiente:

Jueves 2/8: Restaurante Hotel Elevage, Sala Godard. Con degustación de vinos.

Martes 7/8: Bar Dain Usina Cultural: 19.30hs. Proyección y degustación de vinos.

Sábado 11/8: Restó Aramburu: 17hs. Proyección y degustación de vinos.

Domingo 12/8: Restó Aldo’s: 19hs. Proyección y cena.

Jueves 23/8: Centro de Enólogos Proyección de película y degustación de vinos.

Jueves 30/8: Casa de Mendoza: 19hs. Proyección de película y degustación de vinos.

Para más información sobre la película: elcaminodelvino.tv [email protected]

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Nicolás carreras
Imagen: Xavier martin
 
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