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Domingo, 29 de julio de 2012

MúSICA > NUEVO DISCO DE FIONA APPLE, LA REINA DEL DOLOR

El corazón en la cabeza

Con su debut a los 19 años fue un fenómeno ante el que sucumbieron público, crítica y músicos. Su segundo disco terminó de mostrar una identidad musical única. El tercero la confirmó como la reina del dolor y el drama femenino. Ahora, habiendo pasado los 30, separada por segunda vez, todavía cargando los viejos dolores de la infancia, decidida a no ser madre y dispuesta a volver a mostrarse con una honestidad sin miedo al pudor ni la incomodidad, presenta su cuarto disco, un trabajo tan insoportable y adictivo como la sinceridad.

 Por Mariana Enriquez

Fiona Apple tenía 19 años cuando editó su primer disco. Era una jovencita lánguida y delgadísima, de ojos marinos y mirada inquietante y asustada; de a ratos muy hermosa, de a ratos perturbadora en su fragilidad rubia. Ese disco se llamaba Tidal y en 1996 vendió casi tres millones de copias, ganó el Grammy y la convirtió en una estrella. Fiona había crecido en Manhattan, hija de un actor y una cantante, nieta de bailarines e integrantes de big-bands, una hija del show business que escuchaba jazz, tocaba muy bien el piano y cantaba con tono e inflexiones de treintañera.

Que Fiona era, además, oscura y difícil, estaba claro en cada segundo de ese disco, pero la prensa, sus pares y la industria parecieron darse cuenta cuando recibió el premio MTV a Mejor Artista Nueva. En esa ceremonia histérica y forzadamente festiva, Fiona –20 años, con un vestido blanco y el pelo largo recogido– recibió su premio, citó a Maya Angelou y dijo: “Este mundo es una mentira y no deberían modelar sus vidas de acuerdo con lo que nosotros decimos, lo que nos ponemos, lo que pensamos, confíen en ustedes mismos”. Ahora, años después, suena como lo que es: palabras cándidas de una artista muy joven que quería usar la oportunidad de hablarle a mucha gente para algo más que dar gracias y lloriquear. Pero entonces fue un desproporcionado y violento escándalo. La comediante Janeane Garofalo hizo un sketch donde se burlaba de Fiona imitando su pequeño discurso, pero diciendo: “No deberían modelar sus vidas de acuerdo con nosotros, aunque yo tengo un desorden alimenticio y me vendí al patriarcado que dice que ser flaca es mejor”. El New Yorker dijo que el discurso había sido “estúpido y ridículo”. Varias publicaciones recordaron el primer video de Fiona, para la canción “Criminal”, dirigido por Mark Romanek, donde se la ve en bombacha, flaquísima, explotada por la cámara (“decidí usarme, exponerme, antes de que lo hicieran los demás”, dijo ella, que tomó las decisiones artísticas en ese video). Fue un ataque vicioso y Fiona Apple se defendió, un poco, en una entrevista para Rolling Stone: “Por supuesto que tengo un desorden alimenticio. Todas las mujeres en Estados Unidos tienen un desorden alimenticio. Janeane Garofalo tiene un desorden alimenticio y por eso está enojada. Y, sí, videos como el que hice contribuyen a los desórdenes alimenticios. ¡De eso se trata el video!”.

Dijo muchas cosas más en esa entrevista. Dio detalles de sus problemas con la comida, de sus problemas con la gente, contó cómo se rascaba los brazos hasta hacerlos sangrar y que no quería que nadie la salvara, ni dar lástima. Dijo que quería que todo el mundo la entendiera, que supiera cómo se sentía, que la respetaran, que quería llevarse bien con todos. Poco antes, un periodista le había preguntado si la canción “Sullen Girl”, desdichada balada al piano de Tidal, era sobre un abandono: “Me dicen la chica sombría/ No saben que solía navegar el oscuro y tranquilo mar/ Pero él me arrastró a la orilla y se llevó mi perla/ Y dejó una cáscara vacía”. Fiona pensó la respuesta y se dijo: “No voy a mentir respecto de esto y no voy a mentir nunca”. Le contó al periodista que “Sullen Girl” no era sobre un abandono: era sobre cuando la violaron, brutalmente, a los 12 años, cuando ella volvía de la escuela. Y lo contó, dijo, porque no la avergonzaba, porque estaba cansada de que fuera un tema escondido, de que nadie se atreviera a mencionarlo, harta, al fin, de que la hicieran sentir que, en efecto, era algo vergonzoso. “Porque tuve vergüenza mucho tiempo. Por eso dejé de comer, en parte. Creí que me habían violado porque tenía curvas, porque tenía carne, porque era deseable. Entonces decidí deshacerme de toda esa carne, no tenerla nunca, para que nadie tuviera de donde agarrarse.”

Su segundo disco se editó dos años después y tenía un título de 90 palabras, un poema impulsivo: When the Pawn Hits the Conflicts He Thinks Like a King What He Knows Throws the Blows When He Goes to the Fight and He’ll Win the Whole Thing ‘Fore He Enters the Ring There’s No Body to Batter When Your Mind Is Your Might So When You Go Solo, You Hold Your Own Hand and Remember That Depth Is the Greatest of Heights and If You Know Where You Stand, Then You Know Where to Land and If You Fall It Won’t Matter, Cuz You’ll Know That You’re Right. La parte importante del título es la última: “La profundidad es la mayor de las alturas y si uno sabe dónde está parado sabe dónde va a caer, y si caés no importará, porque sabrás que tenés razón”. Era una respuesta a todo el drama del primer disco y la exposición. Hubo alguna burla por la ambición y la extensión pero, en general, cundió un respetuoso silencio porque quedaba claro que Fiona no era otra sirena herida al piano –una copia de Tori Amos–; su música era diferente de casi todo. El crítico Stephen Erlewine escribía: “Aunque hay ecos de Nina Simone y Aimee Mann, no es fácil marcar las influencias porque éste es, realmente, un trabajo único. Como compositora balancea sus melodías y sus letras y ya no suena precoz o insular. Su sonido es, simultáneamente, carnavalesco y elegante. Es un disco tan rico emocional como musicalmente y eso es casi increíble para una artista de 22 años”. When The Pawn... vendió mucho menos –un millón de copias– y tuvo su momento dramático: por un problema de sonido en un show de Nueva York, Fiona lloró en el escenario y se retiró después de 40 minutos. Con su novio, el director Paul Thomas Anderson, se mudó a Los Angeles y comenzó su relativo aislamiento del que salió para grabar “Father & Son”, de Cat Stevens, y “Bridge Over Troubled Waters”, de Simon & Garfunkel con Johnny Cash –alguien que sabía de crisis sobre el escenario y locura generalizada–. Fue el comienzo de la carrera en reversa de Fiona Apple, que se iba convirtiendo de superestrella en artista de culto. El siguiente disco llegó recién en 2005, y fue regrabado, porque Fiona no quedó conforme con la primera producción –de Jon Brion, productor de When The Pawn...– y decidió hacerlo de vuelta con Mike Elizondo. The New York Times dijo que era “magnífico”. Vodevil oscuro, una comedia musical neurótica y depresiva, y otra vez esa honestidad exagerada, letras tan íntimas que daban cierto pudor.

Le tomó siete años hacer otro disco. En una entrevista para Billboard explicó el método de sus pausas: “Estos siete años no fueron intencionales. Pasa que termino algo y después pasan dos años y no vuelvo a tocar el piano. Pienso en una canción y después me digo: ‘No me importa si la olvido. No quiero hacer esta mierda. No voy a escribir esta canción’. Puedo obligarme a escribir si son canciones para otro, si son a pedido: adoro los pedidos, las colaboraciones. Pero cuando se trata de canciones para mí, mi ética de trabajo es pésima. La mitad del problema es práctico. Necesito tener la casa limpia. Muy limpia. Si no, me enfermo. Por principios, no puedo tener una mucama. ¿Cómo mierda hace la gente? Yo no tengo un trabajo diario. Estoy sola con mi perro. Y me paso el día limpiando. Cuando se termina, estoy cansada. Y no escribo”.

COMO UNA HERIDA ABIERTA

Pero el disco, de alguna manera, se hizo, se terminó. Tiene otro título extenso, The Idler Wheel Is Wiser Than the Driver of the Screw and Whipping Cords Will Serve You More Than Ropes Will Ever Do, es casi completamente acústico y Fiona lo coprodujo con Charley Drayton, su baterista en las giras. Jim Beviglia, de American Songwriter, dijo que las canciones parecían “una herida abierta” y se lamentó de lo poco prolífica que es Fiona, de que en dieciséis años sólo haya hecho cuatro discos. La crítica de Los Angeles Times decía: “Abraza muchos estilos americanos, desde Tin Pan Alley hasta el funk, y tiene el peso de generaciones. En su oficio hay un linaje, desde el tormentoso rythm & blues de Nina Simone hasta el jazz de Thelonious Monk, y la manera de forzar la voz como Billie Holiday”. The Idler Wheel... empieza con “Every Single Night”, donde Fiona confiesa que “cada noche es una pelea con mi cerebro” y que “solamente quiero sentir todo”. La melodía es resbuscada, la voz ocupa todo el espacio, los arreglos son austeros y obsesivos. En el video se la ve ojerosa, con un pulpo en la cabeza y rodeada de cocodrilos, colorida e incómoda, tan flaca como siempre. Le sigue la jazzera e inquieta “Daredevil”: “No siento nada hasta que lo destrozo... No dejes que me arruine, necesito un acompañante.. ¡Mírenme, mírenme! Soy todos los peces del mar”. Es una canción sencilla y extraña, un chiste amargo. “Valentine”, canción de amor, sólo tiene un piano y el latido de un corazón como percusión/bajo, además de pequeños detalles de Drayton. Lo que Fiona dice cuando abre la boca es bestial: “No viste mi valentine/ Lo envié vía pantomima/ Cuando estabas mirando a alguien más/ Te miré fijo y me corté/ Es todo lo que haré porque no soy libre/ Una fugitiva demasiado tonta como para escapar/ Soy amorosa pero estoy fuera de alcance/ Un durazno en una naturaleza muerta/ Soy un tulipán en una taza/ No puedo crecer/ Y estoy en paz/ Estoy muerta, estoy hecha/ Te miro vivir para divertirme”. Después viene la canción sobre el objeto de este amor: la canción se llama “Jonathan”, como el destinatario, el escritor Jonathan Ames –columnista de New York Press, donde durante años relató sus neurosis–; es una de las más recargadas de arreglos de jazz contemporáneo –incluye sonidos grabados en una fábrica de botellas, los ruidos de una máquina– y una de las letras más directas: “Por favor, aguantá mi puño contra tu pecho y no me pidas explicaciones”. Aunque las explicaciones vienen en la siguiente, frenética canción, con su piano obsesivo y su percusión amenazante, “Left Alone”: “Ahora soy dura, dura de conocer/ Ya no lloro cuando estoy triste/ Las lágrimas se calcifican en mi vientre/ Cómo puedo pedir que alguien me ame/ Si solamente ruego que me dejen en paz/ Oh, pero intenté amar/ Y puedo amar a un mismo hombre/ En la misma cama, en la misma ciudad/ Pero no en la misma habitación, es una lástima/ Nunca me molestó antes/ No hasta que llegó este hombre, qué hombre/ Qué hombre tan bueno, y no puedo disfrutarlo”. El disco afloja el puño con la valseada “Werewolf”, otra canción de amor imposible, pero casi pegadiza, casi de Rufus Wainwright –ambos, chicos de la Costa Este fascinados por Broadway, están marcados por Van Dyke Parks–. Está enojadísima en “Regret” (“Se me acabaron las plumas de paloma blanca/ Para empaparlas de la meada que me sale de la boca cada vez/ Que te referís a mí”), pero toda esa furia sale en una canción dulce, un poco patética. Aquí, una vez más, sucede lo que varias veces: Fiona Apple decidió grabar su voz cruda, deja que se quiebre, que raspe; se escucha su respiración, no limpia su garganta, no oculta ningún llanto y es fantástico, es de una desvergüenza maravillosa. La última canción de The Idler Wheel... es juguetona y circense, erótica, con una percusión que parece venir de las profundidades: “Si yo soy manteca/ Entonces él es un cuchillo caliente/ ¡El me excita!”. Es un final un poco psicótico, pero al fin un alivio. Es un disco muy raro The Idler Wheel...: al mismo tiempo insoportable y adictivo, feo y hermoso: casi nada se le parece y pocos artistas se atreven, como Fiona Apple, a disgustar.

LA CAMPANA DE CRISTAL

Cada disco de Fiona Apple viene acompañado de ella, de sus entrevistas, que son largas conversaciones, su insólita comodidad para hablar de sus tormentos y alegrías, si las hay. Esta vez contó que no sale de su casa –es decir, sólo lo necesario–, que no escucha música nueva, que no quiere tener hijos y no los tendrá, aunque se la pasa leyendo libros sobre cómo criarlos. “Tengo 34 años y siempre fui una reclusa”, le dijo a Pitchfork. “Lo que más quería de chica era no ir a la escuela. Me entrené para somatizar y enfermarme y no salir. Hoy mismo, si voy a, por ejemplo, un club como Largo, en Los Angeles, que me resulta un lugar cómodo, enseguida me duele el estómago. Hasta hacer las compras es un tema. No sé manejar. Camino por mi barrio, pero eso es todo. No me gusta Los Angeles. Pero no puedo mudarme hasta que se muera mi perra, Janet, que tiene 13 años; está enferma y no quiero moverla. Estoy tratando de acostumbrarme a su muerte: cuando salgo de gira no me la puedo llevar, entonces pienso que está muerta. Es la relación más consistente que tuve en mi vida, pero estoy esperando que se muera.”

También, en esa entrevista, contó que durante años fue muy borracha, “pero la gente no lo supo, porque no salgo”. Hace casi un año que no bebe, contó también. Lo más parecido a estar borracha, explicó, es tocar sus canciones: “Muchas las escribí de adolescente, en otras estoy enojada con alguien a quien ya no recuerdo. Entonces, para poder cantarlas y que sean reales, me tengo que sumergir en ellas y entrar en una especie de trance hasta que todo empieza a dar vueltas. Después me despierto y está todo bien: cuando salgo de la canción, ya está, se terminó”.

Contó, en otras entrevistas, que llama a su ex novio por teléfono y le pregunta qué hace con su nueva chica “para saber cómo es una relación normal”. Que deja pasar tanto tiempo entre discos porque no está preocupada por su carrera. “Sinceramente, no me importa si mi carrera se termina.” Que, la verdad, es una persona divertida: “Mi ex Paul Thomas Anderson me dijo una vez que Daniel Day-Lewis y yo éramos las personas más graciosas que él había conocido, pero que todo el mundo pensaba que éramos oscuros y horribles”. Y que no sabe si va a hacer otro disco. “No me preocupan esas cosas: tengo suerte, tengo dinero. No tengo que planear mi vida. Lo único que sé es que quiero volver a Nueva York y después, quién sabe. Haré la gira y después, que pase lo que sea. Y si no encuentro nada que hacer y no quiero hacer un disco y me gasto toda la plata y caigo en la bancarrota, bueno, la pasaré mal. No sé vivir como otra gente, no me sale. Ya estoy acostumbrada.”

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