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Domingo, 12 de agosto de 2012

ENTREVISTAS > JOSH TICKELL Y REBECCA HARRELL PRESENTAN TRES DOCUMENTALES SOBRE EL PETRóLEO EN EL GREENFEST

LA PESTE NEGRA

El día que Josh Tickell se fue de su Australia natal para vivir en la Louisiana de su madre se encontró con un infierno cercado por el petróleo: aguas, tierras y aire amenazados por las refinerías, amigos y parientes muriendo de cáncer y un silencio mediático absoluto. Junto a su mujer, Rebecca Harrell, ya llevan tres documentales en los que abordan las consecuencias de esta nueva peste negra que asuela el mundo desparramando enfermedades, guerras y tragedias todavía invisibles. Radar vio sus tres trabajos y habló con ellos, antes de que lleguen a Buenos Aires (la semana que viene) para presentarlos en el GreenFest.

 Por Soledad Barruti

La historia comienza incluso antes de los dinosaurios: cuando la tierra estaba cubierta por agua, y en ella evolucionaba un valioso ecosistema formado por zooplancton y algas. Cuando esos organismos unicelulares generaron la primera fotosíntesis, dieron lugar al oxígeno, y con el oxígeno a la vida tal y como la conocemos. Pero el valor por el que se han hecho famosos esos personajes tiene menos que ver con la maravilla de la evolución que con el preciado producto que formaron cuando sus cuerpos fueron cubiertos por miles de capas y sedimentos: petróleo.

Pasarían por supuesto millones de años hasta que la humanidad apareciera y lograra perforar las entrañas de la tierra y extraerle los barriles con los que soñaban los millonarios de Dallas. Ante las primeras civilizaciones el petróleo manaría por sí solo a borbotones y sería usado para pegamento, tinte o pócimas curativas. Fue en el siglo XIX cuando la demanda industrial de energía llevó a trabajar en su refinamiento.

En el tiempo que hace que está entre nosotros, al petróleo se lo utilizó para todo: no sólo para hacer andar la sociedad dándole gasolina, sino para componer elementos tan cruciales como los plásticos (que a su vez están en todas las cosas) y los herbicidas y pesticidas (que tristemente están en todos los alimentos).

Pero doscientos años después e instalado como una enfermedad crónica, al ritmo de consumo actual, ya casi no queda nada.

Y ese pronto desabastecimiento –confirmado por los árabes, que terminaron admitiendo que sus reservas no eran tales– lleva a los países a la desesperación. Y a las potencias a la locura. Desde que se anunció que era un recurso no renovable andan derrocando gobiernos, invadiendo Medio Oriente y generando desastres ambientales, mientras siguen perforando como enajenados cada vez más adentro de un mar que ya no aguanta.

EL CARTEL DEL PETROLEO

El petróleo tiene un prontuario espeluznante abierto en cada lugar donde fue hallado. Pero hay vidas que están más íntimamente unidas a él que otras. Como la de Josh Tickell y la de su flamante esposa, Rebecca Harrel Tickell.

La historia de los Tickell empieza como empiezan cada una de las tres películas del matrimonio: con la vida de Josh. Un australiano que a los nueve años dejó la tranquila vida en Oceanía para entrar en el corazón petrolero de Estados Unidos cuando su madre decidió volver a casa y su casa quedaba en Louisiana.

Ubicada sobre el golfo de México, Louisiana procesa el 60 por ciento de la gasolina de Estados Unidos. Las extracciones, los químicos que utilizan en el refinado y la basura tóxica que eliminan en el agua, el suelo y el aire hacen que ese estado tenga los índices de cáncer más altos de Norteamérica.

¿Cómo no iba Josh a volver el asunto una obsesión si desde su infancia la gente a su alrededor moría de cáncer, su madre tenía un aborto tras otro hasta llegar a nueve, y él sólo se topaba con refinerías, humos venenosos y carteles de prohibido nadar, prohibido pescar, prohibido estar tan cerca?

No bien pudo, Josh viajó a Europa a estudiar un modo de vida más sustentable. Y ahí, en una granja alemana, encontró lo que sería su razón de ser: un combustible que aparentemente no generara tamaño desastre, un biocombustible hecho a partir de los residuos agrícolas.

Los años que siguieron, Josh se dedicó a viajar por su país en una camioneta (su Veggie Van) alimentada por un biocombustible hecho por él mismo con los desperdicios de aceite de las cadenas de comida rápida. Y un día empezó a dar notas, escribió dos libros (From the Fryer to the Fuel Tank y Biodiesel America), se hizo famoso, se topó con Rebecca Harrell y se enamoró.

Rebecca hasta entonces había sido una joven promesa de la actuación, con un protagónico a los siete años (Prancer) y otras cuatro o cinco películas. Pero algo la motivaba más que Hollywood: el activismo de alguien como Josh.

Juntos de ahí en más, los Tickell ingresaron en esta gran maquinaria superproductiva de hacer documentales para mostrarle al público en hora y media, dos horas, qué es lo que anda mal, por qué anda mal y, con un poco de suerte, aventurar las soluciones.

ARREGLAR NO ES ESCONDER

En 2006 apareció la primera película que dejó en evidencia los estragos que estaba generando el uso irrestricto de combustibles fósiles: La verdad incómoda, de Al Gore. Con todas las omisiones y fallas que tenía ese documental, explicaba claramente cómo el cambio climático era ya una realidad devastadora. Dos años después, Fuel, la primera película de los Tickell, vino a completar la idea poniendo la atención en el petróleo y la búsqueda desesperada de alguien (Josh) por encontrar una alternativa. Fuel recorre Louisiana descubriendo la desventura de muchas personas que conviven entre refinerías y polución. Pero lejos de quedarse en el conflicto local, también se ocupa de dejar en evidencia cómo la avidez por el combustible es un mal mucho mayor. Así hace foco en George W. Bush (el presidente más petrolero de Estados Unidos, país que usa el 25 por ciento del petróleo del mundo, pero produce sólo el 2 por ciento), que en un afán por conseguir más embarcó a todo su país en el desastre de la guerra de Irak. “El gobierno de Bush, de la mano de Dick Cheney, hizo serios estudios para encontrar nuevas fuentes de petróleo. Y seis meses antes del 9/11, apareció Irak como el segundo lugar con más reservas en el mundo. Era muy claro que el gobierno tenía intenciones de acceder a ese territorio y los ataques del 11 de septiembre fueron una gran oportunidad”, relata Josh desde su oficina en California, mientras preparan el viaje que traerá a la pareja a Argentina para presentar sus películas en una nueva edición del GreenFest.

Pero Fuel no sólo deja en evidencia los desastres humanitarios y económicos que puede generar el petróleo, también se encarga de los desastres ambientales agregando la catástrofe del huracán Katrina al relato.

Katrina no sólo azotó el sur del modo más brutal del que se tenga registro, sino que arrasó las refinerías de Louisiana dejando un mar de petróleo sobre el estado. Ningún medio cubrió ese desastre particular, pero los daños que se generaron todavía resultan irreparables. ¿Desastre natural? No: “Poco antes de Katrina habíamos estado en el golfo de México. El mar, calentado por la impresionante industria petrolera a su alrededor (150 refinerías y grandes barcos petroleros), estaba caliente como en una bañadera”, cuenta Josh. “Fue al entrar en contacto con esas elevadas temperaturas que el huracán pasó de categoría 1 a 5, destruyéndolo todo a su paso.”

Michelle Rodriguez, una de las protagonistas de Freedom.

Codicia, desenfreno, irracionalidad, contaminación y mundos enteros en ruinas. ¿Cómo poner más énfasis en el asunto?

La tercera película de los Tickell (después volveremos a la segunda), The Big Fix, se vale de un nuevo desastre para tomarse más en serio la corrupción detrás del negocio del petróleo.

En 2009 el golfo de México volvería a ser tocado por la varita mágica de las maldiciones. Luego de varios accidentes y señales de que todo estaba mal en esa extractora, la plataforma de la petrolera británica BP voló por los aires. Una masa de petróleo crudo descomunal se propagó por todo el mar, llevando a las costas la imagen de animales empetrolados, pescadores arruinados y ciudades enteras que no podían creer que otra vez les tocara a ellas.

Pero, así como de la noche a la mañana todo era un caos y los medios registraban el peor derrame de la historia, de un día para el otro, unos pocos meses después, las playas volvieron a estar blancas, los mares ya no tenían esa capa de aceite que se desparramaba como la muerte misma y Obama se animaba a un chapuzón para las cámaras abrazado a su hija menor.

¿Cómo lo habían hecho? De descubrir el lado B del lavado se trata The Big Fix.

Resulta que para frenar la espesa mancha negra que avanzaba sobre su futuro en el negocio, BP contrató aviones fumigadores que durante meses rociaron entre 70 y 150 millones de litros de un solvente llamado Corexit. El Corexit rompe el petróleo en pequeños glóbulos que se dispersan en el mar hasta llegar al fondo, o vuelan por el aire hasta la piel y los pulmones de aquellos que anden cerca. O sea, no sólo no hacen que el problema desaparezca sino que rápidamente lo convierten en muchos problemas todavía peores.

En Louisiana las personas tienen la piel llagada hasta úlceras que supuran pus. Las alergias se vuelven asma. Los animales marinos flotan en el agua. Y BP no sólo sigue mandando aviones mientras su plataforma no deja de largar petróleo, sino que todas las noches envía máquinas a las playas para limpiar la arena que se tiñe de negro cuando nadie la ve.

Los efectos del arreglo de BP no habían salido en ningún lado, pero en medio de la investigación Rebecca empezó a padecerlos.

–Sí –dice desde Estados Unidos–. Yo tuve enrojecimiento en el pecho y ampollas en los pies. También neumonía, y caí enferma dieciocho veces. Fui a ver muchos médicos y todos lo relacionaron con la exposición a químicos tóxicos. Me dijeron que lo que tenía en la piel era irreversible, que no podía volver a exponerme al sol en el área del pecho, todavía sigo teniendo desprendimiento de piel y mi ginecólogo me dijo que no podía tener hijos por el momento. Mientras tanto, la gente que sigue viviendo ahí también tiene problemas, sobre todo con los embarazos, hay muchísima infertilidad y abortos.

LA TERCERA VIA

Generar denuncias y plantear soluciones es un proyecto ambicioso. Pero la búsqueda de Josh y Rebecca estuvo desde el comienzo orientada a mostrar los motivos por los cuales había que empezar a utilizar combustibles más sustentables. Después de que Fukushima dejara inhabitables provincias enteras revelando qué podía pasar si surgía algún problemita alrededor de una usina nuclear, y que el mal llamado combustible verde extraído a fuerza de fraking tirara gas por las canillas y contaminara aguas y tierras con cientos de químicos tóxicos, el plan D estaba en algo realmente alternativo.

En Fuel, los Tickell recorren cada una de las propuestas exploradas por la industria verde, que tiene desarrollados desde paneles solares hasta campos de energía eólica. También abordan nuevas propuestas, sin duda revolucionarias, como la utilización de algas criadas para limpiar aguas contaminadas o la reutilización de basura orgánica con la que se pueden hacer excelentes biocombustibles.

El único problema para llevar adelante ideas como ésas es que requieren una gran inversión y una gran ingeniería. Y para eso hay que esperar.

Tal vez por eso la segunda película de los Tickell es Freedom: una recorrida por los beneficios de los biocombustibles que ellos mismos se habían encargado de desacreditar en Fuel. Se trata de biodiésel (combustible generado a partir de aceite, por ejemplo, de soja) o etanol (hecho en base a azúcares extraídos del maíz o de caña).

Los problemas alrededor de la producción de esos combustibles abarcan cuestiones tan delicadas como la necesidad de ocupar la tierra para cultivar a gran escala granos y plantas transgénicas para alimentar autos y máquinas.

Si bien cuando recién aparecieron los biocombustibles parecían una solución a nivel mundial, y se instalaron muchas estaciones de servicio que los proveían, no bien se empezó a oler la gran crisis internacional de 2008 y la especulación financiera alrededor de los granos hechos commodities llegó a su punto máximo, hasta el último ambientalista se dio cuenta de que estaban cambiando un problema por otro. Porque una de las consecuencias de empezar a desarrollar biocombustibles con granos a gran escala fue que los precios de los alimentos (más atados que nunca al petróleo) se dispararon, hambreando una buena parte de Africa, que todavía paga las consecuencias. Por otro lado, para extender los cultivos, en algunas regiones hay que expandir la frontera agropecuaria, derribando bosques y acercando la contaminación a poblaciones que empiezan a vivir acorraladas por los agrotóxicos; todos datos que resultan bastante incuestionables.

Lo curioso es que, después de plantear varios de esos problemas e intentar promover alternativas más sustentables en Fuel, en Freedom un puñado de científicos y varios pesos fuerte de la industria del biodiésel y el bioetanol desestiman esos hechos y vuelven al podio de las soluciones a sus combustibles.

¿A qué se debió el cambio en el discurso?

Josh: Todo es parte de un proceso. Creo que las cosas deberían ser más prácticas. Siento que hay una ceguera alrededor del daño que genera el petróleo y sí se atienden los males en torno de la agricultura a gran escala.

¿Pero no creen que el daño que provocan unos y otros es igual de desmedido?

Rebecca: A nosotros tampoco nos gustan las grandes compañías agroindustriales, pero hasta que podamos adoptar un sistema de producción local y sustentable, como el de los granjeros que producen sus propios combustibles, va a pasar un tiempo.

Josh: Mirá, hay muchos villanos pero para mí el peor y más grande de todos, el que está contribuyendo al cambio climático y a las guerras, es el petróleo. Estamos sufriendo la tortura del petróleo en muchos aspectos y, si bien todavía no sabemos bien cuál es la salida, creo que tenemos que probar alguna.

El debate sobre qué rumbo tomar para dejar atrás el petróleo (algo que sucederá de peor o mejor manera tarde o temprano) es largo y complejo y está envuelto en una puja de intereses proporcional a los negocios que están en juego. En ese contexto, el recorrido que plantean los Tickell con sus documentales alcanza sus puntos más altos en la denuncia y la búsqueda de alternativas. Ideas que eviten que el mundo quede sepultado bajo los mismos fósiles que desenterró.


La tercera edición del Festival Internacional de Cine Ambiental será del 16 al 22 de agosto, en Cinemark Palermo (Beruti 3399). Además de las tres películas de los Tickell, se proyectarán, entre otras, The Island President: el líder de Maldivas y su lucha para que el país insular no desaparezca debajo del mar a causa de los efectos del cambio climático. La sed del mundo: qué sucede en más de veinte países con el agua, cuáles son los conflictos más importantes alrededor del valioso recurso. Y Sushi, the Global Catch, un documental sobre los problemas ambientales que acarrea este boom gastronómico. Para acceder a los trailers de las películas, las fechas y horarios de la programación completa: www.greenfilmfest.com.ar.

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