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Domingo, 12 de agosto de 2012

MúSICA > LOS BEACH BOYS: RECONCILIACIóN, DISCO NUEVO Y MELANCOLíA

ATARDECER DE UNA VIDA AGITADA

Durante décadas, bajo su música alegre y soleada, la banda de los hermanos Wilson cargó con estigmas desoladores: la muerte de dos de los hermanos, la sombra terrible del padre y manager, el naufragio mental del cerebro creativo, la eterna batalla legal entre primos, y el hecho de haber dejado sin terminar en 1967 lo que, para sus devotos, podría haber sido el mejor disco del rock. Tras el retorno en excelente forma de Brian en 2004, con aquel mítico disco finalmente terminado (Smile), y después de una escaramuza legal, todos los miembros supervivientes decidieron dejar de lado las diferencias y festejar los 50 años de la banda que mejor encapsuló la alegría adolescente de posguerra. Aunque grabado en cd, That’s Why God Made The Radio parece tener dos lados: uno luminoso y playero que deja algo que desear, y otro nostálgico pero lúcido ante el último atardecer de ese verano eterno.

 Por Sergio Marchi

Los milagros suceden, sobre todo si hay un buen negocio de por medio. Aunque sería cuanto menos cínico, y desde ya poco prudente, tildar la reunión de The Beach Boys, con todos sus miembros sobrevivientes a bordo, como una mera transacción. Porque si bien lo económico cuenta, ha corrido demasiada agua bajo el puente como para que una reunión entre Brian Wilson y Mike Love acontezca solamente bajo el imperio de lo monetario. Hay que recordar que Wilson y Love, primos y ex compañeros de banda, se la pasaron haciéndose juicios durante los últimos años, por no decir décadas; Mike Love, figura dominante desde lo psíquico, tiene la potestad de la marca aunque no su control absoluto; Brian Wilson, en cambio, es el genio frágil de The Beach Boys que compuso sus grandes canciones, y el que posee el halo de autenticidad que puede hacer a esta reunión viable y creíble. Todo parece cerrar con la excusa de los 50 años como banda. Una excusa que propicia la clausura de viejos traumas familiares.

La primera pista de que esto podía acontecer la deslizó Bruce Johnston cuando The Beach Boys (con él y Mike Love) se presentó durante abril de 2005 en el Teatro Gran Rex. “Mike y Brian hablan mucho más de lo que se sabe entre ellos. Yo no diría que una reunión es imposible”, le explicó a un periodista local antes de pisar suelo porteño. Sin embargo, así lo parecía; el éxito que tuvo el disco Smile de Brian Wilson, completado y editado en 2004, 38 años después de su concepción, hizo que Mike Love lo demandara por publicitarlo de un modo que parecía un nuevo disco de The Beach Boys. Lo que era inevitable con Brian Wilson culminando lo que muchos aseguraron pudo haber sido el mejor disco de todos los tiempos, en 1967, cuando Brian colapsó y dejó la obra inconclusa. ¿Qué fue lo que produjo el milagro de la reunión, entonces? Simplemente, el tiempo; con el sol poniéndose en la vida de ambos (más de 70 años cada uno), han convenido en cerrar la herida entre ambos, y ponerle un moño final a The Beach Boys. Al fin y al cabo, todo queda en familia. Y el modo de clausurar el pleito eterno entre ambos era la reunión, en tiempo y forma. El hecho puede entrar dentro del terreno de lo milagroso, sí; no por nada Dios figura en el título: That’s Why God Made The Radio (Es por eso que Dios inventó la radio) es el flamante nuevo álbum de The Beach Boys 2012, con Brian Wilson, Mike Love, Bruce Johnston (que reemplazó a Brian en las giras desde 1965 y se quedó a vivir), Al Jardine y David Marks (quien formó parte del grupo en los primeros ’60, cuando hicieron su primera gira, y en dudosas encarnaciones posteriores).

That’s Why God Made The Radio arranca con una armonía coral, a la que prosigue el inconfundible piano de Brian Wilson, conjurando un aura celestial, como si bajaran de los cielos a devolverle al mundo aquella vieja magia del sueño de posguerra americano, que transcurría en las soleadas playas californianas, decoradas con tablas de surf, rubias perfectas en traje de baño, y la radio como banda de sonido del romance, emitiendo canciones perfectas de los años formativos del rock and roll. The Beach Boys fue el grupo que mejor encapsuló esa burbuja en el tiempo. Lo más conocido de su repertorio transcurre en ese ámbito: “Surfin’ U.S.A.”, “Don’t Worry, Baby”, “California Girls”, la increíble “The Warmth of The Sun”, “Fun Fun Fun”, “I Get Around”, y una docena más de canciones. Hasta ahí, la mar estuvo serena. Después las cosas comenzaron a complicarse, porque Brian Wilson, el genio creativo del grupo que originalmente también integraran sus hermanos Carl y Dennis (ambos ya fallecidos), se volvió loco. O al menos eso pareció desde el borroso margen de la leyenda y la desinformación; en realidad, Wilson comenzó a padecer diversas condiciones psiquiátricas (depresión, ataques de pánico, trastornos de ansiedad), gatilladas por el uso de drogas recreativas (alcohol, LSD, marihuana).

Se pensó que las presiones del show-business fueron demasiado para él, pero con más acierto se señala la figura de su padre, Murray Wilson, como el verdadero villano de la historia de Brian. Su método de crianza, basado en la violencia y el abuso psicológico, no fue bueno para ninguno de los hermanos Wilson, y se prolongó en los primeros años de la vida de The Beach Boys, en los que se desempeñó como manager. Finalmente, Murray Wilson fue derrocado, pero el daño ya estaba hecho. Y su mayor víctima fue Brian.

LAS PLAYAS DEL PRESENTE

El principal problema de The Beach Boys en 2012 es que el mundo ideal al que solían cantarle ya no existe. California lucha por mantenerse a flote luego de la hecatombe económica que asoló a Estados Unidos por la explosión de su burbuja inmobiliaria. El sol sigue brillando, pero la prosperidad se ha ido; el rock continúa su marcha pero sucumbe bajo el peso de la música dance, las mixturas hip-hop y la cultura de reality-show. The Beach Boys hace un esfuerzo por acercarse a ese nuevo orden en “The Private Life of Bill and Sue”, la canción que retrata a una pareja que muestra su vida en un reality, y que termina naufragando en altamar con el equipo de producción sin dejar rastros; al final un locutor de radio anuncia que probablemente la conclusión haya sido un fraude creado por los ratings en baja del show televisivo. Dentro del nuevo álbum, es el único tema donde intentan arrimarse a la actualidad. En el resto de las canciones, han decidido hacer de cuenta que nada ha cambiado desde 1962 y le cantan a la radio, las olas, el viento, noches de celebración, un ambiente estimulante, es decir: no pueden evitar la nostalgia por el mundo en el que alguna vez reinaron. Y como espejismo no está nada mal; las armonías vocales son inmaculadas como el ayer que relatan, y aunque las letras sean insulsas en su mayoría, musicalmente la cosa suena a los Beach Boys de los viejos tiempos. Hay algunos toques de la vieja magia de Pet Sounds en algunas modulaciones, aunque no aporten nada nuevo, lo cual es lógico para un grupo de 50 años que revolucionó la música en su tiempo. No se le puede pedir a quien inventó el fuego que ahora sea el diseñador de la rueda. Tienen todo el derecho del mundo a poner en valor su propio estilo, darle una buena lustrada y sacarlo a las pistas nuevamente. Pero aunque la fórmula sea la misma, la gaseosa ha perdido algo de su sabor. Es inevitable: el tiempo ha transcurrido. Y el grupo lo sabe.

Brian Wilson nunca terminó de dominar las voces en su cabeza, y esa batalla la sigue librando día a día, pero encontró un sistema que le permite funcionar como persona y como músico. Es un sistema de doble vía en el que, creativamente, es capaz de conjurar todo el universo adolescente de chicas y playa que caracterizó a los primeros Beach Boys, pero a la vez también posee un abrumador sentido de la realidad que sólo ostentan aquellos que durante mucho tiempo transitaron las orillas de la locura. Sólo Dios sabe cuán lejos llegó Brian Wilson a bordo de su propia balsa de delirios. Pero lo que no es materia de especulación es que pudo regresar de su periplo, y que esa travesía le llevó décadas con un alto gasto calórico y neuronal. Su mar estaba plagado de tiburones de todo tipo, pero el más temible resultó ser el destinado a “curarlo”: el Dr. Eugene Landy, un terapeuta con ansias de figuración que logró excelentes resultados en la psiquis y la autoestima de Brian (también logró diezmar su consumo de drogas), pero que después se excedió en su rol al convertirse también en su manager y finalmente beneficiario de un testamento. Esto finalmente le costó a Landy su licencia de terapeuta en California a fines de los ’80, pero su estadía como controlador de la vida de Brian se prolongó hasta 1992.

Para ese entonces, Brian Wilson parecía haber recobrado cierto control de su vida, y su actual esposa Melinda ya había entrado en su existencia. Al principio fue como una madre protectora, después se encargó de expulsar a Eugene Landy, y se transformó en su mujer. Con ella, Brian logró cierta estabilidad que le permitió adoptar tres chicos (más allá de las hijas de su matrimonio anterior, Carnie y Wendy, que tuvieron una breve vida pop con el grupo Wilson Phillips), y crear un hogar con tantas buenas vibraciones que hasta alberga una docena de perros, uno de ellos llamado Ringo. La carrera solista de Brian sostuvo una velocidad crucero de ediciones y shows, pero salvo Smile de 2004, ninguno de ellos tuvo una calidad destacable.

El nuevo disco de The Beach Boys parece dividirse en dos partes. La primera parece un vuelo simulado por la California de los ‘60, antes de Pet Sounds, los hippies y Vietnam: es como un museo del surf de aspecto impecable donde cada cosa está en su lugar. Hasta se permiten alguna ironía en “Spring Vacation”: “Buenas vibraciones/ Clima de verano/ De nuevo juntos/ Dinero fácil ¿no es graciosa la vida?”. Hacia la mitad del álbum, Mike Love, en la única composición solamente suya, ofrece el momento “Kokomo” (hit de sus Beach Boys en 1988) en “Daybreak over The Ocean”, canción que posee un sesgo caribeño, que le agrega palmeras al paisaje. Y a partir de ahí el clima cambia y es Brian Wilson, que compuso sus canciones con el productor Joe Thomas, el que dirige el fantasmático barco al puerto de la realidad antes de que se largue a llover. “Tenemos playas en la mente/ Hombre, ha pasado mucho tiempo”, anuncia en “Beaches in mind”, para después hablar de lo extraño que es el mundo en “Strange World”. Acto seguido, la tormenta de la realidad: el sueño ha terminado y es hora de reconocerlo.

Brian Wilson cierra con tres canciones que parecen una suite, como las de Abbey Road (el disco final de The Beatles), pero con un despliegue más calmo y reflexivo. En la primera de esas canciones, “From There And Back Again” se preguntan “¿Por qué ya no nos sentimos como antes/ Hay un lugar en el camino/ donde tal vez nos podamos quedar/ y escuchar las olas en mi puerta”. En “Pacific Coast Highway”, después de un fantástico arreglo coral, Wilson parece sincerarse cuando dice: “A veces me doy cuenta de que mis días están pasando/ A veces me doy cuenta, que es tiempo de moverse/ Y quiero irme a casa/ La luz del sol se va apagando y no hay mucho que decir”. Ese sentimiento de mortalidad y conclusión se acentúa en el final: “Summer’s Gone”, cuya letra acusa una honestidad tan brutal que sólo es comparable a su enorme belleza. El verano ha terminado, los amigos ya se han ido, pero los sueños persisten. “El verano se fue/ Me voy a sentar a mirar las olas/ Reímos, lloramos/ Vivimos y después morimos/ Y soñamos con nuestros ayeres”. Al final, sólo queda un susurro marino que se desvanece muy rápido.

Sobre la superficie, That’s Why God Made The Radio puede dar la falsa impresión de que The Beach Boys intenta una despedida con fines de lucro sin perder el estilo que los hizo una de las bandas más influyentes y recordadas de todos los tiempos. Sin embargo, al bucear en las aguas profundas de las letras se descubre un tesoro escondido. Triste, melancólico, evocativo, Brian Wilson, con los pies bien plantados en la tierra, le coloca un bucle final a la historia de su banda mirando por el espejo retrovisor, pero sin creer que ese atrás está adelante. Una gran lección de cordura a cargo de un hombre que todos pensaron que estaba loco.

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