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Domingo, 2 de septiembre de 2012

MúSICA > ANTONY & THE JOHNSONS SACAN SU PRIMER DISCO EN VIVO

El principe contra las tinieblas

Hijo de las musas de John Waters y Andy Warhol, considerado un ángel por Lou Reed y príncipe de la escena drag, desde su parición en la escena neoyorquina a mediados de los ’90, decidido a no definirse ni como hombre ni como mujer, Antony Hegarty se fue convirtiendo en una de las figuras más misteriosas y magnéticas de la música actual. Después de discos de una tristeza pasmosa, colaboraciones con divas como Laurie Anderson y Björk, coqueteos con el mundo fashion y covers inesperados (de Dylan a Beyoncé), editó su primer disco en vivo, Cut the World, que incluye un monólogo de siete minutos con su conmovedor manifiesto artístico.

 Por Micaela Ortelli

Cuando a los diecinueve años Antony Hegarty llegó a Nueva York, los personajes que admiraba –las musas de John Waters y Andy Warhol, las locas de Mondo New York, un documental sobre performers de Manhattan de los ’80–, morían jóvenes. Pero la escena seguía fértil, sobre todo para alguien que se escribía “Fuck off” o “Fuck me” en la frente, se ponía un vestido de seda negro, botas militares y salía a la calle. Antony se inscribió en un programa de teatro experimental de la Universidad de Nueva York, donde conoció a Martin Worman –ex miembro del legendario The Cockettes, un grupo de teatro musical andrógino de San Francisco– que antes de morir le mostró su árbol genealógico: quiénes lo habían precedido en “la historia del travestismo y el avant-garde”. Para sobrevivir, Antony era mesero y trabajaba en boliches –eran tiempos de reinado de Michael Alig (chequear Party Monster)– haciendo cosas como tocar el acordeón adentro de una jaula con un oso embalsamado. En el ’92, formó junto a su amiga Johanna Constantine The Blacklips Performance Cult, un colectivo de alrededor de quince artistas, “mutantes de género e híbridos drogadictos”, con el que se presentaba de madrugada en el Pyramid Club, la cuna drag del East Village. Ese mismo año, después de una marcha por el orgullo gay, apareció en el río Hudson el cuerpo de Marsha Johnson, una activista trans (líder de los disturbios de Stonewall en el ’69). Antony and The Johnsons, que nació en el ’95 con la intención de poner el foco más en la música que en la actuación, se llama así por ella.

Porque durante ese tiempo Antony tuvo una revelación, que vino de la mano de Liz Fraser, uno de los ídolos –Marc Almond, Boy George y Kate Bush, entre ellos– que había dejado en su Inglaterra natal, donde vivió solamente diez años (la familia se mudó a San José, California, en el ’81). “Todavía me preocupa este planeta. Todavía me siento conectada con la naturaleza y mis sueños. Tengo a mi familia y a mis amigos. Me tengo a mí. Todavía me tengo a mí”, dice “Half Gifts”, de los Cocteau Twins, y Antony entendió que ya se había hablado suficiente de oscuridad y decadencia; que sentir y proyectar esperanza era lo verdaderamente revolucionario llegando al fin del milenio. Con la obra The Birth of Anne Frank/The Ascension of Marsha P. Johnson ganó un premio de la New York Foundation for the Arts, y usó el dinero para grabar su primer álbum, Antony and The Johnsons (1998). Allí le dedica una canción a Divine, “la drag queen del siglo”, según la revista People, muerta en el ’88. “El era la madre de América. El era mi decidido gurú. Llevo tu corazón enorme y gordo en mis manos”, canta Antony, llora, dice de dónde viene.

La tapa del EP I Fell in Love with a Dead Boy (2001) –Antony en el piso boca arriba, los labios rojos, Julia Yasuda, una hermafrodita japonesa desnuda detrás, como elevándose, y Johanna Constantine, también desnuda, pero con el cuerpo pintado, hojas o plumas pegadas y cuernos– llamó la atención de Hall Willner, director musical de Saturday Night Live, que le pasó el disco a Lou Reed, que dijo: “Cuando lo escuché, supe que estaba en presencia de un ángel”. Por ese tiempo, Antony conoció a Boy George, que presentaba el musical Taboo en Broadway. Reed cantó en “Fistful of Love” y Boy George en “You Are My Sister”, dos de los himnos de I am a Bird Now (2005). El disco –la tapa es una foto de Candy Darling, una de las estrellas de Warhol, en la cama en la que murió de leucemia– ganó el británico Mercury Prize (decisión controvertida dado que, para algunos, el álbum es muy poco inglés) y llevó a Antony, como dice él, a todas las cocinas del Reino Unido.

Siguieron dos álbumes (The Crying Light, de 2009, y Swanlights, de 2010), grandes colaboraciones (con Nico Muhly, Laurie Anderson, Björk y muchos más), covers llamativos (de Dylan a Beyoncé), gestos fashion (compuso un tema para Prada), gestos gay-fashion (Hercules And Love Affair), Antony Hegarty se convirtió en uno de los artistas más activos, respetados y enigmáticos del último tiempo. Sus canciones –la gran mayoría, casi todas– son tan lentas y deliberadamente tristes que pueden hacer doler el cuerpo. Pero escucharlo es sanador: en la voz de Antony –la que creó intentando copiar a Nina Simone y Otis Redding–, bien lo dijo Diamanda Galas, “están todas las emociones del planeta”.

El tema “For Today I’m a Boy” (“Algún día creceré y seré una mujer hermosa. Pero hoy soy un chico, hoy soy varón”) lo obligó a explicarse: Antony se define transgénero, ni hombre ni mujer. Ese lugar intermedio, para él, es su naturaleza: “Nunca fui otra cosa”, dijo en una entrevista con The Guardian. Y como se crió en una familia católica, rápidamente se volvió ateo: “Me di cuenta enseguida: ‘Acá no hay lugar para mí’”. Expulsado del paraíso de niño, entabló una relación armoniosa con el planeta y vivió preocupado por el medio ambiente y el colapso ecológico al que llevaron siglos de sistemas de pensamiento patriarcales.

Antony and The Johnsons acaba de editar su primer álbum en vivo, Cut the World, grabado en Copenhague, junto a la Orquesta Nacional de Cámara de Dinamarca. El segundo track no es precisamente una canción; se llama “Future Feminism” y es una digresión espontánea devenida manifiesto. “Es una idea muy antigua de que la tierra es mujer, que la tierra menstrua, que el agua del mundo es la sangre del cuerpo de una mujer, y que de ahí salimos, del mismo modo en que salimos del vientre de nuestra madre”, dice Antony en el monólogo de siete minutos y medio, donde vuelve sobre la idea que viene masticando desde hace rato: la necesidad de feminizar los sistemas de gobierno, de que a las decisiones las empiecen a tomar personas con mayor carga de estrógeno que de testosterona en el cuerpo. El álbum incluye un tema inédito, el que le da nombre, que forma parte de la banda sonora de la ópera The Life and Death of Marina Abramovic. El resto es un recorrido, elegante, emotivo y lleno de colores pasteles, por los mejores momentos de la obra de Antony and The Johnsons.

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