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Domingo, 16 de septiembre de 2012

PERSONAJES > MILA KUNIS, DE LA URSS AL SUEñO AMERICANO

Venus de Mila

 Por Mariano Kairuz

El gran conflicto de Johnny, el protagonista de Ted (Mark Wahlberg), es que tiene que decidirse entre su oso de peluche, su teddy bear, y su novia.

Ted es su amigo de toda la vida: fue su compinche inseparable desde que a los ocho años, por obra de una mezcla entre milagro navideño y deseo bajo una estrella fugaz, el muñecote peludo cobró vida, empezó a hablarle y ya fue mucho más que su confidente: fue su compañero de juergas, de fumatas, de putas, de chistes malos. El tema es que ahora Johnny tiene 35 años y aún no se convence de que es hora de dejarlo ir.

Su novia, por otro lado es Mila Kunis. ¡Mila Kunis!

A pesar de que por momentos parece celebrar la descerebrada, vigentísima, interminable nostalgia por lo más bobo de la cultura popular de los ’70 y los ’80, en el fondo Ted –primera película como director de Seth McFarlane, factótum de la sitcom animada Padre de familia– acaso sea todo lo contrario, la impugnación de todo ese fetichismo inútil. Sí, las reverencias de los dos protagonistas –el humano y el otro– hacia porquerías irredentas como la versión cinematográfica de Flash Gordon de 1980 con banda de sonido de Queen, el ringtone de El auto fantástico, el merchandising de Star Wars y demás, son graciosas, pero en la película terminan funcionando como inequívocas señales de inmadurez. A casi todos nos divierten todas esas porquerías, pero crezcan de una vez, chicos, parece decir McFarlane. Conserven algún poster, un muñequito que otro, pero no permitan que tanto cachivache se apodere de sus vidas.

Y, además, lo que de verdad importa: la chica que está esperando en la puerta a que se decidan... ¡es Mila Kunis!

Y para los pobres terrícolas que aún no sepan quién es Mila –la otra Mila ucraniana en Hollywood, la que no es Milla Jovovich–, bueno, vale decir que seguramente la tienen de cara pero no de nombre: era la morocha, uno de los dos chicos “exóticos” en la comunidad adolescente-fumeta de That 70’s Show. Y si sus crecientes y cada vez más frecuentes apariciones en cine (muchos papeles secundarios-decorativos en comedias y hasta en películas de acción) pasaron algo inadvertidas por acá, hay al menos dos excepciones honrosas. Fue la chica que acordaba una relación de sexo sin compromiso con el pavote de Justin Timberlake en Amigos con beneficios, y, en una nota más relevante, era La Malvada (en el sentido de All About Eve: la suplente, la sucesora, la advenediza hambrienta de fama y serruchapisos) de la ya bastante demente Natalie Portman en El cisne negro. Aronofsky vio en estas dos chicas algo que pocos habían alcanzado a ver hasta entonces y le sacó lustre (y un Oscar para Natalie y un premio en Venecia y una nominación al Globo de Oro para Mila).

En el caso de Mila, un talento para hacer de psicópata menuda, pero peligrosa (si uno olvida, por supuesto, que protagonizó la infame secuela directo-a-video de American Psycho), pero fundamentalmente algo que trasciende la superficie de la pantalla. Acaso el alma rusa, o más sencillamente la manera en que cae ese pelo hermosamente negro, o esos ojos gatunos, o esa voz cascada. ¡Ah, la voz cascada!

La familia de Mila (Milena Markovna Kunis, Ucrania, 1983) llegó a América en condiciones apenas mejores que las que trajeron a Feivel y los Moskowitz del dibujito animado de gatos y ratones y sueños americanos traicionados: con nada más que 250 dólares. Mamá era profesora de química, papá ingeniero mecánico: no les iba mal, pero los Kunis no les veían futuro a sus hijos en la Unión Soviética, además de que como judíos no se sentían especialmente cómodos en un régimen que no abrazaba la educación religiosa. 250, dicen, era todo lo que les permitían sacar de país. Pero, cuenta orgullosa la hija pródiga, papá y mamá tenían un plan: “Llegamos a Nueva York un miércoles, y para el viernes mi hermano y yo ya estábamos yendo al colegio en Los Angeles”. El trasplante fue algo traumático para ella: “He bloqueado totalmente segundo grado. Creo que porque lloraba todo el tiempo: no entendía a la gente, no entendía el idioma, no entendía la cultura. La primera frase de mi ensayo para entrar a la universidad fue: ‘Imaginen tener siete años y ser ciego y sordo’”. Como una vía para salir un poco al mundo, papá accedió a meterla en una escuela de actuación y en castings varios (sus publicidades para Barbie, a los 10, pueden verse en YouTube), con una perseverancia que rindió sus frutos a los 15, cuando pegó el papel de Jackie Burkhart en That 70’s Show. Al mismo tiempo fue elegida para hacer de una joven Gia Carangi –la supermodelo trágica– que en la adultez encarnó Angelina Jolie: nada mal.

De lo que vino después, ya se sabe; está todo a la vista: que le gusta la comedia y admira a Lucile Ball y Tina Fey, que es un poco nerd (fan del videojuego World of Warcraft, y consumada conocedora del universo trekkie), que salió ocho años con Macauley Culkin, y que hizo unas cuantas películas de las cuales por ahora pueden recomendarse poco más que estas dos: Forgetting Sarah Marshall (una de la factoría Appatow que acá fue directo a DVD) y Extract (una rareza de Mike “Beavis & Butt-Head” Judge, que ni siquiera, así que, a bajarla). Que hoy recuerda su condición de inmigrante con gracia (“Seguramente hoy encontraría Rusia muy encantadora, pero todos los lugares son encantadores cuando uno tiene dinero”) así como, cuando hizo la de los “amigos con beneficios” osó comparar el sexo sin compromiso emocional con el comunismo (eso debe ser el alma rusa): “Bueno en teoría, pero fracasa en la ejecución”. Después de la atención que atrajo con su cisne negrísimo, su futuro pinta radiante y su presente la encuentra en las tapas de las revistas de Hollywood y en los afiches de Dior. La revista GQ escribió sobre ella: “Necesitamos una actriz como Mila. Una que parezca un dibujo animado de Disney con una mente sucia, que no tenga esa desesperación de los pendejos del teatro por encandilar; una que no intenta ser ligera ni sexy sino simplemente ser, dentro y fuera de la pantalla; que come con las manos y se abraza con la chica que le pide sacarse una foto con ella; tan falta de pretensiones que uno hasta llega a creer que podría invitarla a salir”.

Mientras tanto, ella dice esas cosas que dicen las chicas de tapa, sobre la belleza y esos asuntos menores y fugaces: “No me veo particularmente atractiva, para nada. No tengo esa manera de comportarme naturalmente sexual o sensual que tienen otras mujeres. Pero sí tengo un sentido del humor bastante afilado, y creo que eso me ha ayudado. Los Angeles está llena de mujeres lindas que vienen para ser parte de la industria y es imposible competir con eso”, y etcétera etcétera, el tipo de cosas que puede decir una chica como ella, que tiene con qué competir y ganar.

Así que cerrar los ojos y pensar en su cabello negro. O en sus ojos almendrados. U oír su voz cascada mientras dice todo esto.

Ya es hora de tirar a la basura ese osito mugriento.

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