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Domingo, 6 de julio de 2003

MúSICA

La patria musical

Todavía convaleciente del accidente vascular que sufriera en un tren europeo, Gerardo Gandini reaparece con uno de sus pasatiempos predilectos: pervertir la música culta con la popular y viceversa. En el marco del Mes de la Música, el ciclo organizado por el Centro Rojas, el compositor presentará un nuevo tomo de sus Postangos y pondrá a prueba la identidad musical argentina en una conferencia que dará que hablar.

por Pablo Gianera

Una lata, una rueda, un urinario, una cita. Los dadaístas tropezaron con esos residuos casuales –los objets trouvés– y les confirieron una sesgada funcionalidad artística. Mucho después, el argentino Gerardo Gandini retomó la operación, la aplicó sobre otros materiales y la convirtió en un procedimiento musical que hacía brotar lo nuevo de ciertos usos de la herencia. Así lo enunciaba él mismo a principios de los ‘90 desde la revista Lulú, en un artículo teórico donde describía los métodos que venía aplicando desde 1967, año de composición de Piagne e sospira, la obra que le inspiró un madrigal de Claudio Monteverdi. El hecho de que Gandini use el mismo procedimiento para concebir sus postangos –esa manera unívoca de abordar materiales tan diversos– revela la coherencia de su política compositiva. Aquí el objet trouvé es el tango, que estalla, prolifera, se descompone, disgrega y reconstruye, ramificándose en células mínimas. “Sí”, confirma Gandini, que de todos modos matiza: “Pero para que el tango sea realmente un objet trouvé debería serme más extraño”.
Es imposible que el tango le sea del todo extraño a Gandini. Durante un año –más de cien conciertos– tocó en el sexteto que Astor Piazzolla formó hacia fines de la década del 80. “El asunto fue así: las partes de Piazzolla estaban escritas y yo estudié todo. Pero en los conciertos fui abandonando progresivamente la parte escrita y empecé a improvisar. En ciertos temas –por ejemplo en Mumuki– el solo llegaba a durar media hora”, cuenta Gandini.
Compositor, pianista, autor de dos óperas –La ciudad ausente y Liederkreis–, ex director del Centro de Experimentación del Teatro Colón y de la Filarmónica y actual compositor en residencia del Colón, Gandini, todavía convaleciente del accidente cerebrovascular que lo asaltara en un tren, en viaje de Colonia a París, se prepara para participar del Mes de la Música organizado por el Centro Cultural Ricardo Rojas. El sábado 19 a las 22 presentará Postangos en vivo, un registro grabado en Rosario con su última indagación en el universo del tango clásico (la primera fue el cd Postangos volumen I editado en Nueva York), con la cantante Liliana Herrero como invitada. “Probablemente saquemos un disco de tangos de Gardel”, dice. “Yo la convencí. Hasta ahora grabamos tres –“Volvió una noche”, “Soledad” y “Por una cabeza”–, y están bárbaros”.
Lo que Gandini formula con sus postangos es la ardua pregunta por los modos en que la música asume lo nacional. Ése es precisamente el tema de la charla (“¿Existe la música argentina?”) de la que Gandini participará, junto con el Chango Spasiuk y Martín Liut, el próximo martes en el ciclo del Rojas. “El hecho de que la música suene argentina no significa que haya que incorporar elementos de tango o de folklore. En el caso de algunos creadores, la música suena argentina a pesar de ellos. Vista de afuera, la cosa es más fácil. Luigi Nono es un compositor típicamente italiano, pero utiliza las cosas de la vanguardia. Te das cuenta de que es italiano porque lo asociás con cierto lirismo. Pierre Boulez es francés, pero su música es igual a la de Stockhausen, que es alemán. Y sin embargo tiene algo del preciosismo que uno asocia a lo francés. Juan Carlos Paz era la antítesis de lo folklórico, pero como personaje era mucho más porteño que Ginastera. Un tipo que vivía en Balvanera, uno de esos porteños de los años ‘50 que se iba caminando todos los días al Florida Garden con un libro en francés bajo el brazo.” Pero los postangos proponen, además, la cuestión de las fronteras difusas entre la música de tradición escrita –o clásica– y la popular, o su relación de exclusión irreconciliable. Gandini afirmó más de una vez que ambas esferas estaban categóricamente desvinculadas. Los materiales de los postangos, sin embargo, inquietan profundamente esa certeza.
“He cambiado bastante”, dice Gandini: “en un trabajo de tango que hice para la big band de Radio Colonia, por ejemplo, mezclé conscientemente cosas de la música culta con la música popular. Pero creo de todos modos que hay dos pensamientos totalmente diferentes: el tipo de reflexión necesaria para escribir un cuarteto de Beethoven no es el misma que para un solo de jazz. Stravinsky es un músico genial. Parker también. Pero no se los puede comparar. Me di cuenta de que se podía escribir cosas a partir del tango pensando de otra manera. Después de la experiencia con Piazzolla empecé a ver en mi casa qué pasaba con ese tipo de improvisaciones aplicadas a tangos tradicionales”. El azar hizo el resto: “Iban a publicar el Nº 4 de la revista Lulú, no tenían guita y yo les ofrecí hacer un recital con los postangos. ‘Tangos para Lulú’, se llamaba. Juntaron la guita. Vos fijate: un recital de tangos hecho para patrocinar una revista de música culta de vanguardia. Es una síntesis del asunto”.
La otra marca de la música de Gandini, evidente aunque tangencial, es el jazz. No tanto porque se permita citar un vamp a la Bill Evans en el final de La casita de mis viejos sino porque el jazz aparece en la definición misma de los postangos, en cuyas improvisaciones el tango adopta casi la forma de un standard. “El concepto de improvisación tiene que ver con el jazz, pero la premisa es justamente que no tenga que ver. Lo peor que podría suceder es que fuera un pianista de jazz tocando tangos. Astor me dijo una vez: ‘Falta mugre’. Y yo trato de tocar con mugre. Mis modelos de pianista son Glenn Gould y Bill Evans. Creo que nadie superó a esos tipos. Y otro pianista que me gusta mucho es Keith Jarrett. Aunque trato de evitarlo, algo del fraseo de Jarrett se mete acá. Creo que habré llegado a dominar totalmente el género postangos cuando esa influencia desaparezca.”
Si algo queda demostrado es la rigurosa confluencia y concentración con que Gandini despliega su propia música, ya sea “clásica” o popular. Porque el caso es que la melancolía cortante y ubicua de los postangos permea también su otro linaje, instalando una aleación borgeana entre lo canyengue y lo superculto. “Las filtraciones son inevitables. El segundo movimiento de la primera Sonata para piano tiene una cita textual de ‘La casita de mis viejos’. A un tango le puse ‘Mi desgracia’; está basado en una mazurca de Chopin, la última, en Fa menor. La secuencia de acordes –en la que el bajo desciende por semitonos– es una secuencia que usa Cobián. Se me ocurrió hacer un tango con la misma secuencia. Y además se cuenta algo que es cierto: una de las novias de juventud de Chopin conservó un paquete de cartas atado con una cinta de terciopelo que decía, en polaco, Mi desgracia. ¿Qué mejor título para un tango? Ahí tenés la intertextualidad llevada a su máximo extremo.”

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