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Domingo, 30 de septiembre de 2012

CINE > LOS SALVAJES, DE ALEJANDRO FADEL

Crónica de niños solos

Cinco chicos escapan de un penal y lo que insinúa ser una película de aventuras, persecución y aspereza policial se convierte de modo inesperado y bienvenido, a medida que los protagonistas se adentran en la naturaleza que los cobija, en una película que aspira a devolverle al cine argentino una relación con lo sagrado que parecía largamente perdida. Después de las polémicas reacciones de su estreno en el Bafici, Los salvajes llega a los cines.

 Por Mercedes Halfon

Cinco chicos se escapan de un penal de menores de provincia dejando tras de sí un tendal de muertos y algo así como el silbido del último disparo vibrando en el viento. Después viene el silencio. Deben atravesar a pie una zona deshabitada en la montaña para llegar a lo que imaginan como una hipotética salida. Los vemos, entonces, peregrinar por esa montaña cálida, surcada por ríos, casas abandonadas, chatarra de autos, alguna oveja que carnear, jabalíes salvajes que acechan con ojos amarillos en la noche. Los salvajes de los que habla el título son el Gaucho, Simón, Grace, Monzón y Demián. Cinco chicos algo hoscos, parcos y bastante peligrosos, a quienes tendremos que ir adivinando las intenciones a lo largo de la sinuosa historia. Pero Los salvajes es también una película en la que el paisaje parece disputarles el centro a los protagonistas. Esto, como anticipa su truculento comienzo, no da por resultado un filme contemplativo, sino todo lo contrario. Una película “de acción”, que parece un western, o un filme de fugitivos. Hay armas, sexo y drogas lúmpenes, pero siempre está el impertérrito paisaje, extrañándolo todo. Es a través de él, de su acoso místico a los personajes, que nos llega la historia.

En la última edición del Bafici, Los salvajes, ópera prima del mendocino Alejandro Fadel, dividió aguas. Al provenir de La unión de los ríos, la productora independiente que había lanzado el año anterior la celebrada El estudiante, la expectativa que la sobrevolaba era más que elevada. Y ese mismo tono exacerbado, apasionado, tuvieron las opiniones que la sucedieron. Algunos meses después, y luego de ser premiada por la crítica en el Festival de Cannes, se estrena en Malba, Lugones y otros espacios del conurbano. Se abre nuevamente y lejos del fragor festivalero, la posibilidad de pensar esta película que es, vamos a decirlo, tan arriesgada que no puede dejar a nadie indiferente.

UNA GRACIA PREHISTORICA

Fadel cuenta que desde el inicio del proyecto estuvo esta cuestión del embeleso por el espacio: “Lo primero que tuve de la película fue el paisaje. Tenía ganas de filmar en un lugar de las sierras donde había pasado un verano y que me había dejado fascinado sin saber muy bien por qué. Es la sierra entre Córdoba y San Luis. Yo soy mendocino y había algo en ese paisaje que tenía mucho que ver con mi lugar de origen, pero que a la vez no era el mismo. Creo que en ese pequeño corrimiento yo podía filmar una historia muy personal, pero de ficción”. Y ese corrimiento sucedió al sentarse a escribir la historia.

Hay que saber que Alejandro Fadel inicia con Los salvajes su tarea de dirigir en solitario. Fue uno de los codirectores de El amor (primera parte), pero además trabajó como guionista con Pablo Trapero, Walter Salles y Adrián Caetano. Por eso, según cuenta, después de un tiempo largo desa-rrollándose profesionalmente como guionista, llegó a un momento de agotamiento en el que su trabajo había dejado de producirle adrenalina. En ese momento, tuvo un encuentro providencial: “Guiado por mi hermano Tomás, que estaba convirtiéndose en poeta, empecé a leer y escribir poesía. Relacionarme con otro tipo de sintaxis me iluminó otra vez el cine. Si bien en ese momento yo escribí pequeñas cosas en verso, eso no cuajó en escritura. Pero ese proceso improductivo de los poemas llevó a esta película. Se empezaron a colar ciertos temas, cierto modo de mirar”.

Por eso, la clave para leer el film hay que encontrarla ahí. En su imagen, con esos apaisadísimos planos generales, con esos movimientos de cámara que van al cielo a buscar algo que la tierra no puede darles, es donde la película se torna de otro material. La narración sigue hacia adelante, no se detiene porque los chicos tienen poco tiempo, pero cada plano cruza a los fugitivos con otra cosa, cada plano posee ese temblor de los elementos, esas ideas contrastadas que la poesía suele unir. El realismo de corte social que podría iniciarse con el penal de menores se diluye en unas nubes renacentistas, en unos bosques cerrados donde el cuerpo de los actores pierde su edad, se vuelve material de una gracia prehistórica.

ARIAL 12 VS. LA REALIDAD

Acción y observación, tiros y naturaleza: Los salvajes parece albergar muchas películas en el interior de una sola. Más que una reversión de la violencia en los bosques de John Boorman, el film se adentra en otra clase de problema: la tensión entre ficción y documental, entre paisaje y actuación, una compleja relación con el realismo. Alejandro Fadel explica que luego de tener 90 páginas de guión “en Arial 12, interlineado uno y medio, los diálogos centrados” –se burla de su propio oficio– comenzó un rodaje llamémoslo, abierto: “Yo sabía que la película no estaba toda ahí. Me interesaba que todo lo que fuera azaroso de contacto directo de la cámara con la realidad se filtrara, para que lo estructurado del guión se debilitara. Propuse un método de filmación que fuera casi documental. Ibamos sin mucho equipo, casi sin plan de rodaje al lugar, los actores ensayaban y a partir de ahí liberábamos la escena. Si estaba pensada para sol y había lluvia, veíamos cómo incorporar ese elemento. Nos permitimos por ejemplo que una de las locaciones fuera en un lugar que estaba a cincuenta minutos a pie. Y nadie decía qué disparate, nos levantábamos, íbamos hasta ahí, filmábamos ocho horas y después volvíamos caminando de noche, en el medio de la nada”.

La ambigüedad entre lo imprevisto y la construcción aparece también en el modo en que los actores fueron puestos a actuar. Ellos, en su mayoría debutantes, prestan algo más que su interpretación al film. La concepción de Fadel recuerda a aquella búsqueda de “empatía espiritual” que Robert Bresson pedía a sus actores/modelos: “Estaba trabajando con pibes que no era actores. Que casi no tenían experiencia frente a cámara y estaba indagando en un universo que, a priori y entre comillas, les pertenecía más a ellos que a mí. Digo entre comillas porque la película no es sobre sus vidas. Pero yo sí iba a sumar sus experiencias, que no estaban en el guión. Su modo de hablar, sus piercings, sus tatuajes, iban a estar en la película y el modo de acercarse a eso iba a ser la ficción. El límite moral para trabajar con ellos fue inventar esa ficción”.

Ellos son Leonel Arancibia, Roberto Cowal, Sofía Brito, Martín Cotari, César Roldán, chicos del conurbano bonaerense que viajaron directamente hasta las sierras a filmar. Un choque de atmósferas. Fadel explica que eso fue deliberado: “Si hubieran sido chicos de campo, su relación con la naturaleza no iba a mostrar ningún conflicto, nada nuevo hubiera nacido ahí”. En cambio, estos chicos urbanos se encontraban bastante extrañados del ambiente: “La anécdota más cómica es con Martín, el que hace de Monzón. El dormía en la misma habitación que yo. Un día se levanta, mira por la ventana y dice: ‘La puta madre, otra vez todo verde’. Ellos la pasaban bien escuchando reggaeton adentro de la camioneta. Pero esa idea que nosotros tenemos de la comunión con la naturaleza no les pasaba para nada”.

Y es así como estos chicos, con su hablar pausado, guachín, dan el tono a Los salvajes. Fuera de todo contexto social, de toda explicación falsamente sociológica, estos salvajes hablan de la orfandad histórica y hasta primitiva que los hizo dañinos. La posibilidad de redención es difícil en una tierra árida que no es precisamente la montaña, sino ésa en la que ellos no tienen ni tuvieron chance de abrirse un camino, o que alguien los proteja. Y es interesante en este sentido la aparición estelar del mítico Ricardo Soulé, ex líder de Vox Dei, en el rol de un ermitaño que practica cetrería y los cobija por un rato. Entre planos de cóndores volando, se abre por un breve lapso la posibilidad de una tregua entre distintas generaciones.

Esos pájaros inmensos, las rocas, el cielo, “la voz de dios”, entre muchos otros elementos dispersos en las imágenes, nos están hablando de algo sin nombrarlo. Fadel explica: “Es una película que pretende indagar sobre lo sagrado sin tener una religiosidad particular. Pero sí pensar en cómo filmar eso hoy. Para un cineasta no es una serie de motivos o ideas, sino que es la imagen, es tu materia. No quería que fuera una serie de apuntes acerca de eso, algo intelectual, sino que la emoción que produjera fuera de ese orden. Es difícil de describir porque son términos muy románticos, que tienen que ver con la experiencia, con la sensación”. Esa misma descripción hace pensar en Leonardo Favio, un director que en la tradición del cine argentino muchas veces ha explorado tamañas emociones. “Favio es un cineasta que tiene un tipo de fe que es de otra época, que yo no encuentro entre mis pares. Hay una secuencia en Crónica de un niño solo, en la que los chicos están diez o quince minutos bañándose en el río: no pasa mucho, es como un momento de placidez. Yo un poco quiero recuperar eso, ése es el tono de las películas que más me emocionan. Creo que Los salvajes igual no trabaja de esa manera, no tiene esa convicción, es más ambigua. Una persona que quiero mucho y de quien valoro mucho su opinión cuando terminó de verla me dijo: ‘Vas a tener que aceptar que la película es muy solitaria’ y tenía razón”.

EL RETORNO DE LO SAGRADO

Los salvajes cierra su historia plagada de misterio y nos deja pensando: ¿cómo nombrar eso que aparece en las lagunas donde estos chicos miran el cielo a la vez que aspiran pegamento? ¿Y el fuego donde se quema la oveja mal carneada, mientras ellos, en cuero, se van a las manos? ¿Cómo nombrar el sepulcro flotante de uno de los tatuados integrantes de la banda, que la cámara sigue por más de lo indicado y lo prudente, río adentro? ¿Y la caverna donde, para el ojo atento, se produce el milagro de la resurrección? Los salvajes respira religiosidad cinematográfica. La película y sus protagonistas piensan en la salvación.

Estas ideas traen nuevamente a la discusión cinéfila a realizadores tan importantes como sepultados en las historias del cine, como Dreyer, Buñuel, Bresson, Passolini. Un poco más cerca en el tiempo está Bruno Dumont y su crudeza mística y atea. Directores que moldearon el ojo del espectador para lo sagrado y lo sublime. Hoy pareciera que el cine (argentino) no estuviera lo suficientemente fuerte como para lidiar con esas problemáticas. De ahí se explican un poco las polémicas suscitadas por la película en su paso por el Bafici, en las que si bien todos coincidieron en la diferencia que impone con lo que el cine argentino suele ofrecer, polarizó a quienes veían solemnidad o pretensión, y quienes pudieron notar que el director se estaba adentrando en el verdadero tema prohibido de estos tiempos. Y que el resultado fue una obra con tanto corazón, que sólo pudo surgir porque alguien tomó semejantes riesgos. Es difícil volver a evaluar, o digamos más sencillamente ver, temas que parecían liquidados con el cine de Leonardo Favio. Como si ciertas emociones no pudieran volver a aparecer en un plano de una película. Pero Los salvajes viene a decir lo contrario. No con la crudeza realista del puro registro, ni con el esteticismo bucólico de magnánimos planos naturales. Con el choque de las dos cosas. Con la invención de una imagen para algo inmaterial. Y ésa y no otra, es la tarea del cine.

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