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Domingo, 18 de noviembre de 2012

FENóMENOS > VECINA: LA MúSICA SALE A LA VEREDA

Qué bonita vecindad

Un día, cansadas de buscar bares para tocar, de gastar mucho para ganar poco, de encontrar lugares con mal sonido, salieron a la vereda a tocar gratis para el que quisiera. Dos años después, son un fenómeno inesperado, amable y bienvenido: domingo por medio tocan con bandas invitadas, una iluminación íntima y sorprendente, y el público que se acerca a esa calle de Colegiales con reposeras, mate y bizcochuelos ya no son sólo vecinos. Esta noche es un buen momento para conocer al dúo Vecina.

 Por Micaela Ortelli

De los cuatro elementos, las canciones de Vecina tienen que ser el aire. Domingo por medio, al caer el sol, Marianela Cuzzani y Laura Ledesma hacen un show acústico en una vereda ancha y silenciosa de Colegiales. Se acompañan con guitarra, cuatro venezolano, cajón peruano, acordeón y jarana jarocha, una especie de ukelele con un sonido poderosísimo, fabricado especialmente para tocar en la calle. Las acompaña Valeria Laura –“la tercera vecina”–, que crea visuales en tiempo real; y según el día, Javier de Mendonça y Cecilia Bienati en contrabajo y piano. Siempre llevan una banda invitada. El proyecto está por cumplir dos años y los habitués van con las reposeras, el mate y el bizcochuelo; los que pasan por casualidad se quedan a escuchar sin culpa y cargo: las chicas no pasan la gorra. Boca en boca, el público aumenta en cada fecha, y con el interés espontáneo de la prensa, la última vereda juntó más de doscientas personas. “¿Qué pasa, están con muchos contactos o son muy genias?”, cuenta Nela a Radar que les preguntó su ex manager (antes integraban un grupo de folklore latinoamericano llamado Dasdivania). “Ni lo uno ni lo otro –sigue–. De alguna manera extraña, esto está andando solo.”

Laura y Nela, de 30 y 32 años, se conocieron hace 7, cuando fueron las elegidas de la profesora de canto para dar clases con ella. Las dos coinciden en que la voz es su instrumento preferido; que si encontraran a alguien “las 24 horas dispuesto a tocar”, delegarían los instrumentos para sólo “pararse y cantar, y mover las manos como yo quiero”, dice Nela. Laura, que empezó su formación con violín y piano, era de las que tararean en clase: “Ledesma, callate”, es la frase que más recuerda de sus maestras. “No se me ocurría que la voz ya era un instrumento, y cuando lo entendí fue increíble; todo lo demás lo aprendí en función del canto.” Basta oírlas hablar para notar la belleza fresca y natural de sus voces; pero cuando cantan –y lo hacen con devoción–, directamente hacen sonreír. “Creo que todas las cosas que se pueden hacer a dos voces las probamos”, dice Nela, y Laura la interrumpe: “Al unísono, una y después la otra, una arriba y otra abajo, una lleva el tema y la otra hace coros”. Después Nela otra vez: “A veces yo llevo la canción que hizo ella y a veces ella la que hice yo”. Termina Laura: “Venimos cantando juntas desde hace mucho, ya es como que todo se mueve solo”.

En el verano de 2010 las chicas se obsesionaron: Dasdivania se desintegraba y ellas habían tomado un ritmo de composición parejo; se pasaban las canciones por mail, pero no alcanzaba: decidieron reunirse en Trelew –una iba viajando por Bariloche, la otra salió de Buenos Aires–. “Veníamos tocando en otro grupo y sabíamos lo que era aprenderse bien un arreglo, tocarlo y cantarlo bien, y queríamos llegar ahí ya”, recuerda Nela de esos días intensos en los que no pararon de ensayar; sólo cambiaban de espacio para no “quemarse”. Así, iban de la habitación –-paraban en lo de una tía a la que vieron poco y nada– al living; de ahí a la orilla del río; de ahí a Puerto Madryn un día de tormenta de arena. Laura y Nela empezaban a darles forma a sus dulces canciones folk y lo único que querían era cantar y tocar.

Para mitad de año, Vecina tenía un repertorio armado y una historia repetida por delante: conseguir lugares para tocar, que muy pocos tengan buen sonido (son muy, pero muy exigentes con el sonido), preocuparse por la convocatoria, la plata, los viáticos, para ganar mucho cansancio y, en términos de dinero, lo mismo que ahora: nada. Hubo que esperar al verano siguiente para un nuevo viaje revelador.

Hace tiempo que Laura y Nela tocan y bailan son jarocho, expresión originaria del centro-sur del estado mexicano de Veracruz; y en el verano de 2011, durante los fandangos –festival popular que se realiza cada año desde mediados de diciembre hasta principios de febrero–, alquilaron un auto y salieron a recorrer los pueblos de la zona donde cada noche había shows en bares y en las calles. No fueron sólo como espectadoras; ellas también tocaron a cambio de alojamiento o comida y hasta llegaron a pagarles. El espíritu inclusivo de esa fiesta es el mismo que llevó a Vecina a la calle: “La salida a la vereda tomó coraje por los ojos, después de ver eso en Veracruz, de ver que salir a tocar a la calle era una fiesta, y que el que lo tenía en la puerta de su casa era el bendecido al comienzo del año”, cuenta Nela. De ahí también surgió la idea de no hacerlo a la gorra: “La plata que deja la gorra tampoco cambia nada; de entrada quisimos plantearlo como otra cosa, como un regalo que ocurre en la vereda de tu casa”, sigue Laura.

La primera vereda fue en marzo del año pasado, y desde ese día las chicas se lo tomaron como un trabajo: “No nos preguntamos: ‘Che, ¿hoy da salir?’”, dicen. En invierno, ellas, compañeros y oyentes se aguantan el frío; si llueve, Julio, un vecino, les presta su bar para que toquen. El horario y las características del show hacen que Vecina convoque público de todas las edades, que hace silencio absoluto para escuchar sus canciones de amor, barrio, viajes; canciones íntimas y delicadas con un espíritu que, para más romanticismo, resume “Domingo”: Creo que me estoy volviendo puro movimiento/ Suelto el pelo y voy dejando que me vuelva viento.

Las chicas se refieren de un modo más amable al objetivo lógico: vivir de la música; ellas dicen “poder dedicarle más”. Vecina, como cualquier otra banda, quiere grabar un disco –tienen uno semicasero que venden en las veredas a $20– en un estudio profesional con un buen –un gran– sonido. Hasta que puedan hacerlo, cantan con los pájaros, el roce de las hojas de los árboles y niños llorando de fondo: al natural y al aire libre, adonde al fin y al cabo pertenece la música.


La próxima vereda es hoy, domingo 18 de noviembre, a las 19, en Gregoria Pérez y Martínez, Colegiales, con Malyevados como banda invitada. El 9 de diciembre las chicas se presentan en la Biblioteca Nacional.

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Imagen: Nora Lezano
 
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