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Domingo, 17 de febrero de 2013

MúSICA > ADRIáN ABONIZIO HABLA DE SU LLEGADA AL TANGO

Diez años a la sombra

Es el autor de los grandes éxitos de Juan Carlos Baglietto “Mirta, de regreso” y “El témpano”, entre otros, canciones que ya son parte del cancionero popular argentino. Y, durante una década, lidió con un disco de tangos propios, Tangolpeando, que tuvo cientos de trabas burocráticas y al fin ve la luz. Poeta existencialista, excéntrico y pudoroso, Adrián Abonizio habla de la nueva trova rosarina, sus temas clásicos y el impulso irrefrenable hacia el tango, la música que, cree, entiende como ninguna otra la condición humana.

 Por Martín Pérez

Con ropa de finado y las zapatillas de Federer. Así es como se viste Adrián Abonizio, y no le da ninguna vergüenza hablar de eso. “Me parece un despropósito gastar la plata que me gano trabajando en cosas suntuarias, como la ropa. Porque la moda no existe”, asegura el gran compositor secreto de la Trova Rosarina, autor de canciones inmortales en la voz de Juan Carlos Baglietto, como “Mirta, de regreso” o “Historia de Mate Cosido”, sentado a una de las mesas de El Cairo, el bar de Rosario que debe su fama más allá de sus fronteras a Roberto Fontanarrosa. De hecho, el lugar se ha transformado en una suerte de museo del autor de Inodoro Pereyra, aunque la estatua con la que cualquier ocasional visitante se tiene que cruzar camino al baño no se le parezca mucho. “Sólo les falta poner el ataúd en un rincón”, acota Abonizio sin mucho cariño. Pero volviendo al tema de la ropa, el hombre que supo contar lo que hacen Dios y el Diablo en el taller mientras por la radio Ferro y Platense eternamente empatan cero a cero, asegura que todos sus amigos conocen ya sus mañas, y le avisan cada vez que alguien muere, así él hace circular su guardarropa. “Algunas prendas me las quedo yo, otras las reparto –aclara–. Pero sí, no tengo ningún problema en reconocerlo: uso ropa de fiambres, de gente que se va yendo y sus parientes por superstición no quieren usarla. Algunas brujas que conocí se espantan, pero yo me cago de risa. Porque soy bello como un león al mediodía con ropa o sin ella”, bromea este rosarino oriundo del barrio de Echesortu, en el centro geográfico de su ciudad, a la que recorre todos los días con los ojos bien abiertos. “Si te hacés el boludo, podés no ver nada. Pero todo el tiempo nos rodean toda clase de mundos”, explica, y cuenta que por la mañana, yendo a jugar a la pelota-paleta, se cruzó con dos pibes quinceañeros, que duermen en las piedras que hay debajo de la costanera. Le pidieron una tanza y un anzuelo a los pescadores, y él se quedó hablando un rato con ellos. “Para mí eran pibes marginales, que pescaban para vivir. Pero no tengo dudas que hay gente que me ve venir, y piensa lo mismo de mí –asegura–. Son desigualdades que no tienen que ver con la condición humana, sino con la condición social, y eso es algo que me perturba todo el tiempo. No puedo estar en paz. Y por eso no me aguanto comprarme unos vaqueros nuevos”, explica Abonizio, sin rabia y sin pose, apenas como carta de presentación, como diciendo buen día. Pero las preguntas siempre quedan ahí, aun cuando escriba —en el texto presentación de Extraño conocido (2006), un indispensable disco para el que regrabó sus canciones más famosas— que al finalizar de componer “El témpano” se terminó la última línea de furia que sentía. Y esas preguntas y esa furia son también la razón de ser de los doce temas del flamante Tangolpeando, un admirable álbum de tangos propios que le tomó casi una década poder editar. ¿Y las zapatillas de Federer? “Yo no tenía ni idea de quién era Federer —explica con una sonrisa—. Pero uno de los que me traen ropa es Ramiro Sixto, un rosarino que es sparring de tenis, y gira por el mundo junto a los mejores. Como buen argentino, Ramiro limpia los vestuarios de cosas, ropas u objetos, que los famosos dejan tirados porque no necesitan guardarse todo en un bolsito. Un día se me apareció con unas zapatillas que dijo que eran de Roger Federer, y que me duraron quince años. Así que coleccionistas, atentos: las vendo aunque estén hechas mierda.”

TANGOS LARVARIOS

“Con otro ritmo, y otro fraseo, tal vez ‘Mirta, de regreso’ hubiera podido ser el éxito de algún cantor del ’40”, asegura el historiador y periodista Sergio Pujol, desde el elogioso texto que acompaña y presenta Tangolpeando. Pero desde su libro Canciones Argentinas (2010), Pujol redobla la apuesta y lo presenta como un “Mano a mano” en clave progre. “Pujol es muy generoso, pero está en lo cierto: ‘Mirta...’ era un tango larvario que empezaba a despertar”, confiesa por fin Abonizio, el niño que creció escuchando la radio, hasta que un vecino trajo “Love me do” de Los Beatles, y los pibes del barrio –cuenta– tuvieron una epifanía colectiva. “Fue como ver el primer gol por televisión”, intenta explicar Adrián, mucho después pionero del rock rosarino al frente de Irreal, la banda que dejó para que la liderase un Baglietto al que aún le faltaba para salir de Rosario. Pero en aquella primera formación de su grupo, Abonizio ya cantaba su “Mirta...”. “La versión original era igualita a la que hizo famosa Baglietto, salvo que con un poquito de forma de ‘La Bamba’ —aclara su autor—. Juan Carlos ayudó y la hizo más agradable, evitando con sus mohínes, simpatía y calidad lo indigerible de una temática de abandono.”

Una posible cronología de la carrera de Abonizio antes del fenómeno de la Trova Rosarina lo ubica primero armando Irreal, luego abandonándolo para dedicarse a componer canciones y cantarlas a cara de perro, y más tarde poniendo esos temas al servicio del carisma de un Baglietto solista pero con banda, que tomó por asalto el rock nacional antes y después de Malvinas. “En aquel entonces, ni Adrián tenía conciencia de ser un poeta metafísico, ni yo de ser un cantante popular”, recuerda Baglietto en el libro La Trova Rosarina (1998), de Sergio Arboleya. Abonizio subraya que si entonces desde el rock los acusaron de tristes y depresivos, como el tango, fue porque contaban historias recientes pero atemporales, y existencialistas. “Yo hacía mi camino en silencio. ‘Esto es tango, esto es tango’, me decía sin comentarlo con nadie”, confiesa ahora, sin tapujos. “Siempre quise hacer tango, pero me gustaban Almendra, Aquelarre, el sonido de Hendrix, Zappa, Serrat, Beatles, Carnota, El Dúo Salteño, Cream y tantos otros. ¿Qué culpa tengo yo de esta mescolanza? Pero a la hora de apuntar con mi rifle sanitario decidí matar los códigos idiotas del rock capitalino rolinga o fashion, y apuntar a la mezcla rosarina, con buenas y malas. Eso sí, siempre con el fantasma de Julio Sosa o Rivero convidándome un faso o una ginebra, susurrándome al oído: ‘Dale, pibe, animate que podés’.”

Desde Tangolpeando, Abonizio demuestra que puede, junto a Rodrigo Aberastegui, cómplice en un disco que estuvo diez años esperando su turno, ya que calcula haberlo comenzado a grabar comienzos de la década pasada. Quedó rehén de una pelea entre productores y estudio de grabación, pero finalmente fue rescatado y completado... una década después. “Paciencia es poco, pero somos imbatibles”, se agranda un Abonizio que hace tiempo hace de la independencia una necesidad. “El músico que no tiene pelotas para bancarse tanto desánimo que venda electrodomésticos con un sueldo seguro. Esta profesión es alucinante porque te prueba la entereza, la capacidad de saltearse los vicios que son una trampa, el bronce y las ganas de ser famoso. Recomendable para cardíacos, para aquellos que no pudieron ser buzos entre tiburones blancos, para caballeros con espadas mágicas y para inconscientes.”

ORILLERO A PROPOSITO

Pudor. Eso es lo que Abonizio asegura que se siente cuando se escribe una canción que se hace famosa. “Porque da no sé qué haber tocado algo tan íntimo tuyo, y también de la gente —explica—. Uno hace de cuenta que entra en una selva virgen, por primera vez, tratando de no romper nada ni pisar ningún bicho. Es alucinante, porque descubrís un lugar nuevo, lo conquistás, pero no despreciás a la naturaleza. Te metés dentro de la gente, que absorbe eso y encima te felicita. Por eso es que uno siente mucho pudor. El mismo pudor que sentís ante el aplauso. Uno quiere que el público sea japonés, y que no aplauda después de cada tema”, asegura el compositor del que Baglietto supo contar que, en sus comienzos, solía cambiar sus temas cada vez que los cantaba, para que el público no pudiese aprenderse la letra y cantarlo con él. “Lo que pasa es que, cuando algo se hace conocido, sos descubierto. Tenía miedo, como nuestros antepasados temían que les robaran el alma. Pero hoy canto aquellas canciones sin paranoia, feliz de encontrarme en algún lado del cosmos con el tipo que las escucha.”

De todas aquellas canciones famosas y populares, con la que Abonizio asegura tener las anécdotas más raras es “El témpano”. Sentado en El Cairo, al lado de una ventana, recuerda con la mirada perdida a un músico callejero que cantaba el tema en una estación de subte porteña. Eran tiempos de poco dinero y Abonizio apenas disponía de dos monedas diarias, para ir y volver del trabajo. Pero no pudo evitar detenerse ante el pibe que cantaba su tema para nadie, y que entonó las últimas frases mirándolo a los ojos. “Metí las manos en el bolsillo y encontré la última moneda, y el pibe se dio cuenta. Y también se dio cuenta que saqué la mano, y me fui sin dejarle nada. Me debe haber odiado. Me despedí y no me contestó, y yo me sentí el peor tipo del mundo. Pero... ¿qué le iba a explicar? ¿Que había escrito la canción y no tenía un mango? ¡No me lo iba a creer jamás!”, se ríe Abonizio, que también sabe que una noche Mercedes Sosa pasó por Rosario y no paraba de cantar “El témpano” una y otra vez en voz baja, para ella misma. “Cuando preguntó si la podían contactar con el autor, le dijeron que era difícil de encontrarme... ¡y yo estaba a cuatro cuadras!”, recuerda. Y se embala: “Así son los productores locales, o gente de la cultura con falsa mayúscula: resentidos, idiotas o cobardes. Son los que luego te preguntan: ‘Che, ¿seguís en la música?’. Es como que yo les preguntase: ‘Che, ¿seguís en la vida?’. Tengo fama de mal llevado, pero con semejantes semejantes lo único que queda es batirse a duelo”.

Después de una década peleándola en Buenos Aires, de donde volvió a Rosario para ver crecer a su hijo Ciro, que ya tiene 8 años, Abonizio asegura que lentamente se está reencontrando con su mejor forma. “Lo mismo que le pido al rengo Goldín como fan que soy de su música, que haga el disco que se merece, sé que es lo que me pueden pedir a mí los que me siguen”, calcula. Por eso es que, a pesar de tener un disco nuevo bajo el brazo, Abonizio no se detiene. Le siguen dos más, que hace tiempo están esperando pista. El primero se hizo doble, lo viene grabando en Buenos Aires junto al Muerto Sainz, el ex bajista de Baglietto, y se llama Embarcaciones. Y el que le sigue lo estuvo grabando en Rosario, con criterio acústico pero instrumentos eléctricos, y se llama La madre de todas las batallas. Pero también, promete, habrá más discos de tango después de Tangolpeando, al que describe como orillero a propósito, buscando el sonido de los discos de Edmundo Rivero: el guitarrón grave y las guitarras. “Empezamos con tangos básicos y vamos a terminar con tangos psicodélicos. Pero de a poco. Ahora viene el romantic tango, el segundo disco de la trilogía, con cuerdas y monólogos. Y luego la hecatombe: el Album Blanco del tango, modestamente. Para que todos los cantores momias que no cantan temas nuevos por miedo a perder su público se hagan el harakiri.”

¿Por qué tanto tango?

—Porque tiene un sustrato de profunda amargura tranquila. Es la del tipo que se sienta en un bar y mira a su alrededor: en TN están apuntando a la democracia con gente perfumada que apenas sabe hablar, y hay accidentes y muertos. El mundo estalla de capitalismo, el Papa es una vieja podrida y no tengo fuerzas para putear ni juntarme con otros “accidentados” como yo. Por otra parte, les rajo como a la peste porque si no nos hundimos juntos y aún tengo mucho para contar. Entonces los narro, los pinto, me escribo en mi piel eso de que soy un poco ellos. O sea, hago tangos. Eso es. El que no lo entienda se está perdiendo una sabiduria de samurai. Somos criaturas que están solas, por su rareza y falta de cariño. No es mi caso. Yo sólo escribo. Y espero que el mundo cambie, mientras miro cómo la gente se pelea por un lugar en el entierro. Se apuran por morir.

Tangolpeando fue editado a fines del año pasado por el sello BlueArt Records, con el auspicio del Gobierno de Santa Fe y de la Municipalidad de Rosario. En el sitio blueart.com.ar hay una lista de disquerías de todo el país donde se pueden conseguir sus discos.

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Imagen: Nora Lezano
 
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