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Domingo, 10 de marzo de 2013

CINE ARGENTINO 1 > LOS DíAS, óPERA PRIMA DOCUMENTAL DE EZEQUIEL YANCO

Bajo un mismo rostro

Micaela y Martina son gemelas, aspirantes a actrices, y viven en las afueras de Quilmes. Durante cuatro años, en un rodaje larguísimo, Ezequiel Yanco registró con distancia sus vidas en cada detalle, casi de manera catastral. Los días, el documental sobre el cotidiano de las niñas que quieren ser famosas, resulta una experiencia sensorial de la feminidad y la infancia que se termina justo en la orilla de la adolescencia.

 Por Mercedes Halfon

Si el universo de las niñas puede resultar muchas veces atractivo, sofisticado y algo extraño a la mirada externa, qué decir del universo de las niñas actrices. Todo se duplica. La intensidad sentimental, la búsqueda de la belleza, los juegos de representación propios de la infancia se potencian, a veces motivados por la presencia de la cámara y otras por la influencia que ésta deja a su paso, como un polvito de estrellas. Y si esas niñas, además, son gemelas, la representación, el doblez, la mimesis, estalla al infinito. Este raro fenómeno registra Los días, la ópera prima documental de Ezequiel Yanco. Con un paso lento, pero que no se detiene, el director (que además hizo cámara y sonido, absoluto responsable de las imágenes) sigue la vida cotidiana de Micaela y Martina, dos nenas de las afueras de Quilmes que quieren ser actrices famosas.

En el lapso registrado por el film, las gemelas pasan de tener ocho a tener once años. Pero para ellas crecer en pantalla es algo distinto a lo que les sucedió, por ejemplo, a Andrea del Boca o a Pablito Codevilla. No hay saltos cualitativos, ni desarrollos evidentes. Tampoco hay, a decir verdad, grandes momentos dramáticos. El tono de las gemelas es más bien parco. Por eso, las líneas de la acción no se imponen con prepotencia sino que siguen, suaves, la dramaturgia de los hechos cotidianos. La voz cantante va de Micaela a Martina y de Martina a Micaela (¿quién puede distinguirlas?), y de ahí a su abnegada madre o a una amiguita a la que a veces le toca la difícil tarea de desempatar (y separarlas cuando están trenzadas de los pelos, aunque ella también, al final, la termine ligando).

Verlas en acción es muy hermoso, sus cabelleras largas, sus piernas flacas de nenas que van a ser muy altas, sus sonrisas con algunos dientes todavía por salir. Una danza forzosamente simétrica. Yanco recuerda que el chispazo del proyecto se produjo cuando, para una obra de teatro en la que trabajaba, tuvo que armar un casting al que asistieron muchas niñas emperifolladas con sus padres. Algo de esa escena tensa y cargada de expectativas lo fascinó. La confusión entre actuación y verdad de esas nenas siendo “ellas” frente a la cámara que las clasificaba, más la mirada de sus padres afuera: un singular vínculo de madres e hijas con relación al mundo del trabajo. Esa fascinación inicial luego interactuó con un interés por explorar el mundo femenino en la infancia. Ya embarcado en el proyecto del documental, todo cambió cuando conoció a las Martina-Micaela. El dúo dinámico. La cuestión de las hermanas gemelas, indefectiblemente, tomó el lugar preferencial.

Yanco cuenta acerca de ese larguísimo rodaje: “Durante los años que duró, me interesó registrar la reiteración de sus actividades cotidianas en el paso de las sucesivas estaciones del año. Y así quedó finalmente organizada la película en el montaje, a partir de una narración que va desde un verano inicial, pasando por el otoño y el invierno, hasta la etapa primaveral que cierra la película. Esa dramaturgia alrededor de lo cotidiano me llevó a dejar de lado un relato estructurado en un gran acontecimiento, o en grandes conflictos narrativos con los que hacer avanzar la trama. De ahí también que me desentendí de narrar la progresión de sus castings, o de dar cuenta del éxito o no de sus audiciones”.

¿Qué completa entonces estos días del film? Momentos, superficies, climas, rutinas de esas mellizas conurbanas: ascensos y descensos de sus camas cucheta, largas sesiones de desenredamiento de cabelleras, castings, tórridas clases de catequesis, prácticas de temas de Justin Bieber frente al televisor, jornadas de estudio de inverosímiles lecciones de biología (“las bacterias son enfermedades, como el ser humano”), excursiones por el barrio en bici. Hay algo solapadamente sociológico. Prácticamente un catastro de su infancia.

Un efecto particular de la película es que, si bien estamos en presencia de un documental, no hay nada que revele que eso está siendo filmado. El director está bien oculto detrás de su cámara. “Esa no intromisión personal en la narración creo que responde al propósito de conseguir un registro de la intimidad de ese mundo, a la intención por acercarme a otras formas de vida desde una perspectiva observacional y, al mismo tiempo, a la idea de filmar un documental como si fuese una ficción. Creo que por esas razones siempre intenté que mis intervenciones estén por fuera del relato. Hubo, eso sí, una confianza inicial que fue mutua y que permitió que el extenso proceso de rodaje sea muy fluido y natural, y que con el paso del tiempo termine por convertirme en una suerte de integrante más de la familia, que iba a los cumpleaños, o las llevaba al cine o a McDonald’s.”

Hacia la mitad de la película, la madre de las nenas consigue un trabajo y se ausenta de la casa familiar. Un poco a la fuerza, Martina y Micaela se ven obligadas a aprender a arreglárselas solas. Las vemos ir a hacer las compras y volver cargando –cada una, una manija– una bolsa atiborrada; o llamar por teléfono a la madre para pedir instrucciones y luego hacer, trabajosamente, un puré. Ya no son las nenas que vimos al comienzo. Ese movimiento, sutilísimo, capta Los días. Las vemos, por último, pintándose las uñas y chateando por msn con un compañerito de la escuela. La adolescencia llega. En una película que es, ante todo, una experiencia sensorial de la feminidad y la infancia, no es raro que la manifestación de semejante acontecimiento se manifieste con un puré de papas.

Espacio Incaa KM 0 Cine Gaumont; Monumental Lavalle, Lavalle 780; Malba Cine, Av. Figueroa Alcorta 3415. Sábados a las 18. Entrada: $ 25.

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