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Domingo, 17 de marzo de 2013

MúSICA > VIENE LA ATERCIOPELADA ANDREA ECHEVERRI

Acariciando lo áspero

 Por micaela ortelli

El teléfono suena dos veces en casa de Andrea Echeverri. Es la una y veinte de la tarde en Bogotá y la cantante de Aterciopelados arrancó una ronda de entrevistas antes de su visita a Argentina la próxima semana. Por primera vez viene sin sus compañeros de banda, a presentar Ruiseñora, su tercer disco solista, que salió en diciembre y del que apenas se conocen tres canciones. Un trabajo que Andrea describe como el resultado de un “proceso de independencia” que comenzó con su disco anterior; y con calificativos, así: femenino, combativo, hermoso. Ella, voz inconfundible de los ‘90, madre de varios de los grandes estribillos del rock en español, está más contenta y atenta que nunca: a los 47 años, Andrea Echeverri es la artista que evoluciona, pero se mantiene reconocible, cercana, natural.

En 1995, Aterciopelados lanzaba un álbum fundamental: en El Dorado aparecía la inmortal “Bolero Falaz”, la canción que los hizo conocidos en el mundo y que convirtió a Andrea en la voz femenina más característica del rock de la región. Era sorprendente escucharla cantar con todo el cuerpo y verla tan cautivante, tan distinta de todas, con su pelo cortísimo, delgadez total, anteojos de corazones y su guitarra llena de flores. Después se conoció la enardecida “Florecita Rockera”, que terminó de sellar su estilo y actitud, porque eso mismo era Andrea –y el apodo sigue vigente–: delicada y femenina; y fuerte, irreverente.

A lo largo de la década, Aterciopelados se afianzó en el mercado, pero sobre todo, fortaleció su ética y lírica comprometida con temas político-económicos, medioambientales y de género. Canciones como “El Estuche”, del disco Caribe Atómico (1998), pasaron a la historia, y la preocupación ahí plasmada es la que Andrea siguió desarrollando en letras posteriores: “No es un mandamiento ser la diva del momento/ Para qué trabajar por un cuerpo escultural”, cantaba, ya con el pelo largo y un look más hippie y relajado: “Mira la esencia, no las apariencias”, decía en ese estribillo tan simple como efectivo.

La banda cerró el siglo con Gozo Poderoso (2000) y la actividad fue menos intensa en adelante (el disco más reciente, Río, es de 2008). En 2004 Andrea fue madre por primera vez (tiene dos hijos junto al productor Manolo Jaramillo) y quiso grabar un disco con las canciones que había escrito durante el embarazo; Andrea Echeverri salió al año siguiente, con producción de su par en Aterciopelados, Héctor Buitrago, y ejecución también a cargo de miembros de la banda. Fue un álbum íntimo –sensible, maternal–, sí, pero que no terminaba de ser personal. “En un momento empecé a sentir la necesidad de aprender a producir para poder tomar todas las decisiones sobre la canción, desde la composición hasta que esté lista”, cuenta Andrea a Radar: “Aprendí a usar el pro tools, los micrófonos, a manejar toda la parte técnica, y grabé Andrea Echeverri II”.

¿Y qué se sintió?

–Fue delicioso. Después de casi veinte años de trabajar con Héctor, que era el que llevaba las riendas, me sentí renovada cuando aprendí a usar nuevas herramientas y fui capaz de hacer todo el proceso yo.

En ese álbum cantás que no querés ser Juanes ni Shakira (la canción se llama “Yo”), que sólo querés ser vos. ¿Cómo llegás a estar conforme y contenta con vos misma?

–Bueno, que lo diga no significa que lo tenga resuelto. Porque yo también estoy expuesta a esas influencias de los medios tan fuertes, que todos los días te dicen que tienes que ser flaca, elegante, esbelta. No es que yo sea inmune; a mí también me afecta. Pero tengo que defenderme; tengo que repetirme lo de la canción del estuche: que no importan las apariencias, aunque todo el mundo diga que lo único que importan son las apariencias. Tengo que repetirme que éxito no es masividad y fama; que éxito son otras cosas.

Algo sobre su biografía: Andrea es la menor de cuatro hermanos; hija de padres “bastante tradicionales”, lo que es decir que la familia fue la primera escuela donde aprendió “a pelear y defender lo que yo creo que está bien”, dice. Estudió arte en Bogotá y se especializó en cerámica en Inglaterra. Al regreso conoció a Héctor, se fueron a vivir juntos, pusieron un bar y empezaron a hacer música de forma autodidacta.

O sea que no empezaste de muy chica en la música.

–No, tenía veintihartos. Pero creo que eso es bueno porque hay chicas que empiezan como a los doce, y si desde esa época les meten en la cabeza que tienen que hacer dieta e ir al gimnasio, las perdimos. Pero yo cuando arranqué ya era grande, había estudiado, había leído a Simone de Beauvoir; tenía una postura para subirme al escenario sin ser 90-60-90.

En el comunicado de prensa de Ruiseñora decís que tu voz tiene canas, arrugas y certezas; reconocés lo que se gana con la edad.

–Es que en la sociedad actual hay un miedo a envejecer muy grande, y yo en cambio estoy orgullosa de mi recorrido y experiencia. Si hay algo chévere que tengo son todos esos años en los que hice cosas y que llevo a cuestas. Por eso le puse Ruiseñora al disco: por el pájaro, el símbolo del canto, y porque la palabra contiene la palabra “señora”. Me parece importante destacar que soy grande, que soy una señora.

Andrea compuso, grabó y produjo el álbum; tocó los instrumentos y cantó hasta el último coro. Reemplazó la batería por una percusión “más suave, sin negociar intensidad” (semillas, panderetas, cajón); sumó vientos (armónica, flauta, ocarina) y un bajo típico del jarocho mexicano llamado leona. Además, por primera vez comparte el trabajo con una mujer: “Toqué durante tantos años con puros hombres, que encontrar una chica con la que me comunico bien es un tesoro. Y que ella sea percusionista y no baterista también le da a la música un sabor más femenino”.

Ruiseñora celebra la autosuficiencia y el compañerismo entre mujeres: “Hay que dejar de vivir, vestir, pensar y actuar para a los hombres gustar/ El respeto a la mujer entre todas hay que imaginar, construir e instalar”, canta en “Florence”, dedicada a Florence Thomas, una de las principales activistas por los derechos de la mujer en el mundo.

Ya desde tu look parece un disco más combativo que los anteriores.

–Es que había una imagen mía instalada como muy hippie, muy paz y amor; y para este disco quería una estética más fuerte, más rockerita, porque estoy en una etapa distinta, hormonalmente incluso. Ya cuando tus hijos tienen cierta edad se te baja un poco la maternalidad y empiezas a sentir otra vez esa necesidad de independencia.

Como una florecita que dio frutos y ahora disfruta la madurez, renovada y espléndida.

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Andrea Echeverri se presenta el viernes 22 de marzo en el Festival El Vecinal. En la misma fecha actúan Kevin Johansen + The Nada + Liniers y el venezolano Ulises Hadjis. A partir de las 19 en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131).

Entrada $200.

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