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Domingo, 31 de marzo de 2013

UNA MúSICA ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: FLORENCIA RUIZ Y “JILGUERO”, DE LUIS ALBERTO SPINETTA

Alguien en mi alma

 Por Florencia Ruiz

Mi infancia transcurrió en la casa de mis abuelos maternos, cantando tangos, milongas y canciones populares, acompañada por mi abuelo en bandoneón. Pero siempre con la obsesión y la misión de toparme con la música de mis sueños. Esa que golpeaba fuerte el pecho y que no encontraba en ningún lado, sólo en mi cabeza.

Un día tuve una revelación: tendría que hacerla yo misma. Me había cansado de buscar y, ¡claro!, en los ‘80 y siendo una niña solo llegaba a vos lo que escuchaban tus parientes o amigas.

Comencé inventando canciones, con acordes que dibujaba en el diapasón de la guitarra. Muchos me decían: “Esos acordes no existen”. ¿Cómo que no? ¿Por qué? Nadie supo qué responder y yo seguí y seguí.

Crecí en Villa Luzuriaga, aunque vivía en Haedo. Una práctica muy común en la Villa (y seguramente en otros barrios también) era la de sacar la silla a la vereda por la tardecita. Para mí esto era toda una actividad, y amaba esos ratos compartiendo con los vecinos historias, mates y risas. Mi abuela era el alma de la fiesta y yo quería estar siempre con ella, donde fuera.

Una noche, luego de un par de días sin energía eléctrica, decidimos junto a mi hermano mayor salir a la vereda con la guitarra. Nuestra idea no era conversar ni interactuar con nadie, sólo servirnos de la luz de la noche. Y por suerte la luna estaba grande y cerca, llevándonos a su compás.

Mi hermano Federico es un genio sacador de canciones compulsivo y tiene un oído superior. Por mi parte, componía desde las sombras y escuchaba sobre todo a Charly y a Fito. La guitarra era, para mí, para conectar con el más allá.

Un día mi hermano se aparece con Pelusón of milk. Yo sólo tenía escuchado al Spinetta de La la la y me había encantado: amé su voz y su modo de tocar apenas lo escuché y sentí que la música de Fito crecía muchísimo a su lado. Así que esperé que mi hermano se fuera de la casa (no quería pedirle el cd) para escuchar este nuevo disco, recién salido y con una tapa completamente seductora. Me atrapó instantáneamente. Hay canciones increíbles, ¡lo adoro de principio a fin! Ese es mi comienzo con Luis, por ahí entré a su obra y cada vez que tengo la posibilidad de regalarle un disco a un niño, compro Pelusón.

Vuelvo a esa noche en la puerta de la casa familiar en Haedo. “¡Qué incapacidad! No puedo tocar nada...”, pensé. Es como si tuviera un camino marcado para mis manos y ellas no saben cómo salirse de ahí. Bajo ese pensamiento letal y con una soltura increíble, comencé a tocar y a cantar “Jilguero”. Había leído los acordes en un libro que escribió mi maestro Eduardo Percossi. ¡Lo leí sin guitarra en mano! El libro está buenísimo y es la antítesis de uno que tenía un compañero de división, llamado Aprenda a tocar la guitarra en un día o algo así.

Tocar “Jilguero” esa noche fue la entrada a un nuevo mundo, el testimonio de saber que alguien podía ingresar en mi alma. La letra es demoledora y tiene ese aire folklórico tan personal y amoroso. A partir de ahí podría tocar cualquier canción que quisiera, cosa que no suelo hacer, pero como diría una alumnita que tuve, ya sabés que eso está con vos y lo sacarás cuando lo necesites. Genial filosofía infantil.

Hace justo un año nació Julián, mi hijo. Largo y flaco. El parto fue sigiloso, no podía hablar, estaba poseída por los fantasmas ancestrales del silencio y conectada con lo animal.

La fantasía de ver la cara de tu hijo, de tocarlo, es inmensa. Quería recibirlo con una sonrisa, con brazos fuertes para abrazarlo para siempre. No pude tenerlo inmediatamente: lo llevaron a limpiar y esas cosas de las clínicas. El médico y la partera iban y venían y me alentaban contándome cómo era mi bebé. Y con mi súper oído biónico, oído de mamá, escuché a la partera diciéndole a otro en voz baja: “Dale, dale que la mamá está angustiada, quiere ver ya a su bebé”. Un punto más para la partera Patricia.

Mi marido trajo al niño hacia mí y lo puso en mis brazos. Lo abracé y lo besé diciéndole cositas al oído.

Un rato después, ya en el cuarto, lo puse de frente, lo apoyé en mis piernas y, sin pensarlo, empecé a cantar “Jilguero”. Sus ojitos se abrieron del todo y puso la boca en forma de u. De algún modo, esa fue mi bienvenida a este mundo para mi amado hijo.

El miércoles mi bebé cumplió un año. Y yo vuelvo a “Jilguero”, a la canción y al pájaro, el pájaro con canto alegre. Ese canto que reza y clama y pide por la ilusión. Por la ilusión que no tiene fin.

Florencia Ruiz presenta Luz de la noche, su último disco, el viernes 5 de abril, a las 21, en el CAFF (Sánchez de Bustamante 764).

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