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Domingo, 14 de abril de 2013

ENTREVISTAS > UN ANTICIPO DEL LIBRO DONDE BALLARD DA SU VISIóN DEL MUNDO

Disección del campo de batalla

Durante los años ’80, la mítica revista contracultural norteamericana ReSearch reunió una serie de entrevistas a J. G. Ballard que exhibieron de forma contundente la privilegiada lucidez del escritor británico. Estas charlas eran, también, un catálogo de sus obsesiones, alrededor de las que se construyó su literatura, ese conjunto de textos que transformó para siempre el discurso de la ciencia ficción y estableció que nada hay más extraño que nuestro mundo. Ahora, la editorial Caja Negra las publica en el libro Para una autopsia de la vida cotidiana-Conversaciones, en una traducción impecable y con prólogo de Pablo Capanna, uno de los pocos especialistas locales en Ballard. En esta entrevista que Radar anticipa, Ballard habla sobre los accidentes de tránsito, la celebridad, la cirugía estética y cómo el discurso científico se parece cada vez más a la pornografía.

 Por Maura Devereux

Mi primera pregunta es sobre La exhibición de atrocidades. Al igual que Crash, es un libro que gira, en gran medida, en torno del erotismo de los accidentes automovilísticos, que es un tema que –me parece– se vincula exclusivamente con tu universo literario; al menos, yo no tengo noticias de que lo haya tratado otro autor. Lo que me gustaría saber es cómo surgió tu fascinación por este tema.

–¿De dónde salió la idea de los accidentes automovilísticos? ¿Cómo empecé a obsesionarme con ella? Creo que surgió de la simple observación de la vida real, viendo el comportamiento de las personas en el mismo lugar en que ocurría algún accidente, y también de la fascinación por las películas en las que hay choques, ya sean películas de ficción o noticieros, donde los accidentes tienen un rol destacado. Aunque no se sepa muy bien por qué, es un tema que tiene mucha importancia en la imaginación de la gente, y en él se evidencian muchos aspectos de nuestra actitud hacia la tecnología. De modo que junté todos estos cabos sueltos. Luego, me pareció que una extraña atmósfera envolvía el tema de los accidentes de auto, una atmósfera que quizás no era la misma que podía rodear a otro tipo de accidentes –por ejemplo, un choque de autobús o un accidente aéreo–, por razones obvias. Me refiero a que nuestras reacciones psicológicas son más directas en el caso de un accidente automovilístico, ya que estamos más estrechamente vinculados con el acontecimiento... En fin, todo fue hilvanándose de esa manera.

Es como si trataras de mostrar una suerte de violencia oculta o esotérica. Y me pregunto en qué difiere de la violencia que un ser humano ejerce sobre otro.

–Sí, creo que eso es verdad. En lo que respecta al tema de los accidentes de auto, no hay que buscar la clave en el vehículo. Un auto chocado es un símbolo de la tecnología, y nuestras vidas –la sociedad entera que habitamos–, son creaciones de la tecnología. Y éste es un tema que suscita emociones bastante contradictorias... sentimientos bastante ambivalentes con respecto al papel que juega la tecnología en nuestras vidas. En este mundo tecnológico en que vivimos, existen ciertas zonas, ciertas líneas de fractura, que nos permiten acceder, de alguna manera, a un más allá de la realidad. Una de estas líneas de fractura está representada por los accidentes de auto, ya que éstos representan un colapso en un sistema tecnológico y tienen el mismo poder de revelación que –por ejemplo– un terremoto en una gran ciudad. O para decirlo en una escala más modesta, ocurre lo mismo que cuando un elevador deja de funcionar y nos obliga a –o nos permite– revalorizar nuestra relación con el mundo de las máquinas. Particularmente, creo que la tecnología y el erotismo funcionan a la par. En cierto sentido, existe un complot invisible entre la tecnología y el erotismo, un complot del cual no somos conscientes la mayor parte del tiempo, pero que se revela cuando ocurre un accidente –o, más bien, en la imagen que nos hacemos del accidente–, que es básicamente de lo que trata mi novela. En cualquier caso, pienso que eso es algo bastante obvio, ¿no?

Me gustaría hacer otra pregunta. Otro tema común que se advierte en La exhibición de atrocidades, en Crash y en algunos otros libros, es el papel que juegan las celebridades mediáticas, principalmente las estrellas de cine. Pareciera que el atractivo de La exhibición de atrocidades radica, sobre todo, en la violencia ejercida sobre estos iconos culturales.

–No totalmente; por supuesto, abordo muchos iconos culturales que han sido víctimas de episodios violentos –la familia Kennedy, Marilyn Monroe, etc.–. También el presidente Reagan ha sido objeto de ataques violentos, aunque no cuando escribí sobre él. De ahí que no lo someta a ninguna violencia real en La exhibición de atrocidades. Las otras figuras mediáticas que trato hacia el final del libro sólo se han sometido a cirugías plásticas. Quiero decir, en muchos casos, gente como Cher o Jane Fonda no se ha sometido a mayor violencia que la del cuchillo del cirujano plástico.

Sí, eso es lo interesante... En realidad, escribiste sobre estas celebridades y sus cirugías plásticas hace más de veinte años y ahora parece que ellos se lo han tomado en serio.

–Creo que las estrellas de cine vienen realizándose cirugías plásticas desde hace muchísimo tiempo, ¿verdad? Me inclino a pensar que es así. En La exhibición... me anticipé a la presidencia de Reagan unos cuantos años antes de que ocurriera efectivamente, aunque no sé muy bien qué demuestra eso. Nancy y yo éramos los únicos que creíamos en él.

–Cuando escribiste el libro, ¿pensabas realmente que Reagan llegaría a la presidencia, o más bien considerabas todo esto como parte de una escenificación absurda?

–En 1967, cuando escribí el libro, creo que Reagan acababa de convertirse en gobernador de California. Luego, por razones que se explican en las notas al margen del mismo, resultaba evidente que él le había tomado el pulso a la situación de Estados Unidos, de manera que estaba casi cantado que llegaría en el futuro a la candidatura presidencial. Y me lo tomé en serio, ya que me pareció que respondía a una demanda muy profunda de la sociedad americana. Entonces, en 1967, no era difícil tomárselo en serio; luego, ya como presidente, sí resultaba difícil. El Ronald Reagan sobre el cual escribí –tal y como afirmo en las notas al libro– era muy distinto de aquel hombre que luego se convirtió en presidente. Supongo que sus viejos discursos de campaña y sus anuncios no suelen pasarse con frecuencia en la televisión americana, pero te puedo asegurar que el Reagan de 1967 no era nada agradable; era mucho más rígido y tosco, mucho más agresivo y manipulador que el pacífico anciano que después ingresó a la Casa Blanca. Es notable cómo puede cambiar el carácter.

Para una autopsia de la vida cotidiana. J.G. Ballard Caja negra 187 páginas

Me gustaría retomar el tema de las cirugías plásticas, las cirugías médicas y el tema médico en general, que es tan recurrente en tus historias, y al cual solés tratar –para decirlo de alguna manera– casi como si fuese “pornografía científica”, o como si vos fueras un científico con una obsesión pornográfica. ¿Cómo ves esta predisposición hacia lo pornográfico, en los términos de la ciencia y de la medicina?

–Diría que el tema ya había empezado a tomar una relevancia indudable en relatos inmediatamente anteriores a aquellos que hablan de la cirugía plástica, relatos como “Programa para el asesinato de Jackie Kennedy”, “¿Por qué quiero coger con Ronald Reagan?”, Crash... Hay alrededor de cinco relatos que están escritos como si fuesen informes científicos imaginarios. Cuando uno revisa las publicaciones científicas desperdigadas en las revistas especializadas –en particular, aquellas orientadas a la psicología experimental–, descubre que una buena parte del trabajo científico se desarrolla, en cierta forma, dentro de una órbita muy próxima a la de la pornografía. Los textos que escribí en torno de la cirugía plástica fueron tomados, en gran medida, de un estudio científico sobre el tema; sólo cambié los nombres, ilustré el proceso y lo llevé hasta las últimas consecuencias. Uno puede leer perfectamente todos esos informes científicos como si trataran de pornografía pura. No contienen ningún elemento sexual explícito, pero son tan obsesivos, se muestran tan fascinados con la carne como cualquier acólito al hardcore. Y hablando en términos generales, me parece que la ciencia ha dejado de tomar su material de estudio directamente de la naturaleza, para terminar absorbiendo las obsesiones científicas de los investigadores; esto es algo que se puede notar particularmente en la ciencias blandas como la psicología, cuyos investigadores tienden a plasmar en sus experimentos las propias conjeturas acerca de, por ejemplo, la cantidad de dolor que una persona es capaz de tolerar, y con ese fin se establecen experimentos en los que los voluntarios se infligen dolor unos a otros. Ha habido algunos casos famosos en los que se descubrió, “sorpresivamente”, que la gente disfrutaba mucho haciéndose daño. Ahora bien, la mayoría de estos experimentos hablan más sobre la mentalidad de los investigadores que acerca de los sujetos estudiados. Las ciencias están empezando a mostrar signos compartidos con muchas de las características obsesivas del porno, inclusive con muchos de los conflictos psicopáticos que uno encuentra en la pornografía realmente patológica. Una pared muy delgada separa a ambos campos. Aquellos relatos o piezas que escribí en torno de la cirugía plástica reflejan tan sólo un aspecto de la cuestión; la misma tendencia puede verse en textos como “¿Por qué quiero coger con Ronald Reagan?”, donde ocurre una serie de experimentos imaginarios que ponen a prueba la reacción de los individuos frente a la imagen manipulada de algunas figuras célebres. Y experimentos como éste han tenido lugar desde hace al menos veinte o treinta años.

En tu enfoque de la pornografía, me parece que se pone en juego un gran componente de deshumanización, aparte de las características obsesivas o lo que fuera.

–En realidad, me gustaría aclarar que no estoy en contra de la pornografía; incluso creo que deberíamos tener más cosas de ese estilo, siempre y cuando las actividades sexuales allí plasmadas tengan un marco legal; no apoyo la pornografía infantil ni la sádica, estoy completamente en desacuerdo con la representación de actos criminales. Pero siempre y cuando los actos representados sean legales, estoy totalmente de acuerdo. De modo que no tengo una mirada hostil sobre la pornografía, todo lo contrario. Creo que es un catalizador poderoso para el cambio social y también para un cambio imaginativo, y estoy a favor de que sea más fácilmente accesible, sobre todo en este país. No creo que en los Estados Unidos tengan ese problema.

Me gustaría preguntarte, entonces, cómo definís la pornografía. No sólo en el sentido generalmente aceptado del término, también en el sentido científico al que te referías antes, en el cual –me parece– hay cierta forma implícita de deshumanización.

–Por supuesto, no hay duda de que existe un componente de deshumanización en toda investigación científica. En los laboratorios, se explota a los sujetos humanos del mismo modo en que se explota a los animales, para poner a prueba los efectos de la cirugía estética y todo lo demás. Pienso que hay un componente de deshumanización en toda pornografía, pero eso no implica necesariamente algo perjudicial. Quiero decir, el movimiento feminista ha enarbolado buena parte de sus banderas en contra de la pornografía, debido a que es una actividad en la cual se deshumaniza a las mujeres. Pero no estoy tan seguro de que eso sea verdad. Bueno, lo es en el caso de una determinada pornografía que entra en la esfera de lo criminal. Pienso que existe un componente hiperrealista en la mirada pornográfica, que inevitablemente prescinde de cualquier sentimiento humano; pero eso forma parte de la imaginación sexual, que es fuertemente obsesiva. Después de todo, un amante es capaz de fijar su mirada en la oreja de su amada o de su amado, y descubrir en ella todo tipo de magia y de misterio, totalmente separados de cualquier signo de afecto, o lo que sea. Así que no me preocupan los aparentes efectos de deshumanización del imaginario pornográfico. En parte, tanto La exhibición de atrocidades como Crash son obras consagradas a ir un poco más allá de esa aparente deshumanización, en busca de un nuevo reino, con una gramática y una sintaxis nuevas, un nuevo vocabulario y una nueva manera de percibir el mundo. Por otro lado, tenemos indicios de todo eso; podemos tolerar, por ejemplo, en la vida cotidiana (y lo hemos hecho desde tiempos inmemoriales), la imposición del dolor en deportes de contacto como el boxeo, el rugby o el fútbol, en cosas como el montañismo o las carreras de autos, que son actividades donde los participantes deben lidiar con un gran componente de daño físico y de dolor. No obstante, hemos aprendido a tomarlo naturalmente y a mirar, más allá de la violencia, los demás elementos que están presentes en un partido de fútbol, un combate de boxeo o una carrera de coches. En un combate de boxeo, miramos más allá del dolor y el sufrimiento de los boxeadores, hacia los signos de coraje y osadía física. Creo que la misma necesidad de ir más allá de estos elementos en apariencia deshumanizadores se puede advertir en la pornografía, la necesidad de acceder al otro lado del sexo o a un mundo más rico; por cierto, algunos pervertidos sexuales (y un largo catálogo de desviaciones sexuales, completamente legales) ya han conseguido hacerlo. Quiero decir, las personas que gozan siendo maniatadas logran ir mucho más allá del dolor que se producen. La escena sádica, en conjunto, es un buen ejemplo de cómo se puede ir más allá de aquello que podría aparecerse como una conducta totalmente deshumanizada y degradante –para la mirada de un advenedizo–, y entrar en una zona donde quizá se descubra una nueva forma de amor trascendente, o algo así es lo que yo imagino. Me alegra decir que no tengo una experiencia de primera mano sobre el tema.

La escritora de San Francisco Maura Devereux entrevistó a J. G. Ballard por teléfono, para la revista FAD, el 7 de octubre de 1990.

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El movimiento feminista ha enarbolado buena parte de sus banderas en contra de la pornografía, debido a que es una actividad en la cual se deshumaniza a las mujeres. Pero no estoy tan seguro de que eso sea verdad. Pienso que existe un componente hiperrealista en la mirada pornográfica, que inevitablemente prescinde de cualquier sentimiento humano; pero eso forma parte de la imaginación sexual, que es fuertemente obsesiva. Un amante es capaz de fijar su mirada en la oreja de su amada o de su amado y descubrir en ella todo tipo de magia y de misterio, totalmente separados de cualquier signo de afecto.
Imagen: Nora Lezano
 
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