radar

Domingo, 28 de abril de 2013

Alza la voz

Miembro fundador de Los Beatniks, autor de la primera canción del rock nacional junto a Moris (“Rebelde”), mítico integrante de la bohemia que naufragaba entre La Perla, Plaza Francia y La Cueva, padrino del blues argentino del que se nutrieron bandas como Memphis, Dulces 16 e inclusive los Redondos, libertario y siempre en los bordes del sistema que consagró a tantos a su alrededor, Pajarito Zaguri estuvo en el comienzo y –desde los márgenes– siempre estuvo ahí. La semana pasada murió, a los 72 años, y sus amigos, músicos y compañeros de viaje lo despiden.

 Por Claudio Kleiman

Fue uno de los iniciadores del rock nacional. Poeta, cantante, compositor, Pajarito Zaguri (que había nacido como Alberto Ramón García hace 72 años) falleció el pasado 22 de abril víctima de un cáncer con el cual luchaba desde hace tiempo. Pájaro fue antes que nada un artista existencial, coherente hasta el fin con el ideario “cuevero” de ese grupo de pioneros del cual formó parte.

A veces, el idioma inglés es más generoso con sus expresiones que las que disponemos en castellano para denominar ciertos personajes, o situaciones. Y existe una palabra, “underdog”, que podría aplicarse perfectamente para definir a Pajarito Zaguri. El término alude a personajes subestimados, marginados, aunque ninguna de estas palabras alcanza para traducirlo, porque “underdog” sería lo opuesto de ganador, pero sin ser un perdedor, sino más bien alguien que opta voluntariamente por recorrer los márgenes, simplemente porque “el camino central es muy aburrido”, como decía Neil Young.

Pajarito (o Pájaro, como lo llamaban los íntimos desde hace muchos años) fue el “underdog” por excelencia del rock argentino. Marginado inclusive entre los marginales, siempre evitando ocupar el papel central, protegiéndose (¿ocultándose?) en un comienzo al lado de figuras más fuertes, o más carismáticas, o simplemente con más autoconfianza, como Moris o Tanguito. “A mí me gustan las bandas. Lamentablemente soy solista, pero toda mi vida quise ser integrante de una banda de rock and roll, inclusive el menos conocido, nunca quise ser el líder”, le decía Pájaro a Ezequiel Abalos en una entrevista publicada en el libro Historias del Rock de Acá.

Recuerdo una anécdota de la primera visita de Joe Cocker, en 1977, la época más oscura de la dictadura militar. En ese momento, la visita de un famoso músico extranjero era un acontecimiento extraordinario, y las figuras más conocidas del establishment rockero local fueron al Sheraton (donde se alojaban Cocker y su banda), a rendirle pleitesía. Sin embargo, el cantante inglés, un ex plomero de Sheffield que se había hecho bien de abajo, eligió irse con Zaguri a su casa, donde compartieron vinos y guitarras hasta el amanecer, ante la envidia e incredulidad de las estrellas. Una cuestión de solidaridad entre “underdogs”. Más allá de esta disquisición semántica, en realidad Pájaro fue uno de los auténticos pioneros y originadores del rock en castellano, uno de los primeros en componer canciones propias en nuestro idioma. Su recorrido existencial y artístico (en él ambas cosas estaban indisolublemente unidas) tiene diferentes estaciones, nombres, épocas, pero una coherencia férrea como pocas.

Pájaro integró el legendario grupo de amigos que se reunían en La Cueva de la calle Pueyrredón –junto a Moris, Litto Nebbia, Javier Martínez, Tanguito, Pipo Lernoud, Miguel Abuelo y otros–, responsables de lo que luego daría en llamarse rock nacional. Como tal, fue coautor de lo que muchos historiadores eligen como punto de partida del rock local, el simple Rebelde de Los Beatniks, compuesto por los líderes del grupo, Moris y Zaguri. El disco fue grabado y editado en 1966, otro año difícil, el de la asunción de la dictadura encabezada por el ultramontano Juan Carlos Onganía, quien mandó a secuestrar la revista Así, que tenía en su tapa un supuesto escándalo provocado por los “hippies” bañándose desnudos en la fuente que quedaba frente a Mau Mau. En realidad todo había sido un ingenioso ardid publicitario pergeñado por Los Beatniks para promover la venta del disco, tocando sobre una camioneta que recorrió el centro porteño, para culminar en el episodio de la fuente (donde nadie se bañó desnudo, a pesar de que la prensa sensacionalista publicó lo contrario). Igualmente, el grupo no consiguió que su tema “picara” –se vendieron unas descorazonantes 200 copias–, pero aseguró su lugar en la historia.

Las canciones que había compuesto en la época de La Cueva, en algunos casos junto a Moris, Javier Martínez y Rocky Rodríguez (quienes también habían integrado la primera formación de los Beatniks), alimentaron las dos primeras incursiones discográficas de Pajarito luego de aquel simple fundacional. Una de ellas, bastante insólita (y desconocida) fue el primer LP de Los Náufragos, Otra Vez En La Vía, que la grabadora completó con seis canciones grabadas por Pájaro cuando un accidente sufrido por el cantante original del grupo los dejó sin poder terminar del álbum, que el sello necesitaba urgentemente para apoyar el éxito del tema que le daba título. Entre ellas, “Hippies y todo el circo”, que más adelante Zaguri definiría como “el primer rap”. La otra grabación fue de La Barra de Chocolate, un grupo formado por Pájaro junto al guitarrista Nacho Smilari, que marcaría su aproximación más cercana al mainstream, cuando tuvo algo así como un pequeño hit con “Alza la voz”. El tema, con el que ganaron un Festival de la Música Beat realizado en 1969, era una buena muestra de la vertiente “beat” de la canción de protesta: Alza la voz que te van a escuchar/ aunque no escuchen, álzala igual. Zaguri también contaba sus propias experiencias en relatos más cercanos a lo autobiográfico con el “naufragio” como estilo de vida, en algunos casos junto a sus amigos cercanos como Tanguito (protagonista de “El Divagante” y mencionado en “Si supiera esa niña”), o en “Proyectos de un ladrón prisionero” y “Buenos Aires Beat”, un vibrante retrato de época. El único álbum de La Barra de Chocolate es una joya oculta de los albores del rock nacional, mezcla de pop, rock y psicodelia, que lamentablemente nunca ha sido reeditado en CD en Argentina (aunque acaba de aparecer una edición de lujo en España por el sello independiente Munster).

Pajarito en el estudio, grabando uno de sus primeros discos.

Es una buena muestra de el destino sufrido por la discografía de Pájaro, que aunque esporádica y bastante más escasa de lo que hubiera sido deseable, tiene muchos momentos memorables, como el álbum de Piel de Pueblo, Rock de las Heridas (1972) y el de Pájaro y la Murga del Rock and Roll (1976), que incluye músicos que luego integrarían bandas fundamentales del rock y blues urbano, como Dulces 16 y Memphis La Blusera, e incluso algunos que pasaron por las formaciones iniciales de los Redonditos de Ricota. También aparecía una legendaria cantante de jazz, Lois Blue, tan marginal dentro del género como Zaguri en el suyo. Hay espectaculares grabaciones aún más oscuras, como el rock’n’roll “Doña Lucía”, un olvidado simple de 1970 donde Pájaro emerge como el verdadero émulo local de Little Richard, o Copado y Colocado, otro simple –en este caso de 1973–, con el acompañamiento de La Pesada. Luego de una solitaria incursión en los ’80 –una década poco propicia para los iniciadores del movimiento–, con El Rey Criollo del Rock’n’Roll (1984), Zaguri volvió al disco tras el éxito de Tango Feroz, una película que –al margen de las valoraciones que puedan hacerse– tuvo como bienvenido efecto colateral el hecho de que muchos pioneros alcanzaran nuevamente la posibilidad de grabar.

El álbum resultante, En el 2000 (también)... (1994), está repleto de las brillantes ocurrencias de Pájaro, desde el packaging, que era como una caja de pizza en miniatura hecha de cartón, con piolín y manchas de grasa incluidos. Cuando le comenté al cantante que el arte del disco me había parecido tan acertado como original, me dijo que su idea había sido utilizar una caja de pizza auténtica, en la cual entraba a la perfección un LP de vinilo. Pero claro, la demora en grabar había sido tanta que en el ínterin el formato había cambiado, y el concepto tuvo que adaptarse al tamaño de los CD. Casi una metáfora de las eternas postergaciones a las que fue sometido a lo largo de su carrera. Otra de sus impares ocurrencias está en el tema “Chamuyando los Blues”, donde reemplaza lo que serían los solos instrumentales de rigor en cualquier blues, por “solos de chamuyo” realizados por otros dos “underdogs”, integrantes perennes del underground, Tito Milanesa y Bocón Frascino, quienes remedan una charla de bar sobre tópicos bluseros.

La impronta que dejó ese estallido inicial provocado por el grupo de La Cueva de Pueyrredón está presente en forma indeleble a lo largo de toda la carrera de Zaguri, pero especialmente en sus dos últimos trabajos, El Mago de los Vagos (2006) y Sexogenario (2009). En este último, la cubierta mostraba un collage fotográfico con la tapa del álbum de La Barra de Chocolate, poniendo en lugar de los integrantes de aquel grupo a su “banda de los sueños imposibles”, con Paul McCartney, Mick Jagger, Eric Clapton y Bob Dylan. Quizá como queriendo escaparle a la parca, Zaguri decía que en lugar de Pappo –que en su último álbum, Buscando un amor, aparecía premonitoriamente rodeado de héroes del blues ya fallecidos– había elegido rodearse de músicos vivos, como una manera de contrarrestar el destino del guitarrista, quien falleció en un accidente poco después. Lamentablemente, no le alcanzó para vencer la enfermedad a la que venía dando pelea desde hacía años. Ahora, probablemente nunca conoceremos los “200 blues nuevos” que decía haber compuesto. Pero nos quedan muchas canciones memorables, el recuerdo de su bonhomía y su bohemia inclaudicable, y bellísimos retazos de su poesía, como ésta de “La Misteriosa Canción”, casi una síntesis de su búsqueda:

Sintió el hombre deseos de un nuevo poema
Misteriosa canción que calmara su sed
Así fue que buscó por lugares esquivos
Y la musa divina burlaba su sed
Ambiciones, sin poemas, el hombre lloró
Buscó su alma la misteriosa canción

Tantas veces pensó que podía alcanzarla,
Y retenerla, para vivir de verdad
Y es así como vio que fugaz se alejaba
Se despedía para morir de verdad
Renacido de las cenizas, el hombre luchó
Vibró su alma, la misteriosa canción

Misteriosa canción del espacio profundo
Que buscaba una voz más acá de este sol
Un sendero de luna guió su destino
Revelando el secreto el poeta nació
Lleno de magia, lleno de musas,
el hombre rió
Llegó a su alma, la misteriosa canción

Y es así como ahora dejó que se fuera
Se desprendía para morir de verdad
Cuando quiera sentir sus caricias en lluvias
La llamaría para vivir de verdad
Imaginando volar muy alto, el hombre cantó
Dejó en su alma, la misteriosa canción

Compartir: 

Twitter

Imagen: Gustavo Mujica
SUBNOTAS
 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.