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Domingo, 12 de mayo de 2013

CINE > SE ESTRENó EN OTRO PAíS, LA PELíCULA DE HONG SANG-SOO CON ISABELLE HUPPERT

Tres de corazones

A los 52 años, el director surcoreano Hong Sang-soo es un viejo conocido del público de los festivales argentinos. Pero, hasta ahora, ninguno de sus 14 largometrajes había llegado a las salas comerciales. Una deuda que comenzó a saldarse este jueves con el estreno de En otro país, su penúltimo film, una comedia con mucho de Rohmer, protagonizada por tres mujeres llamadas Anne, todas interpretadas por la extraordinaria Isabelle Huppert, más ligera y luminosa que nunca.

 Por Mariano Kairuz

“¿Te acordás de nuestro beso?”, le pregunta el hombre a Anne, exitosa directora de cine que se encuentra de paso por el hotel de la ciudad costera de Mohang. El también es cineasta, y a la vez que finge minimizar aquel “episodio” (el del beso) no puede evitar mostrarse ofendido cuando ella parece no recordarlo. “Fue solo un beso –le dice–, mi esposa ahora está esperando un bebé”, desliza, pero toda su actitud deja en evidencia la atracción que siente por Anne. Algo tiene Anne (la infalible Isabelle Huppert, acá más ligera y encantadora que nunca) que parece volverla irresistible para los hombres con los que se cruza en el camino. Y algo intuye Geum-hee (Moon So-ri), la mujer embarazada, que sigue con desconfianza la atención que su marido le presta a Anne. Y algo le ha pasado al guardavidas multifunción de la playa local (un muy gracioso Yoo Jung-san), que tras no más que un breve encuentro accidental con Anne, quedó enamorado de ella, y le insiste más allá de lo aceptable en mostrarle las nuevas canciones que compuso en su muy torpe inglés, y le dedica.

La liviana y fluida puesta en escena de esta secuencia conforma apenas la primera de las tres historias protagonizadas por Anne (que son en realidad tres Anne distintas o, en rigor, tres ligeras variaciones de un mismo personaje, siempre interpretado por Huppert), y que, también hechas de cruces y repeticiones, dan forma a En otro país, decimotercera de las 14 películas del director surcoreano Hong Sang-soo, y la primera que tiene un estreno comercial en Argentina, subsanando parcialmente una larga deuda local con un autor que es ya un viejo conocido a través de casi todas las ediciones del Bafici y varias del festival de Mar del Plata. Este año, de hecho, el festival porteño le dedicó a la obra del director de La virgen desnudada por sus pretendientes, La mujer es el futuro del hombre, Turning Gate y Woman on the Beach, un libro –titulado El director desnudado por sus pretendientes: el cine de Hong Sang-soo– y una retrospectiva completa, que debía ser acompañada por el propio director, quien a último momento anunció que no iba a poder venir por problemas de salud. En otro país, la película con la que finalmente Hong podrá acercarse al público argentino por fuera del circuito festivalero, contiene varios de los escenarios habituales de su cine –la playa–, sus tópicos –la atracción sexual, los celos, la infidelidad–, su tono –habitualmente definido como rohmeriano, por el nouvelle vague Eric Rohmer y principalmente, sus Cuentos morales–, su estructura repetitiva, y sus personajes, que como muchas otras veces, son gente que trabaja en el cine. Aunque, como bien señala Sergio Wolf en uno de los artículos del libro del Bafici, son gente de cine a la que no vemos trabajando en ninguna película, y que ni siquiera habla mucho de cine. Algo más que un detalle, que en última instancia define mejor que nada la idea del cine que le interesa a Hong: uno que habla sobre la vida cotidiana, hecho de escenas en las que sus protagonistas conversan, se enamoran, fuman, beben (mucho) y comen (bastante). “Soy demasiado vaga para estar pensando todo el tiempo en el cine”, dice la primera Anne de En otro país.

Si en la primera historia de En otro país Anne es una cineasta que despierta los celos de la mujer de otro director y el enamoramiento súbito del guardavidas, en la segunda es la amante de un cineasta –con quien se encuentra furtivamente en el mismo hotel playero de la primera historia–, y en la tercera es una mujer que viaja para despejarse tras una frustración matrimonial –su marido se fue con otra mujer, una coreana–; y que, de paseo por la misma ciudad costera de siempre, parece destinada a encontrarse una vez más con el guardavidas. Las tres historias repiten personajes, situaciones, diálogos; en las tres Anne encuentra grandes dificultades para comunicarse con los demás (las obvias, por el lenguaje, pero también otras que tienen que ver con, dice Hong, cierta corrección social que convierte habitualmente los encuentros de coreanos con visitantes extranjeros en experiencias áridas y superficiales). Las repeticiones funcionan por momentos como prueba y error, como ensayo, y el tímido despliegue de un laberinto de posibilidades. A veces, la situación tentativa de una historia se consuma en otra posterior. Una narradora externa le da un marco y un modesto pretexto a esta estructura, pero es un personaje que puede abstraerse perfectamente.

Famoso por dar muy malas entrevistas, de respuestas escuetas, a menudo evasivas –donde declara no saber cómo interpretar muchas de sus elecciones, que lo que parecen ser sus marcas de estilo simplemente aparecen porque “le gustan”, porque le resultan “cosas lindas”, sobre las que no reflexiona mucho–, Hong sin embargo ha dicho lo suyo acerca de la estructura central de sus películas: la repetición. “Es una muy buena manera de mostrar las cosas; pero si lo hacemos como seres humanos, es un síntoma de enfermedad –dice en una cita reproducida en el libro del Bafici–. Al usar esa estructura, muestro cuán malo es repetir. Todos sabemos que cada momento debe ser percibido como uno nuevo, pero de alguna manera nuestro cerebro se enreda y gira como el pelo y terminamos repitiendo cosas. Por ejemplo, alguien te felicita por algo que hiciste bien. Entonces dentro tuyo algo se da vuelta y te dan ganas de hacerlo nuevamente para alguien que no lo necesita. Nuestra mente es tan frágil que siempre está doblándose. Es por eso que repetimos cosas. Tratar de mostrar esas repeticiones de motivación humana sería caer en una comparación; es por eso que intento mostrarlo mediante la repetición de la estructura.”

Finalmente, cualquier excusa es buena para volver a ver a Isabelle Huppert en una sala de cine. A los 60 años recién cumplidos, la pelirroja francesa es no exactamente bella sino contundentemente irresistible, como la encuentra una y otra vez el guardavidas. Su atractivo se ha forjado de un modo bizarro, casi a contrapelo de lo esperable, con personajes duros y secos y hasta siniestros –como el de La profesora de piano, de Haneke–, pero resplandece ahí cuando Hong la pone a hacer comedia con ese estilo tan como-quien-no-quiere-la-cosa, pero indudablemente más preciso y planificado y menos azaroso de lo que el propio director pretende vender con sus declaraciones. Una comedia ligera, enamoradiza, hasta tonta por momentos, una, dos, tres veces encantadora.

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