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Domingo, 19 de mayo de 2013

MúSICA > MELMANN: NUEVO DISCO DIGITAL Y SHOW CON SAKAMOTO

Melomanía digital

Muchas veces llamado la revelación del indie electrónico argentino, degustador de sonidos extraños en su ambient apacible pero complejo, Nicolás Melmann –solista y hombre orquesta, inspirado por el cine surrealista que usa en sus presentaciones audiovisuales, influenciado por Sigur Rós y Durutti Columm– acaba de conseguir lo que ni siquiera había soñado: ser uno de los dos argentinos elegidos para participar de la Red Bull Music Academy, una suerte de escuela para productores que incluye clases con Brian Eno. Además de varios shows en vivo, a Melmann le toca el cierre del festival, como telonero de Alva Noto y Ryuichi Sakamoto, en el MET de Nueva York.

 Por Micaela Ortelli

El año pasado, a Nicolás Melmann le dieron una buena noticia: había quedado seleccionado entre 4 mil aspirantes para participar de la próxima edición de la Red Bull Music Academy, una especie de festival educativo para productores, vocalistas, DJs y músicos en general que, en palabras de los responsables, “estén haciendo una diferencia en el panorama actual de la música”. El encuentro, que arrancó el 28 de abril en Nueva York y dura hasta el 31 de mayo, incluye talleres a cargo de, entre otros, Brian Eno, el acusado padre de la música ambiente y Tony Visconti (antaño productor de David Bowie, T Rex y Morrissey). Además de ir a clase, los alumnos –62 de todas partes del mundo, un solo argentino más: el tucumano Federico Randall, más conocido como The Peronists– producirán y grabarán nueva música y se presentarán en vivo en fechas pautadas por la organización. De todos, a Melmann –así es su nombre artístico– le tocó la más importante, el cierre del festival: va a telonear a Alva Noto y Ryuichi Sakamoto, dos pesos pesado de la electrónica, la experimentación y las artes performativas y audiovisuales, en el Metropolitan Museum of Art, uno de los más importantes y bellos de la ciudad.

“¿Vos viste lo que es el lugar?”

Nicolás, como todos los que viven solos, se parece un poco a su casa. Este PH de Caballito es completamente blanco, salpicado acá y allá de verde aceituna: todas en macetas pequeñas, alguna que otra extravagancia, nada de nobles potus, ficus o palos de agua; Nicolás parece elegir a sus plantas con la misma dedicación que a los sonidos de su música. O algo así deja leer su relato, que interrumpe para atrapar una mosca en el aire, traer un posavasos o buscar ejemplos en YouTube de lo que intenta explicar. Sentado frente a la computadora de pantalla gigante se lo ve cómodo, un digno ejemplar de la carrera que sigue en la Universidad de Quilmes: Composición con medios electroacústicos. Así, entre el Kaoss Pad –un controlador MIDI, sampler y procesador de sonido; magia para los que no están en tema–, la caja de ritmos, el pedal de loop y demás superficies tersas, asoman la guitarra, los ukuleles, un guitarrón mexicano y un arpa desvencijada. También está la melódica, fiel compañera en sus conciertos, verdaderos trances en los que combina música –improvisada en parte– e imagen (su par creativo más reciente es Lucas DM, VJ de Zizek).

Nacido hace 32 años, estudiante abandónico de Filosofía, Sociología y del Conservatorio, hay una única constante en la vida de Nicolás desde los cinco años y es la pasión por la música, una curiosidad voraz que evolucionó hasta fijar el interés cada vez más en el detalle, en los pequeños sonidos, los que de tan elementales pasan desapercibidos. Ambient, sí, pero a diferencia de la música de aeropuertos, la suya hace sentir algo: crea climas, tiene textura y color, o lo que él llama “el componente emotivo”. “Creo que lo que intento generar con la música es belleza”, dice después de pensar en sus comienzos, años atrás, cuando trabajaba en una oficina en el microcentro: “Me afectaba todo ese caos, el ruido, la agresividad. Empezar a componer fue una catarsis”, confiesa.

Claro que antes estuvo el rock, y con él cierta sensación de deber: formar una banda con amigos, tocar la guitarra eléctrica, ¡actuar! El, confeso introvertido, nunca pudo hacer nada de eso. Después de una formación salteada en guitarra y piano, en 2004, Nicolás, que ya escuchaba a la banda islandesa Sigur Rós cuando no la conocíamos todos, probó hacer música con un programa y así nació su primera canción, instrumental y completamente digital: “Una especie de música clásica mezclada con electrónica experimental. Me salió así”, como si un niño dijera su primera palabra en un idioma extranjero. Y cuando dice que el descubrimiento fue “milagroso”, no se refiere a la posibilidad de “tocar” instrumentos inverosímiles como el harmonio o el dulcimer: “Los programas me dieron una herramienta para expresarme que no había encontrado antes; ahí me di cuenta de que podía componer una canción completa, con diferentes instrumentos, con todos sus elementos”.

Aunque hablamos de un verdadero paladín de la modalidad do-it-yourself (además de grabar, producir, mezclar y editar, hace unos dibujos y collages fabulosos para las tapas y flyers, con personajes entre naïf y bizarros, algunos cómicos, otros más oscuros) con amigos y colegas Nicolás aprendió a usar programas más complejos y fueron ellos los que lo alentaron a mostrar su trabajo. En 2006 compiló las canciones que tenía en un disco “muy raro” que llamó Kyoko y lo mandó a un concurso de la revista Inrockuptibles junto con la Alianza Francesa. Quedó semifinalista, y una semana después tocaba en vivo por primera vez en su vida.

Y sin querer queriendo surgió la posibilidad de una carrera, porque hay más: cuando se encierra, Nicolás hace otra cosa además de su actividad preferida (escuchar y modificar sonidos): mira películas, muchas. Es fanático del cine surrealista, no tradicional y sus variantes anti–mainstream (Peter Greenaway, Kenneth Anger, Derek Jarman). “Cuando empecé a componer me di cuenta de que la música que hacía iba para ese lado”, dice, no por lo de “anti-mainstream” –aunque también– sino porque desde entonces hace música por encargo para cine, teatro y televisión. Madres y padres que sintonizan Pakapaka, por ejemplo, habrán escuchado composiciones suyas.

Entre 2006 y 2012, Melmann editó, además de Kyoko, Virginidad de Otomi (para la obra de teatro Siete vidas para Otomi, 2006) y Lento y grave (2008). De ese material, y de todo el que viene acumulando, saldrá una retrospectiva en formato digital por el sello amigo Estamos Felices (disponible a partir de junio). Meses agitados para Melmann, que en la valija lleva su cuarto disco para masterizar y ropa de más para la gira de un mes que planeó –¡él mismo!– por muchas ciudades de Estados Unidos.

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