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Domingo, 7 de julio de 2013

CINE> EL LLANERO SOLITARIO Y SU FIEL AMIGO TORO VUELVEN A CABALGAR

El llano en llamas

A contrapelo de lo que viene sucediendo con los superhéroes justicieros como Batman y Robin, la nueva versión de El Llanero Solitario, dirigida por Gore Verbinski, apela a una imagen límpida y correcta del protagonista. Pero a no engañarse: el ranger interpretado por el joven Armie Hammer no es ningún tonto, y menos que menos su compañero Toro, el siempre carismático Johnny Depp. En definitiva: una versión muy cara y más que aceptable del legendario cowboy del sombrero blanco a cargo del equipo de Piratas del Caribe.

 Por Mariano Kairuz

“¿No había un sombrero más grande?” John Reid todavía no se convirtió en el justiciero enmascarado, pero ya lleva puesto su icónico white hat, mientras patrulla el desierto junto al resto de los rangers dirigidos por su hermano mayor, Dan, en busca del brutal Butch Cavendish. La partida recorre los valles y cañones más polvorientos del Salvaje Oeste, y el tremendo sombrerón refulgente es, digamos, un detalle ridículamente delicado en tan rústico paisaje. Educado en Harvard, bien hablado y mejor vestido, firmemente convencido de la superioridad de la ley sobre la violencia, con ese blanco en la cabeza, John Reid parece un poco el tonto del grupo, el ingenuote que no sabe la que le espera. El tema es que después vendrán la emboscada, la masacre de los rangers, y toda esa historia de origen que los seguidores del personaje ya conocerán, la violencia originaria y la transformación de Reid en un improbable héroe que actúa por afuera de la ley pero... el sombrero sigue ahí. Es otro sombrero blanco. Como el que llevó en su cabeza Clayton Moore –el más recordado de los Llaneros Solitarios– en televisión entre 1949 y 1957, y que luego siguió usando en sus presentaciones en ferias y convenciones, como esos actores locos que quedan tan pegados a sus personajes que luego ya no pueden disociarse ni distinguirse ellos mismos; como George Reeves y Superman. Un sombrero como el que usaron sus sucesores en 1981 y 2003 –respectivos y fracasados intentos de resucitar al personaje en el cine y la TV–, el mismo Stetson de fieltro con que apareció en los comics y en los dibujitos animados.

Y el mismo que usa Armie Hammer ahora, en la desmedidamente cara superproducción con que el productor Jerry Bruckheimer, el director Gore Verbinski y Johnny Depp –con el aval de la Disney, es decir, todo el equipo de la saga Piratas del Caribe, incluidos sus guionistas– buscan revivir a The Lone Ranger para la era de los blockbusters multimillonarios de súper héroes. Pero, a diferencia de todos estos súper héroes, que ahora visten de negro (o cuando menos opacaron sus colorinches disfraces de antaño) el nuevo John Reid enmascarado conserva su sombrero blanco. Y en ese sombrero blanco se cifra buena parte de la operación rescate de esta película.

The Lone Ranger no reniega de toda la amplia y galopante ridiculez con que en otras épocas más ingenuas el personaje –creado originalmente para la radio en 1933, pleno New Deal, por George Trendle y Frank Striker– conquistó a varias generaciones de chicos. En las planchas gráficas que presentaron al personaje en la historieta (según fueron publicadas acá en la revista Pif Paf, 1957), se describía pormenorizadamente la vestimenta del héroe. Sus “guantes no son muy gruesos; le llegan hasta la muñeca y son lo bastante blandos para permitirle el libre movimiento de las manos, cuando usa su revólver o el lazo. Las protege del roce de la soga y del trabajo duro. El Enmascarado Solitario está orgulloso de sus botas. Como tiene que pasar largas horas sobre la montura, el calce de las botas es de suma importancia; están hechas del más fino cuero. Sus punteras estrechas le permiten introducir los pies en el estribo y los altos tacones le impiden que se deslicen al galopar”. Pura metrosexualidad: la película la reclama para sí, la explota, se burla un poco de ella. ¿Cómo hacer cool de vuelta a este cowboy tan fino y elegante para un público que ya no sabe lo que es un western? ¿Cómo volver a ponerle onda a este tipo al que siempre se le negó la nocturnidad clandestina de El Zorro, verdadero héroe-forajido?

Armie Hammer es parte de la respuesta. Con 26 años, todo un caballero texano, hasta ahora Hammer se ha especializado en muchachitos súper correctos, gentiles y apropiados hasta la exageración. Su revelación tuvo lugar cuando interpretó, él solito, a los insufriblemente consumados hermanos gemelos Winklevoss, en La red social, la película de Facebook de Aaron Sorkin y David Fincher. Allí era la encarnación del pulido y brilloso “viejo dinero” norteamericano contra el desparpajo de una nueva sociedad. Luego fue el sacrificado novio clandestino de Hoover en la biopic de Clint Eastwood con DiCaprio. Y casi simultáneamente, fue el príncipe azul de la paródica y muy simpática Espejito espejito (en la que Julia Roberts era la madrastra malvada). Con su corte de cara juvenil y galanesco a la antigua –la barbilla cuadrada, la sonrisa alineada, su prolija y pestañeante rubicundez–, despojado de la oscuridad, los tormentos y contradicciones que sacuden a los nuevos héroes, sólo podía servir como caricatura del viejo paladín. Por eso resultó un poco dudoso cuando se anunció que el muchacho sería el nuevo Lone Ranger: demasiado límpido, demasiado buen chico, en definitiva, demasiado anémico para súper héroe siglo XXI.

Pero no: Armie Hammer resultó ser la elección perfecta. El equilibrio perfecto entre el salame que al principio todavía pretende defender los valores aprendidos en la universidad, bien lejos del mundo real, y el sanguinolento desierto al que no le queda otra que volver cuando los malos matan a su hermano. Hammer encuentra el punto justo entre la honestidad y genuina e ingenua nobleza del personaje, y su sentido de la justicia, como para cumplir con la agenda de los guionistas Terry Rossio y Ted Elliott, que consiste en invertir aquel viejo y controvertido asunto de quién es el ladero de quién, quién el jefe y quién el copiloto: ¿El Llanero o el indio Toro? Entra en escena Johnny Depp.

PIRATAS DEL DESIERTO

Cuando unos años atrás se anunció que Depp iba a hacer del indio Toro en la nueva The Lone Ranger, hubo reacciones contrapuestas. Por un lado, que el ladero estuviera interpretado por la estrella más importante de la película mientras que el personaje titular queda a cargo de un todavía virtual desconocido, parecía una declaración de buenas intenciones y corrección política: hora de corregir las largas décadas de estereotipos indígenas del más tradicional género del cine estadounidense. Darle por fin preponderancia al indio, imponer su punto de vista. Que, además, la estrella fuera Johnny Depp, amigo de Marlon Brando hasta su muerte, era especialmente significativo. Brando fue famoso por un par de boutades militantes por los derechos de los indios, una en plena entrega de los Oscar. En manos de Depp, el protagonista sería Toro, no importa cómo se llame la película.

Mientras tanto, otros se preguntaron: ¿por qué contratar a un hombre blanco para interpretar a un comanche? ¿Por qué no darle el papel a un actor indígena de verdad? ¿No estamos volviendo a los tiempos del blackface, de los actores blancos maquillados para hacer de negros? La repuesta de la producción es más obvia y menos controvertida que eso: no hay un actor indio –y debe haber pocos no-indios– con el star-power que tiene Depp en este momento, tras las cuatro multimillonarias Piratas del Caribe, y una producción del tamaño de El Llanero Solitario (alrededor de 250 millones de dólares) tiene que recuperar cuanto menos su costo en entradas vendidas. Finalmente, Depp agregó sus argumentos personales: “Desde que existe el cine, los americanos nativos han sido tratados muy pobremente por Hollywood. Lo que quería era no interpretar a Toro como el compañero, el ladero, el asistente –el chico que va y le trae la bebida al héroe– sino como un guerrero con integridad y dignidad. ¿Por qué es Toro el ladero? Decidí abordarlo como una especie de loco, un tipo capaz de convencerse a sí mismo de que el Llanero es su esclavo. Así que: No, Ranger, no te voy a buscar nada, vos sos el que está vestido como un payaso, vos andá a traerme algo a mí. Esta es mi pequeña contribución para tratar de arreglar los errores del pasado. Y ésta es, para ser honesto, mi única verdadera razón para hacer la película.”

Verbinski lo secundó: “Nuestra película podría llamarse Toro y el enmascarado. Mantenemos todos los estereotipos: el sombrero blanco, el caballo blanco, las balas de plata, pero los creamos a través de la mirada de Toro. Esta es una historia de origen, y siempre fue Toro quien creó al Llanero Solitario”.

Además, aportó Depp, por si todo lo demás no alcanza, él mismo se crió convencido de que en sus venas corre sangre cherokee. “Mi bisabuela era en parte cherokee o creek. Y cuando te dicen que tenés un porcentaje de sangre nativa, que es algo con lo que se encuentra mucha gente, tratás de pensar de dónde viene y por ahí leés algunos grandes libros, como Bury My Heart at Wounded Knee, de Dee Brown, o Trail of Tears, de John Ehle. A su vez, no podés sino pensar que, en algún punto de la historia de tu árbol genealógico, sos el producto de alguna horrible violación. Es, sencillamente, esa pequeña astilla que viene en tu maquillaje químico.”

MAS TONTO SERAS VOS

Las críticas norteamericanas no fueron exactamente amables con El Llanero Solitario, y uno de los cargos que se le levanta recurrentemente es el de poner en escena una corrección política totalmente anacrónica. Sin embargo, el Toro de Depp no es una pintura condescendientemente heroica del indio: muy por el contrario, Depp lo interpreta como un chiflado, una suerte de primo de su Jack Sparrow, el bucanero choborra de la saga Piratas del Caribe, y un descastado de su propia tribu comanche. Es, sí, como lo fue desde sus orígenes, quien crea a El Llanero: cuando la banda del salvaje y caníbal Butch Cavendish (el gran y por lo general subutilizado William Fitchner) deja a Reid en el desierto dándolo por muerto al igual que el resto de la partida de rangers, es Toro quien lo rescata, cura y resucita.

Es cierto que, contagiada de un mal que es como un virus del cine contemporáneo, la película se excede en su intención de que todo quede perfectamente explicado, y le inventa a Toro –en un flashback tardío y poco elegante, y que parece olvidar que a veces un poco de misterio no viene mal– un origen trágico y traumático que involucra un tremendo acto de genocidio comanche. También hay alguna que otra torpeza narrativa, como hacer entrar en escena a la carismática Red –madama pelirroja con una pata de marfil, interpretada por Helena Bonham Carter– para después perderla de vista. Pero, hay que decirlo, The Lone Ranger también tiene un par de secuencias de acción muy divertidas con ferrocarriles, que son por supuesto el símbolo del violento cambio que raja el territorio en el que transcurre todo el asunto. Sobre una de ellas suena la “Obertura de Guillermo Tell” de Rossini, apropiada por la serie televisiva al punto de que hoy se la conoce como “El tema del Llanero Solitario”, y cuando suena es emocionante.

Por otro lado, todas las objeciones que se le puedan hacer sobre ciertos aspectos ideológicos a The Lone Ranger quedan filtradas por uno de los recursos narrativos más interesantes de la película: todo está contado por Toro, en flashback. Un chico, disfrazado de ranger, antifaz y todo, se le acerca a un centenario, físicamente abatido y algo confundido Toro en una feria. El comanche ha sido confinado a un trabajo de maniquí viviente, bajo el rótulo “El Salvaje Noble”. Ese es el lugar al que lo destina la historia. Todas sus hazañas junto a The Lone Ranger, todas sus legendarias aventuras, olvidadas. Todo lo que nos cuenta la película queda atravesado entonces por el filtro de la ficción y la locura.

Como se sabe, en el original en inglés, el indio se llamaba Tonto, pero fue traducido para el público hispano hablante como Toro por razones obvias. Aquí el cambio se mantiene, y la traducción se menciona explícitamente entre los personajes (“¿Sabés qué quiere decir Tonto en castellano?”, le pregunta el Llanero a su socio, pasándose de listo). Pero este Toro podrá ser un chiflado, un místico, hasta un poco chanta, vago y malentretenido, pero de tonto, ni un pelo.

El viejo Llanero Solitario televisivo (Clayton Moore), junto al Toro que interpretaba Jay Silverheels, en su versión de ladero valioso pero sumiso.

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