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Domingo, 7 de julio de 2013

ARTE> EL LIBRO QUE REúNE LA OBRA DE OSCAR SMOJE

El taller de las iluminaciones

En el volumen antológico Oscar Smoje: el artista y su obra (Fundación Vittal) se da cuenta de la trayectoria de un artista que transitó por el diseño gráfico, la pintura, la publicidad y la militancia y que siempre encontró en el taller y en la materia concreta el sentido de su trabajo. Y también se pueden apreciar los trazos del humor y la ironía que se fueron volviendo constantes a través de las distintas etapas creativas.

 Por Guillermo Saccomanno

Hace un rato, antes de venir a este momento, el momento de presentar este libro bellísimo que reúne todo lo que el Oso es, todos los Osos que son el Oso, me di cuenta. No era, no soy yo quien tendría que estar acá presentando este libro sino quien escribió alguna vez: “Todo se encastra en la obra de Smoje, diario y collage de este país, de estas gentes que somos, de este juego en que andamos, mover las manos, la cabeza. Estar, crear”. Lo escribió Miguel Briante, con certeza lo digo, el mejor observador de las artes plásticas de este país, de las artes plásticas y no sólo. Me pregunto si estar acá no es mantener una conversación triangulada con Miguel y el Oso. Miguel, como el Oso, tuvo la suerte y la desdicha de ser funcionario. La suerte porque pudo manejar, desde la función pública, las movidas en las que creía, lo cual, yendo a la desdicha, le tocó comerse más de un garrón de los necios de siempre. Los llamo necios para ser piadoso, y lo aclaro: odio la piedad. Pero, de qué hablo, me dirán. Estoy hablando de política, ese tema urticante que tanto molesta a quienes piensan que el arte es gratis, que es lo mismo exponer en el Recoleta de Macri que en el Palais de Glace dirigido por el Oso. Aclarada esta opinión, sigo. Intentaré ser más directo: supongamos que el arte no es un oficio, ¿de qué vas a vivir si sos artista? Tenés que hacerte el artista entonces, convencer a los otros, a los otros pero no a todos, en especial a los ricos, los muy ricos, los únicos que están en condiciones de comprar una obra del mismo modo en que compran, despiden y desaparecen seres humanos.

Si el arte no es un oficio y te creés artista tenés que engrupir para que los ricos te paguen por lo que vos te creés que sos. Si hay creadores que no la tienen fácil, esos son los que se autodenominan artistas plásticos. Es en este punto donde quiero recortar como modelo de integridad a Oscar Smoje, (a) el Oso.

En el recorte conviene datar su historia. Nunca voy a olvidar las veces que me contó cuando, de pibe, conoció al Mono Pereyra, el ilustrador y diseñador gráfico de las revistas de Oesterheld, Hora Cero y Frontera. Ahí conviene detenerse y establecer una genealogía. Del mismo modo que este libro se abre con una imagen del padre, “Taller de mi padre”, se titula la imagen y, pocas páginas después, nos enteramos que no sólo su padre fue artista sino también su abuelo, muralista, entonces, propongo, la geneaología pasa por la cuestión del oficio. Un oficio que comprende disciplinas variadas y que, cada una, aportan a la formación del creador.

Se busca porteño, 1973.

Desde este origen me parece enriquecedor apreciar la obra del Oso, la obra que reúne, en parte, este libro. Y digo en parte porque su obra se escapa de estas páginas y comprende todo aquello que es su taller. Al venir desde la concepción de oficio –con todo lo que decir taller puede tener de concepción laburante–, ese taller es el espacio por excelencia donde se conjugan a un tiempo la creación, la enseñanza y el aprendizaje. Quien entró alguna vez en su taller sabe que no miento. Pero lejos de toda solemnidad, este almidón que tienen las presentaciones, también acá conviven el humor y una mirada tan humanista acerca de la expresión, sus posibilidades y limitaciones. ¿Por qué no hablar de las limitaciones? Un artista, se me ocurre como definición, es aquel que convierte las limitaciones, tanto sociales como personales, en dones. Un creador, si no es trucho, sabe que no se puede expresarlo todo, pero tiene, como misión –y lo planteo en un sentido religioso– intentarlo: intentar expresarlo todo, tanto las sombras del ’76 como, más cerca, una cultura “precolombina” enterrada en las tierras adyacentes al Maldonado. Y también, epifánicos, los remos chapoteando jubilosos y caóticos en las aguas del Tigre. Y, hablando del Tigre, hace unas tardes el Oso me contaba su lectura de Diana Bellessi, lo que su poética le representó –hablo de representación, sí– y de cómo encaró a la poeta para conversar sobre los remeros y, tal vez, encontrar un sincro entre el Tigre de Bellessi y el Tigre de ese remero desaforado. ¿Qué se proponía el Oso al contarme esto? Sin duda, la respuesta queda picando. Igual que un koan zen.

Smoje viene de varios lugares. Viene del diseño gráfico, de la pintura, pasó por la publicidad, y como no podía ser de otro modo, de la militancia. Voy a subrayar esto de la militancia. Y entonces tengo que nombrar una generación, la del setenta. Esa generación que puso en duda los géneros mayores y los menores, un arte de elite y uno de masas. El Oso pertenece a esta generación que pateó el tablero de las artes plásticas, un tablero cuyas piezas manipulaba el Poder. Es en esta complementación de militancia y apuesta a la interdisciplina, el incesto entre expresiones, que la obra del Oso, tal como está contenida en este libro –y en esto un acierto de sus comentadoras–, el libro puede ser leído como un diario íntimo de sus preocupaciones expresivas: los signos de la gráfica conviven con gestos del comic. Y siempre conquistando una marca personal. Smoje no para de experimentar, la felicidad del hacer se codea en él con eso que decía recién de la insatisfacción: expresarlo todo aunque sólo se pueda expresar una cosa, esa cosa que es el uno y es el ser. Pero esa insatisfacción lleva, con una modestia tan sabia como callada (y abro paréntesis: la modestia es el hexagrama más significativo del I Ching), a admitir que sólo se puede expresar aquello que se mira fijo. Lo voy a contar con una anécdota. Hace unos años le acerqué al Oso unos dibujos de caracoles (en efecto, tuve esa presunción). El Oso los miró con la atención de un maestro. Después de un rato me dijo, despacio, con esa voz que tiene, entre grave y cómplice: “Tenés que mirar el caracol”. Entonces supe que ahí tenía, delante, además de un amigo, un maestro. Es decir, alguien que tiene el don de la iluminación. Coincidirán conmigo que alguien que vio la luz no es precisamente un vendedor de lamparitas eléctricas. Al Oso lo caracteriza entonces, en su grandeza, eso que es la modestia. Eso que lo impulsa a leer tanto poesía como iniciar, de alumno, un curso de filosofía. Acorde con esa modestia, les propongo, si cabe, que recorran las páginas de este libro ichingeándolas. Estamos todos. Estamos los que sacamos la lengua, los que nos aterramos, los que somos máscaras, los que estamos aquí. Se encontrarán con todos esos Osos que es el Oso. Pero también con ustedes.

El texto de Guillermo Saccomanno que aquí se reproduce fue leído en la Fundación OSDE durante la presentación de Oscar Smoje, el artista y su obra que reúne, con textos e imágenes, la obra del actual director del Palais de Glace.

Imagen, 2002./ La calle, 1990-1996./ De la serie las lenguas, 1973. sin titulo.

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De la serie señaladores, 2010./ De la serie las sombras, 1977.
 
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