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Domingo, 28 de julio de 2013

DEVOCIONES > GILDA, LA MILAGROSA: LA SUB (COOPERATIVA DE FOTóGRAFOS) REGISTRA LOS RITUALES, LA ADORACIóN Y LOS FIELES DE LA SANTA CANTANTE

Plegarias atendidas

 Por Romina Resuche

Un colectivo chocado y oxidado, varado en una ruta de Entre Ríos, es parte del santuario. Lo visten flores plásticas, de papel, fotos recortadas de revistas, posters desgastados, velas derretidas, cartas y frases escritas, ofrendas varias que permiten adivinar el deseo cumplido. Gilda, la cantante, murió hace 17 años viajando en ese colectivo donde hoy se congregan los que la sienten santa.

Santa de los pobres contemporáneos, de los travestis, de los olvidados o mal recordados. Si el espectáculo no es una colección de imágenes, si no una relación social entre la gente que es mediada por imágenes –como acertaba Guy Debord–, el efecto Gilda lo demuestra. El traspaso del ídolo popular al lugar privilegiado de hacedor de milagros pretende disponer de todo el sincretismo posible para aceptar una fe que se parece más a una exigencia de intervención divina, de vida a quien ha muerto, llevada por quienes necesitan idolatrar y se procuran de santos cercanos, argentinos, alguna vez simples humanos.

Se llamaba Miriam y tenía dos hijos, había sido maestra jardinera antes de pegarla en el mundo de la cumbia y, cuando lo hizo, se puso otro nombre (con el que su madre hubiese querido bautizarla en homenaje a Rita Hayworth) y se dedicó tanto a cantar como a escuchar a sus seguidores, que siempre le pedían algo: otra canción, que bese a sus hijos, una visita a su pueblo y hasta milagros.

De lo único que hablaba Gilda en sus canciones era del amor en sus diversas formas. No era un líder ideológico o religioso, como parece ser para sus fans luego de su muerte. Ni era una artista consagrada. Ella era pueblo y cumplía en un escenario su sueño dando baile y canción a los otros, a los que saben que en estas tierras al ídolo se lo encuentra fronteras adentro.

Gilda se murió y entonces la idolatría ganó en número y en potencia. Ahora es La Milagrosa y hay estampitas de ella como las hay del Gauchito Gil, el santo popular más presente en las rutas que cruzan el país, y de la Difunta Correa, madre nutricia hasta en la muerte. Lo sagrado es lo que te queda cuando ya no hay nada más, dijo el cineasta Phillippe Garrel. Y esta frase suya fue elegida para comunicar la exhibición del trabajo de Sub (Cooperativa de Fotógrafos) sobre la adoración y los rituales en torno de la figura de la cantante.

Surgido de un ensayo que el grupo comenzó tres años atrás, Gilda, la milagrosa expone una selección de fotos que rescata fragmentos de historias surgidas de un universo que mezcla música tropical con fiel devoción religiosa. Y le suma a la muestra un registro en video y, por supuesto, un altar. El trabajo audiovisual de Gisela Volá y Nancy Lucero baja a tierra y a palabras los encuentros con los protagonistas de los relatos milagrosos de la obra fotográfica del equipo de Sub. La instalación icónica es obra de Javiera Paz Eyzaguirre y los creyentes pueden continuar la intervención con sus ofrendas.

De la mano de Silvia Coimbra, los fotógrafos de la cooperativa se metieron de lleno en el mágico mundo de creer en Gilda. Esta mujer no es una imitadora de su amada cantante. Lo que hace Silvia es mantener el recuerdo de Gilda sonando. Luego de pedirle a la imagen de Miriam Bianchi y a otros santos que su hija se curara de un cáncer, la sanación ocurrió. Y la seguidora decidió dedicar el resto de sus días a honrar el legado musical de la estrella interpretándolo y a cuidar su tumba en el cementerio de la Chacarita.

En la exposición, curada por Victoria Verlichak, hay retratos de Coimbra y de otros devotos y un seguimiento de sus acciones como adoradores por gusto o por agradecimiento, imágenes de elementos que hacen al imaginario Gilda, como las vinchas de flores y los caballos, y detalles de una mística traducida en ofrendas y peregrinaciones llenas de color. Todo eso fotografió Sub, mostrando la reapropiación simbólica de la imagen de una cantante de cumbia que vestía como doncella medieval.

Existe un libro con rituales y oraciones para pedirle protección, trabajo, paz, amor y salud, y una plegaria especial para agradecerle una vez recibida la ayuda por gracia divina. Se busca aún un espacio físico para un proyectado museo que conserve objetos indispensables para contar a la artista: el vestido azul de la tapa del disco Corazón Valiente, manuscritos de letras de canciones, fotos de sus grandes momentos en escena y con su familia.

En tanto, como una celebración de la magia, la muestra de Sub expresa el reflejo de ese carisma de Gilda. El que le dio una veneración que ella no buscaba, al menos no en el formato conseguido. La cantante no creía en su poder personal para ayudar a otros, pero sí en el de su música. Creía que sus canciones podían hacer bien. Creer es, quizá, lo único que es imposible dejar de hacer mientras se está vivo. Y eso es lo que hacen sus fieles, los que se quedaron acá y hacen guardia permanente frente a su nicho y le piden ser felices, mejorar, mientras la bailan y la cantan con devoción.

Gilda, la milagrosa puede verse en Galería ArtexArte (Lavalleja 1062) hasta el 23 de agosto, de martes a viernes de 13.30 a 20 y sábados de 11.30 a 15.

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