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Domingo, 1 de septiembre de 2013

CINE > KATSU Y WAKAMAYA, LOS ACTORES Y HERMANOS MáS FAMOSOS DEL CINE JAPONéS, EN LA LUGONES

TODO QUEDA EN FAMILIA

Fueron los rostros del cine popular de un país que se reconstruía dolorosamente después de la Segunda Guerra Mundial: hijos de un maestro del teatro kabuki, Katsu y Wakamaya –eligieron diferentes apellidos por motivos artísticos– fueron las caras inevitables de un naciente star system que alimentó, con los sueños de grandeza de sus ninjas y samurais, las historias de traición y venganza que fueron el corazón del cine japonés del siglo XX y que hoy sigue vigente en las películas de Kitano, Kiyoshi Kurosawa o Takashi Miike.

 Por Paula Vázquez Prieto

Cuando en 2003 Takeshi Kitano, uno de los directores más importantes del cine japonés contemporáneo, estrenó Zatoichi como homenaje al célebre guerrero ciego creado por el novelista Kan Shimosawa e inmortalizado por el actor Shintarô Katsu en la saga de 25 películas realizadas entre 1962 y 1989, despertó sensaciones complejas y extrañas de definir entre sus más fervientes seguidores. Había algo de tierna melancolía, mezclada con una euforia contenida, en ese regreso a un personaje tan emblemático para los amantes del cine de samurais y de sus relatos épicos de crueldad y ambición. Un sentimiento, entre nostálgico y radiante, por un tiempo pasado que flotaba en el recuerdo sólo de a ratos, y contaminaba el presente con una diversión casi explosiva. Porque, en realidad, la clave en la lectura de esa pequeña gran película que les regaló Kitano a los admiradores de la tradición más popular del cine oriental no estaba en su distanciamiento irónico a lo Sergio Leone, o en la semblanza reflexiva inspirada en Akira Kurosawa, sino en la consciente asunción de una herencia íntima y profunda que había marcado los años gloriosos del despegue industrial del cine japonés.

Los grandes señores del Japón feudal, los policías atormentados por su pasado oscuro, los samurais que peleaban por la dignidad y el honor, los mascarones del teatro kabuki que cobraban forma en personajes irreales y fantásticos, fueron los múltiples disfraces que vistieron los actores Shintarô Katsu y Tomisaburô Wakamaya a partir de los tardíos ’50, cuando inundaron las pantallas del cine comercial japonés en películas de distintos géneros. Fueron amos y señores de una industria que renacía de sus cenizas tras el árido interregno de la Segunda Guerra Mundial y sus múltiples destrucciones, y que tras la reconstrucción económica levantaba los telones imaginarios de un espectáculo que llevaba nuevamente a cientos de espectadores a las salas de cine.

Hermanos con diferentes apellidos artísticos, que llegaron a la pantalla con la pesada tradición paterna del teatro kabuki sobre sus hombros, con habilidades deportivas admirables –Wakamaya era cinturón negro en judo–, y con un excelso talento musical –Katsu fue un gran intérprete del shamisen, un instrumento musical de tres cuerdas–, conquistaron un arte moderno sin tapujos ni medias tintas. De un carisma inimitable, con aires de maestría y seguridad, sus rostros de facciones marcadas se hicieron inolvidables bajo la dirección de grandes nombres como Masaki Kobayashi, Daisuke Itô o Kon Ichikawa. Algunas imágenes de aquellas aventuras imborrables aparecen por primera vez en cine en el ciclo inédito que estrena la Sala Lugones del Teatro San Martín a partir del lunes próximo.

En Venganza samurai (1959), de Kazuo Mori, dos samurais honorables ponen a prueba sus códigos ancestrales en una era de corrupción y mezquindad, que culmina en un enfrentamiento sangriento entre dos clanes que pelean por el honor, la verdad y los privilegios de un tiempo convulsionado. La exploración de la leyenda japonesa de los leales 47 ronin sirvió a Shintarô Katsu para asegurar los cimientos de su popularidad que despegaría recién en la década siguiente. En las puertas de los ’60 protagonizó uno de los largometrajes más sangrientos de Kon Ichinawa, El dinero habla (1963): un taxista bienintencionado, que termina convirtiéndose en un implacable sicario, es el eje de esta parodia del cine de yakuza que se atreve a una de las sátiras más despiadadas sobre el “nuevo Japón” que haya realizado el cine popular autóctono. Ya en los ’70 llegará uno de los hitos de su carrera como intérprete del legendario y perverso masajista de la serie Zatoichi. En Zatoichi versus Yojimbo (1970) Katsu se enfrenta con Toshiro Mifune, una de las insignias del cine de exportación del Japón de la posguerra, en una batalla emblemática entre dos de los personajes más populares de la cinefilia japonesa de todos los tiempos. Finalmente, un año después, se pone en las manos de Masaki Kabayashi, el mítico director de la trilogía de La condición humana, en uno de los largometrajes más raros de su filmografía, donde combina espectaculares escenas de acción con una fuerte crítica social teñida de la oscuridad del policial negro en su versión tanto francesa como estadounidense.

La fama de Tomisaburô Wakamaya no fue tan estridente como la de su hermano menor y, generalmente, estuvo asociada al personaje de Itto Ogami, el Lobo Solitario, basado en el famoso manga de Kazuo Koike y Goseki Kojima. Sin embargo, dos de sus películas más interesantes suponen relecturas de los clásicos de Kurosawa: El fuerte de la muerte (1969), de Eiichi Kudô, indaga en clave de western la historia de Los siete samurais, con cazadores de recompensas, batallas contra el Shogun, ninjas y hasta enormes balas de cañón, y La leyenda del gran yudo (1977) es la tercera remake de una de las primeras películas de Kurosawa, de principios de los ’40, que cuenta la historia de Sanshiro Sugata, un aprendiz de judo de comienzos de la era Meiji, que aprende, con convicción y sacrificio, los valores morales que guiarán su conducta para siempre.

Shintarô Katsu y Tomisaburô Wakamaya fueron héroes populares que se hicieron querer y odiar como sus personajes. Fueron engranajes de un rutilante star system que alimentó, con los sueños de grandeza de sus ninjas y samurais, las historias de traición y venganza que fueron el corazón del cine popular japonés del siglo XX. Un cine que no se agota en el pasado sino que regresa en la tradición de cineastas contemporáneos como Kitano, Seijun Suzuki, Kiyoshi Kurosawa o Takashi Miike, que evocan en sus imágenes espectaculares esa adrenalina inagotable que emergía entonces entre espadas y cinturones marciales.

El ciclo Katsu y Wakayama, reyes del cine popular japonés se llevará a cabo del lunes 2 al jueves 12 de septiembre, en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Con organización del Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina, y el auspicio y la colaboración del Centro Cultural e Informativo de la Embajada del Japón, se verán diez copias nuevas en 35mm. Programación completa en www.complejoteatral.gob.ar

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