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Domingo, 1 de septiembre de 2013

Un poeta más o menos autobiográfico

 Por Seamus Heaney

Al principio, creo que todos escribimos por el placer de terminar. Es una carrera hacia la cosa completada: urgentemente se quiere la recompensa, la inmediata gratificación. Ultimamente lo que disfruto más es el proceso. Cuando tengo una idea, quiero hacerla durar lo más posible. Al principio, si pensaba en una imagen la atacaba y me apuraba a atravesar sus implicancias –por lo general, eso duraba seis u ocho cuartetos–. Pero hoy una de esas imágenes originales puede sugerir otras y el poema puede entrar en tema de forma oblicua y crecer de forma zigzagueante. En este momento me interesan las cosas más abiertas y seccionadas.

Si estoy en una situación de pánico donde alguien sin familiaridad o interés por la poesía me pregunta “¿Qué tipo de poesía escribe?” suelo decir: “Bueno, soy un poeta más o menos autobiográfico, basado en la memoria”. Pero también me gustaría decir que el contenido autobiográfico per se no es el objetivo de la escritura. Lo que importa es el impulso de dar forma, la emergencia y convergencia de una emoción que se redondea. No creo ser un poeta político con temas políticos y un entendimiento específicamente político del mundo, de la manera que lo es Bertolt Brecht o Adrienne Rich o, de una manera diferente, Allen Ginsberg. Yeats, por ejemplo, es un poeta público. O un poeta político de la manera en que Sófocles es un dramaturgo político. Los dos están interesados en la polis. Yeats no es un poeta faccioso aunque representa a un sector de la sociedad y la cultura irlandesas que ha sido castigado por ciertos marxistas que tenían un prejuicio reaccionario y aristocrático frente a su imaginación. Pero todo el esfuerzo de imaginar estaba orientado hacia la inclusión. Era una prefiguración del futuro. Por supuesto, es un poeta de enorme significancia política, pero pienso en él más como un visionario que como un político.

Un poeta debe sentirse presionado porque tiene obligaciones en un momento político difícil; y quien no se siente así es estúpido o insensible. En este sentido, pienso en lo que formula Robert Pinsky en su ensayo sobre la responsabilidad del poeta. Relaciona la palabra responsabilidad con su origen en “respuesta” y en su equivalente anglosajón, que también es “respuesta”. Pinsky dice que mientras uno tenga la necesidad de responder está siendo responsable, porque en el terreno de la propia respuesta se aloja la responsabilidad del poeta. Cómo se da esa respuesta, por supuesto, es otra cosa. Ahí entra en juego el temperamento. Y está la cuestión crucial de la habilidad artística: si uno tiene la capacidad artística de dar cuenta de cuestiones con frecuencia recalcitrantes. Y creo que la política puede ser afectada por la poesía. Creo que hay demasiado pensamiento edulcorado en ese sentido. Lo que Auden dijo, que la poesía “no provoca nada”, se usa con demasiada frecuencia para clausurar la cuestión. Yo creo, por ejemplo, que Robert Lowell tuvo un efecto político. No lo digo por el contenido temático de su trabajo, sino porque estableció un perfil y una autoridad como poeta.

No sé bien cómo describir mi voz, pero desde Excavación (1979) deliberadamente intenté salir de una escritura opresiva y fonéticamente autocomplaciente para escribir algo que estuviera más cerca de mi propia voz. Y creo que desde Excavación en adelante seguí esa dirección. Es una diferente ambición lingüística de la que tenía en Muerte de un naturalista, Resistir el invierno o Norte. Esos libros querían ser textura, todo consonantes y vocales y vocablos, quería ser la materialidad misma de las palabras. Cuando empecé, en los años ’60, buscaba lo concreto.

Termino casi todo lo que escribo. Pero no siempre llego al final con la sensación de haber hecho lo correcto. O de haber encontrado la satisfacción a la que aspiro. Como le pasa a todo el mundo, nunca sé de dónde viene mi idea de lo correcto. Uno vive para esa alegría, esa sensación de que las palabras salen como luces, de que uno se ha convertido en Don Oráculo y puede pronunciar un edicto. Soy lo que Tom Paulin llama un escritor compulsivo. Típicamente, mi escritura intensiva dura tres o cuatro meses. No todos los días pero en una coherente y autosustentable acción, con una alegre sensación de aprobación. Me siento drogado, vuelo como un barrilete, una subida que sólo la poesía puede ofrecer.

Recibir el Premio Nobel fue como quedar atrapado en una avalancha benigna. Uno está totalmente intimidado, por supuesto, y piensa en los escritores que previamente recibieron el premio. Y también se siente intimidado cuando piensa en quienes no lo recibieron. Sólo dentro de las fronteras de Irlanda tenemos a Yeats, Shaw y Beckett en el primer grupo y a James Joyce en el segundo. Así que uno rápidamente se da cuenta de que no debe pensar mucho sobre el tema. Nada puede prepararte para el Nobel. Zeus envía truenos y el mundo parpadea dos veces y uno ya está de vuelta sobre sus dos pies, sobre la tierra. Y trata de seguir adelante.

Seamus Heaney, considerado el poeta más importante de Irlanda desde W. B. Yeats y ganador del Premio Nobel de Literatura en 1995, murió el viernes pasado en Dublín, a los 74 años. Este texto fue extraido de la entrevista que le dio a Henri Cole para The Paris Review en 1997, cuando era profesor en Harvard.

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