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Domingo, 8 de septiembre de 2013

El cuento de la oficina

 Por Ana Fornaro

Podés ser freelancer o coworker, trabajar en un spot o en un open space pagando una fee, dependiendo de lo que pidas. Pero eso sí, siempre tenés derecho al coffebreak para dedicarte a tus business. Y, a diferencia del bar de la esquina, tenés plugins para tu computadora. Los viernes, si ya te hiciste amigos, podés exclamar: “Thanks God it’s Friday!” Y vestirte casual, aunque a nadie le importe. Sos urbano, moderna, anticorporativo, independiente, emprendedora. Vas a eventos y pensás out of the box, porque sos creativa y te gusta repetir la palabra concepto. Sos el cliente ideal para estas oficinas de gente que no tiene oficina.

Eso me dijo la señorita de la recepción cuando entré con mi mochila a preguntar sobre mi nuevo descubrimiento palermitano. Bueno, no, la chica no me dijo exactamente eso. Aunque sí usó muchas expresiones en inglés y yo puse cara de entender que sí, que qué bien que las medialunas eran gratis. Hasta ese día, no terminaba de entender si el local era un centro Apple, un albergue juvenil o un comité de base del PRO, si eso fuera posible. Una gran vitrina exhibía gente moderna y concentrada frente a sus Macs en un ambiente luminoso, limpio, y todo amarillo.

Después pasamos a los precios y por 30 pesos la hora iba a poder formar parte de esa selecta comunidad. Calculé mentalmente –y mal– la proporción costo beneficio y decidí quedarme. Llené un formulario donde me comprometí a no robarles los audífonos y opté por una cuponera. Estaba entusiasmadísima. Además, en la puerta hay dónde dejar las bicicletas. Yo no tengo bicicleta y vivo en la esquina, pero qué importa. Tenía que terminar una nota que en casa me tenía dando vueltas como un pollo sin cabeza y un espacio emprendedor y moderno me iba a venir bien.

Primero me senté a una de las mesas que dan a la ventana. Me distraía con la gente que pasaba por la calle y me daba un poco de vergüenza la exposición, como esas personas que hacen bicicleta fija en los gimnasios y sudan frente a los transeúntes. Después pasé al espacio living: apoyé mi computadora en la mesa ratona, me acomodé en uno de los silloncitos de terciopelo rojo y ahí quedé. Lejos. Lejos de la máquina, hundida en el sillón sin saber qué hacer. Me volvió a dar vergüenza y me di cuenta de que ya habían pasado como 20 pesos y yo todavía no había escrito nada. Un café. Si me tomaba un café iba a descontar unos 10 centavos de lo que había pagado. Eso. Si le agregaba una medialuna los recagaba. Aunque no tenía hambre me proveí de un desayuno completo a las 3 de la tarde y volví a mi lugar, que ya estaba ocupado por una chica vestida de oficinista que hablaba por skype.

–Sí, yo estudié en Argentina, pero la pasantía la hice en UK. En London, sí. Mi especialidad es el arte, pero tengo experiencia en diseño, redacción de contenidos, estrategias de campaña. Si necesitás a alguien creativo, ésa soy yo. Ahora te hablo desde mi oficina en Palermo.

La chica creativa que fingía de viva voz era la que me había robado el lugar. En otra mesa, tres varones jóvenes de pantalón y camisa se comportaban como si estuvieran en una redacción. “¿Te llegaron los archivos? ¡Mirá que te los mandé hace bocha, eh!”

Ah, ésos son los coworkers, reflexioné.

En otra, una mujer grande le pedía –también a los gritos– a una tal Susy que le alcanzara un café, que ya no daba más con esas escrituras. Que había que llamar al escribano. En otra, un extranjero hablaba con alguien por celular y le decía que estaba “working at the office”, que en español quiere decir: te estoy cagando a mentiras.

Ya habían pasado como 70 pesos, yo no había escrito una línea, y empecé a angustiarme. Estaba atrapada en diez oficinas ajenas al mismo tiempo, rodeada de gente que actuaba naturalmente de manera extraña. Formaba parte de una gran estafa que no terminaba de entender. ¿Por qué la chica creativa esta no le dice que está en un cibercafé? ¿Por qué el pibe habla de un archivo gritando si tiene a su compañero al lado? ¿Quién es Susy? ¿Será la secretaria de la señora grande? ¿Se habrán quedado sin oficina y ahora tiene que llevarle el café alquilado?

Y el brillo plateado de las Macs, los cuadritos alusivos a la libertad (una jaula vacía con un pajarito parado encima, por ejemplo), y las medialunas gratis se transformaron en precariedad. Eran todos trabajadores sin techo: empleados ambulantes que, sentados, fingen estar en otro lugar. Tanto así que ni siquiera se veían entre ellos.

El emprendimiento es un éxito. En la ciudad de Buenos Aires estos locales se reprodujeron en los últimos cuatro años y la ilusión está atravesando fronteras y formatos. Según los beneficios que contabilizan sus creadores, está el de evitar los paros generales. Esa parte sigo sin entenderla demasiado pero no importa. La innovación suele ser así, misteriosa.

Pero no todo es rendimiento y búsqueda de productividad. También hay espacio para el relax. Cuando se acerquen los primeros calores y sea el momento de cerrar etapas, podés alquilar una terraza, invitar a algunos desconocidos y festejar un lindísimo falso fin de año.

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