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Domingo, 8 de septiembre de 2013

MúSICA > ENTREVISTA A GRACE COSCERI, DEL PARAKULTURAL HASTA SPINETTA Y EL JAZZ

Esa dura fragilidad

Maestra de canto con alumnos famosos como Luis Alberto Spinetta, de chica estrella de la noche del Parakultural, Grace Cosceri es una notable cantante de jazz que acaba de lanzar un disco breve y extraordinario, Colecciones. Exigente y cáustica, entre zen y punk, Cosceri se mueve de manera periférica pero decidida, sin dejar que la enfermedad que la limita físicamente ni su natural inconformismo le impidan cantar, enseñar y, ahora también, actuar.

 Por Mariano del Mazo

Luca Prodan la vio actuando con Geniol con Coca y se la llevó para grabar “Heroin”; Luis Alberto Spinetta la escuchó con los Illya Kuryaki y la instituyó como su maestra de canto; Rickie Lee Jones aprendió a tomar mate en su departamento de Villa Devoto mientras tocaba en el Rhodes canciones de Michael Jackson. Es Graciela Cosceri o Grace Cosceri o Mezcalina o Milú, y anda por la vida con una lucidez lacerante, un cuartito de Rivotril en el buche y una enfermedad –“artritis reumatoidea severa”, detalla– que la tiene mal. La luz –un destello, el aura– se impone a la sombra. “Creo que al fin y al cabo la enfermedad me forjó un temperamento artístico diferente, basado en la inconformidad. Igual me cuesta acostumbrarme a ser la hormiguita blanda. Este mal también lo padecieron Lolita Torres y Nélida Roca. Lo tengo desde los 22, pero estalló a los 30: un tsunami que no pudo parar ningún tratamiento y que va anquilosando mis partes móviles.”

Grace Cosceri es una artista extraordinaria. Su disco Colecciones es, como ella, una maravilla breve: 23 minutos en cinco canciones que la muestran como una cantante fina y leve, en un abanico que va de una versión de cajita musical de “Junk” (Paul McCartney) a “Don’t Explain” (Billie Holiday) en clave de Björk. “Para ‘Don’t Explain’ me inspiré en un freak que me acompañaba en el Parakultural, alguien que metía unos acordes súper deformes porque no sabía tocar. Todo va saliendo así en mi vida... Como esta enfermedad te da y te quita, yo me ecualizo todo el tiempo. Cuando tenía 20 años me ponía unos zapatos con plataformas de quince centímetros y me iba a bailar. Era re pistera, la última en irme de la disco. Ahora digamos que estoy en sintonía con el sufrimiento implícito de los esenciales del jazz: de, por ejemplo, mis adorados Charlie Parker, Bessie Smith, Billie Holiday. No me comparo, pero no hago jazz para salón, para tipos de smoking.”

La muchachita punk dice que los años del Parakultural la marcaron (“Alejandra Flechtner viene mucho a casa. El otro día me decía: ‘El under fue nuestro Scarface’.”) Curtió aquella época entre las faldas de Batato Barea, la deformidad de Los Melli y la acidez de Las Gambas al Ajillo. Era Graciela Mezcalina, y cuando salía de la cortada de San Telmo se volvía a calzar el apellido para hundirse en otro sótano, otro emblema del destape democrático: Oliverio y sus jams estiradas hasta la mañana. Fats Fernández se alegraba cuando llegaba “la piba” y Luis Salinas –que solía volver de tocar en cabarets inverosímiles– moría por esa voz. Se fue tramando una modesta leyenda alrededor de esa chica extraña, mezcla de duende, Mefisto y muñeca. Cuando despertó de esa larga noche soñada –ese péndulo off entre el Parakultural y Oliverio– estaba perdidamente enamorada de un casi adolescente llamado Juan José Hermida, un héroe de la clase trabajadora de Mar del Plata que descosía el piano, un personaje oscuro y genial que merecería una nota aparte. Empezaron a actuar juntos, y verlos era como estar frente a los Syd & Nancy del jazz. “Estuvimos ocho desopilantes años juntos. Juanjo es un ser divino, un talento inconmensurable. Tiene diez años menos que yo, fueron tiempos muy locos y felices. Después la pasó mal. Ahora sé que está bien, que anda tocando por cruceros. Cuando nos separamos seguí con la idea de la dupla piano y voz, pero al toque sentí que mi propuesta estaba perdiendo fuerza. Sería 1997. Comencé a indagar en mí, en mis necesidades, en qué quería realmente. Vivía de dar clases. Un día apareció en mi contestador la voz de Willy Crook. Me invitaba a cantar en un tema. Era una buena época de Willy: lo estaban lanzando como el Lenny Kravitz argentino y tocaba en todos lados, en el Coliseo, en el Gran Rex. La cosa es que me empezó a conocer el rock nacional. Yo era rara: diferente para el jazz, diferente para el rock. En uno de esos conciertos me escucharon los Illya Kuryaki.”

Cosceri estaba dando clases de canto a través de un sistema estadounidense llamado S.L.S., Speech Level Singing. “Básicamente la idea consiste en que el canto sea una extensión de la expresión hablada. Cero impostación. Todo es personalizado y se apunta a que la voz se escuche lo menos artificiosa posible. Los Kuryaki me convocaron, y el primer día que voy al estudio para empezar con las clases, ¿quién me atiende en la puerta de la calle Iberá?: Luis Alberto Spinetta.”

EL SANADOR

Poco antes de ese encuentro Spinetta venía de hacer Estrelicia, disco grabado en vivo para la MTV, en Miami. En aquellos años del uno a uno, en los Estados Unidos le pusieron a su disposición una larga lista de servicios, entre ellos la posibilidad de contar con un “coach vocal”. Utilizó esa posibilidad y quedó fascinado. Cuando volvió a la Argentina le preguntó al Mono Fontana si había alguien en Buenos Aires que pudiera hacer esa tarea y trabajar su voz. Fontana había estado tocando con Cosceri y los contactó.

¿Y qué sentiste que una de las grandes voces del rock argentino te tomara como maestra?

–Para mí fue psicodelia pura.

¿Qué quería puntualmente Spinetta?

–Luis sentía que el cigarrillo lo dominaba... Bueno, hicimos ejercicios para encontrar mayores espacios de resonancia. El me decía que siempre fue un buscador de experiencias nuevas... Ojo, seguramente si yo no hubiera participado Luis hubiera seguido cantando igual de bello. Además en ese sentido fui muy cuidadosa. La idea era no cambiar nada del carácter de su voz... ¡Mirá si salía cantando como Abel Pintos!

Fue increíble cómo su voz resistió en el concierto de las Bandas Eternas. Más de cinco horas, mucho frío...

–Yo en ese momento ya no estaba trabajando con él. Estuve hasta el disco Pan. Sí nos manteníamos cerca en lo afectivo. Para ese concierto, para esa empresa mejor dicho, Luis se preparó mucho: hizo meditación y yoga, cambió la manera de alimentarse... Se lo tomó de un modo especial, como si hubiera comprendido que era su despedida.

Cuando Spinetta ya estaba grave Grace Cosceri se encontraba en el medio de la grabación de Colecciones. Paró porque, dice, “estaba aturdida, no tenía ánimo para seguir. De pronto mi sanador se enfermaba”.

Tu sanador...

–Sí, era mi sanador. Mirá, una vez yo tenía que grabar algo con él. Fui a la casa. Yo me sentía súper bien. Tenía un tapadito hermoso, me veía divina, notaba que no me perseguía ninguna sombra. De hecho, lo primero que me dijo Luis cuando me vio fue: “Estás muy linda”. Tomamos unos mates. Me acuerdo de que él estaba en bermudas. De pronto me miró, y de un modo muy especial me preguntó: “¿Cómo estás, Grace?”. No me preguntés por qué, pero me puse a llorar desconsoladamente. Luis siguió: “Si yo no te empujo un poco no te vas a fortalecer jamás... Decime qué te pasa en serio y hablemos”. Abrí mi corazón como nunca. Le conté cosas que yo trataba de tunear. El se dio cuenta de todo. Veía mi esfuerzo diario, venía cómo me costaba todo, advirtió que no me gusta un carajo ser diferente. Desde esa mañana sentí que Luis y yo nos trenzamos para siempre. Cuando murió me cayeron miles de fichas. Al final fue como un juego eso del alumno y la maestra. Hoy me siento privilegiada de haber estado durante un tiempo a upa de Dios.

RICKI, PEPINO Y BLANCANIEVES

“Me senté a escucharte, en un pequeño cuarto, hace algunos años. Deseé poder traerte a Los Angeles y producir tu disco. Deseé que todos pudieran escucharte como yo lo hice en ese momento (...). Grace y yo nos conocimos en Buenos Aires y se amplió nuestro mundo como hacía tiempo no nos sucedía. Apaciblemente, desde el cielo hacia afuera y desde la tierra hacia arriba.” El texto lo firma Rickie Lee Jones, y aparece en el arte interno de Colecciones. Grace Cosceri teloneó a la cantante estadounidense en su show del Gran Rex de 2009 y se hicieron amigas. Cosceri es una de esas personas que parece que es querida por todo el mundo. Hasta por los remiseros. “Tengo mucha onda con los remiseros, porque me tienen que ayudar a subir y a bajar. La otra vez me llevó Pepino, el payaso de Titanes en el Ring. Y hace un tiempo un remise se descompuso justo enfrente de una juguetería: en la vidriera había una muñeca de Blancanieves. No paraba de mirarme la turra... ¿Entendés? Me miraba Blancanieves..., ¡a mí! Era para ponerse a llorar.” Lo cuenta con una gracia oblicua, de stand up dark.

Se siente, dice, un poco periférica. No la llaman, y si la llaman es para propuestas que no le interesan. Tiene unos diez alumnos, entre ellos Nito Mestre y Marcela Morelo, “con los que logro llenar la heladera”. Se muestra orgullosa (ella dice: “me doy dique”) de su participación en la película Verano maldito, de Luis Ortega, con Julieta Ortega y Joaquín Furriel. “Hago una escena hermosa, improviso sobre una obra de Francis Poulenc con el primer violinista del Colón Julio Domínguez y con el pianista Natalio González”. Adrián Iaies la convocó para actuar en noviembre de este año en el Festival de Jazz de Buenos Aires, y el miércoles 18 se presenta en Virasoro con Mariano Agustoni en piano y Quintino Cinalli en batería.

Se ríe un poco de todo, como una exorcista arrinconada o sabia. La fragilidad es paradójicamente su mayor fortaleza. Mira atrás y adelante. “Luca fue un pre-Luis: un caballero. Luis fue Luis. El Parakultural fue mi Disneylandia al revés. Ya está. Ahora quiero cantar más, actuar, grabar. ‘Tu voz sos vos’, me dijo una amiga. ¿Qué más te puedo contar? ¿Me ayudan con el remise? ¿Estoy linda para las fotos? Vengan a verme a Virasoro, que va a estar buenísimo.”

Grace Cosceri canta el miércoles 18 en Virasoro, Guatemala 4328. Reservas: 4 831-8918.

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Imagen: Nora lezano
 
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