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Domingo, 13 de octubre de 2013

MúSICA > REWIND THE FILM, EL NUEVO DISCO DE MANIC STREET PREACHERS

Después de vivir un siglo

 Por Mariana Enriquez

Esta es una banda que tuvo que crecer de golpe. Entre 1991 y 1994, cuando editaron sus tres primeros discos, Generation Terrorists, Gold against The Soul y The Holy Bible, eran insoportables de jóvenes e insolentes: cuatro chicos del interior de Gales que querían cambiar el mundo y sacudir mentes, que usaban sacos de piel de leopardo, se maquillaban los ojos como mapaches, usaban camisas pintadas con aerosol y citaban a The Clash, Sylvia Plath, J. G. Ballard, Betty Blue, Andrés Serrano y Guy Debord; que escribían sobre la política de crédito de los bancos –¡antes de la crisis financiera!–, el fin del Estado de Bienestar y La ley de la calle. Chicos educados que hacían canciones entre el glam, el punk y rock de Los Angeles, la síntesis de Guns’n’ Roses, The Clash y T-Rex. No vendían muchos discos pero agitaban y crearon una legión de fans obsesivos, al mismo tiempo devotos y discutidores.

Pero el 1º de febrero de 1995 el guitarrista y letrista de la banda, Richey James Edwards, tomó una decisión misteriosa que cambiaría todo. Poco antes de que la banda saliera para su gira a Estados Unidos, abandonó el hotel donde esperaban para tomar el avión y desapareció. Dejó algunos papeles, el auto que fue encontrado días después –había vivido ahí en su ausencia– y un cuaderno con letras. Nunca más volvieron a verlo. Todas las pistas de su paradero resultaron falsas. El Estado británico lo dio por muerto en 2011. Richey tenía 27 años, como Cobain, como Janis Joplin, como Morrison. Decidió regalarle su mito a la banda y hacerlos muy famosos.

Tuvo razón: el extraordinario siguiente disco, Everything Must Go (1996) los llevó a estadios y los convirtió en la banda más popular del Reino Unido. La desaparición de Richey –el carismático, el lindo, el sufrido, el inestable– obligó a los sobrevivientes, James Dean Bradfield, Nicky Wire y Sean Moore, a una madurez algo impostada, a una obligación de seriedad. Si The Holy Bible, el último disco con Richey, era barroco y oscuro, Everything Must Go tenía diseño de tapa geométrico, las boas de plumas se habían ido, las citas eran de estrictos poetas galeses, las canciones –con estribillos gloriosos, pensados para el coro de miles– eran sobre Willem De Kooning, el fotógrafo sudafricano suicida Kevin Carter y la depresión. Poco después, el gran éxito This Is My Truth, Tell Me Yours (1998) estaba inspirado, en parte, en las brigadas internacionales que lucharon en la Guerra Civil Española y en Homenaje a Cataluña de Orwell. En 2001, fueron la primera banda de rock en tocar en Cuba: conocieron a Fidel Castro, presentaron el disco Know Your Enemy (de los más punks de su carrera y con una de sus mejores canciones pop, “Ocean Spray”) y quedaron confundidos pero orgullosos después de la experiencia.

Todavía eran muy jóvenes, tenían 32 años, pero actuaban y escribían como veteranos. Sin embargo, no ocultaban que la desaparición de Richey fue traumática y que, como suele suceder, los traumas distorsionan el paso del tiempo. La ausencia de Richey seguía sucediendo y los hacía volver a aquellos años de situacionismo y lecturas febriles de Ballard y Fanon.

Siguieron sacando discos, algunos muy buenos (como Send Away The Tigers de 2007) pero fue recién con Journal For Plague Lovers (2009) que pudieron ponerle música a las letras que Richey había abandonado en un cuaderno. Fue un disco catártico, impactante. Desinfectar esa herida los dejó llegar a este nuevo disco, Rewind The Film. Un disco acústico, de canciones desnudas que no los oculta detrás de orquestaciones ni de electricidad, un disco que los reconoce como lo que son: hombres de más de cuarenta años que siguen tocando porque es lo que saben hacer pero que ya no creen en la llama encendida del rock’n’roll –y eso les parece normal, les parece que es parte del realismo de la madurez–. Rewind The Film empieza con una canción de frágil belleza, “This Sullen Welsh Heart”: “No quiero que mis hijos crezcan y se parezcan a mí/ Les va a destrozar el alma, los va a enfermar/... No puedo pelear más esta guerra, es tiempo de rendirse, de seguir adelante”. Y de la melancolía a una maravilla: “Show Me The Wonder”, una de esas canciones de tristísima alegría que solamente los Manics saben escribir, que dan ganas de cantar, de subir el volumen, de que empiece el verano. Que dan ganas de ser joven. “Rewind The Film”, cantada por la elegante y distante voz de Richard Hawley, se trata justamente de ese deseo: “Rebobinen la película otra vez/ Quiero ver a mi alegría, a mis amigos/ Rebobinen la película una vez más”. Y el tema sigue en “Builder of Routines”, otra canción diseñada para cantar, con exquisitos arreglos de trompeta: “Cómo odio la mediana edad/ este estar entre la rabia y la aceptación”.

Son doce canciones, todas sólidas, todas buenísimas. Pero una sola canción le habla al amigo que se quedó siempre joven. Se llama “As Holy As The Soul (That Buries Your Skin’)” y James y Nicky la cantan juntos porque, dicen, ninguno de los dos se animó a cantarla solo: “Te quiero, por favor, ¿volverías a casa?/ Vamos, ¿es tan difícil? Por una vez, podemos salvar el mundo vos y yo/ Haciendo algo verdadero/ Aunque solo dure segundos/ Tan solitario como la oscuridad entre las estrellas/ Tan desperdiciado como estas vidas que pasamos lejos tuyo/ Te quiero, por favor, ¿volverías a casa?”.

Es una canción triste incluso desconociendo la historia de Manic Street Preachers. Y desde el título, “tan sagrado como la tierra que cubre tu piel”, parece reconocer que el amigo ya está muerto, ya es inalcanzable. Como si, a través de Richey, para siempre de 27, un chico de ojos oscuros y caderas estrechas, lograran hablarse a ellos mismos, a los jóvenes del pasado, entre la rabia y la nostalgia y la resignación.

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