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Domingo, 20 de octubre de 2013

CINE > CAPITáN PHILLIPS: PAUL GREENGRASS FILMA LA PIRATERíA EN EL CUERNO DE AFRICA CON TOM HANKS

AL ABORDAJE

Consagrado como el director de El ultimátum Bourne, Vuelo 93 y sobre todo La ciudad de las tormentas, el británico Paul Greengrass se ha convertido en el especialista en filmar recreaciones de acontecimientos presentes, quizás influido por su experiencia como documentalista. Ahora eligió para su enfoque hiperrealista el caso de un carguero comercial abordado por piratas somalíes en 2009: protagonizada por Tom Hanks como el capitán Phillips del título, la película consigue (casi siempre) evitar las simplificaciones y la hipocresía, en una puesta en escena de la desigualdad mundial contundente y de ritmo implacable.

 Por Mariano Kairuz

El director Paul Greengrass suele apostar a que todo el nervio y la impresión de realismo de sus películas provenga del tembladeral de la imagen cámara-en-mano que ya convirtió en una suerte de sello irrenunciable de sus películas. Lo hizo en la gran Domingo sangriento (2002) sobre la masacre de 1972 en el norte de Irlanda; adoptó el método para El ultimátum Bourne (segunda de la saga basada en las novelas de Ludlum sobre el espía amnésico) y lo profundizó en Vuelo 93, su docudrama –con perdón por la espantosa expresión, pero eso es lo que es– sobre el “cuarto” de los aviones secuestrados por Al Qaida el 11-S, el que estaba destinado a Washington y se estrelló en Pennsylvania. Luego lo volvería a usar en la tercera Bourne y en La ciudad de las tormentas (Green Zone), sobre la fraudulenta operación de búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak. Probablemente siguiendo en parte un instinto que adquirió en su experiencia previa como documentalista, al inglés Greengrass (Surrey, 1955) se le ocurrió que el movimiento nervioso –a veces al borde de la epilepsia– de la cámara era la mejor manera de transmitir la sensación de estar ahí, el vértigo del acontecimiento en tiempo presente; la manera más eficaz de imprimirles emoción y verosimilitud a sus historias; y como varias de estas historias eran hechos reales (la masacre de Derry, el cuarto avión y el falso informe que pretextó la invasión a Irak), la verosimilitud y ese efecto de inmersión fueron siempre fundamentales.

Ahora lo hizo de nuevo, en Capitán Phillips, con el agregado de que sus sacudones visuales y sensoriales se producen la mayor parte del tiempo en un espacio restringido: el interior de un carguero, en plena travesía por aguas internacionales, rodeando el Cuerno de Africa. Nuevamente se trata de un evento real, y no cuesta imaginarse por qué los productores creyeron que Greengrass era el cineasta ideal para ponerle onda a lo que de otra manera hubiera sido una piecita de cámara: como en Vuelo 93 (que también ocurría en un espacio cerrado) acá se trata de un grupo reducido de individuos provenientes de afuera de Occidente que con muy pocos elementos y gran temeridad consiguen tomar por asalto un vehículo enorme reduciendo en un instante a su tripulación. Pero, a diferencia del fatídico cuarto avión del 11-S, acá uno de los piratas se encarga de aclararle bien temprano al capitán de la nave tomada que “Calma, nadie va a salir lastimado. Nada de Al Qaida: esto son sólo negocios”.

Y según una de las sinopsis promocionales de Capitán Phillips, la enorme embarcación comercial que comanda el protagonista fue la primera nave estadounidense abordada por piratas en doscientos años. Hubo intentos previos y posteriores, pero éste fue el caso que copó las noticias internacionales en 2009. El barco en cuestión era el Maersk Alabama, y al parecer cuando zarpó su capitán ya estaba al tanto de la creciente ola de actos de piratería a cargo de somalíes que estaba teniendo lugar en la parte del mar que iban a atravesar. A pesar de esto, la embarcación no llevaba a bordo agentes de seguridad, ni tenía permitido transportar armas para defenderse. Y hay que darle la razón a Greengrass cuando insiste con su método, porque uno de los grandes logros de su película es que consigue convencernos de que estos cuatro africanos flacuchos, con tremendo aspecto de muertos de hambre –especialmente el líder de la banda, Muse–, fueron capaces con tan sólo una modesta lancha a motor (y unos Kalashnikov, claro), de perseguir, alcanzar, abordar y tomar control de la bestia del Maersk. Hay una secuencia en la que el capitán Richard Phillips los ve venir, primero en el radar, luego con sus prismáticos a unos cuantos metros, y a pesar de eso no puede hacer nada para evitar el abordaje, que es sencillamente asombrosa. Los muchachos, tan diminutos en comparación, pero con una determinación que sólo puede estar motivada por la desesperación y la furia se acercan, y se acercan, y con los medios menos sofisticados del mundo, lo hacen. Ya están arriba, destrozando puertas y candados a los tiros para llegar hasta Phillips, anunciarle que el Alabama ahora tiene un nuevo capitán y que nadie saldrá herido si ellos pueden irse con aquello que fueron a buscar: unos cuantos millones de dólares. Esa secuencia es la brutal demostración de la eficiencia narrativa de Greengrass. Cuenta los hechos, increíbles pero reales, y en el fondo, perfectamente lógicos, y a su vez, funciona por su obvio poder simbólico: el cuarteto de delincuentes hambreados, casi sin recursos, dominando al gigante, a la potencia económica, a un icono de la globalización del comercio y la desigualdad en el mundo. Esos tipos que se llaman entre ellos “rata flaca” llegaron hasta allí reclutados a los bifes, apenas un rato antes, por una organización más grande que ellos, y apenas entrenados, sacan su fuerza de una condición esencial, de aquello que los define: no tienen nada que perder. No tienen nada.

SOMOS LOS PIRATAS

Y como en muchas de las mejores películas de la historia, la tensión proviene del cómo antes que del qué, porque cualquiera que recuerde el caso de Maersk Alabama o dedique un minuto a googlearlo sabrá que el capitán Phillips vivió para contarlo, y que eso fue lo que hizo: contarlo, todo, en un libro titulado A Captain’s Duty: Somali Pirates, Navy SEALS, and Dangerous Days at Sea (“El deber de un capitán: piratas somalíes, Navy SEALS y días peligrosos en el mar”), que es justamente el non-fiction en el que se basa la película de Greengrass. Uno de los primeros trucos para sacar adelante una producción riesgosa como ésta consistió en contratarlo a Tom Hanks para que hiciera del capitán Richard Phillips, jugando el consabido papel del “hombre común en circunstancias extraordinarias”. Hanks es, como siempre, convincente en lo que hace: a los 57, sin ser exactamente un galán ni el último icono de la masculinidad en el cine, no hace de su Phillips un héroe sino un tipo más o menos curtido que le pone el pecho a la situación, trata de contener y reducir daños, y proteger a los suyos cuando las cosas se ponen pesadas. Para el papel, Hanks se entrevistó un par de veces con el verdadero Phillips, y la esposa de éste le contó algo que fue una clave para su interpretación: que no lo visita mucho en su trabajo, porque una vez que asume el puesto de capitán, el hombre con el que comparte su vida se transforma por completo, es un tipo sin humor entregado enteramente a su trabajo.

El segundo gran truco del film es el que nadie vio venir: conseguir a quien se está convirtiendo en la gran revelación de Capitán Phillips. Se trata de Barkhad Abdi, el somalí que interpreta a Muse, el líder pirata. Nacido en Somalia, llegado de Yemen junto a sus padres a su actual hogar en Minneapolis cuando tenía 14, Abdi se enteró por televisión del casting de “jóvenes somalíes” para “una de Tom Hanks”, y se dijo: “No tengo nada que perder si me presento”. Y así fue que, agregando un componente muy al estilo verité de Greengrass, Abdi y un grupo de amigos suyos pasaron distintas instancias de selección, sin experiencia previa en el cine, y él se convirtió en la estrella inesperada de la película, el tipo capaz de sostener el tête-à-tête con un dos-veces-ganador-del-Oscar y comerse la película. No es solo su aspecto físico –la cara y el cuerpo híper delgados, la expresión rabiosa y expectante–, es también su perfecto equilibrio entre intensidad y seguridad en sí mismo lo que lo vuelve creíble. Abdi transmite a la perfección esa idea del personaje sin nada que perder. Phillips, en un intento de convencer a los cuatro muchachos de que, a la larga, no hay manera de que salgan ganando de esta situación, le ofrece entregarle el dinero en efectivo que el carguero lleva en una caja fuerte. “¿Treinta mil dólares? –le grita Muse–. ¿Acaso parezco un mendigo?”

TAL VEZ EN AMERICA

Y aunque lo que consigue es asombroso, Capitán Phillips no es una película sin grietas. Con la chapa que saca de estar basada en una historia real del mundo contemporáneo, y la manera en que pone en escena una momentánea (y solo aparente) inversión de fuerzas entre tercermundistas rabiosos y una corporación multinacional, el proyecto de filmar Capitán Phillips corría de entrada varios riesgos. Uno era ponerse demasiado condescendiente con los somalíes, pero no: se limita a generar cierta empatía con el carismático Muse y en menor medida con sus compañeros; no justifica ningún acto de delincuencia sino que simplemente intenta entender una posición ajena. Ni más ni menos, y sin trampas: cuando se menciona que el barco lleva, además de toneladas de mercancías, unos cuantos miles de kilos de ayuda humanitaria, Muse le contrapone una aseveración incontestable, algo así como “claro, ahora vienen a traernos comida, pero antes vinieron a llevarse todo el pescado de nuestras costas y nos dejaron sin nada... así que Capitán Corrección, no nos venga con sus limosnas humanitarias”. “Tiene que haber algo más que ser pescador o pirata”, le tira en otro momento Phillips. “Tal vez en América”, lo manda a callar Muse con esa cara de que en cualquier momento se hace un asado con la tripulación. “Son criminales –dijo Greengrass en una entrevista–. Provienen de un lugar desesperanzado, en el que hay caos y una pobreza increíble, y muchas armas y jefes guerreros. No son los tipos más benévolos del mundo, pero tienen hambre y quieren dinero y ven ésta como su única alternativa.”

Por otro lado, la sensibilidad que el capitán alcanza a expresar tibiamente por uno de sus agresores –un adolescente de no más de 16 años que es el encargado de vigilarlo durante varias escenas– no va por suerte demasiado lejos, impidiendo que la película derrame lágrimas de hipocresía hollywoodense por los desposeídos de la parte más famélica del mundo, y el relato pronto vuelve a remitirse estrictamente a los hechos.

El otro riesgo que corría la película era el opuesto: una completa estigmatización de los piratas. Uno de los aspectos más discutidos de la película es justamente la entrada en acción de la marina, y el retrato de su monstruosa efectividad. Las escenas de rescate no glorifican a los Navy SEALS como los héroes de la película, sino como los mejores a la hora de hacer aquello que están entrenados para hacer, y ese punto de vista, si bien es un poco polémico (porque su puesta en escena, en última instancia, no está desprovista de cierta tensión dramática y emoción) no carga demasiado las tintas: después de todo, es probable que los Navy SEALS sean efectivamente los mejores en lo suyo.

Finalmente, descubrimos que todo lo que la película tiene para decir sobre el mundo en el que transcurre la historia ya estaba al principio, en un prólogo en el que Phillips viaja en auto con su esposa (Catherine Keener) hacia el puerto, preparado para embarcarse, y expresa su incertidumbre sobre el futuro, sobre el mediano plazo, sobre la vida que están heredando sus hijos. En apenas un par de minutos entendemos que Phillips no disfruta de su trabajo, simplemente lo hace con la mayor responsabilidad posible. “Nos las vamos a arreglar”, se dice, pero se nota que la angustia es aplastante. Como en su película sobre los terroristas que tomaron el Vuelo 93, Greengrass no filma a buenos y malos: filma la inquietud, el desajuste, el presentimiento del desastre inevitable que se nos avecina y sobre el que no hay realmente mucho que podamos hacer. Y acaso el tembladeral visual que produce con su cámara en mano sea menos un intento protodocumental de representar la realidad, que una licencia artística para seguir diciéndonos, película a película, que bajo nuestros pies la tierra tiembla.

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