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Domingo, 3 de noviembre de 2013

HITOS > ARNOLD SCHWARZENEGGER Y SYLVESTER STALLONE PROTAGONIZAN ESCAPE IMPOSIBLE

JUNTOS A LA PAR

 Por Mariano Kairuz

“Pegás como un vegetariano”, le dice uno al otro y sí, está claro que es todo un chiste, un guiño, un capricho berreta y simpático. Y aunque la película tiene un argumento más o menos ingenioso, de lo que se trata en realidad es de sus dos actores protagónicos. De su encuentro, del reencuentro, del rejunte: de que están juntos en pantalla más o menos en igualdad de condiciones. De la sociedad que hace veinte, veinticinco años habría sido el sueño húmedo del fan del cine de acción.

Hoy parece que los cruces de las estrellas del ayer están de oferta: si en 1995 los ocho minutos netos en que Robert De Niro y Al Pacino compartían pantalla en Fuego contra fuego, de Michael Mann, alcanzaban para generar el tipo de hype que en Hollywood sirve para vender una película como si se tratara de uno de los eventos del año, en 2008, estos dos mismos hicieron la apenas aceptable Righteous Kill (estrenada acá como Las dos caras de la ley) para el desparejo director Jon Avnet y compartieron tiempo de sobra y a nadie se le movió un pelo (en particular a Pacino, que parece tenerlo pegado con engrudo). De un modo parecido, cuando hace unos pocos años el reinventado Sylvester Stallone se propuso convocar a un grupo de estrellas del cine de acción de los ’80 (incluyendo a su némesis de Rocky IV, Dolph Lundgren), concentró buena parte de su promoción en la ínfima reunión con sus ex socios comerciales (en la cadena de restaurantes Planet Hollywood), Arnold Schwarzenegger y Bruce Willis. Eran apenas dos minutos y ni siquiera parecían estar juntos en la escena; para peor, esta cita de leyendas vivientes ponía un poco en evidencia que leyendas sí, claro, vivientes, más o menos. Tras el éxito del artefacto en cuestión, Los indestructibles, Stallone consiguió una colaboración más activa de los grandotes (sumando a Jean-Claude Van Damme como el villano y un cameo de Chuck Norris), que se prestaron en el tramo final para un derroche y el cachetazo, citando a lo bobo frases y muletillas de sus películas más famosas de los ’80 (Terminator, Duro de matar). Mucha broma nostalgiosa, mucho qué viejos que estamos, qué grandes que fuimos, qué grasas y qué millonarios. Simpatía y patetismo, todo junto.

Ahora, con Escape imposible (del sueco residente en Hollywood Mikael Håfström) Arnold y Sly Stallone hacen por primera vez una juntos, casi a la par. El hijo del peluquero italiano y la astróloga y promotora de lucha femenina; y el no muy querido hijo del oficial austríaco sospechado de colaborar con las SS, mano a mano. El que empezó su carrera artística en el porno soft cuando pasaba hambre y dormía en la estación de micros de Nueva York y el musculoso que llegó a EE.UU. gracias a sus bíceps multipremiados con los títulos de Mr. Universo y Mr. Olympia. El tipo que se inventó a sí mismo escribiendo la historia de un boxeador callejero de Filadelfia y el bávaro que, sin aprender jamás a hablar inglés, se impuso en el cine como guerrero cimerio, robot futurista, y luego como un inesperado gran comediante. Los dos acérrimos republicanos, que, debido a sus enormes egos, se perdieron de hacer esto mismo cuando los habría vuelto todavía más multimillonarios de lo que fueron, ahora trabajan juntos.

Y Escape imposible, la película que los junta tardía pero decentemente en el cine después de los amagues de Los indestructibles, puede ser además una suerte de punto de inflexión para estos dos anabólicos con patas: una película de acción casi progre. La fuerza bruta esta vez está en manos de otros, ellos son fuertes pero vulnerables (un poco como Stallone en la primera Rambo, cuando era apenas el veterano de Vietnam maltratado por el país que lo había mandado al frente y no el über warrior de las absurdas secuelas). Stallone interpreta a un experto en prisiones de máxima seguridad, tan aplicado a su especialidad que se hace encerrar permanentemente para poner a prueba los respectivos sistemas de cada prisión presuntamente inviolable. Su personaje es víctima de un engaño. La CIA, le dicen, necesita sacarse de encima algunos criminales especialmente molestos, sin tener que pasar por sus burocráticos juicio y condena. Necesita, palabras de la película, hacerlos “desaparecer” (¡sic!). Para esto deja el encierro de sus “desaparecidos” en manos de un oscuro contratista privado, que dispone de una prisión de ubicación desconocida. Ahí va a parar el pobre Stallone. Y ahí conoce al personaje de Schwarzenegger, un tipo ligado a un líder antisistema (¿?). Pronto se convierten en confidentes y compinches para salvar sus vidas, poner en acción un imposible plan de escape, y combatir de paso lo que está mal: la desaparición, la tortura y otras prácticas usuales de la CIA y sus tercerizadores.

Lo que importa es que ponen un poco, más bien mucho, humor en sus papeles, con la sutileza que los caracteriza. Todo es, claro, un guiño a los años de gloria, pero se acabaron los chistes de qué viejos que estamos, son más bien chistes del tipo: hace tanto que nos conocemos. En una escena, encerrado en una calurosa celda de aislamiento al mejor estilo de los clásicos carcelarios, Arnold se pone como loco a gritar maldiciones en alemán, mientras que Stallone acusa cada golpe que recibe. Ambos lucen mejor sus 60 y largos (66 y 67 respectivamente) que en sus apariciones recientes: el botox o lo que sea que se puso Sly en la jeta empezó a deshincharse y sus facciones se acomodaron un poco, y la tintura es un poquito más discreta; mientras que los pelos y la barba entrecana le dan al ex gobernador de California un perfil más humano y saludable que nunca. Y los guiños siguen ahí: cuando Sylvester le explica su elaborado plan de escape imposible, el gigantón que nunca aprendió a hablar inglés le comenta con su acento simiesco: “No parecías tan inteligente”.

La película, más o menos, pero simpática. Ellos dos, gozando de la vida, un verdadero encanto.

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